REVELACIONES
DEL OFFICIAL SOVIÉTICO QUE SALVÓ
LA VIDA A KAROL WOJTYLA - S.S. JUAN PABLO II
ROMA, 3 mayo 2001 (ZENIT.org)
Juan Pablo II no hubiera llegado a ser Papa si, en el año 1945, en
Cracovia, un oficial de la Armada Roja de la Unión Soviética, culto y
amante de la historia, no hubiera decidido salvar la vida, a pesar de
las órdenes de Stalin, a un joven seminarista llamado Karol Wojtyla, que
le había ayudado a traducir libros sobre la caída del Imp
Karol Wojtyla
erio romano.
Este episodio, hasta ahora inédito de la vida del Papa, ha sido narrado
al semanario italiano «Famiglia Cristiana» por el protagonista, el mayor
Vasilyi Sirotenko, a quien Juan Pablo II le ha mandado una felicitación
por su cumpleaños.
Sirotenko, profesor de historia medieval, formó parte de la 59ª Armada
del general Ivan Stepanovich Konev que arrebató a los alemanes Cracovia
el 17 de enero de 1945. Al día siguiente el soldado se encontraba entre
los hombres que ocuparon una mina de piedra de la empresa Solvay a unos
cincuenta kilómetros de la ciudad. «También allí los alemanes se
rindieron y escaparon casi inmediatamente -recuerda-. Los obreros
polacos se habían escondido: cuando llegamos comenzamos a gritar: sois
libres, salid, salid, estáis libres. Cuando los contamos, eran ochenta.
Poco después descubrí que 18 de ellos eran seminaristas».
La guerra de Stalin no eran un banquete de gala. Los soldados robaban lo
que podían: dinero, relojes, ropa. Los primeros rusos que entraron a
Cracovia lo único que buscaban era comida. Sirotenko, sin embargo, causó
en más de alguno risa: él buscaba libros en latín y alemán.
Por este motivo, al ver a los seminaristas se puso muy contento. «Llamé
a uno de ellos y le pregunté si era capaz de traducir del latín y del
italiano -revela Sirotenko-. Me dijo que no era muy bueno en estas
materias, que había estudiado poco. Estaba aterrorizado, e
inmediatamente añadió que tenía un compañero muy inteligente y capaz
para los idiomas. Un cierto Karol Wojtyla».
«Entonces di la orden de encontrar a ese tal Karol», continúa diciendo
el antiguo soldado. «Descubrí que era bastante bueno en ruso pues su
madre era una "russinka", es decir una "ukrainka" con raíces rusas. Por
eso le hice traducir también documentos del ruso al polaco».
Vasilyj se hizo amigo de Karol y pidió que le tradujera también
artículos sobre la caída del Imperio romano, que era fruto de todo tipo
de interpretaciones por parte de Stalin. Fueron tan amigos que un día el
comisario político Lebedev convocó al oficial soviético: «Camarada
mayor, ¿qué hace usted con ese seminarista? ¿Piensa ignorar las órdenes
de Stalin? ¿La disposición del 23 de agosto de 1940 sobre los oficiales,
maestros y seminaristas polacos no le convence?».
Sirotenko respondió: «No puedo fusilarlo. Es demasiado útil. Sabe
idiomas y conoce la ciudad». Y añade: El comisario sabía que era verdad,
pero no quería correr riesgos. De modo que me dijo que la
responsabilidad era mía».
Después, salieron los primeros carros de prisioneros hacia Siberia,
personas que no volverían nunca más. Los seminaristas de la cantera
Solvay estaban entre los primeros de la lista. Sirotenko, sin embargo,
les salvó la vida. La misma excusa volvió a convencer a Lebedev.
Ahora al mayor no le gusta reconocer que sabía lo que significaba partir
al destierro. «Escribí una orden en la que, por exigencias relativas a
las operaciones militares que tenían lugar en Cracovia, Wojtyla y los
demás no deberían ser deportados».
Cuando en 1978 fue elegido Papa un cierto Karol Wojtyla, Sirotenko era
el único que conocía ese nombre en Rusia, a excepción del KGB. El 6 de
marzo pasado recibió una carta del Papa en la que le felicitaba por sus
85 años. El viejo profesor de historia y antiguo oficial de la Armada
Roja mira la carta y dice: «Los dos hemos tenido una vida muy intensa"