San
Gerardo Majella (Mayela)
Fiesta: 30
de octubre
Patrono de las señoras
embarazadas y las parturientas.
Murió: 16 Octubre,
1755
Canonizado por el Papa Pio X, 11 Diciembre, 1904.
Gerardo quiere decir: "Valiente para la
defensa" (Del alemán: Ger: defensa, ard:
valiente)
Uno de los santos más populares de Italia meridional.
Oraciones
Vida de San Gerardo
-Vida de los Santos de Butler, Vol. IV
Pío IX calificó a San Gerardo de "perfecto
modelo de los hermanos legos", y León XIII dijo que
había sido "uno de los jóvenes más angelicales
que Dios haya dado a los hombres por modelo". En sus
veintinueve años de vida, el santo llegó a ser el más
famoso taumaturgo del siglo XVIII. Nació en Muro, a
setenta kilómetros de Nápoles. Su madre, después de la
muerte de Gerardo, dio este testimonio: "Mi hijo
sólo era feliz cuando se hallaba arrodillado en la
iglesia, ante el Santísimo Sacramento. Con frecuencia
entraba a orar y olvidaba hasta la hora de comer. En casa
oraba todo el tiempo. Verdaderamente, había nacido para
el cielo". Cuando Gerardo tenía diez años, su
confesor le dió permiso de comulgar cada tercer día;
como era una época en la que la influencia del
jansenismo todavía se dejaba sentir, ello demuestra que
el confesor de Gerardo le consideraba como un niño
excepcionalmente dotado para la piedad. A la muerte de su
padre, Gerardo debió abandonar la escuela y entró a
trabajar como aprendiz de sastre en el taller de Martín
Pannuto, hombre muy bueno, que le comprendía y
apreciaba. En cambio, uno de los empleados era un hombre
muy brusco que solía maltratar a Gerardo y más se
enfurecía por la paciencia con que soportaba sus
majaderías. Una vez aprendido su oficio a la
perfección, Gerardo pidió ser admitido en el convento
de los capuchinos de Muro, donde su tío era fraile; pero
fue rechazado a causa de su juventud y de su condición
delicada. Entonces entró a trabajar como criado en la
casa del obispo de Lacedogna. Humanamente hablando, fue
una mala elección, ya que el prelado era un hombre de
carácter irascible, que trató al joven con gran rudeza.
A pesar de ello, Gerardo le sirvió fielmente y sin una
queja, hasta que murió el obispo en 1745. Entonces,
Gerardo volvió a Muro y abrió una sastrería por su
cuenta. Vivía con su madre y sus tres hermanas. Solía
dar a su madre una tercera parte de lo que ganaba; el
otro tercio lo repartía entre los pobres y el resto lo
empleaba en pagar misas por las almas del purgatorio.
Pasaba muchas horas de la noche orando en la catedral y
se disciplinaba severamente.
Cuando tenía ventitrés años, los padres de la
congregación del Santísimo Redentor, recientemente
fundada, predicaron una misión en Muro. El joven les
rogó que le admitiesen como hermano lego, pero su
aspecto enfermizo no le ayudaba, y su madre y sus
hermanas no tenían ningún deseo de verle partir. Sin
embargo, Gerardo insistió y, finalmente, el P. Cafaro le
envió a la casa de Deliceto, donde él era superior, con
un mensaje que decía: "Os envío a este hermanito
inútil". Pero, cuando el P. Cafaro volvió a su
casa, cayó inmediatamente en la cuenta de su error y le
concedió el hábito. Los hermanos de Gerardo, al verle
trabajar con gran ardor, puntualidad y humildad en la
sacristía y en el huerto, solían decir: "O es un
loco o es un santo". El fundador de la
congregación, San Alfonso de Ligorio, comprendió que
era un santo y le acortó el periodo de noviciado. El
hermano Gerardo hizo la profesión en 1752. A los votos
acostumbrados añadió el de hacer siempre lo que fuese,
a su juicio, más agradable a Dios. El P. Tannoia, autor
de las biografías de San Alfonso y de San Gerardo, que
había sido curado por la intercesión de este último
cuenta que un día, cuando el santo era novicio, le vio
orando ante el tabernáculo; súbitamente Gerardo gritó:
"Señor, déjame que me vaya, te ruego, pues tengo
mucho que hacer". Sin duda a ésta una de las
anécdotas más conmovedoras de toda la hagiología.
Durante los tres años que vivió después de hacer la
profesión, el santo trabajó como sastre y enfermero de
la comunidad; solía también pedir limosna de puerta en
puerta, y los padres gustaban de llevarle consigo a sus
misiones y retiros, porque poseía el don de leer en las
almas. Se cuentan más de veinte ejemplos de casos en los
que el santo convirtió a los pecadores, poniéndoles de
manifiesto su oculta maldad. Los fenómenos
sobrenaturales abundaban en la vida del hermanito. Se
cuenta que en una ocasión fue arrebatado en el aire y
recorrió así más de medio kilómetro; se menciona
también el fenómeno de "bilocación" y se
dice que poseía los dones de profecía, de ciencia
infusa y de dominio sobre los animales. La única voz que
conseguía arrancarle de sus éxtasis era la de la
obediencia. Hallándose en Nápoles, presenció el
asesinato del arcipreste de Muro en el preciso momento en
que tenía lugar a setenta kilómetros de distancia. Por
otra parte, en más de una ocasión leyó el pensamiento
de personas ausentes. Tan profundamente supo leer el
pensamiento del secretario del arzobispo de Conza, que
éste cambió de vida y se reconcilió con su esposa, de
suerte que toda Roma habló del milagro. Pero los hechos
más extraordinarios en la vida de San Gerardo están
relacionados con la bilocación. Se cuenta que asistió a
un enfermo en una cabaña de Caposele y que, al mismo
tiempo, estuvo charlando con un amigo en el monasterio de
la misma población. Una vez, su superior fue a buscarle
en su celda y no le encontró ahí. Entonces se dirigió
a la capilla, donde le halló en oración: "¿Dónde
estabais hace un instante?", le preguntó. "En
mi celda", replicó el hermanito. "Imposible,
pues yo mismo fui dos veces a buscaros". Entonces
Gerardo se vio obligado a confesar que, como estaba en
retiro, había pedido a Dios que le hiciese invisible
para que le dejasen orar en paz. El superior le dijo:
"Bien, por esta vez os perdono, pero no volváis a
pedir eso a Dios".
Sin embargo, Gerardo no fue canonizado por sus
milagros, ya que éstos eran simplemente un efecto de su
santidad, y Dios podía haber dispuesto que el santo no
hiciese milagro alguno sin que ello modificase en un
ápice la bondad, caridad y devoción que alabaron en el
joven Pío IX y León XIII. Uno de los resultados más
sorprendente de su fama de santidad fue el de que sus
superiores le permitieron encargarse de la dirección de
varias comunidades de religiosas, lo que no acostumbran
hacer los hermanos legos. San Gerardo hablaba en
particular con cada religiosa y solía darles
conferencias a través de la reja del recibidor. Además,
aconsejaba por carta a varios sacerdotes, religiosos y
superiores. Se conservan todavía algunas de sus cartas.
No hay en ellas nada de extraordinario: en una expone
simplemente el deber de todo cristiano de servir a Dios
según su propia vocación; en otras, incita a la bondad
a una superiora, exhorta a la vigilancia a una novicia,
tranquiliza a un párroco y predica a todos la
conformidad con la voluntad divina. En 1753, los
estudiantes de teología de Deliceto hicieron una
peregrinación al santuario de San Miguel, en Monte
Gárgano. Aunque no tenía más que unas cuantas monedas
para cubrir los gastos del viaje, se sentían seguros,
porque el hermano Gerardo iba con ellos. Y, en efecto, el
santo se las arregló para que no les faltase nada en los
nueve días que duró la peregrinación, que fue una
verdadera sucesión de milagros. Exactamente un año más
tarde, San Gerardo sufrió una de las pruebas más
terribles de su vida. Una joven de vida licenciosa,
llamda Neria Caggiano, a quien el santo había ayudado,
le acusó de haberla solicitado. San Alfonso mandó
llamar inmediatamente al hermano a Nocera. Pensando que
su voto de perfección le obligaba a no defenderse,
Gerardo guardó silencio; con eso no hizo sino meter en
aprietos a su superior, quien no podía creerle culpable.
San Alfonso le prohibió durante algunas semanas recibir
comunión y hablar con los extraños. San Gerardo
respondió tranquilamente: "Dios, que está en el
cielo, no dejará de defenderme". Al cabo de unas
cuantas semanas, Neria y su cómplice confesaron que
habían calumniado al hermanito. San Alfonso preguntó a
su súbdito por qué no se había defendido y éste
replicó: "Padre, ¿acaso no tenemos una regla que
nos prohibe disculparnos?" (Naturalmente la regla no
estaba hecha para aplicarse a esos casos). Poco después,
el santo acompañó al P. Mangotta a Nápoles, donde el
pueblo asedió, día y noche, la casa de los
redentoristas para ver al famoso taumaturgo. Finalmente,
al cabo de cuatro meses, los superiores se vieron
obligados a enviar al hermano Gerardo a la casa de
Caposele, donde fue nombrado portero.
Era ese un oficio que agradaba especialmente al joven.
El P. Tannoia escribió: "En esa época, nuestra
casa estuvo asediada por los mendigos. El hermano Gerardo
veía por ellos como lo hubiese hecho una madre. Tenía
el arte de contentar a todos, y la necedad y malicia de
algunos de los pedigueños jamás le hicieron perder la
paciencia. "Durante el crudo invierno de aquel año,
doscientas personas, entre hombres, mujeres y niños,
acudieron diariamente a la casa de los redentoristas, y
el santo portero les proveyó de comida, ropa y
combustible, sin que nadie supiese de dónde los sacaba.
Según el libro de Sálesman, mientras ejercía como
portero, un día el padre ecónomo lo regañó porque
había repartido entre los mendigos todo lo que los
religiosos tenían para comer en la despensa. Pero al
llegar el padre ecónomo a la despensa la encontró otra
vez llena.
En la primavera del año siguiente fue nuevamente a
Nápoles. A su paso por Calitri, de donde el P. Mangotta
era originario, el pueblo le atribuyó varios milagros.
Cuando volvió a Caposele, los superiores le encargaron
de la supervisión de los edificios que se estaban
construyendo. Cierto viernes, cuando no había en la casa
un sólo céntimo para pagar a los trabajadores, las
oraciónes del santo hermanito movieron a un bienhechor
inesperado a regalar lo suficiente para salir del apuro.
San Gerardo pasó el verano pidiendo limosna para la
construcción. Pero el calor del sur de Italia acabó con
su salud y, en los meses de julio y agosto, el santo se
debilitó rápidamente. Tuvo que pasar una semana en cama
en Ovieto, donde curó a otro hermano lego que había ido
a asistirle y había caído enfermo. Llegó a Caposele
casi a rastras. En septiembre, pudo abandonar el lecho
unos cuentos días, pero volvió a caer. Sus últimas
semanas fueron una mezcla de sufrimientos físicos y
éxtasis, cuando sus dones de profecía y ciencia infusa
alcanzaron un grado extraordinario. En el lecho de muerte le confesó a
su superior: "Me imagino que esta cama es la voluntad de Dios, y estoy
clavando en ella como lo estoy en la voluntad de Dios. Aun mas, creo que
la voluntad de Dios y yo nos hemos hecho una misma cosa".
Sobre la puerta de su cuarto puso un letrero
con letras mayúsculas decía:
AQUI SE ESTA HACIENDO LA VOLUNTAD DE DIOS.
San Gerardo murió en la fecha y
hora que había predicho, poco antes de la media noche
del 15 de octubre de 1755. Fue canonizado en 1904.
Difamado, se convierte en protector
El biógrafo Tannoia, en la Vida
escrita hacia 1806, declaraba: "Fray Gerardo es
protector especial de las parturientas y en Foggia no hay
ninguna mujer que vaya a dar a luz que no tenga la imagen
del Santo y no invoque su patrocinio". Singular
"revancha del Santo" por los sufrimientos que
le causaron las calumnias de una mujer, una ex-monja, a
quien le creyeron fácilmente los superiores de Gerardo.
San Gerardo, que en el lecho de su muerte
pudo confesar que no sabía lo que era una tentación
impura, tenía de la mujer un concepto muy elevado:
veía, efectivamente, en toda mujer una imagen de María,
"alabanza perenne de la Santísima Trinidad".
Eran los impulsos místicos de un alma sencilla, pero
llena de ardor espiritual.
Exclamaba con frecuencia:
"Mi querido Dios; mi Espíritu Santo", pues
sentía en su intimidad la bondad y el amor infinito de
Dios.
Intercesor de los médicos
A comienzos de 1800, casi cincuenta años después de
su muerte, un médico de Grassano declaraba: "Desde
hace muchos años no ejerzo la profesión de médico. La
ejerce por mí Fray Gerardo": este médico tomaba
tan en serio el patrocinio de Gerardo, proclamado beato
sólo en 1893, quien en vez de recetar medicinas
prefería dejar a sus pacientes una medalla del buen
religioso.
BIBLIOGRAFÍA
Butler, Vida de los Santos, Vol IV
Sálesman, P. Eliécer; Vidas de Santos - # 4
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada
Día