Como eco de la llamada del Papa Juan Pablo
II (qepd) que quiso consagrar el año 2005 como Año de la Eucaristía,
intención que ha ratificado su sucesor, el Papa Benedicto XVI, el
Hno.Andrés Sánchez nos expuso el tema. Inició la conferencia recordando
que en la fachada del noviciado de los HH de san Gabriel hay un medallón
iconográfico, que la preside, en el que está la figura de san Luis Mª.,
que tiene ante sí una imagen de la virgen María, una Custodia, cuyo
resplandor, que sale de la Sagrada Forma, le inunda, y él sonriendo
abraza la cruz, teniéndola en la mano derecha que reposa en el hombro
izquierdo, mientras que su mano entrelaza el Rosario, apoyándola en el
hombro derecho. En este medallón tenemos los goznes sobre los que gira
toda la doctrina montfortiana: Jesús Encarnado- Eucaristía, con la
Virgen María, su Madre y Señora, y los medios para comprender, conocer y
poseer a estos grandes amores de San Luis: el Rosario y la Cruz.
1.-Teología y práctica de la Eucaristía en el siglo XVI, en Francia
En la Edad Media se había subrayado la excelencia de la “Presencia real”
de Cristo en el Sacramento del Altar, tanto en el Sacrificio de la Misa
como en la Comunión-Veneración del Sacramento. En el siglo XVI, el
concilio de Trento, siguiendo esta herencia, trata de la Eucaristía en
dos momentos diferentes del Concilio. En la sesión 13, se ocupa de la
euca-ristía, mientras que el Sacrificio de la Misa lo trata en la sesión
22. La preocupación de los Padres Conciliares proviene de 2 puntos, por
un lado, del exterior, de la heterodoxia protestante y por el otro lado,
interior, por la necesidad de una revolución apropiada.
En lo dogmático, el Concilio se reafirma el valor sacrificial de la Misa
y en la presencia real de Cristo, bajo las especies de pan y de vino. En
lo pastoral y disciplinar, el Concilio se esfuerza en promover la
participación sacra-mental en la Eucaristía, en restituir su Culto y en
promover que los fieles sean instruidos para que comprendan mejor los
ritos y las oraciones de la Misa.
Se mantuvo la distinción entre Sacrificio y Sacramento en la práctica
pastoral postridentina y así influyó en la piedad de los sacerdotes y
fieles. Los primeros ofrecen el santo Sacrificio y los fieles, no
acostumbrados a comulgar asiduamente, honran al Santísimo Sacramento ya
en la misa, ya fuera de ella.
El conferenciante expone que la reflexión religiosa del siglo XVI
francés, se mueve entre la explicación de lo que es verdaderamente el
Sacrifico de la Misa y por otro lado se estudia el Sacramento a la luz
de conceptos filosóficos que intentan explicar el cambio del pan y del
vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
2.-La Eucaristía en la Escuela francesa del siglo XVII
La escuela oblacionista, que afirmaba que el sacrificio de Cristo define
su Sacerdocio como suprema glorificación del Padre Eterno y fuente de
santificación para la humanidad pecadora. Sus principales defensores
eran Berulle, fundador del Oratorio en Francia, Condren y Olier,
fundador del seminario de San Sulpicio.
Esta escuela, llamada beruliana, se centra en la contemplación de los
estados de Jesús, fuentes inagotables de santidad y así una vez
contemplados interiorizarlos.
La fuerte devoción mariana de la Escuela francesa se basa en el misterio
de la Encarnación, igual que en el misterio eucarístico mismo, en el que
se perpetúa el misterio de Dios-con-nosotros. Así, los maestros
espirituales franceses del siglo XVII quieren aplicar a la pastoral las
conquistas de la teología, de forma que se ilumine mejor el cora-zón de
la vida cristiana, o sea, el vivir en Cristo, mejor dicho, dejar que
Cristo viva en nosotros. Y esto se verifica principalmente en el
misterio eucarístico.
3.1.-En la infancia
Pocos datos hay de la infancia y juventud de Montfort que informan sobre
su devoción a la Eucaristía, pero los consejos que daba su madre, Juana
Robert, a todos los hijos durante el viaje en carro desde su finca hasta
la parroquia de Iffendic pueden demostrarlo, les decía: “Recemos el
santo Rosario en el camino, que es la mejor preparación para la Misa.”
También como alumno de los PP Jesuitas en el colegio santo Tomás Becket,
de Rennes, grandes promotores de la devoción eucarística, el joven
estudiante debería empezar a amar al Santísimo Sacramento y asistir a
Misa e ir a menudo a recibir la santa Comunión.
3.2.- En el seminario
Describiendo el período de París, Blain nos habla en tres ocasiones del
joven Luis. En la comunidad del P de la Barmodière, Montfort comulgaba
cuatro veces por semana, pero con tal devoción que era digno de verse.
Aunque toda su vida era una preparación a tan santa acción, la víspera
añadía disposiciones particulares y próximas. Su acción de gracias
duraba una hora y, para hacerla con mayor tranquilidad y gozar de la
presencia de su amado, buscaba los lugares más recónditos de la iglesia.
Blain nos recuerda una comunión del joven Grignon en Chartres, en la que
perseveró en oración seis u ocho horas seguidas de rodillas inmóvil y
como en éxtasis. También nos indica Blain que todos los sábados
acostumbraba a ir a comulgar a la iglesia de Notre-Dâme de París, lo que
le permite afirmar que la comunión de Montfort era frecuente, fervorosa
y con María.
Siendo seminarista ya se inició en la composición de cánticos, que más
tarde le sirvieron tanto en su apostolado misionero y muchos de ellos
estaban dedicados a la Eucaristía.
Cantos Eucarísticos compuestos por san Luis María Grignion de Montfort
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1. Mi corazón te busca
una y mil veces;
¿cuándo vendrás a mí, Jesús amado?
¡Estar sin ti, Señor , es un martirio!
¡Ven, pues a mí, Esposo celestial
2. Una aguda tristeza me
domina
Amor, sin ti, día y noche desfallezco.
¿No quieres que mi amor te
manifieste?
¡Ven, oh Jesús, incéndiame en tus llamas!
3. Yo soy, Señor, la
oveja descarriada.
¡Oh buen Jesús!, defiéndeme del lobo,
que, si tu no me ayudas, me devora
¡Vén, búscame y condúceme al redil!
4. ¡Oh Pan de vida!
¡Cuánto te deseo!
¡No lo quiero dejar para mañana!
Quiero comerte, muero de ansiedad;
Mi hambre se acrece, deja que te coma.
5. Llego hasta ti sin fuerza y sin aliento
Para embriagarme en tu
divina cena;
Busco el agua del pozo de Jacob,
Mi sed se acrece, deja que te beba.
6. Siento, Señor, mi alma
torpe y fría;
Fuego del cielo sobre mí descienda;
Inflama mi alma en tus divinas llamas:
El frío se acrece, dame tu calor
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4.-La
Eucaristía en los escritos de Montfort
No fue
nunca la preocupación de Montfort profundizar científicamente en el
misterio eucarístico. Dicho con sencillez, su misión fue traducir, al
servicio de la fe y para la vida de la fe de los fieles las verdades de
la Revelación enseñadas por la Iglesia. Es lo que resulta claramente de
la lectura de sus escritos, testigo de su pensamiento y de su actividad
misionera. Hay referencias en ASE, VD, RM, RS, pero sobretodo en los
cánticos, que él hacía cantar durante la misa, la adoración, las
procesiones, etc.. Ahí nos ofrece su pensamiento y su devoción a la
Eucaristía, dejando entrever el ardor del celo apostólico que lo animaba
a ayudar al pueblo fiel a comprender y vivir el misterio de la
Eucaristía.
4.1.- El
sacramento del amor
“¡Invento
de amor!”. Esta expresión del P. Olier, fundador del seminario de San
Sulpicio, es la clave de la lectura de que se sirve Montfort, para
expresar de forma sintética la Eucaristía en su dimensión descendente.
El misterio instituido por Cristo es la prolongación en el tiempo de ese
amor que impulsó a la Sabiduría eterna a hacerse hombre y a morir en la
cruz. (ASE, 70).
En el
cántico 128, 1ª estrofa expresa la admiración por este misterio,
Estoy fuera de mí
al ver la humillación
del Dios omnipotente
en ese Sacramento;
aquí está el rey del cielo,
el
Todopoderoso
oculto y escondido,
sin brillo ni esplendor.
¡Maravilla suprema!
(C128-1)
“Queriendo
la Sabiduría, por una parte, manifestar su amor a los hombres hasta
morir en lugar suyo para salvarlos, y no pudiendo, por otra, decidirse a
abandonarlos, encuentra un secreto admirable para morir y al mismo
tiempo seguir viviendo y permanecer con ellos hasta el fin de los
tiempos: es la amorosa institución de la Eucaristía. Y para satisfacer
cumplidamente su amor en ese misterio, no tiene inconveniente en cambiar
y trastornar las leyes naturales. ”(ASE, 71).
En
realidad la presencia de la Sabiduría entre los hombres no quiere ser
una compañía exterior, sino interior: “No se oculta en el brillo de
un diamante, ni de otra piedra preciosa..., se oculta, mas bien, bajo
las apariencias de un trozo de pan, alimento propio de un hombre, a fin
de que al ser comido por éste, pueda llegar hasta el corazón humano y
encontrar allí sus delicias” (ASE, 71).
Con la sensibilidad que le distingue, en el cántico CT 134, 1-3, afirma
que Jesús antes de morir, instituye la Eucaristía para no abandonar a su
Madre, para seguir viviendo corazón a corazón con ella, incluso después
de la Ascensión.
A esta
dimensión descendente de la condescendencia divina, corresponde la
dimensión ascendente de la respuesta humana, muy a menudo amenazada de
ingratitud. Los cánticos del 128 a 134 describen ampliamente el
encuentro del corazón de Dios, que palpita en el sacramento, con el
corazón del hombre en el que se mezclan grandezas y pequeñeces. Siete
cánticos eucarísticos, uno para cada día de la semana, el del sábado
tiene como tema la Eucaristía y María, están redactados a menudo en
estilo de diálogo entre Jesús y el creyente. Numerosos títulos se dan
en ellos a Jesús en el Stmo. Sacramento, por ejemplo: esposo, sabiduría,
médico, dueño, amigo, hermano, senda, camino, suave luz. También
hallamos en ellos los grandes temas de la espiritualidad eucarística de
la escuela francesa: fe en la presencia real, doctrina y grandeza de la
Eucaristía, alabanza, adoración, gratitud, súplica, reparación al
Dios-Hombre presente y escondido, glorioso y humillado, anonadamiento de
Cristo y gloria perfecta que tributa al Padre, ternura del Corazón de
Jesús, búsqueda y perdón de los pecadores, indignidad personal ante el
Altísimo.
Los
cánticos exhortan a los fieles a entregarse a la devoción eucarística,
principalmente en las visitas al Stmo. Sacramento. Una frase lapidaria,
en la que se transparenta la experiencia personal de Montfort, se
esconde en la correspondencia suya con su hermana religiosa:
“que el
altar te vea con más frecuencia que el lecho y la mesa.”
La visita
al Stmo. Sacramento tiene como elemento importante la reparación. Hay
que hacer solemne desagravio por los ultrajes que infieren los
cristianos, sacerdotes y laicos, o los no cristianos, a la Eucaristía o
a los santos lugares. En los cánticos que Montfort hace cantar en sus
misiones recalca este aspecto de reparación y destacan también en los
mismos la relación entre la devoción al Corazón de Jesús y la
Eucaristía. (Es de destacar que la devoción al Corazón de Jesús está en
sus inicios (1673-75) y Montfort ya ha sabido discernir y comprender
toda su espiritualidad.)
4.2.- La
Comunión
Montfort estaba convencido que la Comunión sacramental
era un momento de identificación vital con Cristo y así lo expresa en el
CT 158, la estrofa 9 dice:
El justo
que comulga
se cambia en Jesucristo
se llena de su espíritu,
se llena de su vida
El don de
su cuerpo y de su sangre, de su alma y su divinidad no pueden vivirse en
plenitud en la contemplación o la adoración únicamente; tienen como
finalidad transformarnos en Él. Así lo expresa el cántico 132, estrofa
3ª y 4ª
Nos da
a comer su carne
nos de a beber su sangre,
su alma y ser divino
para hacernos como Él
Jesús y
el alma forman un solo ser
todo se hace común entre los dos
ya no vivo yo
Cristo vive en mí.
Montfort hace crecer en el alma del creyente un deseo
inmenso de recibir la comunión. En su precioso cántico 112 se refleja
este deseo de unirse a Cristo, haciendo que el fiel se reconozca en la
oveja perdida, en el hambriento, el sediento, el ciego, el enfermo, el
centurión de quienes se habla en el Evangelio.
Una de las grandes, podríamos llamar, novedades que
aporta Montfort es la comunión frecuente, que el Concilio de Trento
había exhortado, pero que el jansenismo había frenado bruscamente. En su
cántico 158, estrofa 9 dice:
Comamos el pan vivo
bebamos vino de ángeles
frecuente y santamente.
comamos y bebamos
y nos engordaremos,
y a Dios tributaremos alabanzas.
Puede observarse que en una época en que la comunión
sólo se recibía bajo la especie del pan, impacta semejante insistencia
en comer y beber.
También en los planes de sermones que nos quedan de
Montfort, S 330-333, se constata que durante las misiones hablaba de la
comunión frecuente, así como de las comuniones tibias e indignas (S
131-132), lo cual prueba que se preocupaba concretamente de la
preparación de los fieles y de ayudarles a sacar de la Comunión todos
los frutos posibles. En la RM cuida de precisar a sus misioneros el
itinerario que deben hacer recorrer a los fieles, a fin de que lleguen
bien preparados a la comunión, que debe ser el sello de la vida de unión
con Cristo:
la comunión sacramental irá precedida
de la renovación de las promesas bautismales y de la confesión. Importa
igualmente preparar bien, con una buena confesión, a los niños que hacen
la primera comunión durante la misión.”(RM 90).
Estas
disposiciones también se recuerdan en el cántico CT 5, 34,
Dichoso
quien comulga
humilde y fiel y puro
sin doblez ni tibieza.
Comunión
ferviente, pues, pero también frecuente. La insistencia en la dignidad
proponerle al pueblo la frecuencia de la comunión. En el cántico 139
donde se recogen las reglas del convertido en misión, en la estrofa 33
se dice,
Todos
los meses de ordinario
me acercaré a los sacramentos,
con más frecuencia si hace falta,
según los lugares y momentos.
Cuanto más pueda comulgar
tanta más vida he de alcanzar.
Sabiendo
que en esa época el ritmo mensual era el recomendado a las almas
fervientes, se comprende que el deseo de Montfort era el de animar al
compromiso serio de parte de todos los cristianos: la comunión exige, en
efecto, una vida de conversión. A las primeras hijas de la Sabiduría no
duda en prescribirles que “comulguen todos los días, porque ambas lo
necesitan mucho, siempre que no caigan en pecado venial deliberado”.
En las RS
el fundador recomienda con firmeza la comunión frecuente orientada por
el confesor y la Superiora (RS 147-151-152-160). Les recuerda que nunca
deben preferir las devociones a la Sagrada comunión, que no busquen en
ella los goces espirituales, que no la consideren como privilegio;
comulgarán “para sacrificar en la comunión todas las cosas a Jesús
crucificado y anonadado”; desea además que escuchen la misa de la
comunidad y comulguen todas juntas siempre que puedan. La comunión
comunitaria es la que prescribe también a los peregrinos de Ntra. Sra.
de Saumur.
4.3.- La Misa
Montfort,
siguiendo la tradición de las misiones populares de la época, ponía el
acento más en la Comunión que en el Sacrificio de la Misa. En los
esquemas de los sermones no encontramos indicaciones concernientes a la
misa. Sin embargo en los cánticos aparecen de forma muy precisa. En el
cántico 139 donde están las reglas del convertido en misión, la estrofa
18 contiene este compromiso,
Si puedo
escucharé misa,
cada día con
devoción,
y para
escucharla, dejo
todo con gran
prontitud;
después los
otros asuntos
marchan mejor
de ordinario.
El
santo fundador prescribe a sus misioneros la misa cotidiana con la
preparación y acción de gracias convenientes (RM 30). El cántico 158
ofrece cantos para la misa, el Sanctus, el Cordero de Dios, antes de la
Comunión. En la estrofa 16 sobre la misa, dice:
Ved
el sacrificio santo
que resume
los antiguos,
único que
encierra en sí,
plena
justicia:
Un Dios que
se inmola a Dios
como
sacerdote y víctima
El
acompañamiento de los momentos más importantes de la misa con cánticos,
quedan testimoniados por Blain, quien los oyó cantar en San Lorenzo del
Sêvres, después de la elevación y la comunión. Ello muestra cómo se
esforzaba Montfort por ayudar a los fieles a no contentarse con una
asistencia puramente pasiva de los fieles al Santo Sacrificio. En este
contexto, prescribe a sus misioneros que durante la misión reciten con
la gente, y en lengua vulgar, un rosario, en la mañana, durante la misa
y antes de la predicación (RM 57).
Y, como no
podía ser menos, señala la ofrenda de Cristo al Padre, en unión con
María, como lo expresa en el cántico 49, estrofa 3,
¡Oh
Dios!, a ti me ofrezco
por manos de
María,
yo me inmolo
por todos
en calidad de
víctima.
Mira mi
cuerpo y sangre,
mira a mi
augusta Madre:
Inmola todo
desde ahora,
si así lo
quieres Padre mío.
Este
texto nos lleva a tomar conciencia del vínculo “Cristo- Eucaristía-
María”, es decir del paso del plano histórico al plano sacramental.
Montfort no presenta nunca una explicación alegórica de la Misa,
superada ya entonces por la Escuela francesa.
4.4.- La Eucaristía y María
La Escuela
francesa del siglo XVII se distinguió por la profunda intuición sobre la
presencia de María en la Encarnación y, como consecuencia, en todos los
misterios de la vida de Cristo. Ello lleva a Montfort a subrayar la
relación María-Eucaristía, insistiendo en la Comunión. La economía
sacramental, arraigada en la economía de la Encarnación, no es otra cosa
que la actualización del misterio histórico de Cristo. Dado que María es
la fuente de la carne y sangre del Redentor, es preciso admitir que su
presencia se impone en los misterios que son el memorial de su carne y
sangre, es decir en la Eucaristía. Montfort, lleno de reconocimiento y
admiración ante el Padre, que por el Espíritu Santo confió su Hijo a
María y reconocimiento y admiración a María porque gracias a su fiat
podemos acceder a la mesa eucarística donde recibimos el cuerpo y sangre
del Hijo del Altísimo.
El cántico
134, estrofa 11 nos dice,
De ti, ¡oh
Virgen María!
vienen este
cuerpo y sangre
que tan alto
nos elevan,
que hasta el
ángel nos envidia
Bendita tu en
todas partes
por darnos
don tan precioso.
Todos los
cuidados maternales de María para con sus hijos se concentran en el
hecho de que les da a comer el pan de vida que ella formó (VD 208). Este
párrafo está todo consagrado a este tema. Ella, como la Sabiduría,
prepara la mesa y llama: vengan a comer mi pan que es Jesús, y a beber
el vino de su amor, que he mezclado con la leche de mis pechos.(VD 208).
Es admirable la delicadeza y profundidad con que Montfort subraya la
presencia y acción maternal de María en la Eucaristía, sin disminuir en
nada la excelencia redentora de Cristo. Siendo ella la tesorera y
dispensadora de los dones y gracias del Altísimo, da gran porción y la
mejor de todas, para alimentar y sustentar a sus hijos y servidores.
Nutridos éstos con el pan de vida embriagada con el vino que engendra
vírgenes, llevados en brazos.”(VD 208)
Montfort
termina el Tratado de la Verdadera Devoción exhortando a comulgar en
unión con María: que ella, en nosotros y para nosotros, acoja el Verbo
de Dios hecho pan en el altar, ella que lo recibió en su corazón y en su
cuerpo, como escriben los Padres. Los últimos párrafos del Tratado, nº
266-273, tienden a demostrar claramente que la comunión hace revivir en
nosotros y por nosotros el vínculo Cristo-María.
En esta
visión de la conformidad del creyente con Cristo, en la que la Virgen
María expresa toda su misión, ve e introduce Montfort la consagración a
Jesús por las manos de María, presentada expresamente en estrecha
relación con la comunión sacramental: Se confiesan y comulgan con la
intención de entregarse a Jesucristo, en calidad de esclavos de amor,
por las manos de María. Y después de la comunión, que tratarán de hacer
según el método, recitarán la fórmula de la consagración.
En
dicho método se enuncia claramente la dimensión trinitaria de la
comunión en unión con María en las oraciones dirigidas al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo, que subrayan la relación de cada divina Persona con
la Eucaristía y con María.
Como ya
hemos mencionado antes, vale la pena resaltar un tema muy grato al
misionero: la vida eucarística de María, que se expone en el canto al
Stmo. Sacramento para el sábado, CT 134, en el que expone que Jesús
instituyó la Eucaristía para permanecer con María después de la
Ascensión,
Por
la leche de su purísimo pecho
hoy la
sustenta con su sangre divina
la virgen
María, en sus comuniones,
es nuestro
perfecto modelo
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