" pidamos a san JosÉ y a la Virgen MarÍa que nos enseÑen a ser fieles a nuestros compromisos cotidianos" Queridos hermanos y hermanas, buenos días Hoy primero de mayo, celebramos a san José obrero y comenzamos el mes dedicado tradicionalmente a la Virgen. En este encuentro, quisiera detenerme entonces sobre estas dos figuras tan importantes en la vida de Jesús, de la Iglesia y en nuestra vida, con dos breves pensamientos: el primero sobre el trabajo y el segundo sobre la contemplación de Jesús. 1. En el Evangelio de san Mateo, en uno de los momentos en que Jesús vuelve a su país, a Nazaret, y habla en la sinagoga, se Surabaya el asombro de sus paisanos por su sabiduría y la pregunta que se plantean: ¿No es este el hijo del carpintero? (13,55). Jesús entra en nuestra historia, viene en medio de nosotros, naciendo de María por obra de Dios, pero con la presencia de san José, el padre legal que lo custodia y le enseña también su trabajo. Jesús nace y vive en una familia, en la Santa Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret, compartiendo con él el empeño, la fatiga, la satisfacción y también las dificultades de cada día. Ello nos recuerda la dignidad y la importancia del trabajo. El Libro del génesis narra que Dios creó el hombre y la mujer confiándoles la tarea de llenar la tierra y de dominarla, que no significa explotarla, sino cultivarla y custodiarla, cuidarla con la propia obra (cfr. Gen 1,28 – 2,15). El trabajo forma parte del plan de amor de Dios ¡nosotros estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes de la creación y de este modo participamos en la obra de creación! El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. El trabajo – para usar una imagen, nos ‘unge’ de dignidad, nos llena de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja, actúa siempre (cfr. Jn 5,17); da la capacidad de mantenerse a sí mismos, a la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia nación. Y aquí pienso en las dificultades que, en varios países, encuentra hoy el mundo del trabajo y de la empresa; pienso en cuantos, y no sólo jóvenes, están desempleados, muchas veces debido a una concepción economicista de la sociedad, que busca el provecho egoísta, más allá de los parámetros de la justicia social. Deseo dirigir a todos la invitación a la solidaridad y a los responsables de la cosa pública la exhortación a que realicen todo esfuerzo para dar nuevo impulso a la ocupación; ello significa preocuparse por la dignidad de la persona; pero sobre todo quisiera decir que no hay que perder la esperanza; también san José también tuvo momentos difíciles, pero nunca perdió la confianza y supo superarlos, en la certeza de que Dios no nos abandona Y luego quisiera dirigirme en particular a ustedes chicos y chicas, y jóvenes: empéñense en su deber cotidiano, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la ayuda a los demás; el porvenir de ustedes depende también de cómo saben vivir estos años preciosos de la vida. No tengan miedo del compromiso, del sacrificio y no miren con miedo al futuro, mantenga viva la esperanza: siempre una luz en el horizonte. Añado una palabra sobre otra situación de trabajo que me preocupa: me refiero a lo que podríamos definir como el ‘trabajo esclavo’, el trabajo que esclaviza. Cuántas personas, en todo el mundo, son víctimas de este tipo de esclavitud, en la que es la persona la que sirve al trabajo, mientras debe ser el trabajo el que brinde un servicio a las personas para que tengan dignidad. Pido a los hermanos y hermanas en la fe y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad una opción decidida contra la trata de personas, dentro de la cual figura el ‘trabajo esclavo’. 2. Aludo al segundo pensamiento: en el silencio del quehacer cotidiano, san José, junto con María, tienen un sólo centro común de atención: Jesús. Ellos acompañan y custodian con empeño y ternura, el crecimiento del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, reflexionando sobre todo lo que sucedía. En los Evangelios, san Lucas subraya dos veces la actitud de María, que es también la de san José: ‘conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón’ (2,19.51) Para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración. Cada uno de nosotros, también ustedes chicos, chicas y jóvenes, tan numerosos esta mañana, deberían preguntarse: ¿qué espacio doy al Señor? Me detengo a dialogar con Él? Desde cuando éramos pequeños, nuestros padres nos han acostumbrado a iniciar y a concluir el día con una oración, para educarnos a sentir que la amistad y el amor de Dios nos acompañan. ¡Acordémonos más del Señor en nuestras jornadas! En este mes de mayo, quisiera recordar la importancia y la belleza de la oración del santo Rosario. Rezando el Ave María, somos conducidos a contemplar los misterios de Jesús, es decir a reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como para María y para san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de nuestras atenciones y de nuestras acciones. ¡Sería hermoso si, sobre todo en este mes de mayo, se rezase juntos en familia, con los amigos, en Parroquia, el santo Rosario o alguna oración a Jesús y a la Virgen María! La oración en conjunto es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida familiar, la amistad! ¡Aprendamos a rezar cada vez más en familia y como familia! Queridos hermanos y hermanas, pidamos a san José y a la Virgen María que nos enseñen a ser fieles a nuestros compromisos cotidianos, a vivir nuestra fe en las acciones de cada día y a dar más espacio al Señor en nuestra vida, a detenernos para contemplar su rostro.
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