San Sabas, Abad
Año 532
-Contribución de Gustavo Sanches.
San Sabas, uno
de los monjes más famosos de la antigüedad,
nació en Turquía en el año 439.
Su padre era comandante del ejército, quien
partió a lejanas tierras y lo dejó confiado a un tío. Pero este
lo trataba muy mal y el niño de ocho años se fue donde otro tío. Mas
el segundo peleó con el primero exigiendo que
le debían pasar a él la herencia del niño si querían que lo educara.
Entonces, el joven Sabas, amigo de la
paz, se fue a un monasterio.
Después los dos tíos se arrepintieron de lo mal que lo habían tratado
y lo llamaron a que administrara sus cuantiosos bienes, pero él
permaneció firme en su llamada al monasterio.
Después varios años de vida monacal ejemplar, partió a
a Jerusalén para ser discípulo de los
monjes anacoretas. A
varios kilómetros de Jerusalén se hizo una celda, cerca de otros
monjes y se dedicó a una vida de oración y
penitencia. Como era el más joven y forzudo de los monjes, acarreaba
el agua desde lejos, conseguía la lecha y
trabajaba diez horas al día, haciendo canastos para vender y con eso
conseguir los alimentos para los más ancianos y débiles. Había días en
que tejía diez canastos.
El más estricto y santo de los monjes de los alrededores, San Eutimio,
lo invitó a irse a pasar los 40 días de la cuaresma en el desierto
donde ayunó Jesús, y a dedicarse allí a ayunar ellos también. Sabas
empezó con gran fervor, pero a los pocos días cayó desvanecido de
tanta sed, a cause del intenso calor. San Eutimio oró con fe, y
apareció por allí cerca un nacedero de agua y así logró no morir de
deshidratación. Después de muerto San Eutimio, repitió Sabas muchas
veces en su vida, la práctica de pasar los 40 días anteriores a la
Semana Santa, ayunando en el desierto donde ayunó Jesús. Es
una terrible penitencia que sólo resisten
quienes tienen una gran resistencia física.
Sabas pasó cuatro años seguidos en el desierto sin hablar con nadie.
Pero luego empezaron a llegar monjes a pedirle que los dirigiera hacia
la santidad y se dedicó
a ayudarles a conseguir la perfección. Llegó a guiar a
150 monjes en la proximidad del Mar Muerto.
Como por allí faltaba el agua, un día el santo,
al observar los movimientos de un asno,
mandó excavar en ese sitio y apareció una fuente de agua que dio de
beber a muchas gentes por siglos.
Cuando tenía 50 años fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de
Jerusalén y nombrado jefe de todos los monjes de Tierra Santa.
Con la herencia que le dejaron sus padres construyó dos hospitales.
Por tres veces fue enviado a Constantinopla, residencia del emperador,
a obtener que este no apoyara a los herejes y que favoreciera la
Tierra Santa. La primera vez como iba vestido tan pobremente, los
guardias del palacio dejaron entrar a los demás enviados menos a él.
Pero cuando leyó la carta del Arzobispo de Jerusalén en la cual le
recomendaba a Sabas como el más santo de los monjes, el emperador
preguntó por él y tuvieron que irse a buscarlo. Lo encontraron en un
rincón, dedicado a la oración.
El emperador ofreció a los visitantes que pidieran los regalos que
quisieran. Cada uno pidió para sí mismo lo que quiso, pero Sabas dijo
que él no deseaba nada para su uso personal, pero que lo que pedía era
que el emperador no ayudara a los herejes y que concediera varias
ayudas que estaban necesitando mucho en Palestina, y que pusiera un
puesto de policía cerca de donde estaban los monjes para que los
defendieran de los asaltadores. Todo esto se lo
concedió el mandatario.
San Sabas llegó a dirigir personalmente a muchísimos monjes y entre
sus dirigidos hay cinco santos canonizados (San
Juan Damasceno, San Teodoro y
otros).
A los noventa y cuatro años de edad, siendo famoso en todo Oriente, y
habiendo gastado gran parte de su vida en oración, meditación y
dirección espiritual, murió el 5 de diciembre del año 532.
Su monasterio, cerca del Mar Muerto, es uno de los tres monasterios
más antiguos que existen en el mundo. La fuente que hizo brotar,
todavía surte de agua a los alrededores, y las palmeras hijas de las
que él mismo sembró, aún siguen alimentando con sus dátiles a los
monjes que allí viven santamente.
La vida de
los santos está llena de frutos, dichosos los que se arriman a ellos
con el corazón abierto.