HOMILÍA Durante la solemne misa de
canonización
del beato Juan Diego,
miércoles 31 de julio
Hombre fiel, humilde, bueno y cristiano,
protagonista de la nueva identidad mexicana
1. "¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios
y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre,
porque así te ha parecido bien!" (Mt 11, 25).
Queridos hermanos y hermanas, estas palabras de Jesús en el evangelio
de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar
gracias a Dios por el don del primer santo indígena del continente
americano.
Con gran gozo he peregrinado hasta esta basílica de Guadalupe, corazón
mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan
Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el
rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los
pueblos de México.
2. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el señor cardenal
Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, así como la calurosa
hospitalidad de los hombres y mujeres de esta arquidiócesis primada:
para todos mi saludo cordial. Saludo también con afecto al cardenal
Ernesto Corripio Ahumada, arzobispo emérito de México, y a los demás
cardenales, a los obispos mexicanos, de América, de Filipinas y de
otros lugares del mundo. Asimismo, agradezco particularmente al señor
presidente y a las autoridades civiles su presencia en esta
celebración.
Dirijo hoy un saludo muy entrañable a los numerosos indígenas venidos
de las diferentes regiones del país, representantes de las diversas
etnias y culturas que integran la rica y pluriforme realidad mexicana.
El Papa les expresa su cercanía, su profundo respeto y admiración, y
los recibe fraternalmente en el nombre del Señor.
3. ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del
Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios "es
poderoso y sólo los humildes le dan gloria" (Si 3, 20). También las
palabras de san Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este
modo divino de actuar la salvación: "Dios ha elegido a los
insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda
presumir delante de Dios" (1 Co 1, 28-29).
Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y
empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava "que
glorifica al Señor" (Lc 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la
Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas
preciosas y él, al mostrarlas al obispo, descubre grabada en su tilma
la bendita imagen de Nuestra Señora.
"El acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado
mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad
que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre
tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y
les dio el definitivo sentido de salvación" (14 de mayo de 2002, n.
8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial
y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente
inculturada.
4. "Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres"
(Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más
nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de
cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su
identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva
humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en
Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió
en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la
Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad
espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio
de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación
mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer
cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores
y tradiciones.
Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario,
requiere la colaboración de todos. En particular es necesario apoyar
hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y
defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México
necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!
Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al
ensalzar hoy la figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la
cercanía de la Iglesia y del Papa a todos ustedes, abrazándolos con
amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones
que atraviesan.
5. En este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el
umbral del nuevo milenio, encomiendo a la valiosa intercesión de san
Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido
pueblo mexicano, que llevo tan dentro de mi corazón.
¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo
sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a
la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más
evangelizadora y misionera. Alienta a los obispos, sostén a los
sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que
entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.
¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a
nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a
la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el
espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos
en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar
cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren
en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad,
marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen
siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la
dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.
¡Amado Juan Diego, "el águila que habla"! Enséñanos el camino que
lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo
íntimo de su corazón, pues ella es la Madre amorosa y compasiva que
nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.
Antes de impartir la bendición, el Vicario de Cristo dirigió las
siguientes palabras:
Al concluir esta canonización de Juan Diego, deseo renovar el saludo a
todos los que habéis podido participar, algunos desde esta basílica,
otros desde los aledaños y muchos más a través de la radio y la
televisión. Agradezco de corazón el afecto de cuantos he encontrado en
las calles que he recorrido. En el nuevo santo tenéis el maravilloso
ejemplo de un hombre de bien, recto de costumbres, leal hijo de la
Iglesia, dócil a los pastores, amante de la Virgen, buen discípulo de
Jesús. Que sea modelo para vosotros que tanto lo amáis, y que él
interceda por México para que sea siempre fiel. Llevad a todos el
mensaje de esta celebración y el saludo y el afecto del Papa a todos
los mexicanos.