El corazón de Juan Pablo II - Teología del Cuerpo |
"el cuerpo
humano en la obra de arte"
Audiencia General del 15 de abril de 1981
1. En nuestras
reflexiones precedentes -tanto en el ámbito de las palabras de
Cristo en las que El hace referencia al «principio», como en el
ámbito del sermón de la montaña, esto es, cuando El se remite al «corazón»
humano- hemos tratado de hacer ver, de modo sistemático, cómo la
dimensión de la subjetividad personal del hombre es elemento
indispensable, presente en la hermenéutica teológica, que debemos
descubrir y presuponer en la base del problema del cuerpo humano.
Por lo tanto, no sólo la realidad objetiva del cuerpo, sino todavía
mucho más, como parece, la conciencia subjetiva y también la «experiencia»
subjetiva del cuerpo entran, constantemente, en la estructura de los
textos bíblicos, y por esto, requieren ser tenidos en consideración
y hallar su reflejo en la teología. En consecuencia, la hermenéutica
teológica debe tener siempre en cuenta estos dos aspectos. No
podemos considerar al cuerpo como una realidad objetiva fuera de la
subjetividad personal del hombre, de los seres humanos: varones y
mujeres. Casi todos los problemas del «ethos del cuerpo» están
vinculados, al mismo tiempo, a su identificación ontológica como
cuerpo de la persona, y al contenido y calidad de la experiencia
subjetiva, es decir, al tiempo mismo del «vivir», tanto del propio
cuerpo como en las relaciones interhumanas, y particularmente en
esta perenne, relación «varón-mujer». También las palabras de la
primera Carta a los Tesalonicenses con las que el autor exhorta a «mantener
el propio cuerpo en santidad y respeto» (esto es, todo el problema
de la «pureza de corazón») indican, sin duda alguna, estas dos
dimensiones.
2. Se trata de dimensiones que se refieren directamente a los
hombres concretos, vivos, a sus actitudes y comportamientos. Las
obras de la cultura, especialmente del arte, logran ciertamente que
esas dimensiones de «ser cuerpo» y de tener experiencia del cuerpo»,
se extiendan, en cierto sentido, fuera de estos hombres vivos. El
hombre se encuentra con la «realidad del cuerpo» y «tiene
experiencia del cuerpo» incluso cuando éste se convierte en un tema
de la actividad creativa, en una obra de arte, en un contenido de la
cultura. Pues bien, por lo general es necesario reconocer que este
contacto se realiza en el plano de la experiencia estética, donde se
trata de contemplar la obra de arte (en griego aisthánormai: miro,
observo) -y, por lo tanto, en el caso concreto, se trata del cuerpo
objetivizado, fuera de su identidad ontológica, de modo diverso y
según criterios propios de la actividad artística-, sin embargo el
hombre que es admitido a tener esta visión está, a priori, muy
profundamente unido al significado del prototipo, o sea, modelo, que
en este caso es él mismo: -el hombre vivo y el cuerpo humano vivo-
para que pueda distanciar y separar completamente ese acto,
sustancialmente estético, de la obra en sí y de su contemplación,
gracias a esos dinamismos o reacciones de comportamiento y de
valoraciones, que dirigen esa experiencia primera y ese primer modo
de vivir. Este mirar, por su naturaleza, «estético» no puede, en la
conciencia subjetiva del hombre, quedar totalmente aislado de ese «mirar»
del que habla Cristo en el sermón de la montaña: al poner en guardia
contra la concupiscencia.
3. Así, pues, toda la esfera de las experiencias estéticas se
encuentra, al mismo tiempo, en el ámbito del ethos del cuerpo.
Justamente, pues, es necesario pensar también aquí en la necesidad
de crear un clima favorable a la pureza; efectivamente, este clima
puede estar amenazado no sólo en el modo mismo en que se desarrollan
las relaciones y la convivencia de los hombres vivos, sino también
en el ámbito de las objetivizaciones propias de las obras de cultura,
en el ámbito de las comunicaciones sociales: cuando se trata de la
palabra hablada o escrita; en el ámbito de la imagen, es decir, de
la representación o de la visión, tanto en el significado
tradicional de este término, como en el contemporáneo. De este modo
llegamos a los diversos campos y productos de la cultura artística,
plástica, de espectáculo, incluso la que se basa en técnicas
audiovisuales contemporáneas. En esta área, amplia y bien
diferenciada es preciso que nos planteemos una pregunta a la luz del
ethos del cuerpo, delineado en los análisis hechos hasta ahora sobre
el cuerpo humano como objeto de cultura.
4. Ante todo, se constata que el cuerpo humano es perenne objeto de
cultura, en el significado más amplio del término, por la sencilla
razón de que el hombre mismo es sujeto de cultura, y en su actividad
cultural y creativa él compromete su humanidad, incluyendo, por esto,
en esta actividad incluso su cuerpo Pero en las presentes
reflexiones debemos restringir el concepto de «objeto de cultura»,
limitándonos al concepto entendido como «tema» de las obras de
cultura y, en particular, de las obras de arte. En definitiva, se
trata de la «tematización», o sea, de la «objetivación» del cuerpo
en estas obras. Sin embargo, es necesario hacer aquí inmediatamente
algunas distinciones, aunque sólo sea a modo de ejemplo. Una cosa es
el cuerpo humano vivo: del hombre y de la mujer, que, de por sí,
crea el objeto de arte y la obra de arte (como por ejemplo, en el
centro, en el ballet y, hasta cierto punto, también durante un
concierto), y otra cosa es el cuerpo como modelo de la obra de arte,
como en las artes plásticas, escultura o pintura. ¿Se puede colocar
en el mismo rango también el filme o el arte fotográfico en sentido
amplio? Parece que si, aunque desde el punto de vista del cuerpo
como objeto-tema se verifique, en este caso, una diferencia bastante
esencial. En la pintura o escultura el hombre-cuerpo es siempre un
modelo, sometido a la elaboración específica por parte del artista.
En el filme, y todavía más en el arte fotográfico, el modelo no es
transfigurado, sino que se reproduce al hombre vivo: y en tal caso
el hombre, el cuerpo humano, no es modelo para la obra de arte, sino
objeto de una reproducción obtenida mediante técnicas apropiadas.
5. Es necesario señalar ya desde ahora que dicha distinción es
importante desde el punto de vista del ethos del cuerpo, en las
obras de cultura. Y añadimos también inmediatamente que la
reproducción artística, cuando se convierte en contenido de la
representación y de la transmisión (televisiva o cinematográfica),
pierde, en cierto sentido, su contacto fundamental con el hombre-cuerpo,
del cual es reproducción, y muy frecuentemente se convierte en un
objeto «anónimo», tal como es, por ejemplo, una fotografía anónima
publicada en las revistas ilustradas, o una imagen difundida en las
pantallas de todo el mundo. Este anonimato es el efecto de la «propagación»
de la imagen, reproducción del cuerpo humano, objetivizado antes con
la ayuda de las técnicas de reproducción, que -como hemos recordado
antes- parece diferenciarse esencialmente de la transfiguración del
modelo típico de la obra de arte, sobre todo en las artes plásticas.
Ahora bien, esta anonimato (que, por otra parte, es un modo de
«velar» u «ocultar» la identidad de la persona reproducida),
constituye también un problema específico desde el punto de vista
del ethos del cuerpo humano en las obras de cultura y especialmente
en las obras contemporáneas de la llamada cultura de masas.
Limitémonos hoy a estas consideraciones preliminares, que tienen un
significado fundamental para el ethos del cuerpo humano en las obras
de la cultura artística. Sucesivamente estas consideraciones nos
harán conscientes de lo muy estrechamente ligadas que están a las
palabras que Cristo pronunció en el sermón de la montaña, comparando
el «mirar para desear» con el «adulterio cometido en el corazón». La
ampliación de estas palabras al ámbito de la cultura artística es de
particular importancia, por cuanto se trata de «crear un clima
laborable a la castidad», del que habla Pablo VI en su Encíclica «Humanæ
vitæ». Tratemos de comprender este tema de modo muy profundo y
esencial.
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