JOSÉ, EL ESPOSO DE MARÍA
—
Matrimonio entre San José y Nuestra Señora. El “guardián de su
virginidad”.
— El
amor purísimo de José.
— La
paternidad del Santo Patriarca sobre Jesús.
I. A todos los santos se les suele conocer por una
cualidad, por una virtud en la que son especialmente modelo para los
demás cristianos y en la que sobresalieron de una manera particular: San
Francisco de Asís, por su pobreza; el Santo Cura de Ars es modelo del
sacerdote entregado al servicio de las almas; Santo Tomás Moro se
distingue por la fidelidad a sus obligaciones como ciudadano y por la
fortaleza para no ceder en su fe, que le llevó al martirio... De San
José nos dice San Mateo: José, el esposo de
María1.
De ahí le vino su santidad y su misión en la vida. Nadie, excepto Jesús,
quiso tanto a Nuestra Señora, nadie la protegió mejor. Ningún otro ha
gastado su vida por el Salvador como lo hizo San José.
La Providencia quiso que Jesús naciera en el seno
de una familia verdadera. José no fue un mero protector de María, sino
su esposo. Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos actos
esenciales, separados por un período de tiempo: los
esponsales y las
nupcias. Los
primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura,
sino que constituían ya un verdadero matrimonio. El novio depositaba las
arras en manos de la mujer, y se seguía una fórmula de bendición. Desde
este momento la novia recibía el nombre de
esposa de... La costumbre fijaba el plazo
de un año como intermedio entre los
esponsales y las
nupcias. En ese
tiempo, la Virgen recibió la visita del Ángel, y el Hijo de Dios se
encarnó en su seno; a San José le fue revelado en sueños el misterio
divino que se había obrado en Nuestra Señora y se le pidió que aceptara
a María como esposa en su casa. “Despertado
José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó
consigo a su mujer (Mt
1, 24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto
con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo,
demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la
de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero”2.
Esta segunda parte era como la perfección del
contrato matrimonial y entrega mutua que ya se había realizado. La
esposa -según la costumbre era llevada a la casa del esposo en medio de
grandes festejos y de singular regocijo3.
Ante todos, el enlace era válido desde los esponsales, y su fruto
reconocido como legítimo.
El objeto de la unión matrimonial son los derechos
que recíprocamente se otorgan los cónyuges sobre sus cuerpos en orden a
la generación. Estos derechos existían en la unión de María y de José
(si no hubieran existido, tampoco se hubiera dado un verdadero
matrimonio), aunque ellos, de mutuo acuerdo, habían renunciado a su
ejercicio; y esto, por una inspiración y gracias muy particulares que
Dios derramaría sobre sus almas. La exclusión de los derechos habría
anulado el matrimonio, pero no lo anulaba el propósito de no usar de
tales derechos. Todo se llevó a cabo en un ambiente delicadísimo, que
nosotros entendemos bien cuando lo miramos con un corazón puro. José,
virgen por la Virgen, la custodió con extrema delicadeza y ternura4.
Santo Tomás señala diversas razones por las cuales
convenía que la Virgen estuviera casada con José en matrimonio verdadero5:
para evitar la infamia de cara a los vecinos y parientes cuando vieran
que iba a tener un hijo; para que Jesús naciera en el seno de una
familia y fuera tomado como legítimo por quienes no conocían el misterio
de su concepción sobrenatural; para que ambos encontraran apoyo y ayuda
en José; para que fuera oculta al diablo la llegada del Mesías; para que
en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio y la virginidad...
Nuestra Señora quiso a José con un amor intenso y purísimo de esposa.
Ella, que le conoció bien, desea que busquemos en él apoyo y fortaleza.
En María y José tienen los esposos el ejemplo acabado de lo que deben
ser el amor y la delicadeza. En ellos encuentran también su imagen
perfecta quienes han entregado a Dios todo su amor,
indiviso corde, en un
celibato apostólico o en la virginidad, vividos en medio del mundo, pues
“la virginidad y el celibato por el Reino de Dios no solo no contradicen
la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El
matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único
Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo”6.
II. En Nazareth se desposaron José y María, y allí
tuvo lugar el inefable misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Con
los desposorios, María recibió una dote integrada –según la costumbre7–
por alguna joya de no mucho valor, vestidos y muebles. Recibió un
pequeño patrimonio, en el que quizá habría un poco de terreno... Tal vez
todo ello no montara mucho, pero cuando se es pobre se aprecia más.
Siendo José carpintero, le prepararía los mejores muebles que había
fabricado hasta entonces. Como ocurre en los pueblos no demasiado
grandes, la noticia debió correr de boca en boca: “María se ha desposado
con José, el carpintero”. La Virgen quiso aquellos esponsales, a pesar
de haber hecho entrega a Dios de su virginidad. “Lo sencillo es pensar
-escribe Lagrange que el matrimonio con un hombre como José la ponía al
abrigo de instancias, renovadas sin cesar, y aseguraría su tranquilidad”8.
Hemos de pensar que José y María se dejaron guiar en todo por las
mociones e inspiraciones divinas. A ellos, como a nadie, se les puede
aplicar aquella verdad que expone Santo Tomás: “a los justos es familiar
y frecuente ser inducidos a obrar en todo por inspiración del Espíritu
Santo”9.
Dios siguió muy de cerca aquel cariño humano entre María y José, y lo
alentó con la ayuda de la gracia para dar lugar a los esponsales entre
ambos.
Cuando José supo que el hijo que María llevaba en
su seno era fruto del Espíritu Santo, que Ella sería la Madre del
Salvador, la quiso más que nunca, “pero no como un hermano, sino con un
amor conyugal limpio, tan profundo que hizo superflua toda cualquier
relación carnal, tan delicado que le convirtió no solo en testigo de la
pureza virginal de María -virgen antes del parto, en el parto y después
del parto, como nos lo enseña la Iglesia sino en su custodio”10.
Dios Padre preparó detenidamente la familia virginal en la que nacería
su Hijo Unigénito.
No es nada probable que José fuera mucho mayor que
la Virgen, como frecuentemente se le ve pintado en los lienzos, con la
buena intención de destacar la perpetua virginidad de María, pues “para
vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a
carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son
obstáculos la robustez y la alegría de la juventud. Joven era el corazón
y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, cuando
supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella
respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal
más de su venida entre las criaturas”11.
Ese es el amor que nosotros –cada uno en el estado
en el que le ha llamado Dios– pedimos al Santo Patriarca; ese amor “que
ilumina el corazón”12
para llevar a cabo con alegría la tarea que nos ha sido encomendada.
III. Los Evangelios nombran a San José como
padre en repetidas
ocasiones13.
Este era, sin duda, el nombre que habitualmente utilizaba Jesús en la
intimidad del hogar de Nazareth para dirigirse al Santo Patriarca. Jesús
fue considerado por quienes le conocían como
hijo de José14.
Y, de hecho, él ejerció el oficio de padre
dentro de la Sagrada Familia: al imponer a Jesús el nombre, en la huida
a Egipto, al elegir el lugar de residencia a su vuelta... Y Jesús
obedeció a José como a padre: Bajó con
ellos y vino a Nazareth y les estaba sujeto...15.
Jesús fue concebido milagrosamente por obra del
Espíritu Santo y nació virginalmente para María y para José, por
voluntad divina. Dios quiso que Jesús naciera dentro de una familia y
estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos. Y de la
misma manera que escogió a María para que fuese su Madre, escogió
también a José para que fuera su padre, cada uno en el terreno que le
competía16.
San
José tuvo para Jesús verdaderos sentimientos de padre; la gracia
encendió en aquel corazón bien dispuesto y preparado un amor ardiente
hacia el Hijo de Dios y hacia su esposa, mayor que si se hubiera tratado
de un hijo por naturaleza. José cuidó de Jesús amándole como a su hijo y
adorándole como a su Dios. Y el espectáculo -que tenía constantemente
ante sus ojos de un Dios que daba al mundo su amor infinito era un
estímulo para amarle más y más y para entregarse cada vez más, con una
generosidad sin límites.
Amaba a Jesús como si realmente lo hubiera
engendrado, como un don misterioso de Dios otorgado a su pobre vida
humana. Le consagró sin reservas sus fuerzas, su tiempo, sus
inquietudes, sus cuidados. No esperaba otra recompensa que poder vivir
cada vez mejor esta entrega de su vida. Su amor era a la vez dulce y
fuerte, tranquilo y ferviente, emotivo y tierno. Podemos
representárnoslo tomando al Niño en sus brazos, meciéndole con
canciones, acunándole para que duerma, fabricándole pequeños juguetes,
estando con Él como hacen los padres, prodigándole sus caricias como
actos de adoración y testimonio más profundo de afecto17.
Constantemente vivió sorprendido de que el Hijo de Dios hubiera querido
ser también su hijo. Hemos de pedirle que sepamos nosotros quererle y
tratarle como él lo hizo.
1
Mt
1, 16.
2 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989 3. — 3 F. M. William, Vida de María, Herder, Barcelona 1974, p. 59 ss. 4 Cfr. San Agustín, Tratado sobre la virginidad, 1, 4. 5 Santo Tomás, Suma Teológica. 3, q. 29, a. 1. 6 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Familiaris consortio, 22-XII-1981, 16. 7 Cfr. F. M. William, o. c., p. 66. 8 J. Mª Lagrange, Evangile selon Saint Lucas, 3ª ed., París 1923, p. 33. 9 Cfr. Santo Tomás, o. c., 3, q. 36, a. 5. c y ad 2. 10 F. Suárez, José, esposo de María, Rialp, 3ª ed., Madrid 1988, p. 50. 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 40. 12 Santo Tomás, Sobre la caridad, en Escritos de catequesis, p. 205. 13 Lc 2, 27; 33; 41; 48. 14 Cfr. Lc 3, 23. 15 Lc 2, 51. 16 Cfr. José Antonio del Niño Jesús, San José, su misión, su tiempo, su vida. Centro Español de Investigaciones Josefinas, 2ª ed., Valladolid 1966, p. 137. 17 Cfr. M. Gasnier, Los silencios de San José, Palabra, 5ª ed., Madrid 1988, pp. 137-138.
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