Ver también: Los
Dos Corazones en la experiencia mística de Véronica Giuliani.
Santuario de Santa Verónica
Giuliani:
Via XI Settembre 21/A; 06012 Cittá di Castello (PG), Italia.
Aquí se
encuentra su cuerpo incorrupto.
Mientras vivió en casa Giuliani, con su familia, todos la llamaron
con el nombre de bautismo, Orsola (ltalianización de Ursula), Más
tarde, entrada a los diecisiete años en las capuchinas de clausura,
tomará el nombre de Verónica. Será una de las más grandes santas en
el firmamento vivo de la Iglesia, resplandeciendo en perfección
cristiana, doctrina y carismas. Su luz continúa iluminando el mundo.
Nació el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, un pueblecito
tranquilo junto al cual corre límpido el Metauro en tierras de Pésaro.
Nos hallamos en las Marcas, Mercatello formaba parte entonces del Estado Pontificio.
La vida de Verónica concluirá en el monasterio de las capuchinas de
Cittá di Castello, en la Umbria, el 9 de julio de 1727. Dos fechas y
dos lugares bien definidos y, podemos decir, angostos para encerrar la
excepcional experiencia de un alma singularmente privilegiada de Dios.
Padre y madre. Una encomienda
El padre, Francisco, es
alférez de la guarnición local. La madre, Benedetta Mancini, es una
mujer de casa, de profundos sentimientos religiosos. De su unión nacen
siete niñas, de las cuales dos no sobreviven. Las cinco hijas quedan
huérfanas de madre cuando ésta no cuenta más de cuarenta años. Antes
de morir, Benedetta las reúne en torno a su cama y las encomienda a las
cinco llagas del Señor. A Orsola, pequeña de siete años, le tocó en
suerte la llaga del costado. Será su camino, por toda la vida, hasta el
punto de fundirse con el Corazón de su Esposo, Jesús.
Infancia de predilección
La pequeña Orsola, desde los
primeros meses de vida, se comporta de un modo singular.
Los ojos vivaces de la niña
van en busca de las imágenes sagradas, que adornan profusamente la casa
Guillan. Ella misma explicará un día en su diario: "Todavía no
andaba, pero cuando veía las imágenes donde estaba pintada la Virgen
santísima con el Niño en brazos, yo me agitaba hasta que me acercaban
a ellas para poder darles un beso. Esto lo hice varias veces. Una vez me
pareció ver al Niño como criatura viviente que me extendía la mano; y
me acuerdo que me quedó tan al vivo este hecho que, dondequiera que me
llevaban, miraba por si podía ver a aquel niño".
Contaba aún pocos meses cuando,
el 12 de junio de 1661, día en que caía la fiesta de la Santísima
Trinidad, de improviso la pequeña Orsola se deslizó de los brazos de
su madre y se puso a caminar dirigiéndose hacia un cuadro que
representaba el misterio de la Trinidad divina.
Ante una imagen de la Virgen
con Jesús en brazos, Jesús y Orsola entablan coloquios infantiles:
¡Yo soy tuya y tú eres todo para mí..." Y el divino infante
responde: - ¡Yo soy para ti y tú toda para mí!
"Me parecía a veces que
aquellas figuras no fueran pintadas como eran, sino que, tanto la Madre
como el Hijo, yo los veía presentes como criaturas vivientes, tan
hermosas que me consumía de ganas de abrazarlas y besarlas".
"Yo soy la verdadera flor"
Todavía una experiencia en su
maravilloso mundo infantil, Refiere: "Paréceme que, de tres o
cuatro años, estando una mañana en el huerto entretenida gustosamente
en coger flores, me pareció ver visiblemente al niño Jesús que cogía
las flores conmigo; me fui hacia el divino Niño para tomarlo, y me
pareció que me decía:
- Yo soy la verdadera flor.
Y desapareció. Todo esto me
dejó cierta luz para no buscar ya más gusto en las cosas momentáneas;
me hallaba toda centrada en el divino Niño. Se me había quedado tan
fijo en la mente, que andaba como loca sin darme cuenta de lo que
hacía. Corría de un lado para otro por ver si lograba encontrarlo. Y
recuerdo que mi madre y mis hermanas trataban de detenerme para que
estuviese quieta y me decían:
- ¿ Qué te pasa?, ¿estás
loca?
Yo me reía y no decía nada; y
sentía que no podía estar quieta. Me paraba y luego volvía al huerto
para ver si volvía. Todo mí pensamiento estaba fijo en el niño
Jesús.
Todos me llamaban "fuego"
Orsola posee un carácter vivaz
y ardoroso. La madre le decía: "Tú eres aquel fuego que yo
sentía en mis entrañas cuando aún estabas en mi vientre". Y
Verónica recuerda: "En casa todos me llamaban "Fuego",y
precisa: "De todos los daños que ocurrían en casa era yo la
causa". Pero reconoce con sinceridad: "Todos me querían
mucho".
Llena de vida y de creatividad,
expresa la riqueza de sus sentimientos religiosos en gestos concretos,
casi plásticos, de los que transpiran fuertes emociones.
Así será también de mayor.
ADOLESCENCIA - JUVENTUD EN CRISTO
El encuentro con Jesús Eucarístico: la primera Comunión
Cuando el padre de Orsola se
trasladó a Piacenza, en calidad de jefe de aduanas del duque de Parma,
fueron a vivir con él también sus hijas y, de 1669 a 1672,
permanecieron por tres años en aquella ciudad.
Orsola tenía entonces sólo
nueve años. Su más grande deseo era recibir a Jesús en la santa
Comunión.
El Señor la atraía con
gracias especiales. Ya de pequeña, cuando por primera vez, hacia los
dos años, su mamá la llevó a la iglesia para tomar parte en la Misa,
la niña había gozado de una extraordinaria manifestación, que
recuerda en estos términos: "Yo vi al niño Jesús y traté de
correr hacia el sacerdote, pero nuestra madre me detuvo".
Cada vez que su madre o sus
hermanas comulgaban, ella gustaba de ponerse junto a ellas, y dice que
le "parecían entonces más bellas de rostro".
Finalmente el 2 de febrero de
1670 se acercó por vez primera al banquete Eucarístico. Refiere: "Recuerdo que la noche
antes no pude dormir ni un momento. A cada instante pensaba que el
Señor iba a venir a mí. Y pensaba qué le iba a pedir cuando viniese,
qué le iba a ofrecer. Hice el propósito de hacerte -el don de toda mí
misma; de pedirle su santo amor, para amarle y para hacer su voluntad
divina.
Cuando fui a comulgar por
primera vez, paréceme que en aquel momento quedé fuera de mí.
Paréceme recordar que, al tomar la sagrada Hostia, sentí un calor tan
grande que me encendió toda. Especialmente en el corazón sentía como
quemárseme y no volvía en mí misma ."
Un deseo
Desde la edad de nueve años
Orsola nutría un vivo deseo de consagrarse al Señor. "A medida
que crecía en edad, mayores ansias me venían de ser religiosa. Lo decía,
pero no había nadie que me creyera; todos me llevaban la contraria.
Sobre todo mi padre, el cual hasta lloraba y me decía absolutamente que
no quería; y, para quitarme de la cabeza semejante pensamiento, con
mucha frecuencia llevaba a otros señores a casa y luego me llamaba en
presencia de ellos; me prometía toda clase de entretenimientos".
El conflicto espiritual y
psicológico entre la jovencita atraída por el amor de Jesús y la
resistencia provocada por la ternura del padre, que no quería separarse
de la hija, duró largo tiempo. Orsola no logró el permiso paterno para
entrar en el monasterio hasta los diecisiete años.
Destinada a Otro
Pero el corazón estaba ya
entregado al Esposo divino.
Ella misma refiere de aquella
edad juvenil: "En la casa había un joven pariente nuestro que
me hacía mucho daño, si bien creo que provenía de mi poca virtud y
poca mortificación. La verdad es que no me dejaba vivir en paz. Me
llevaba al huerto a pasear con él mientras me hablaba de mil cosas del
mundo; me traía recados ora de uno ora de otro, y me iba diciendo
que estos tales querían casarse conmigo. Yo a veces le decía muy
enfadada:
¡Si no te callas me marcho!
Deja de traerme tales embajadas, porque yo no conozco a ninguno y no
quiero a ninguno. Mi esposo es Jesús: a El sólo quiero, El es mío.
Algunas veces me traía un ramo
de flores: yo no quería ni siquiera tocarlo y lo hacía tirar por la
ventana".
LLAMAMIENTO ESPECIAL
En las Capuchinas
Vuelta a Mercatello en 1672,
Orsola ha sido con fiada por su padre, que sigue en Piacenza, al tío
Rasi. Las órdenes que éste ha recibido de él son bien precisas:
conceder la entrada en el convento a las hijas mayores, pero hacer
desistir absolutamente a la predilecta de su propósito de vida
consagrada.
La jovencita, contrariada en su
más viva aspiración, sufre aun físicamente por esta causa y
desmejora. La noticia llega al padre, el cual finalmente da su
beneplácito. Orsola salta de alegría y en breve tiempo recobra el
vigor.
Tres monasterios de la zona
habrían podido recibirla. Los lugares eran: Mercatello, Sant'Angelo en
Vado y Cittá di Castello. Este era de clarisas capuchinas. De ellas se
hablaba con veneración por su grande austeridad. Y hacia ellas se
sentía fuertemente atraída.
No era fácil para ella hallar
una ocasión para ir a Cittá di Castello y, sobre todo, para ser
recibida entre las hermanas de aquella comunidad. Pero la providencia
dispuso las cosas de modo que pudiese realizar aquel viaje y que la
autoridad eclesiástica fuese benévola con ella. En efecto, mientras la
joven Orsola conversaba en el monasterio de las capuchinas, llegó
monseñor Giuseppe Sebastiani, el santo obispo de la ciudad, que quiso
examinar a la candidata a la vida religiosa. Orsola superó la prueba
respondiendo con fe viva a cada una de las preguntas y, con la ayuda del
Señor, logró leer con facilidad - ante los ojos maravillados del tío
Ras - las páginas del breviario escrito en latín.
Arrodillada ante el obispo,
Orsola Giuliani pidió entonces con fervor la gracia de entrar en las
capuchinas. Tan ardorosa fue su petición, que el obispo se sintió
inspirado de conceder al punto el documento con el cual él mismo
invitaba a las monjas a acoger a la postulante.
La joven fue inmediatamente a
dar gracias a Jesús en la iglesita del monasterio. Mientras esperaba
allí a que la superiora la llamase, ya el Señor la había arrebatado
en éxtasis. Y hubo que aguardar a que "recobrase los
sentidos".
Recuerdos de Verónica
Vestida con el pesado sayal
color marrón de las capuchinas, se llamará con otro nombre: ya no
Orsola, sino Verónica. Un nombre programa: el de la mujer que, durante
la Pasión, conforta y enjuga el rostro de Jesús.
La suya será una vocación
para la cruz, el camino por el cual había sido llamada desde la más
tierna edad.
Sor Verónica recuerda que,
desde niña, anhelaba imitar los padecimientos de los santos cuyas vidas
oía leer en casa.
Para imitar a los mártires,
sometidos al tormento del fuego, una vez se le ocurrió tomar brasas en
sus tiernas manos. Refiere: "Una mano se me abrasó toda y, si no me
llegan a quitar el fuego, ya se asaba. En aquel momento ni siquiera
sentí el dolor de la quemazón, porque estaba fuera de mí por el gozo.
Pero luego sentí el dolor; los dedos se habían contraído. Mis ojos lloraban,
pero yo no me acuerdo haber derramado ni una lágrima".
En otra ocasión se las
arreglará para que, en el momento que una de sus hermanas va a cerrar
la puerta de un cuarto, pueda quedar su manita aplastada contra el
marco: tal era su deseo de sufrir, para imitar en esto a santa Rosa de
Lima que, de niña, se había sometido a un tormento semejante. Fue
llamado al punto el médico, con grande disgusto de Orsola, que hubiera
querido soportarlo todo sin los gritos de las hermanas espantadas y sin
las curas necesarias.
A la edad en que comúnmente se
atribuye a los niños apenas el uso de la razón, Jesús reserva para
ella extraordinarias enseñanzas con visiones particulares.
"Cuando tenía unos siete
años - escribe Verónica - me parece que por dos veces vi al Señor
todo llagado; me dijo que fuese devota de su Pasión y en seguida
desapareció. Esto sucedió por la Semana Santa. Me quedó todo tan
grabado que no me acuerdo haberlo olvidado nunca.
"La segunda vez que se me
apareció el Señor llagado de la misma manera me dejó tan impresas en
el corazón sus penas, que no pensaba yo en otra cosa".
¡A la guerra, a la guerra!"
Era todavía una niña y ya el
Señor la llamaba a grandes empresas: la imitación de Jesús paciente.
Un día, mientras estaba
rezando ante una imagen sagrada, escuchó estas palabras: " ¡A la
guerra, a la guerra!"
¿Invitación parecida a la
dirigida a santa Juana de Arco? La joven heroína de Mercatello tomó a
la letra - como san Francisco ante el Crucifijo que le hablaba - las
palabras escuchadas. El joven caballero de Asís se había puesto a
restaurar la iglesita de San Damián; Orsola, en cambio, quiso aprender
de un primo suyo el arte militar de la esgrima.
Mientras, entre la admiración
de sus entusiastas coetáneos, se adiestraba en el manejo de las armas,
le pareció ver al mismo Jesús que le decía: - No es ésta la guerra
que yo quiero de ti.
Quedó de improviso como
desarmada y vencida, en tanto que Jesús le abría el corazón al
significado, totalmente espiritual, de la lucha que le esperaba.
MONJA -CAPUCHINA
En el gozo del Espíritu
¡A los diecisiete años en un
convento! Monja de clausura en Cittá di Castello.
No es posible describir la
felicidad del todo espiritual que experimenta una joven en esa edad en
que el corazón vive la emoción del amor -, cuando ha elegido solo a Jesús.
Quien desee comprobar de cerca
ese ardor, vaya a dialogar con una de esas almas ardorosas que también
hoy se encierran, jóvenes de veinte años, en las capuchinas de
Mercatello o de Cittá di Castello, donde vivió santa Verónica, o en
cualquier otro monasterio de su Orden.
Por vía de
"comunicación" gozará de una de las maravillas más dulces
del Espíritu. También ésta es comunión de los Santos.
¿Por qué?
¿Por qué monja. ¿Por qué
entre las capuchinas? ¿Qué es lo que quería de ella el Señor?
La vida de cada uno de nosotros
oculta un proyecto de Dios Padre, o mejor, de toda la santísima
Trinidad.
El encuentro con Dios está
jalonado de etapas importantes. Para Orsola Giuliani, el 28 de octubre de
1677, señala la fecha de la vestición del hábito religioso. Desde
ahora se llamará Verónica. En ese día le dio el Señor una
manifestación más clara de su amor. Oigamos de ella misma cómo vivió
aquella jornada y lo que le comunicó el Señor:
"La primera vez que fui
vestida de este santo hábito yo me hallaba un poco desasosegada por la
novedad. Cuando me vi entre estas paredes, mi humanidad no acertaba a
apaciguarse; pero por otra parte el espíritu estaba todo contento. Todo
me parecía poco por amor de Dios.
Al cabo de una larga batalla
entre la humanidad y el espíritu, me pareció de pronto experimentar un
no sé qué - no sé si fue recogimiento o rapto - que me sacó de mis
sentidos. Pero yo no podría decir qué es lo que fue. En aquel mismo
momento me parece que me vino la visión del Señor, el cual me llevaba
con El; y me parece que me tomó de la mano. Oía una armonía de
sonidos y cantos angélicos. De hecho me parecía hallarme en el
paraíso.
Me acuerdo que veía tanta
variedad de cosas; pero todas parecían delicias de paraíso. Veía una
multitud de santos y santas. Me parece haber visto también a la
santísima Virgen.
Recuerdo que el Señor me
hacía gran fiesta. Decía a todos: "Esta es ya nuestra". Y
luego, dirigiéndose a mí, me decía: "Dime, ¿qué es lo que
quieres? ". Yo le pedía como gracia el amarle; y El en el mismo
momento me parecía que me comunicaba su amor. Varias veces me preguntó
qué es lo que más deseaba.
Ahora recuerdo que le pedí
tres gracias. Una fue que me otorgase la gracia de vivir como lo
requería el estado que yo había abrazado, la segunda, que yo no me
separase jamás de su santo querer; la tercera, que me tuviese siempre
crucificada con El.
Me prometió concederme todo. Y
me dijo: "Yo te he elegido para grandes cosas; pero te esperan
grandes padecimientos por mi amor".
Programa
Al comienzo de la vida
religiosa estaba, pues, trazado el programa para Verónica: padecer por
amor.
El sufrimiento marcará con
señales profundas la vida de Verónica, en todo tiempo. El Señor la
llama a "completar en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo"
en favor de toda la Iglesia. El Señor la purifica con el sufrimiento,
como el oro que se prueba con el fuego. Por ese camino Jesús la asimila
a sí hasta concederle la unión en el desposorio místico.
Las pruebas
El sufrimiento rebosa, como un
río siempre en crecida, en la vida de sor Verónica.
El año del noviciado - el
primero de vida religiosa - es una verdadera prueba. El Señor permite
que una compañera novicia la atormente previniendo contra ella a la
maestra, que es su guía espiritual. Verónica siente con vehemencia la
tentación de reaccionar contra la compañera y contra la maestra. Toda
la persona se le rebela. Afirma con fuerza en una página del Diario:
"Sentía que me estallaba el estomago por la violencia" Y
declarará todavía: "En mi interior ¡cómo me retorcía para
vencerme!
El asalto del enemigo
Otras pruebas venían
directamente del espíritu del mal, de Satanás.
Había experimentado va la
reacción del demonio cuando, niña de apenas diez años, decidió
imitar la vida de los santos practicando algunas penitencias.
"Haciendo estas penitencias me parece que tuve varios embates.
Donde quiera que yo iba, de día y de noche, el tentador hacía gran
estrépito, como si quisiera tirar todo abajo".
La lucha con el enemigo se
prolongó en los años de 1a vida religiosa, hasta tomar a veces
aspectos dramáticos violentos. El enemigo tomó la figura de monjas
para acusarla, le produjo moraduras y heridas, se le apareció en formas
obscenas y tentadoras, tomando el aspecto de monstruos horribles.
La santa, fuerte con la gracia
de Dios segura de la victoria, afirma: "Estaba sin temor; más
aún, me hacían reír sus extravagancias y sus estupideces".
Aridez y abandono
El ánimo se templa en la
lucha. Pero existen para los santos pruebas todavía más angustiosas:
si es duro el deber pasar a través de la noche de los sentidos, es
mucho más terrible el paso por la noche del espíritu. Es la
purificación más íntima, que comprende la arrancadura y el disgusto,
la aridez espiritual y el abandono, esto es, la impresión de estar
separados de Dios.
Oigamos - como de su misma voz
- la experiencia de Verónica: "A veces, cuando me hallaba con
alguna aridez y, desolación y, no podía hallar al Señor, y me venían
las ansias de El, salía fuera de mi, corría ya a un lugar ya a otro,
lo llamaba bien fuerte, le daba toda clase de nombres magníficos,
repitiéndoselos muchas veces. Algunas veces me parecía sentirlo, pero
de un modo que no sé explicar. Sólo sé que entonces enloquecía más
que nunca, me sentía como abrasar, especialmente aquí, en la parte del
corazón. Me ponía paños mojados en agua fría, pero en seguida se
secaban.
Las múltiples experiencias
místicas la aproximaban cada vez más a la intimidad del Señor. Por
otra parte, cada vez que le eran retiradas estas gracias particulares
quedaba en una sed mayor de volver a las delicias del Señor. Le
parecía entonces que Dios la había olvidado, incluso que la rechazaba,
experimentaba un tormento tan grande que era en realidad purificación
de amor.
Así se expresa en una carta:
"Muchas veces me hallo con la mente tan ofuscada, que no sé y no
puedo hacer nada; me hallo toda revuelta; no parece que haya ni Dios ni
santos; no se encuentra apoyo alguno. Parece que la pobre alma
está en las manos del demonio, sin tener a dónde dirigirse en medio de
sus temores".
Refrigerio: la guía espiritual y la confesión
Los santos son los que más se
engolfan en el mar de la redención. Son purificados continuamente en la
sangre de Cristo y gozan de la abundancia de sus gracias.
Verónica, herida del rayo
luminosisimo de la luz de Dios, siente continuamente la necesidad de
renovarse. Se humilla y recurre a la confesión con frecuencia, hasta
cuatro o cinco veces al día, anhelando ser "lavada con la sangre
de Cristo". Es la vía ascética y sacramental para llegar a la
unión perfecta con Dios.
El mismo Jesús, después de
haberla conducido a altísimas nietas y antes de imprimirle las llagas,
quiere que Verónica realice ante toda la corte del cielo su confesión
general. Escribe la santa del Viernes Santo de 1697: Tuve un
recogimiento con la visión de Jesús resucitado con la santísima
Virgen y con todos los santos, como las otras veces. El Señor me dijo
que comenzase la confesión. Así lo hice. Y cuando hube dicho:
"Os he ofendido a Vos y me confieso a Vos, mi Dios", no podía
hablar por el dolor que me vino de las ofensas hechas a Dios. El Señor
dijo a mi ángel custodio que hablase él por mí. As, en persona mía,
decía...
La Virgen se puso delante, a
los pies de su hijo, lo hizo todo en un instante. Mientras ella rogaba
por mi, me vino una luz y un conocimiento sobre mi nada; esta luz me
hacía penetrar conocer que todo aquello era obra de Dios. Aquí me
hacía ver con qué amor ama Ella las almas y, en particular, las
ingratas como la mía...
En ese acto me vino una grande
contrición de todas las ofensas hechas a Dios y pedía de corazón
perdón por ellas. Ofrecía mi sangre, mis penas y dolores, en especial
sus santísimas llagas; y, sentía un dolor íntimo de cuanto había
cometido en todo el tiempo de mi vida. El Señor me dijo: -Yo te
perdono, pero quiero fidelidad en adelante".
Verónica camina con seguridad
por el camino de Dios, principalmente por el que pasa por el don de los
sacramentos, ofrecidos a todos por la Iglesia y dados a ella por los
ministros del Señor. Así es como se siente segura y constantemente
renovada en el espíritu.
Impulsada por sus directores
espirituales a escribir su diario, afirma: -Experimento un sentimiento
íntimo y quisiera que el mismo confesor penetrase todo mínimo
pensamiento mío, no sólo como está en mí, sino como está delante de
Dios. Es tal el dolor que siento, que no sé cómo logro proferir una
sola palabra. Se me representa ese vice-Dios en la tierra con tal
sentimiento, que no puedo expresarlo con palabras.
En la confesión halla paz y
gozo, renacimiento aumento de amor divino: "En el acto de darme la
absolución el confesor, me pareció sentirme toda renovada y, con tanta
ligereza, que no parecía sino que me hubiera quitado de encima una
montaña de plomo. Experimenté también en el alma que Dios le dio un
tierno abrazo y comenzó, al mismo tiempo, a destilar en ella su amor
divino".
VERÓNICA Y LOS PECADORES
Dolor y expiación
Es difícil hablar, sobre todo
hoy, de las penitencias y del dolor en la vida de santa Verónica. El
tema del sufrimiento nos resulta duro, porque supone, además de la
experiencia de amor en quien lo vive, una experiencia de fe no menos
grande en quien recibe su mensaje. Y el hedonismo, en que se halla
sumergido el hombre de hoy, impide percibir el fuerte lenguaje de la
teología de la cruz.
Verónica tiene una vocación peculiar
en la Iglesia. EL Señor la escoge como víctima por los
pecadores. Y ella acepta colocarse como medianera -mezzana -entre
Dios y, sus hermanos que viven en el pecado.
Después de haber comprendido
el amor de Dios a las almas y después de haber contemplado a Jesús
llagado y crucificado, Verónica queda enriquecida con una sensibilidad
excepcional para inserirse en la obra de la salvación en favor de todos
sus hermanos. Quiere salvarlos y comprende que el medio es la expiación
medianera.
Quiere obstruir el infierno
Verónica pide a Jesús los
sufrimientos que E1 ha, padecido, los desea con una sed de dolor
superior a cuanto es accesible a la simple naturaleza.
Jesús la asocia a los varios
momentos de su Pasión. Una testigo, que la observó en esos
sufrimientos, declara: "La vi un día clavada en el aire derramaba
lágrimas de sangre que tenían el velo. Supe después de ella que Dios
era muy ofendido por los pecadores y que ella, en ese arrobamiento,
había visto la fealdad del pecado y de la ingratitud de los pecadores.
La Santa quiere impedir que
tantas almas caigan en el infierno: "En aquel momento me fue
mostrado de nuevo el infierno abierto y parecía que bajaban a él
muchas almas, las cuales eran tan feas y negras que infundía terror.
Todas se precipitaban tina detrás de otra; Y, una vez entradas en
aquellos abismos, no se veía otra cosa que fuego y llamas".
Entonces Verónica se ofrece para contener la justicia divina: "Señor
mío, yo me ofrezco a estar aquí de puerta, para que ninguno entre aquí
ni os pierda a Vos. Al mismo tiempo me parecía extender los brazos
decir: Mientras esté o en esta puerta no entrará ninguno. ¡OH almas,
volved atrás! Dios mío, no os pido otra cosa que la salvación de los
pecadores. ¡Envíame más penas, más tormentos, más cruces.
El Señor, para saciar su sed
de padecimientos, le permitirá experimentar las pertas del purgatorio y
aun las del Infierno. La Virgen, que la instruye y la sostiene, le habla
así: "Hay muchos que no creen que haya infierno, y yo te digo que
tú misma, que has estado en él, no has entendido nada de lo que es.
Verónica y la Pasión de Jesús
Quien no
hubiera sido introducido en la comprensión de los valores cristianos,
podría quedar desconcertado al leer el Diario de la Santa. Sentiría
tal vez la tentación de recurrir a explicaciones de naturaleza
patológica y de entrever formas de extraño masoquismo. Pero nos
hallamos en esferas mucho más elevadas, donde la naturaleza obedece a
la sobre naturaleza. Sólo la fe mas viva puede dar sus explicaciones.
Jesús la atrae y la quiere del todo semejante a El.
Verónica experimentará en su carne la coronación de espinas, la
flagelación, la crucifixión y la muerte de Jesús. Le será atravesado
el corazón por la lanza y le serán impresas las llagas como señal
definitiva de conformidad y de amor.
Recuerda la impresión de las llagas. Era el 5 de
abril de 1697: "En un instante vi salir de sus llagas cinco rayos
resplandecientes y vinieron a mí. Los veía convertirse en pequeñas
llamas. En cuatro de estas habla clavos y en una la lanza, como de oro,
toda rusiente, y me atravesó el corazón; y los clavos perforaron las
manos y los pies". Verónica puede repetir ya con san Pablo:
"He sido crucificada con Cristo".
Penitencias
Junto con estos dones místicos, mediante los
cuales es confirmada, en el dolor, esposa crucificada de Cristo,
Verónica añade sus ofrecimientos espontáneos.
Para tener una idea del empeño de penitencia que
habla en su corazón habría que visitar el monasterio de Citta di
Castello en el que ella vivió. Los instrumentos de penitencia hablan
allí todavía de ella, de su amor a Jesús y de su voluntad de conducir
a El a los pecadores.
Para seguir a Jesús por el camino del Calvario, Verónica se cargaba
con una pesada cruz y, por la noche, se movía bajo su peso extenuante
por las calles del huerto y dentro del monasterio. A veces cargaba un
grueso leño de roble.
Frecuentemente realizaba sus "procesiones" cubierta con una
"vestidura recamada": era en realidad una túnica de
penitencia a la que ella misma habla cosido por dentro innumerables
espinas durísimas. Se la ponla sobre la carne viva y con la cruz sobre
los hombros.
Muchas veces usará tenazas rusientes para sellar con el dolor sus
carnes y grabará sobre su propio pecho el nombre de Jesús. Le agrada,
además, escribir con su sangre cartas de fidelidad y de amor a su
Esposo divino. Jesús sabe que puede fiarse de ella: su vida le pertenece. Le pedirá un riguroso ayuno por tres anos y ella obtiene poder alimentarse en todo
ese tiempo de sólo pan y agua.
Estas son sólo algunas muestras de su desmesurada necesidad de padecer
con Jesús.
El corazón como un sello
En esta fase de purificación y de ofrenda vivirá hasta el
25 de diciembre de 1698, cuando la Santa entra en otro período de su
ascensión espiritual: la del puro padecer. Desde esa fecha el Diario no
contiene ya descripciones de padecimientos externos asumidos por
Verónica. Todo resultará como interiorizado: el padecer estará
reservado a las facultades más íntimas del alma, como si fuera una
purificación del mismo dolor.
Pero su corazón registrará todavía aventuras de sufrimiento y de
amor divino y quedará como sello de la autenticidad de tanto padecer.
Tal como ella lo había descrito - y aun dibujado - en el Diario, su
corazón, en el examen necroscópico llevado a cabo a raíz de su
muerte, presentará misteriosas figuraciones. Son las que reproducen los
instrumentos de la Pasión de Jesús: la cruz, la lanza, las tenazas, el
martillo, los clavos, los azotes, la columna de la flagelación, las
siete espadas de la Virgen y algunas letras que significan las virtudes.
Su vida resumida en el corazón.
Acontecimientos exteriores
Al mismo tiempo que el Señor la conduce por el surco profundo del
dolor y del amor, se entrelazan en la vida religiosa de Verónica varios
sucesos, que sin embargo quedan en un segundo plano frente a su camino
interior, si bien muchas veces coinciden con las cruces que el Señor
concede a su esposa.
Verónica será maestra de novicias varias veces. Pero ella misma
deberá estar sometida a otros y será guiada con firmeza y austeridad
no comunes por sacerdotes, confesores y obispos, que la pondrán a dura
prueba. Su propia superiora y el mismo Santo Oficio la harán pasar por
repetidas y prolongadas humillaciones: segregación por muchos días en
la enfermería, prohibición de ir al locutorio, exámenes y controles.
Sólo el 7 de marzo de 1716 el Santo Oficio revoca para ella la
prohibición de ser elegida abadesa. Un mes después es elegida
superiora por toda la comunidad. Bajo su gobierno el Señor bendice la
casa y la llena de vocaciones. Se preocupará entonces de hacer
construir una nueva ala del monasterio y de aliviar la fatiga cotidiana
de las monjas realizando una conducción de tubos de plomo para hacer
llegar el agua al interior de la casa.
Pero estos hechos se pierden ante la admirable aventura del
espíritu. Su vocación es otra: el amor a Dios para expiar el desamor
de los hombres.
Al término de su aventura espiritual llegará a pedir al Señor
"no morir, sino padecer", repitiendo, por lo que hace al
sufrimiento un nuevo estribillo: "más, más y más", segura
de este camino: el del Amor Redentor.
EL CAMINO ESPIRITUAL DE VERÓNICA
El Diario: mina del Espíritu
El Diario, que Verónica nos ha dejado y en el que, por voluntad de
sus confesores y superiores, nos ha descrito sus variadas experiencias
místicas, está -compuesto por veintidós mil páginas manuscritas. Es
una riqueza espiritual inagotable para las almas ganosas de conocer el
camino de Dios.
Los santos son como senderos luminosos en el firmamento de la
Iglesia; a través de ellos Dios nos indica cómo hemos de subir hasta
El.
La vida cristiana alcanza su vértice en la unión con Dios. El
itinerario místico, resultado de experiencias extraordinarias - a
través de las cuales pasó santa Verónica - coincide de hecho con el
progreso en la santidad a la cual todos estamos llamados. La perfección
cristiana consiste esencialmente en la experiencia del Amor divino. El
crecimiento del amor - aun el que deriva de particulares gracias de
carácter místico -, si conduce al progreso efectivo de las virtudes
teologales y morales, conduce a la meta común de la santidad.
Es poco menos que imposible, tratándose de Verónica, compendiar la
experiencia riquísima sea de los hechos místicos vividos por ella, sea
del progreso en el itinerario de las virtudes realizado en una vida
espiritual de tanta intensidad, Sin embargo no podemos dejar de poner en
resalto las únicas esenciales, para poder captar la admirable
enseñanza, dada por Dios en beneficio nuestro por medio de ella.
La meta: llegar a ser esposa de Jesús
En el lenguaje de la perfección cristiana se emplean las expresiones
más delicadas del amor humano para entender algo del amor divino.
El amor lleva al desposorio. Así ocurre con el alma. Verónica vive
esta realidad espiritual del comienzo al fin de su vida.
Jesús se enamora de esta criatura, la mira con afecto, la atrae a
sí y la quiere esposa suya. Se lo viene diciendo desde que tenía tres
años. Con ella entabla coloquios y correspondencia, para ella expresa
invitaciones y promesas, a ella va con visitas y dones.
La Santa afirma refiriéndose al periodo de su adolescencia en la
familia: "Pocas veces salía de la oración sin que el Señor me
dijese internamente que había de ser su esposa". Ella misma,
siendo tan joven, no intuía todo lo que el Señor deseaba en seguida de
ella, por lo cual le respondía con ingenuidad: "Dios mío, habéis
de tener paciencia, a su tiempo tendréis todo. Entonces veréis que
digo la verdad".
El momento culminante para estas promesas de amor, en su tempranísima
edad, fue aquel en que recibió por primera vez la Eucaristía. Escribe:
"En la primera Comunión me parece que el Señor me hizo entender
que yo debía ser su esposa. Experimenté un no sé qué de particular;
quedé como fuera de mí, pero no entendí nada. Pensaba que en la
Comunión sucedía siempre así. Al recibir aquella santísima Hostia me
pareció que entraba en mi corazón un fuego. Me sentía quemar".
El día de la primera Comunión! Es el 2 de febrero de 1670. La pequeña
tiene solo diez años, pero siente
que su amor a Jesús se debe expresar en una ofrenda total, Es un
lenguaje ya maduro y fuerte: "Señor, no tardéis más:
¡crucificadme con Vos! ¡Dadme vuestras espinas, vuestros clavos: aquí
tenéis mis manos, mis pies y mi corazón! ¡Heridme, oh Señor! "
Del desposorio místico a la divinización
Todo esto se realizará. Jesús la irá conduciendo, por experiencias
extraordinarias, hasta el desposorio místico, hasta la transformación y
la divinización. La ascensión estará modulada por fases espirituales
que los teólogos han llamado de unión suave, de unión árida y de
unión activa. Mientras tanto un raudal de dones y carismas se derrama
sobre ella en cada momento.
Un mensaje importante para todos. El Señor parece decir, a través
de la experiencia espiritual de Verónica, que la vida de gracia es
"naturalmente" todo esto, si bien misteriosamente oculto en
las almas de sus fieles. Pero lo que causa maravilla es que en Verónica
la realidad divina es evidente, es manifiesta, casi sin velos.
Gracias, dones y carismas
Jesús atrae a sí a Verónica y transforma, adapta y plasma su
íntima constitución interior: le da un "corazón amoroso" y
un "corazón herido", la hace arrimarse a su costado para
darle a beber de la fuente de su Corazón divino, le comunica un plan
ascético de vida y la perfecciona aun en el nombre: "Verónica de
Jesús y de María".
Verónica debe beber también el "cáliz amargo"; Jesús le
clava cinco dardos en el corazón junto con los instrumentos de la
Pasión.
La Virgen es intermediaria de tales gracias y la reconoce como
"discípula". Por intermedio de María santísima Verónica
hace su consagración a Jesús. Los tres corazones - de Jesús, de
María y de Verónica -se funden en uno.
En un alternarse divino de purificación y de gracias la Santa ve
añadirse en su corazón otras sena les, como las llamas del Amor de
Dios, el sello "Fuente de gracias" y las letras VFO que
corresponden a la virtudes de la Voluntad de Dios, de la Fidelidad y de
la Obediencia.
Verónica, además, saboreará dos misterioso cálices: uno con la
sangre de Cristo, el otro con las lágrimas de María. Revivirá, por
mandato de su confesor, la Pasión de Jesús reproducida en cada uno de
los tormentos.
Pero el Señor la sostiene y la conforta. Nos place mencionar aquí
también alguna gracia especial con la que se siente confortada: la
Virgen le concede la ayuda constante de un segundo ángel de la guarda y
la consuela con una peregrinación - ¡en visión! - al santuario de la
Santa Casa de Loreto.
La vida divina fluye en su alma. Se le concede la que Verónica llama
"la gracia de las tres gracias":unión, transformación y
desposorio celeste. Es una gracia que, desde 1714, recibe cada vez que
se acerca a la sagrada Comunión y diviniza cada vez más su espíritu.
Es ya la "Verónica de la voluntad de Dios. Hija y profesa de
María santísima".
La Virgen María en la vida espiritual de santa
Verónica
A medida que Verónica avanza en el camino de la perfección,
aumenta también la presencia de la Madre de Dios hasta el punto de
sustituir casi la de Jesús. La Virgen santa la atrae a la propia vida,
a fin de que, identificada con ella, pueda conducirla a su divino Hijo y
a la adoración de la santísima Trinidad. Cada día con mayor
frecuencia Verónica se siente confirmada - y lo registra en su Diario -
"hija del Padre, esposa del Verbo y discípula del Espíritu
Santo".
Se puede hablar de un "camino mariano" de santa Verónica.
Y es ésta tal vez la tonalidad más destacada, mientras sube a las
cimas de la perfección. Esta presencia central de María santísima
tuvo comienzo en el año 1700, cuando la "querida Mamá" le
ofrecía suave refugio en su regazo acogedor: la sostenía en las
pruebas y le prodigaba su guía segura y su luminoso magisterio. Es
introducida primero como "discípula" y después como
"novicia de María". Se funde con su corazón.
El 21 de noviembre de 1708 Verónica se ofrece con un solemne acto de
donación a María y se declara su "sierva". Esto equivale a
la total consagración mariana. A partir de aquel momento se desarrolla
rápidamente un proceso de Profunda identificación entre María y su
hija espiritual Verónica.
Desde 1715 las gracias de unión mística son experimentadas a
través de la compenetración con el alma de María.
A partir del 14 de agosto de 1720 Verónica comienza a escribir bajo
el dictado de la Virgen. María vive con ella el presente: es la
verdadera guía del monasterio. Le dice: "Hija, estate tranquila.
Yo soy la superiora y corre por mi cuenta el necesario sustento para ti
y para tus hermanas. Es mi oficio; tú no tienes que preocuparte de
nada".
Y Verónica va constatando cosas admirables. La «nueva
superiora" la sustituye hasta en el guiar el capítulo de las
hermanas. Escribe la Santa: "Cada viernes yo me postro a los pies
de María santísima, le pido que tenga a bien guiarme y enseñarme lo
que tengo que decir a cada hermana, y siempre experimento su ayuda
especial. Paréceme que María santísima está allí personalmente como
superiora y que yo voy diciendo, de parte suya, todo cuanto me dicta
ella. Pero hoy ha sucedido algo insólito: apenas comenzado el
capítulo, me he encontrado fuera de los sentidos, de modo sin embargo
que nadie ha podido darse cuenta, porque ha sido entre mí y Dios...
Al terminar me he dado cuenta de que había hecho el capítulo. ¡Sea
todo a gloria de Dios y de María santísima! Ella ha dicho y hecho
todo".
Identificada con María santísima
Las paginas de Verónica que se refieren a los aspectos marianos
de su vida son de las más bellas y significativas por lo que hace al
camino espiritual de ella y de todo cristiano. Contienen doctrina y
práctica luminosa y se imponen a la atención de cualquiera que
reconozca la importancia de la consagración a la Virgen como medio de
la más alta perfección,
Escribe: "Paréceme que, en ese momento, la santísima Virgen se
ha transformado a sí misma en mí; pero para hacer entender esto no
hallo modo de declararlo, ya que mi alma se ha hecho una misma cosa con
María santísima, del modo que yo experimento cuando recibo la gracia
de la transformación de Dios con el alma y del alma en Dios".
La Virgen la llama afectuosamente "corazón de mi corazón"
y, mediante ella, adora a la santísima Trinidad. Nuevamente se inclina
sobre los pliegos del Diario y apunta: "Me ha venido el
recogimiento con la visión de María santísima. Me he comportado como
suelo; y ella me ha hecho hacer aquella adoración a la santísima
Trinidad. Entonces han venido tres rayos, con tres dardos, a este
corazón. Me ha parecido que las tres divinas Personas, en señal de
amor, han confirmado lo que tantas veces han tenido a bien hacerme
comprender. María santísima me ha dicho: "El Padre eterno te
confirma por hija, el Verbo eterno por esposa suya, el Espíritu Santo
por discípula suya". Y, mientras tanto, los tres dardos que
estaban en el corazón han ido derechos al corazón de María santísima
y del corazón de María santísima ha venido uno a este corazón, el
cual lanzaba el mismo corazón al corazón de ella. Aquellos tres dardos
luego semejaban centellas, y ya volvían a este corazón ya al de la
santísima Virgen.
Aquí he experimentado un no sé qué de nuevo: me parecía que mi
alma y este corazón eran una misma cosa con María santísima".
Por medio de la Madre de Dios se le comunican gracias cada vez más
especiales. Se lo recuerda la misma Virgen: "Y de nuevo, en el
momento en que ha venido a ti el Dios sacramentado, el alma de mi alma
(Verónica) ha quedado identificada con la voluntad de Dios y mía,
porque en ese momento ha comenzado un modo de obediencia más exacta: es
que yo he hecho participar al alma de mi alma mi misma obediencia.
Así es como la Virgen le comunica sus virtudes. Entre éstas
resplandece la pureza. "Mi corazón y mi alma hicieron sentir
penetrantemente en el corazón de mi corazón (Verónica) el valor de mi
pureza. Hija, haz aprecio de esta gracia, que es tan agradable a Dios.
El alma sencilla y pura atrae la mirada de Dios, El la llena de sus
divinas gracias y dones. Hija, la mirada divina santifica y vivifica a
las almas inocentes y puras". Así en todas las virtudes: "Te
hice participar del mérito de todas las virtudes que había ejercitado
yo y con ellas te presenté a Dios".
En la cima se halla siempre la caridad, el amor. Sólo éste crea y
renueva. Y la Virgen le dice que le "renovó todo el corazón por
medio de un rayo de amor que te comunicó mi corazón". Por ese
camino el alma de Verónica viene a ser confirmada y "elegida
entre los elegidos", comenzando el "anticipado
paraíso" para quedar unida siempre en el "Espíritu Santo
Amor".
Un compendio de tantas gracias
Para gozar con las maravillas que Dios obró en santa
Verónica Giuliani, leamos todavía una página de su Diario escrita en
1701. Verónica viviría aún muchos años - moriría en 1727 -, ¡pero
ya el Señor la había colmado de tantas gracias!
"En un instante se me dio luz clara sobre todas las gracias
particulares que Dios ha concedido a mi alma. Han sido tantas, tantas,
que no me es posible decir el número. Sólo diré lo que comprendí en
particular. Me hizo, comprender queme había renovado 500 veces el dolor
del corazón y me había renovado en él muchas veces la herida; que, al
mismo tiempo, me había concedido la gracia particular de darme el dolor
de mis pecados, añadiendo el conocimiento de mí misma y de las propias
culpas y haciéndome comprender toda clase de virtudes y el modo como
había de ejercitarlas; que me había concedido tantísimas luces y
amaestramientos: sería cosa de nunca acabar si quisiera referirlos
todos.
Hízome comprender también que había renovado 60 veces el
desposorio con mi alma; que me había hecho experimentar 33 veces, de
manera especial, su santísima Pasión y, comprender penas que sólo son
conocidas de las almas más queridas de El; que se me había hecho ver
20 , veces todo llagado y ensangrentado, y que me pedía que siguiese su
santa voluntad; pero yo hacía todo lo opuesto. ¡OH Dios! ¡Qué
confusión era la mía en ese momento! No puedo con la pluma decir nada
de lo que yo experimentaba mientras me era manifestada cada cosa al
detalle.
Tres veces me había dado un tiernísimo abrazo desclavando su brazo
de la cruz y haciéndome llegar a su costado; 5 veces me había dado a
gustar el licor .que salía de su costado; 15 veces había lavado de
modo especial mi corazón en su preciosa sangre, que manaba en forma de
rayo de su costado y se dirigía a mi corazón; 12 veces me lo había
sacado, haciéndome la gracia de purificarlo y de quitar de él toda
suciedad, la podredumbre de las imperfecciones y los residuos de mis
pecados; 9 veces me había hecho acercar la boca a la llaga de su
santísimo costado; 200 veces había dado tiernísimos abrazos a mi
alma, de modo especial, sin contar los demás que me da continua- y 100
heridas había hecho a mi corazón de mente, modo secreto.
Basta con lo dicho. No tiene número todo cuanto Dios ha obrado en
esta alma ingrata. Me hizo entender todas estas cosas en un momento; y,
de un modo que no sé referir, me renovó todo asignándome sus santos
méritos, su pasión, todas sus obras, en satisfacción por haber
correspondido mal a todas esas cosas. De nuevo me hizo saber que me
había perdonado todas mis culpas, pero que ahora debo ser toda suya. En
ese momento me concedió el dolor de mis pecados. En el acto de dolor
volví en mí, más muerta que viva. Me duró el dolor por poco tiempo y
me sentía como expirar. Me parece que todo esto que tuve después de la
comunión, sobre las gracias y los dones concedidos por Dios a mi alma,
fue un nuevo juicio; y por esto comprendí el número de cada uno más
en particular y su especie. ¡Sea todo a gloria de Dios! "
"El Amor se ha dejado hallar"
Acompañada en el camino de la perfección por la presencia continua
de la Virgen, que la llama "corazón de mi corazón" y
"alma de mi alma", Verónica transcurre los últimos años de
su vida en unión constante con Dios. Declara ella misma: "Cuando
Dios me concede las dos gracias de la unión y de la transformación,
éstas son las mismas que gozan las almas bienaventuradas allá en el
paraíso. Gozan de Dios en Dios; y es un continuo convite de amor con
amor".
Verónica recibe el don de ser confirmada en la gracia santificante,
por lo que repite llena de gozo: " ¡Eternamente!
¡eternamente!". Puede afirmar: "El amor ha vencido y el mismo
amor ha quedado vencido".
Es ya el paraíso. Pero es preciso dejar esta vida, es preciso poner
punto final. La Virgen, que en los últimos años le ha dictado el
Diario, le sugiere estas simpáticas palabras que ella transcribe
fielmente; "Pon punto". Es el 25 de marzo de 1727, fiesta de
la Anunciación del Señor.
El 6 de junio, en el momento de la santa Comunión, Verónica sufre
un ataque de hemiplejia. Desde entonces transcurren treinta y tres días
de un triple purgatorio: dolores físicos, sufrimientos morales y
tentaciones diabólicas, como lo había predicho.
Al alba del 9 de julio, recibida la obediencia de su confesor para
poder dejar este mundo, vuela al encuentro con Dios.
" ¡El Amor se ha dejado hallar! " Son sus últimas
palabras dichas a sus hermanas. Así terminó su padecer por amor y
comenzó su paraíso.
La Iglesia la declaró Beata en 1804 y Santa en 1839. Hoy quien ha
tenido la gracia de conocer de cerca a santa Verónica Giuliani - a
través de la lectura del Diario, de las Relaciones y de las Cartas -
abriga la esperanza de que en la Iglesia se le reconozca, además de la
santidad, ese magisterio espiritual que resuma de todos sus escritos y
se halla confirmado por una excepcional vida mística.
Verónica figura de hecho entre los grandes maestros de la
perfección que iluminan y guían al pueblo cristiano.
Ver también: Los
Dos Corazones en la experiencia mística de Véronica Giuliani
Regreso a la página principal
www.corazones.org