Recopilado por SCTJM
En principio, aunque no de modo absoluto, es verdadero afirmar que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo. Pero, ¡cuidado!, sobre el de ella y no sobre el de otro individuo, como lo es la criatura que lleva en su seno. Después de la fecundación, en la intimidad del útero materno está desarrollándose un nuevo ser humano que tiene derecho a ser protegido por la ley y, obviamente, por su propia madre. La privacidad del vientre no autoriza a que se mate dentro de él, del mismo modo que la intimidad de una vivienda no da derecho a sus propietarios a cometer un asesinato dentro de los límites de sus muros. Dice San Pablo sobre el derecho mutuo que existe entre los esposos: "La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido; e igualmente, el marido no tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer". (1 Cor. 7, 4)
Admitir el derecho a destruir un hijo sólo porque se convirtió en “no deseado”, equivaldría a legalizar el asesinato para solucionar todas las situaciones indeseadas en la sociedad. Más bien los especialistas deberían abocarse a estudiar los motivos por los cuales, lamentablemente, una gestación se volvió indeseable y a proponer salidas, como por ejemplo la adopción de estos niños por parte de familias responsables. Una mujer embarazada es madre. Su hijo ya existe y una vez engendrado no puede librarse de él matándolo tan sólo porque no lo desea.
Es radicalmente injusto vengar en la criatura sin culpa alguna el crimen del padre y constituye una monstruosidad mucho más grave que la misma violación. Alentar los abortos -por lo demás- es una falsa solución. El combate a la inmoralidad pública y el fortalecimiento de la institución familiar es lo que contribuirá eficazmente a evitar la propagación de las violaciones y los incestos.
Las madres adolescentes que ni siquiera cuenten con el apoyo o la colaboración de su familia, pueden entregar sus hijos a padres adoptivos dedicados. Los hechos demuestran que es mayor el número de matrimonios deseosos de adoptar que el de niños de madres adolescentes, lo que facilitaría encontrar una solución al problema. En los EE.UU. más de dos millones de pedidos de adopción quedan cada año sin atender. Esta cifra debe ser duplicada o triplicada porque estas parejas adoptarían dos o tres niños si se los otorgaran. Y, de acuerdo al Comité Nacional de Adopción, hasta hace algunos años atrás, solo sesenta y cinco mil criaturas se encontraban anualmente disponibles para ser adoptadas. Por lo tanto, es evidente que los niños nacidos de madres adolescentes tendrían grandes posibilidades de ser bien cuidados y educados. Algunos líderes de movimientos abortistas critican el sistema de adopción, afirmando que el mismo desconoce los derechos de la madre sobre sus hijos biológicos. Aquí debemos aclarar que todo derecho sobre un ser humano implica necesariamente reciprocidad: el niño también tiene derecho a ser bien atendido por la madre. Y no solamente después del nacimiento, sino a partir de su concepción. Los abortistas, que niegan ese derecho a los no nacidos, defienden hipócritamente los derechos de las madres contra el sistema de adopción que contribuye a eliminar los abortos.
En ningún caso una práctica criminal como el aborto debe ser aceptada para solucionar reales o imaginarios problemas de la sociedad contemporánea. De todas maneras, no hay la menor base científica para sustentar que el aumento dela población mundial puede llevar a una crisis alimenticia de proporciones catastróficas, al punto de "obligar" al hombre a recurrir al exterminio de sus semejantes para sobrevivir.
Los abortistas, que sin ningún escrúpulo relegan a los nonatos a la condición de desechos, súbitamente sienten pena y piedad por esas criaturas. Sin embargo, cosa singular, ¡las aman tanto que desean matarlas!
La mentalidad anticonceptiva destruye en su raíz el deseo de tener hijos. Es la razón por la cual, cuando los métodos anticonceptivos fallan, las personas frecuentemente recurren al aborto como "solución" para ese "accidente". Las barreras morales ya estaban abatidas por la cultura anticonceptiva. Tanto es así que, quien no practica la anticoncepción, en general rechaza con más fuerza al aborto.
El fin no justifica los medios. El homicidio voluntario del bebé por nacer teniendo en vista alcanzar presumiblemente un buen resultado (la salud o vida de la madre) nunca puede justificarse. Un médico que atiende a una mujer embarazada tiene, en realidad, dos pacientes. No hay nada de “terapéutico” (del griego therapeia, "tratamiento", "cura") en el acto de matar voluntariamente a uno de los dos. La práctica del aborto en tales circunstancias, por lo demás, está expresamente prohibida por la moral católica: "No es lícito provocar el aborto, ni siquiera para salvar la vida de la madre o el honor de una joven víctima de violación". Volver a la página principal...
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