TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
MIÉRCOLES SANTO
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 12, 14-29
El acceso al monte del Dios vivo
SEGUNDA LECTURA
De los Tratados de San Agustín, Obispo, sobre el Evangelio de San Juan
(Tratado 84, 1-2: CCL 36, 536-538)
La plenitud del amor
El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste
aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando
dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo
evangelista San Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros;
también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como Él nos amó, que dio su vida por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios:
Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la
mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante.
Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el
cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a
ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos
ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y
poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo
semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio
su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los
hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros,
dejándonos su ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa
preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados
por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si
nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que
ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos
luego nosotros algo semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del
mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos,
sin más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos
su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el
Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la
manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos
habían tomado de la mesa del Señor.
Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos
igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por Él hasta el
testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre
para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y
morimos aunque no queramos; Él, en el momento de morir, mató en sí mismo
a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su
carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la
corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por Él de
la incorruptibilidad; Él no necesitó de nosotros para salvarnos,
nosotros sin Él nada podemos hacer; Él, a nosotros, sus sarmientos, se
nos dio como vid, nosotros, separados de Él, no podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir
derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como
hizo Él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar,
sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre
por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la
mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos
amó y se entregó por nosotros.