El matrimonio,
signo visible del eterno misterio divino
Audiencia General 18 de
agosto de 1982
1. Al analizar los
respectivos componentes de la Carta a los Efesios, constatamos en el
capítulo anterior que la relación recíproca entre los cónyuges,
marido y mujer, los cristianos la entienden a imagen de la relación
entre Cristo y la Iglesia.
Esta relación es, al mismo tiempo, revelación y realización del
misterio de la salvación, de la elección de amor, «escondida» desde
la eternidad en Dios. En esta revelación y realización el misterio
de la salvación comprende el rasgo particular del amor nupcial en la
relación de Cristo con la Iglesia, y por esto se puede expresar de
la manera más adecuada recurriendo a la analogía de la relación que
hay -que debe haber- entre marido y mujer dentro del matrimonio.
Esta analogía esclarece el misterio al menos hasta cierto punto. Más
aun, parece que, según el autor de la Carta a los Efesios, esta
analogía es complementaria de la del «Cuerpo místico» (cf. Ef 1,
22-23), cuando tratamos de expresar el misterio de la relación de
Cristo con la Iglesia, y remontándonos aún más lejos, el misterio
del amor eterno de Dios al hombre, a la humanidad: el misterio que
se expresa y se realiza en el tiempo a través de la relación de
Cristo con la Iglesia.
2. Si -como hemos dicho- esta analogía ilumina el misterio, a su vez
es iluminada por ese misterio. La relación nupcial que une a los
cónyuges, marido y mujer, debe -según el autor de la Carta a los
Efesios- ayudarnos a comprender el amor que une a Cristo con la
Iglesia, el amor recíproco de Cristo y de la Iglesia, en el que se
realiza el eterno designio divino de la salvación del hombre. Sin
embargo, el significado de la analogía no se agota aquí. La analogía
utilizada en la Carta a los Efesios, al esclarecer el misterio de la
relación entre Cristo y la Iglesia, descubre a la vez, la verdad
esencial sobre el matrimonio esto es, que el matrimonio corresponde
a la vocación de los cristianos únicamente cuando refleja el amor
que Cristo-Esposo dona a la Iglesia, su Esposa, y con el que la
Iglesia (a semejanza de la mujer «sometida», por lo tanto,
plenamente donada) trata de corresponder a Cristo. Este es el amor
redentor, salvador, el amor con el que el hombre, desde la eternidad,
ha sido amado por Dios en Cristo: «En El nos eligió antes de la
constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante
El...» (Ef 1, 4).
3. El matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos en
cuanto cónyuges sólo si, precisamente, se refleja y se realiza en él
ese amor. Esto aparecerá claro si tratamos de leer de nuevo la
analogía paulina en dirección inversa es decir, partiendo de la
relación de Cristo con la Iglesia, y dirigiéndonos luego a la
relación del marido y de la mujer en el matrimonio. En el texto se
usa el tono exhortativo: «Las mujeres estén sujetas a sus maridos...,
como la Iglesia está sujeta a Cristo». Y, por otra parte: «Vosotros,
los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia...».
Estas expresiones demuestran que se trata de una obligación moral.
Sin embargo, para poder recomendar esta obligación, es necesario
admitir que en la esencia mismo del matrimonio se encierra una
partícula del mismo misterio. De otro modo, toda esta analogía
estaría suspendida en el aire. La invitación del autor de la Carta a
los Efesios, dirigida a los cónyuges, para que modelen sus
relaciones recíprocas a semejanza de las relaciones de Cristo con la
Iglesia «como-así» estaría privada de una base real, como si le
faltara la tierra bajo los pies. Esta es la lógica de la analogía
utilizada en el citado texto a los Efesios.
4. Como se ve, esta analogía actúa en dos direcciones. Si, por una
parte, nos permite comprender mejor la esencia de la relación de
Cristo con la Iglesia, por otra, a la vez, nos permite penetrar más
profundamente en la esencia del matrimonio, al que están llamados
los cristianos. Manifiesta, en cierto sentido, el modo en que este
matrimonio, en su esencia más profunda, emerge del misterio del amor
eterno de Dios al hombre y a la humanidad: de ese misterio salvífico
que se realiza en el tiempo mediante el amor nupcial de Cristo a la
Iglesia. Partiendo de las palabras de la Carta a los Efesios (5,
22-33), podemos desarrollar luego el pensamiento contenido en la
gran analogía paulina en dos direcciones: tanto en la dirección de
una comprensión más profunda de la Iglesia, como en la dirección de
una comprensión más profunda del matrimonio. En nuestras
consideraciones seguiremos, ante todo, esta segunda, recordando que
en la base de la comprensión del matrimonio en su esencia misma,
está la relación nupcial de Cristo con la Iglesia. Esta relación se
analiza más detalladamente aún para poder establecer-suponiendo la
analogía con el matrimonio cómo éste se convierte en signo visible
del eterno misterio divino, a imagen de la Iglesia unida con Cristo.
De este modo la Carta a los Efesios nos lleva a las bases mismas de
la sacramentalidad del matrimonio.
5. Comencemos, pues, un análisis detallado del texto. Cuando leemos
en la Carta a los Efesios que «el marido es cabeza de la mujer, como
Cristo es cabeza de la Iglesia, y salvador de su cuerpo» (5, 23),
podemos suponer que el autor, que ha aclarado ya antes que la
sumisión de la mujer al marido, como cabeza, se entiende como
sumisión recíproca «en el temor de Cristo», se remonta al concepto
arraigado en la mentalidad del tiempo, para expresar ante todo la
verdad acerca de la relación de Cristo con la Iglesia, esto es, que
Cristo es cabeza de la Iglesia. Es cabeza como «salvador de su
cuerpo». Precisamente la Iglesia es ese cuerpo que -estando sometido
en todo a Cristo como a su cabeza- recibe de El todo aquello por lo
que viene a ser y es su cuerpo: es decir, la plenitud de la
salvación como don de Cristo, el cual «se ha entregado a sí mismo
por ella» hasta el fin. La «entrega» de Cristo al Padre por medio de
la obediencia hasta la muerte de cruz adquiere aquí un sentido
estrictamente eclesiológico: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó
por ella» (Ef 5, 25). A través de una donación total por amor ha
formado a la Iglesia como su cuerpo y continuamente la edifica,
convirtiéndose en su cabeza. Como cabeza es salvador de su cuerpo y,
a la vez, como salvador es cabeza. Como cabeza y salvador de la
Iglesia es también esposo de su esposa.
6. La Iglesia es ella misma en tanto en cuanto, como cuerpo, recibe
de Cristo, su cabeza, todo el don de la salvación como fruto del
amor de Cristo y de su entrega por la Iglesia: fruto de la entrega
de Cristo hasta el fin. Ese don de si al Padre por medio de la
obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8), es al mismo tiempo, según
la Carta a los Efesios, un «entregarse a sí mismo por la Iglesia».
En esta expresión, diría que el amor redentor se transforma en amor
nupcial: Cristo, al entregarse a sí mismo por la Iglesia, con el
mismo acto redentor se ha unido de una vez para siempre con ella,
como el esposo con la esposa, como el marido con la mujer,
entregándose a través de todo lo que, de una vez para siempre, está
incluido en ese su «darse a sí mismo» por la Iglesia. De este modo,
el misterio de la redención del cuerpo lleva en si, de alguna manera,
el misterio «de las bodas del Cordero» (cf. Ap 19, 7). Puesto que
Cristo es cabeza del cuerpo, todo el don salvífico de la redención
penetra a la Iglesia como al cuerpo de esa cabeza, y forma
continuamente la más profunda, esencial sustancia de su vida. Y la
forma de manera nupcial, ya que en el texto citado la analogía del
cuerpo-cabeza pasa a la analogía del esposo-esposa, o mejor, del
marido-mujer. Lo demuestran los pasajes sucesivos del texto a los
que nos conviene pasar más adelante.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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