Oficio de lectura,
miércoles de la octava de pascua
Cristo, autor de la resurrección
y de la vida
De una homilía pascual de
autor antiguo
Sermón 35, 6-9: PL 17 , 696-697
San Pablo, para celebrar la dicha de la salvación
recuperada, dice: Lo mismo que por Adán entró la muerte en el
mundo, de la misma forma, por Cristo la salvación fue
restablecida en el mundo; y en otro lugar: El primer
hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.
Y añade: Nosotros, que somos imagen del hombre
terreno, o sea, del hombre viejo y de su pecado,
seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del
perdonado, redimido, restaurado; y, en Cristo, alcanzaremos la
salvación del hombre renovado, como dice el mismo apóstol: Primero,
Cristo, es decir, el autor de la resurrección y de la vida; después
los de Cristo, o sea, los que, por haber vivido imitando su
santidad, tienen la firme esperanza de la resurrección futura y de
poseer, con Cristo, el reino prometido, como dice el mismo Señor en
el evangelio: Quien me siga no perecerá,
sino que pasará de la muerte a la vida.
Por ello podemos decir que la pasión del Salvador
es la salvación de la vida de los hombres. Para esto quiso el Señor
morir por nosotros, para que creyendo en él, llegáramos a vivir
eternamente. Quiso ser, por un tiempo, lo que somos nosotros, para
que nosotros, participando de la eternidad prometida, viviéramos con
él eternamente.
Ésta es la gracia de estos
sagrados misterios, éste el don de la pascua, éste el don de la
Pascua, éste el contenido de la fiesta anhelada durante todo el año,
éste el comienzo de los bienes futuros.
Ante nuestros ojos tenemos a
los que acaban de nacer en el agua de la vida de la madre Iglesia:
reengendrados en la sencillez de los niños, nos recrean con los
balbuceos de su conciencia inocente. Presentes están también los padres y madres cristianos que acompañan
a su numerosa prole, renovada por el sacramento de la fe.
Destellan aquí, cual adornos de la profesión de fe
que hemos escuchado, las llamas fulgurantes de los cirios de los
recién bautizados, quienes, santificados por el sacramento del agua,
reciben el alimento espiritual de la eucaristía.
Aquí, cual hermanos de una única familia que se
nutre en el seno de una madre común, la santa Iglesia, los neófitos
adoran la divinidad y las maravillosas obras del Dios único en tres
personas y, con el profeta, cantan el salmo de la solemnidad
pascual: Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra
alegría y nuestro gozo.
Pero, ¿de qué día se trata? Sin duda de aquel que
es el origen de la vida, el principio de la luz, el autor de toda
claridad, es decir, el mismo Señor Jesucristo, quien afirmó de sí
mismo: Yo soy el día: si uno camina de día, no tropieza, es
decir, quien sigue en todo a Cristo, caminando siempre tras sus
huellas, llegará hasta aquel solio donde brilla la luz eterna: tal
como el mismo Cristo, cuando vivía aún en su cuerpo mortal, oró por
nosotros al Padre diciendo: Padre, éste es
mi deseo: que los que creyeron en mí, estén conmigo donde yo estoy,
como tú estás en mí y yo en ti: que también ellos estén en nosotros.