TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
DOMINGO DE
RAMOS
PRIMERA LECTURA
De la carta a
los Hebreos 10, 1-18
Nuestra santificación por la oblación de Cristo
SEGUNDA
LECTURA
De los Sermones de San Andrés de Creta, Obispo
(Sermón 9 sobre el Domingo de Ramos: PG 97, 990-994)
Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor
Venid, y al
mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al
encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad,
se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud
el misterio de la salvación de los hombres.
Porque el que va
libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres,
bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más
profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre
conocido.
Y viene, no como
quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa.
No
porfiará –dice-, no gritará, no voceará por las calles, sino
que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.
Ea, pues,
corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes
salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, sino para
prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que
seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al
Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser
totalmente captado por nosotros.
Alegrémonos,
pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso
de nuestra ínfima vileza, para venir hasta
nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte,
llevarnos hasta la familiaridad con Él.
Ya que, si bien
se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición,
ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente,
es decir, según me parece, hacia su propia gloria y divinidad, no
abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber
sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de
la tierra hasta lo más alto de los cielos.
Así es como
nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo
sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían
su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su
gracia, es decir, de Él mismo, pues los que os habéis incorporado a
Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así debemos
ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.
Y si antes,
teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar
la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo,
ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino
trofeos de victoria.
Repitamos cada
día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras
agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como
rey, en nombre del Señor.
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Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María