Homilía
el Miércoles de Ceniza
"Acuérdate,
hombre, que eres ceniza, dice Dios; acuérdate del pecado
que te consumió y del fuego que te tornó ceniza; acuérdate de
que para remediar esos males, hizo Dios por ti lo que hizo. Para
remediar esto vino Dios y Él mismo fue abrasado de amor y hecho
ceniza, fue trabajado, sudó, cansó, fue perseguido y
afrentado, crucificado por ti.
Toma la ceniza de Cristo; toma la memoria de su Pasión; acuérdate
que el obedeció más al Padre que tú pecaste; que agradó El más
que desagradaste tú. Toma la memoria de Jesucristo crucificado;
júntala con agua viva. No se te pide sino que te sujetes a la
Iglesia, digas a Dios que pequé contra ti, pésame de haber
ofendido a mi Dios, que eres, Señor, incomprensible bien. El
pone los sacramentos; pon tú un poco de agua viva de contrición.
¿Cómo no te pesará de haber ofendido a quien se puso por ti
en la cruz?" |
Infancia y formación
sacerdotal
San
Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar del
Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana. Sus
padres, Alfonso de Ávila (de ascendencia israelita) y Catalina Jijón,
poseían unas minas de plata en Sierra Morena, y supieron dar al niño
una formación cristiana de sacrificio y amor al prójimo. Son
conocidas las escenas de entregar su sayo nuevo a un niño pobre, sus
prolongados ratos de oración, sus sacrificios, su devoción eucarística
y mariana.
Probablemente
en 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde volvería
después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar.
A pesar de llamarlas ‘leyes negras’ los estudios de Salamanca
dejaron huella en su formación eclesiástica, como puede constatarse
en sus escritos de reforma. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de
sus padres, viviendo una vida de oración y penitencia, durará hasta
1520. Pues aconsejado por un religioso franciscano, marchará a
estudiar artes y teología a Alcalá de Henares (1520-1526). De esta
etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía intelectual,
como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en
contacto con las grandes corrientes de reforma del momento. Conoció
el erasmismo, las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la
preocupación por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y los
Padres de la Iglesia. También trabó amistad con quienes habían de
ser grandes reformadores de la vida cristiana, como don Pedro
Guerrero, futuro arzobispo de Granada, y posiblemente también con el
venerable Fernando de Contreras. Incluso pudo haber conocido allí al
P. Francisco de Osuna y a San Ignacio de Loyola.
Primeros
años de sacerdocio
Durante
sus estudios en Alcalá, murieron sus padres. Juan fue ordenado
sacerdote en 1526, y quiso venerar la memoria de sus padres celebrando
su Primera Misa en Almodóvar del Campo. La ceremonia estuvo adornada
por la presencia de doce pobres que comieron luego a su mesa. Después
vendió todos los bienes que le habían dejado sus padres, los repartió
a los pobres, y se dedicó enteramente a la evangelización, empezando
por su mismo pueblo.
Un
año después, se ofreció como misionero al nuevo obispo de Tlascala
(Nueva España), Fr. Julián Garcés, que habría de marchar para América
en 1527 desde el puerto de Sevilla. Con este firme propósito de ser
evangelizador del Nuevo Mundo, se trasladó san Juan de Ávila a
Sevilla, donde mientras tanto se entregó de lleno al ministerio, en
compañía de su compañero de estudios en Alcalá el venerable
Fernando de Contreras. Ambos vivían pobremente, entregados a una vida
de oración y sacrificio, de
asistencia a los pobres, de enseñanza del catecismo.
Esta
amistad y convivencia con Fernando de Contreras, fueron posiblemente
las que motivaron el cambio de las ansias misioneras de Juan de Ávila.
El P. Contreras habló con el arzobispo de Sevilla, D. Alonso
Manrique, y éste le ordenó a Juan que se quedara en las ‘Indias’
del mediodía español. El mismo arzobispo quiso conocer personalmente
la valía del nuevo sacerdote y le mandó predicar en su presencia.
Juan de Ávila contaría después la vergüenza que tuvo que pasar;
orando la noche anterior ante el crucifijo, pidió al Señor que, por
la vergüenza que él pasó desnudo en la cruz, le ayudara a pasar
aquel rato amargo. Y cuando, al terminar el sermón, le colmaron de
alabanzas, respondió: <<Eso mismo me decía el demonio al subir
al púlpito.
Durante
algún tiempo continuó el ministerio juntamente con Fernando de
Contreras. Pronto se dirigió a predicar y ejercer el ministerio en Écija
(Sevilla). Uno de sus primeros discípulos y compañero fue Pedro Fernández
de Córdoba, cuya hermana de catorce años, D.ª Sancha Carrillo
(ambos hijos de los señores de Guadalcázar, Córdoba), comenzó una
vida de perfección bajo la guía del Maestro Ávila. La que habría
sido dama de la emperatriz Isabel, pasó a ser (después de confesarse
con san Juan de Ávila) una de las almas más delicadas de la época y
destinataria de las enseñanzas del Maestro en el Audi,
Filia, preciosa pieza espiritual del siglo XVI y único libro
escrito por Juan de Ávila. Su predicación se extendía también a
Jerez de la Frontera, Palma del Río, Alcalá de Guadaira, Utrera...,
juntamente con la labor de confesionario, dirección de almas, arreglo
de enemistades.
Pero
su presencia en Écija pronto le va a acarrear las enemistades y la
persecución. El primer incidente ocurrió cuando un comisario de
bulas impidió la predicación de Juan para poder predicar él la bula
de que era comisario. El auditorio, sin embargo, dejó al bulero solo
en la iglesia principal y fue a escuchar a Juan de Ávila en otra
iglesia. Después del suceso, el comisario de bulas, en plena calle,
propinó una bofetada a Juan. Éste se arrodilló y dijo humildemente:
<<emparéjeme esta otra mejilla, que más merezco por mis
pecados>>. Este hecho y las envidias de algunos eclesiásticos,
llevaron precisamente a los clérigos a denunciar a San Juan de Ávila
ante la Inquisición sevillana en 1531.
Procesado
por la Inquisición
Desde
1531 hasta 1533 Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición.
Las acusaciones eran muy graves en aquellos tiempos: llamaba mártires
a los quemados por herejes, cerraba el cielo a los ricos, no explicaba
correctamente el misterio de la Eucaristía, la Virgen había tenido
pecado venial, tergiversaba en sentido de la Escritura, era mejor dar
limosna que fundar capellanías, la oración mental era mejor que la
oración vocal... Todo menos la verdadera acusación: aquel clérigo
no les dejaba vivir tranquilos en su cristianismo o en su vida
‘clerical’. Y Juan fue a la cárcel donde pasó un año entero.
Juan
de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le
advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la
imposibilidad de salvación; a lo que respondió: <<No puede
estar en mejores manos>>. San Juan fue respondiendo uno a uno
todos los cargos, con la mayor sinceridad, claridad y humildad, y un
profundo amor a la Iglesia y a su verdad. Y aquél que no quiso tachar
a los cinco testigos acusadores, se encontró con que la Providencia
le proporción 55 que declararon a su favor.
Este
tiempo en la cárcel produjo sus frutos interiores, al igual que lo
hiciera con san Juan de la Cruz. En ella escribió un proyecto del Audi,
Filia, pero sobre todo, como él nos cuenta, allí aprendió, más
que en sus estudios teológicos y vida anterior, el misterio de
Cristo. Juan fue absuelto. Pero lo que más humillante fue la
sentencia de absolución: “Haber proferido en sus sermones y fuera
de ellos algunas proposiciones que no parecieron bien sonantes”, y
le mandan, bajo excomunión, que las declare convenientemente, donde
las haya predicado.
Viajes
y ministerio desde 1535 a 1554
En
1535 marcha Juan de Ávila a Córdoba, llamado por el obispo Fr. Álvarez
de Toledo. Allí conoce a Fr. Luis de Granada, con quien entabla
relaciones espirituales profundas. Organiza predicaciones por los
pueblos (sobre todo por la Sierra de Córdoba), consigue grandes
conversiones de personas muy elevadas, entabla buenas relaciones con
el nuevo obispo de Córdoba, D. Cristobal de Rojas, que quien dirigirá
las Advertencias al Concilio de Toledo.
La
labor realizada en Córdoba fue muy intensa. Prestó mucha atención
al clero, creando centros de estudios, como el Colegio de San Pelagio
(en la actualidad el Seminario Diocesano), el Colegio de la Asunción
(donde no se podía dar título de maestro sin haberse ejercitado
antes en la predicación y el catecismo por los pueblos). Explica las
cartas de san Pablo a clero y fieles. Un padre dominico, que primero
se había opuesto a la predicación de san Juan, después de escuchar
sus lecciones, dijo: <<vengo de oír al propio san Pablo comentándose
a sí mismo.
Córdoba
es la diócesis de san Juan de Ávila, tal vez ya desde 1535, pero con
toda seguridad desde 1550. Allí le vemos cuando murió D.ª Sancha
Carrillo, en 1537, de quien escribió una biografía que se ha
perdido. Predica frecuentemente en Montilla, por ejemplo la cuaresma
de 1541. Y las célebres misiones de Andalucía (y parte de
Extremadura y Castilla la Mancha) las organiza desde Córdoba (hacia
1550-1554). Juan recibiría en Córdoba el modesto beneficio de
Santaella, que le vinculó a la diócesis cordobesa para lo restante
de su vida. En el Alcázar Viejo de Córdoba reuniría a veinticinco
compañeros y discípulos con los que trabajaba en la evangelización
de las comarcas vecinas.
A
Granada acudió san Juan de Ávila, llamado por el arzobispo D. Gaspar
de Avalos, el año 1536. Es en Granada donde tiene lugar el cambio de
vida de san Juan de Dios; en la ermita de san Sebastián, oyendo a san
Juan de Ávila, Juan Cidad, antiguo soldado y ahora librero ambulante,
se convirtió en san Juan de Dios. En numerosas ocasiones san Juan de
Dios a Montilla para dirigirse espiritualmente con el Maestro Ávila,
convirtiéndose en su más fiel discípulo.
El
duque de Gandía, Francisco de Borja, fue otra alma predilecta
influida por la predicación de san Juan de Ávila; las honras fúnebres
predicadas por éste en las exequias de la emperatriz Isabel (1539)
fueron la ocasión providencial que hicieron cambiar de rumbo la vida
del futuro general de la Compañía.
En
Granada lo vemos formando el primer grupo de sus discípulos más
distinguidos. En Granada también, en 1538 están fechadas las
primeras cartas de san Juan de Ávila que conocemos. En los años
sucesivos vemos a san Juan de Ávila en Córdoba, Baeza, Sevilla,
Montilla, Zafra, Fregenal de la Sierra, Priego de Córdoba. La
predicación, el consejo, la fundación de colegios, le llevan a todas
partes.
La
cuaresma de 1545 la predicó en Montilla. Su predicación iba siempre
seguida de largas horas de confesionario y de largas explicaciones del
catecismo a los niños; éste era un punto fundamental de su programa
de predicación.
Los
colegios de san Juan de Ávila.
En
todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la
fundación de algún colegio o centro de formación y estudio. Sin
duda, la fundación más celebre fue la Universidad de Baeza (Jaén).
La línea de actuación que allí impuso era común a todos sus
colegios, como puede verse plasmada en los Memoriales al Concilio de
Trento, donde pide la creación de seminarios, para una verdadera
reforma de la Iglesia y del clero.
Predicando
el Evangelio.
Es
la definición que mejor cuadra a Juan de Ávila: predicador. Éste es
precisamente el epitafio que aparece en su sepulcro: “mesor eram”.
El centro de su mensaje era Cristo crucificado, siendo fiel discípulo
de san Pablo. Predicaba tanto en las iglesias como incluso en las
calles. Sus palabras iban directamente a provocar la conversión, la
limpieza de corazón. El contenido de su predicación era siempre
profundo, con una teología muy escriturística. Pero ésta estaba
sobre todo precedida de una intensa oración. Cuando le preguntaban qué
había que hacer para predicar bien, respondía: ‘amar mucho a
Dios’.
Los
textos de los sermones de san Juan de Ávila están acomodados al
tiempo litúrgico. Los temas principales son la Eucaristía, el Espíritu
Santo, la pasión, el tiempo litúrgico; siendo el tema predilecto
para los clérigos el del sacerdocio. La fuerza de su predicación se
basaba en la oración, sacrificio, estudio y ejemplo. Podía hablar
claro quien había renunciado a varios obispados y al cardenalato, y
quien no aceptaba limosnas ni estipendios por los sermones, ni
hospedaje en la casa de los ricos o en los palacios episcopales. El
desprecio y conocimiento de sí mismo era el secreto para guardar el
equilibrio al reprender a los demás, considerándose siempre inferior
a los demás.
Su
modelo de predicador era san Pablo, al que procuraba imitar sobre todo
en el conocimiento del misterio de Cristo. Afirma su biógrafo el Lic.
Muñoz que “no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración
le precediese”, ya que “su principal librería” era el crucifijo
y el Santísimo Sacramento.
La
misión apostólica de la predicación era precisamente uno de los
objetivos de la fundación de sus colegios de clérigos. Ésta era
también una de las finalidades de los Memoriales dirigidos al
Concilio de Trento.
Retiro
en Montilla
Desde
1511 Juan de Ávila se sintió enfermo. Gastado en un ministerio duro,
sintió fuertes molestias que le obligaron a residir definitivamente
en Montilla desde 1554 hasta su muerte. Rehusó la habitación
ofrecida en el palacio de la marquesa de Priego, y se retiró en una
modesta casa propiedad de la marquesa. Su vida iba transcurriendo en
la oración, la penitencia, la predicación (aunque no tan frecuente),
las pláticas a los sacerdotes o novicios jesuitas, la confesión y
dirección espiritual, el apostolado de la pluma.
Su
enfermedad la ofreció para inmolarse por la Iglesia, a la que siempre
había servido con desinterés. Cuando arreciaba más la enfermedad,
oraba así: “Señor, habeos conmigo como el herrero: con una mano me
tened, y con otra dadme con el martillo”.
Pero
a Juan todavía le quedaban quince años de vida fructífera, que
empleó avaramente en la extensión del Reino de Dios. El retiro de
Montilla le dio la posibilidad de escribir con calma sus cartas, la
edición definitiva del Audi,
Filia, sus sermones y tratados, los Memoriales
al Concilio de Trento, las Advertencias
al Concilio de Toledo y otros escritos menores. Se puede decir que
Juan de Ávila inicia con sus escritos la mística española del Siglo
de oro. Si en otros períodos de su vida se podía calificar de
predicador, misionero, fundador de colegios, ahora, en Montilla, se
puede resumir su vida diciendo que era escritor.
El
Audi, Filia,
a pesar de todas las vicisitudes por las que pasó, y tras retocarlo
de nuevo en Montilla, queriéndolo confrontar con las enseñanzas de
Trento, fue publicado después de su muerte. El rey Felipe II lo
apreció tanto que pidió no faltara nunca en El Escorial. El Card.
Astorga, arzobispo de Toledo, diría que, con él, “había
convertido más almas que letras tiene”. Prácticamente es el primer
libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo
fiel, aun el más humilde. El sentido de perfección cristiana es el
sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con Cristo. Éste y otros
libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.
Las
cartas de Juan de Ávila llegaban a todos los rincones de España e
incluso a Roma. De todas partes se le pedía consejo. Obispos, santos,
personas de gobierno, sacerdotes, personas humildes, enfermos,
religiosos y religiosas, eran los destinatarios más frecuentes. Las
escribía de un tirón, sin tener tiempo para corregirlas. Llenas de
doctrina sólida, pensadas intensamente, con un estilo vibrante.
No
hay en todo el siglo XVI ningún autor de vida espiritual tan
consultado como Juan de Ávila. Examinó la Vida de santa Teresa, se
relacionó frecuentemente con san Ignacio de Loyola o con sus
representantes, con san Francisco de Borja, san Juan de Dios, san
Pedro de Alcántara, San Juan de Ribera, fray Luis de Granada.
A
Juan de Ávila se le llama <<reformador>>, si bien sus
escritos de reforma se ciñen a los Memoriales
para el Concilio de Trento, escritos para el arzobispo de Granada,
D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila no pudo acompañarle a Trento
debido a su enfermedad, y a las Advertencias
al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D.
Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo
(1565), para aplicar los decretos tridentinos.
La
doctrina de san Juan de Ávila sobre le sacerdocio quedó
esquematizada en un Tratado sobre el sacerdocio, del que conocemos sólo
una parte, pero una belleza y contenido extraordinarios, y que sirvió
de pauta para sus pláticas y retiros a clérigos, y para que sus discípulos
hicieran otro tanto donde no podía llegar ya el Maestro.
Escuela
Sacerdotal
Este
término aparece con frecuencia en las primeras biografías de nuestro
santo, para referirse a sus discípulos. Todos ellos tienen un
denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de
encontrarse en lugares muy distantes: predicar el misterio de Cristo,
enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los
decretos conciliares, no buscar dignidades ni puestos elevados, vida
intensa de oración y penitencia, paciencia en las contradicciones y
persecuciones, sentido de Iglesia, enseñar la doctrina cristiana,
dirección espiritual, etc. Los encontramos en los pueblecitos más
alejados de pastores y agricultores como en las aldeas de
Fuenteovejuna, como entre los consejeros de los grandes; en los
colegios y universidades o en las costas de Andalucía; en las
prelaturas o en las minas de Almadén.
El
grupo sacerdotal de Juan de Ávila parece que se estructura en Granada
hacia el año 1537, aunque ya antes se habían hecho discípulos suyos
algunos sacerdotes de Sevilla, Écija y Córdoba. En Córdoba reunió
a más de veinte en el Alcázar Viejo. Y fue allí donde dirigió un
centro misional durante ocho o nueve años. La gran misión del mediodía
español es una de las manifestaciones típicas de la escuela
sacerdotal de Juan de Ávila.
La
escuela sacerdotal de Juan de Ávila no se puede estudiar sino
teniendo a la vista la relación con la Compañía de Jesús. Juan
encaminó a muchos de sus discípulos a la Compañía, y hubo intentos
de fusión, cesión de colegios, estudio conjunto, ayuda a los
jesuitas, que en Salamanca encontraron muchas dificultades. Pero Juan
de Ávila no entró en la Compañía. Éste era el gran deseo de san
Ignacio, hasta el punto de afirmar que “o nosotros nos unamos a él
o él a nosotros”. Pero la voluntad del Señor no era ésta, la
enfermedad de Juan y los caminos del Señor lo impidieron. A pesar de
ello, él fue enviando a sus mejores discípulos a la Compañía.
La
escuela sacerdotal avilista ser refleja principalmente en su Maestro.
El testimonio y la doctrina de Juan dejaron huella imborrable, como le
iba dejando su sello personal que tenía dibujado el Santísimo
Sacramento. En sus discípulos dejó impresa la ilusión por la vocación
sacerdotal, el amor al sacerdocio, con los matices de la vida eucarística,
vida litúrgica y de oración personal profunda, devoción al Espíritu
Santo, a la Pasión del Señor, a la Virgen María, entrega total al
servicio desinteresado de la Iglesia en la expansión del Reino y la
predicación de la Palabra de Dios. Pero lo que consideraba esencial
en todo aquel que quería ser buen sacerdote era la vida de oración,
ya que en la caridad y en la oración era en los que según él habrían
de consistir los exámenes de Órdenes.
En
la Santa Misa centraba toda la evangelización y vida sacerdotal. La
celebraba empleando largo tiempo, con lágrimas por sus pecados. Sobre
la Eucaristía jamás le faltó materia para predicar, especialmente
en la fiesta y octava del Corpus. “Trátalo bien, que es hijo de
buen Padre”, dijo a un sacerdote de Montilla que celebraba con poca
reverencia; la corrección tuvo como efecto conquistar un nuevo discípulo.
Ya enfermo en Montilla, quiso ir a celebrar misa a una ermita; por el
camino se sintió imposibilitado; el Señor, en figura de peregrino,
se le apareció y le animó a llegar hasta la meta. Fue el gran apóstol
de la comunión frecuente, a pesar de las contradicciones que se le
siguieron. Prefería la presencia eucarística a la visita de los
Santos Lugares.
Su
virtud principal fue la caridad. Tenía un amor entrañable a la
humanidad de Cristo: “el Verbo encarnado fue el libro y juntamente
maestro”. Su Tratado del amor
de Dios es una joya de la literatura teológica en lengua
castellana. Su amor al prójimo fue la expresión del ministerio
sacerdotal. Toda la obra de Juan de Ávila mira hacia la caridad
cristiana. De ahí la preocupación por la educación cristiana y
humana integral, la preocupación por los problemas sociales, por la
reforma del estado seglar (como él decía), por la reforma del clero.
Una
cruz grande de palo en su habitación de Montilla, la renuncia a las
prebendas y obispados (el de Segovia y Granada), así como el capelo
cardenalicio (ofrecido por Paulo III), son índice de la pobreza y
humildad de quien “fue obrero sin estipendio..., y habiendo servido
tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real” (Lic. Muñoz). No
renunció al episcopado por desprecio, sino por imitar al Señor y por
sentirse indigno. Su amor a la pobreza no tiene otra motivación sino
un amor profundo a Jesucristo. Asistía a los pobres. Vivía limpia y
pobremente y no consiguieron cambiarle el manteo o la sotana ni aun
con engaño.
Su
humildad le llevó a ser un verdadero reformador. No pudieron sacarle
ningún retrato. Su predicación iba siempre acompañada del catecismo
a los niños; su método catequético tiene sumo valor en la historia
de la pedagogía.
El
celo por la extensión del Reino aparece en sus obras y palabras. Las
cartas a los predicadores son pura llama de apóstol. No admitía que
murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación al sacerdocio,
principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a María
la expresa continuamente y la aconseja a todo el mundo.
De
todas sus virtudes, de su prudencia, consejo, discreción, etc.,
hablan sus biógrafos. Pero él conocía bien sus propios defectos y,
por eso, pidió en las últimas horas de su vida que no le hablaran de
cosas elevadas, sino que le dijeran lo que se dice a los que van a
morir por sus delitos. A Juan de Ávila no le atraían propiamente las
virtudes en sí mismas, sino el misterio de Cristo vivido y predicado.
Entregado
al estudio continuo de las Escrituras y de otras materias eclesiásticas,
gastando su vida en la oración, predicación y fundación de obras
apostólicas y sociales, en la dirección de las almas y en la enseñanza
del catecismo, en la formación de sacerdotes y futuros sacerdotes,
Juan de Ávila es un maestro de apóstoles.
La
figura personal y pastoral de Juan de Ávila encontró pronto eco en
Italia con san Carlos Borromeo, y en Francia en la escuela sacerdotal
francesa del siglo XVII. Pero su obra quedó, en parte, en la tiniebla
en su aportación más profunda a la vida evangélica precisamente
para el clero diocesano y la vida de perfección cristiana en las
estructuras de todo el pueblo de Dios.
Muerte
de Juan de Ávila.
La
estancia definitiva en Montilla fue especialmente fructífera. Dejó
una huella imborrable en los sacerdotes de la ciudad. En una de sus últimas
celebraciones de la misa le hablo un hermoso crucifijo que él
veneraba: “perdonados te son tus pecados”.
Pero
la enfermedad iba pudiendo más que su voluntad. A principio de mayo
de 1569 empeoró gravemente. En medio de fuertes dolores se le oía
rezar: “Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me
deleito en el padecer por vos”. Pero en otras ocasiones podía la
debilidad: “¡Ah, Señor, que no puedo!”. Una noche, cuando no podía
resistir más, pidió al Señor le alejara el dolor, como así se hizo
en efecto; por la mañana, confundido, dijo a los suyos: “¡Qué
bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!”.
Juan
de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que
testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó
encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir
por sus delitos. Quiso que se celebrara la misa de resurrección en
aquellos momentos en que se encontraba tan mal. Manifestó el deseo de
que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas, pues a
los que tanto había querido en vida, quiso dejarles su cuerpo en
muerte. Quiso recibir la Unción con plena conciencia. Invocó a la
Virgen con el Recordare, Virgo Mater... Y una de sus últimas palabras
mirando el crucifijo, fue “ya no tengo pena de este negocio”. Era
el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan
de Ávila, se puso a llorar y, preguntándole la causa, dijo: “Lloro
porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna”.
La
persona, los escritos, la obra y los discípulos de Juan de Ávila
influirán en los siglos posteriores. Hemos visto los santos y autores
que estuvieron relacionados más o menos con san Juan de Ávila; casi
todos ellos influenciados por sus escritos, por su persona o por su
obra. Se suelen encontrar, además, vestigios de influencia místico-poética
en san Juan de la Cruz y en Lope de Vega. San Francisco de Sales y san
Alfonso Mª de Ligorio citan frecuentemente a san Juan de Ávila. Y
san Antonio Mª Claret reconocía el bien que le hicieron los escritos
de san Juan de Ávila como predicador. Su influencia es notoria en la
escuela francesa de espiritualidad sacerdotal, en cuyos escritos y
doctrina se inspiraron.
En
1588, Fr. Luis de Granada, recogiendo algunos escritos enviados por
los discípulos y recordando su propia convivencia con san Juan de Ávila,
escribió la primera biografía. En 1623, la Congregación de san
Pedro Apóstol, de sacerdotes naturales de Madrid, inicia la causa de
beatificación. En 1635, el Licdo. Luis Muñoz escribe la segunda
biografía de Juan de Ávila, basándose en la de Fr. Luis, en los
documentos del proceso de beatificación y en algunos documentos que
se han perdido. El día 4 de abril de 1894, León XIII beatifica al
Maestro Ávila. Pío XII, el 2 de julio de 1946 lo declara Patrono del
clero secular español. Pero el maestro de santos tendrá que esperar
hasta el año 1970 para ser canonizado por el Papa Pablo VI.
La iglesia de la Compañía
de Montilla, donde descansan sus restos, y la pequeña casa donde vivió
sus últimos años san Juan de Ávila, son centros de continuo
peregrinar de obispos, sacerdotes y fieles de toda España.
La
Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa Sede, con motivo
del centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, que sea declarado
Doctor de la Iglesia Universal. Esperamos que aquél que ha sido
conocido a lo largo de los últimos cinco siglos como el Maestro,
pronto le sea reconocido por la Iglesia oficial el título de Doctor y
Maestro del pueblo cristiano.