La difícil infancia
El pequeño Karol como monaguillo en la iglesia Hijo de un militar del ejército austro húngaro y de una joven siciliana de origen lituano, Karol Wojtyla nace el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, pequeña ciudad ubicada al sur de Polonia. Su familia estaba compuesta por su madre Emilia Kaczorowsky y su padre del mismo nombre que el suyo, así como de su hermano Edmund. Un mes antes de cumplir nueve años su mamá murió en un parto. Al recordar esa etapa de su vida el futuro Papa cuenta. “Un día tras otro podía observar la forma austera en que vivía. Él (su padre) era soldado de profesión, y tras la muerte de mi madre su vida se convirtió en una plegaria constante. A veces me despertaba durante la noche y encontraba a mi padre arrodillado, de la misma forma en que lo veía siempre en la iglesia parroquial”. Su hermano mayor Edmund, médico y orgullo de la familia, y héroe personal del joven Karol, a quien sus amigos llamaban Lolek, murió de escarlatina dos años después de la muerte de su madre, en tanto su padre falleció en 1941. “A los 20 años había perdido ya a todas las personas a las que quería, e incluso a las que hubiera podido querer, como a mi hermana mayor, que murió seis años antes de que yo naciese”. En plena Segunda Guerra Mundial y con la ocupación de Polonia por la Alemania nazi, el futuro Pontífice sentía la posibilidad de un genocidio polaco, y para evitar que fuera deportado al país invasor trabajó como obrero manual en una cantera y después en una empresa química. Los horrores de la guerra y de los campos de concentración, así como la experiencia de trabajar le ayudó a conocer el cansancio físico, el hambre y el fervor religioso de los trabajadores y los pobres. Una experiencia inolvidable en Karol Wojtyla fue haber presenciado la muerte de uno de sus compañeros de mina. “Yo estaba presente cuando, al detonar una carga de dinamita, algunas rocas golpearon a un trabajador y lo mataron”. De esa misma época es el recuerdo de la muerte de su padre: el 18 de febrero de 1941 regresó a casa, al húmedo apartamento del sótano que compartía con él en Cracovia, para encontrarse con que el centro de su universo había muerto. Karol Wojtyla padre había estado en cama dos meses, y murió mientras su hijo trabajaba.
Persecución y exterminio nazi
La Segunda Guerra Mundial dio inicio con la invasión alemana a Polonia del 1 de septiembre de 1939. Días después Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania, y el 17 de septiembre Polonia fue invadida por la Unión Soviética. Por un acuerdo germano-soviético del 28 de septiembre de ese año, Polonia fue dividida en dos zonas de ocupación. Ése era el contexto histórico y social que padecía Polonia cuando el joven Wojtyla mostraba ya su inquietud por la vocación sacerdotal. Considerado el país más católico del mundo, durante los seis años de ocupación nazi el catolicismo polaco sufrió el infierno de la persecución, así como los tres millones de judíos que habitaban ese territorio, que fueron exterminados en su mayoría en campos de concentración. Los nazis no sólo querían someter a Polonia, sino suprimirla como nación, despojarla de su identidad. De inmediato comenzaron las detenciones de lo que con razón consideraban como una de las principales señas de identidad polacas: la Iglesia católica. Los seminarios fueron cerrados, y los sacerdotes, seminaristas e incluso obispos fueron arrestados. Muchos de ellos murieron en campos de exterminio. Las universidades y las escuelas secundarias fueron clausuradas. Los ocupantes robaban y transportaban a Alemania tesoros de la cultura polaca. La detención y posterior ejecución de polacos eran la práctica cotidiana de los nazis. Millones de prisioneros, internados en los campos de concentración, trabajaban como esclavos para el Reich. Cientos de miles de ellos fueron asesinados o murieron de hambre, enfermedades y extenuación. En las cámaras de gas de los campos de Auschwitz, Majdanek y Treblinka fueron asesinados alrededor de tres millones de judíos polacos. “A veces me preguntaba a mí mismo: tantas personas jóvenes de mi edad están perdiendo la vida, ¿por qué yo no? Hoy sé que no se trataba de una mera casualidad”.
La vocación
Sin embargo, la decisión del sacerdocio aún tardaría año y medio en madurar en el corazón y la mente de Karol. Años después, recordaría «con orgullo y gratitud el hecho de que me fue concedido ser trabajador manual durante cuatro años; durante ese tiempo surgieron en mí luces referentes a los problemas más importantes de mi vida, y el camino de mi vocación quedó decidido..., como un hecho interior de claridad indiscutible y absoluta.» El 23 de mayo la Gestapo hizo una incursión en la parroquia de los salesianos de Debniki, y detuvo y deportó a trece sacerdotes que luego morirían en los campos de concentración. Jan Tyranowski se encontraba en la iglesia aquel día, pero los agentes no entraron en el lugar donde estaba. Poco después, Karol fue trasladado a un nuevo trabajo en la cantera, que consistía en colocar los explosivos y las mechas en la roca. Ahora pasaba más tiempo dentro del barracón, donde hacía menos frío..., y Karol tenía la oportunidad de leer de vez en cuando. El verano de 1941 fue trasladado de nuevo, esta vez a la fábrica principal. Su tarea durante tres años fue acarrear a mano cubos de madera llenos de jalbegue de los hornos hasta la lavandería. El trabajo era más fácil, y bajo techo, pero empleaba casi dos horas en ir al nuevo lugar de trabajo y otras tantas al volver. Karol prefería el turno de noche (a veces se quedaba para hacer un turno doble y ahorrarse con ello los largos viajes de ida y vuelta), porque era más tranquilo y podía dedicar más tiempo a leer. Ya como sacerdote tenia momentos de profunda oracion y meditación. La oración constante fue lo que permitió a Karol salir adelante, tanto en su vida espiritual como emocional, en medio de su dura vida de trabajo. Rezaba cada día en la iglesia de Debniki antes de ir al trabajo, rezaba en la fábrica, rezaba en una antigua iglesia de madera cerca de la fábrica, y cuando se dirigía cada día al cementerio, después de trabajar, rezaba ante la tumba de su padre, y después rezaba en su casa.La mayoría de sus compañeros de trabajo, que conocían cómo era su vida en medio de aquella persecución religiosa, le miraban con respeto, admiración y afecto. Stefania Koscielniakowa, que trabajaba en la cocina de la planta, recuerda que su supervisor señaló en una ocasión a Karol y le dijo: «este chico reza a Dios, es un chico culto, tiene mucho talento, escribe poesía...; no tiene madre, ni padre...; es muy pobre..., dale una rebanada de pan más grande porque lo que le damos aquí es lo único que come». Mientras tanto, Karol seguía encontrando tiempo y energías para seguir con el teatro clandestino, asistir a reuniones con intelectuales de Cracovia, charlar cada semana con Tyranowski, leer y escribir abundantemente, aprender idiomas y seguir estudiando filosofía por su cuenta. Una tarde de septiembre de 1942, después de ensayar una obra de teatro de Norwid, Karol se volvió hacia Kotlarczyk y le pidió que no le asignara más papeles en las futuras representaciones del grupo. Acto seguido le explicó que pensaba ingresar en un seminario clandestino porque quería ser sacerdote. Kotlarczyk –que era el alma del grupo teatral, y que ahora compartía con Karol el piso de la calle Tyniecka– pasó varias horas intentando disuadirle de su propósito. Invocó la santidad del arte como gran misión, recordó a Karol la advertencia del evangelio contra el desperdicio del talento y le suplicó que aplazara su decisión. Sin embargo, Karol se mantuvo firme y al mes siguiente comenzó sus estudios en el seminario. Las clases eran individuales y se daban en lugares secretos. La mayoría de los alumnos no supieron de la existencia de los demás seminaristas hasta que acabó la guerra. La vida externa de Karol apenas cambió a causa de su condición de seminarista: continuó trabajando en la Solvay y cumplió sus compromisos con el Teatro Rapsódico durante seis meses. La diferencia era que, ahora, a sus anteriores obligaciones se unía la de estudiar en el seminario secreto, lo cual suponía además un gran riesgo. Ser detenido como seminarista secreto significaba la muerte en un campo de concentración, como de hecho sucedió a no pocos polacos en esa situación. Karol se levantaba al amanecer para ir a misa a las seis y media; luego se iba corriendo a la fábrica Solvay, donde pasaba el día; visitaba la tumba de su padre en el cementerio y volvía corriendo a casa para hacer los deberes del seminario. A veces llegaba a esa misa de seis y media después de salir del turno de noche. Siendo seminarista también estudió alemán de forma sistemática, porque quería leer en su lengua original a una serie de filósofos germanos que le interesaban especialmente. Luego utilizó un diccionario alemán-español para aprender español y poder leer las obras de San Juan de la Cruz en su lengua natal. El 29 de febrero de 1944, cuando el optimismo invadía Polonia porque la guerra parecía terminar, Karol sufrió un grave accidente cuando volvía de trabajar. Un pesado camión del ejército alemán cargado con unos tablones que sobresalían bastante hacia los lados le golpeó al pasar. Quedó tendido en el suelo con una fuerte conmoción cerebral. Una señora que pasaba por allí le lavó un poco con agua de una zanja, pararon a otro camión y fue trasladado a un hospital. Estuvo nueve horas inconscientes, quince días en el hospital y varias semanas más de convalecencia.
El 1 de agosto estalló un gran levantamiento en Varsovia. El día 6, llamado Domingo Negro, el mando alemán, temeroso de una sublevación en Cracovia, hizo una gigantesca redada en toda la ciudad. Cuando irrumpieron en la casa de Karol, éste permaneció en su cuarto, arrodillado y rezando en silencio, e inexplicablemente los soldados no entraron en esas habitaciones. entraron en esas habitaciones.
Sacerdote
Aun tardarían casi seis meses los nazis en abandonar Cracovia. Con el final de la contienda, el seminario dejó de ser secreto. Karol culminó con gran brillantez sus estudios, y el 1 de noviembre de 1946 fue ordenado sacerdote. Al día siguiente celebró tres misas por el alma de su madre, su padre y su hermano, a las que asistieron todos los miembros del Teatro Rapsódico. Su siguiente misa fue en la parroquia de Debniki, en la que Jan Tyranowski estaba radiante de felicidad. Con 26 años marchó a Roma para ampliar estudios. El colegio en que se alojaba tenía muy malas condiciones: apenas había servicios higiénicos, la comida era pésima, hacía un frío terrible en invierno y un calor espantoso en verano. Allí mejoró su francés, al tiempo que aprendía inglés e italiano. Karol se mostraba ávido de aprender idiomas: en las comidas se sentaba junto a los norteamericanos, u otros estudiantes, y les escuchaba con gran atención. Ya hablaba alemán y había aprendido español por su cuenta en Cracovia. También impresionaba a todos sus compañeros de estudios por su vigor y su destreza en el deporte. No le gustaba el aislamiento. Procuraba reunirse con personas con ideas y puntos de vista diferentes, y se esforzaba en aprender de ellos. Karol siempre fue un oyente magnífico y un maestro de silencios. Tenía el don de captar de inmediato la confianza de sus interlocutores. El 3 de julio de 1947 Karol recibió las máximas calificaciones de sus cuatro examinadores de licenciatura, en una prueba realizada íntegramente en latín. El 19 de junio de 1948 concluyó el doctorado, también con las mayores notas posibles, aunque no pudo recibir entonces el título de doctor por carecer de recursos necesarios para imprimir su tesis. Fue un año y medio recorrido a uña de caballo, con apretadísimos días de estudio y oración. De vuelta a Polonia, su primer destino como sacerdote fue en Niegowici, un primitivo pueblecito en el que no había agua corriente, alcantarillado ni electricidad. La región había sido azotada recientemente por una inundación que causó graves daños en todas las construcciones. Allí se entregó por entero a la atención pastoral de esas pobres gentes, a la enseñanza de religión de varias escuelas de la región, a cuidar de los enfermos y visitar a todos. Organizó actividades para la gente joven. Ganó rápidamente amigos y admiradores. Viajaba en carro o a pie –bajo la lluvia o con un frío terrible, por el barro o por la nieve–, de pueblo en pueblo, siempre accesible y de buen humor. Mientras viajaba en carro por la carretera llena de baches, solía leer un libro. Cuando iba a pie, rezaba. Cuando a una viuda anciana le robaron la ropa de cama, Karol le dio la suya y él durmió durante meses sobre el somier, sin colchón ni sábanas ni nada.
En sus largas caminatas, la nieve se le pegaba a la sotana, luego se derretía en el interior de las casas que iba visitando y volvía a helarse al salir, formando una pesada campana alrededor de las piernas, una campana que cada vez se vuelve más pesada e impide dar grandes zancadas; al llegar la noche, apenas podía arrastrar las piernas, pero seguía, porque sabía que la gente le esperaba, que eran personas que pasaban el año esperando ese encuentro. Además, aquel invierno se presentó a los exámenes para obtener el doctorado en la Facultad de Teología de la Universidad de Jagellón, y obtuvo las máximas calificaciones. También publicó varios artículos. El 17 de marzo de 1949, tras siete meses de servicio en Niegowici, Karol fue destinado como coadjutor de la iglesia de San Florián, en Cracovia. Allí desarrolló enseguida una intensísima labor pastoral. También seguía en estrecha comunicación con intelectuales, artistas y estudiantes. En aquella ciudad donde la cultura era un culto, el sacerdote de 29 años, de brillante educación, encantador y perspicuo no tardó en convertirse en una celebridad. Lleno de energía, cumplía sus obligaciones en la parroquia y además mantenía una tupida red de amigos y conocidos entre universitarios e intelectuales de la ciudad. En noviembre de 1951, su obispo le ordenó que dejara sus obligaciones parroquiales con el fin de obtener otro doctorado.
En camino hacia el Vaticano
En el Concilio Vaticano II (1962-65) tuvo una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, y el cardenal Wojtyla tomó parte en todas las asambleas del Sínodo de los Obispos. También tuvo un papel prominente en la formulación de la Declaración sobre la Libertad Religiosa. Siguiendo el Concilio, el Siervo de Dios, papa Paulo VI, lo ordenó cardenal de la Iglesia romana el 26 de junio de 1967. En 1960 publicó su más famoso trabajo escrito, Amor y responsabilidad. El papa Paulo VI, deleitado con su defensa apologética de las enseñanzas tradicionales católicas sobre el matrimonio, confió extensamente en los consejos del arzobispo Wojtyla al escribir Humanae vitae. En 1976 fue invitado por Paulo VI para que predicara los sermones sobre la Cuaresma en la residencia papal. El prestigio intelectual alcanzado por Wojtyla en el Vaticano le permitió ganarse el aprecio y la confianza de influyentes cardenales que lo ubicarían muy cerca de Paulo VI. En 1974, ya como cardenal, invistió a 43 nuevos sacerdotes en la ordenación sacerdotal más numerosa desde el término de la Segunda Guerra Mundial. Con la muerte de Paulo VI en 1978, después de 15 años de pontificado y el prematuro deceso de su sucesor, el cardenal italiano Albino Luciani, que adoptó el nombre de Juan Pablo I, Karol Wojtyla, el obispo de Cracovia, el joven polaco que a los 20 años ya había perdido a todos sus seres queridos, que sufrió la barbarie cometida por los nazis en su tierra natal y que enfrentó el autoritarismo comunista, se convirtió en el sucesor de San Pedro.
El Papa que cambió la historia al precipitar la caída del comunismo. A continuación sus primeras palabras como Sucesor de Pedro: "Queridos hermanos y hermanas -continuó- todos estamos aún entristecidos por la muerte del querido Papa Juan Pablo I. Y ahora los eminentísimos cardenales han llamado a un nuevo obispo de Roma. Lo han llamado de un país lejano... Lejano, pero siempre muy cercano por la comunión en la fe y en la tradición cristiana. He tenido miedo al recibir este nombramiento, pero lo he hecho con espíritu de obediencia a Nuestro Señor y con confianza total en su Madre, la Virgen Santísima" "No sé si puedo expresarme bien en vuestra, en nuestra lengua italiana. Si me equivoco me corregiréis. Y así me presento ante todos vosotros, para confesar nuestra fe común, nuestra esperanza, nuestra confianza en la Madre de Cristo y en la Iglesia, y también para comenzar de nuevo por este camino de la historia y de la Iglesia, con la ayuda de Dios y con la ayuda de los hombres".