San Félix de Cantalicio
capuchino, místico
Amante de Cristo en la pobreza, la humildad y la gratitud.
+18 Mayo 1587
Nació en Cantalicio, cerca de Citta Ducale, en la Apulia. Sus padres eran
campesinos muy piadosos. Supieron educarle tan bien que sus compañeros de
juegos, cuando lo veían acercarse, le gritaban: "¡Ahí viene San Félix!"
El santo pastoreaba las vacas desde niño, conducía su rebaño a algún paraje
tranquilo, donde pasaba largas horas en oración ante una cruz que había
grabado en el tronco de un árbol. Cuando tenía doce años, entró a
trabajar en la casa de un rico propietario de Citta Ducale, llamado Marco Tulio
Pichi o Picarelli, quien le empleó primero como pastor y después como
cultivador.
Era todavía muy joven cuando aprendió a meditar durante el trabajo y pronto
alcanzó un alto grado de contemplación.
Tanto en Dios como en
las criaturas que le rodeaban como en sí mismo, encontraba abundante materia
de meditación. Más tarde, un religioso le preguntó cómo podía vivir
en la presencia de Dios en medio del trabajo y las ocasiones de distracción.
El santo le respondió: "Todas las criaturas pueden llevarnos a Dios, con
tal de que sepamos mirarlas con ojos sencillos." Su materia
predilecta para meditación era la Pasión del Señor, que no se cansaba de
contemplar. Félix era tan alegre como humilde; jamás se dio por ofendido
cuando alguien le injuriaba; en vez de responder groseramente, replicaba:
"Voy a pedir a Dios que te haga un santo." El relato de la vida de
los padres del desierto le produjo cierto deseo de seguir la vida eremítica;
pero comprendió que era un género de vida muy peligroso para él.
Todavía
se hallaba en duda sobre su vocación, cuando un accidente vino a mostrarle la
voluntad de Dios. Se hallaba un día arando un terreno con un par de
bueyes nuevos, cuando su amo se acercó a él. Los animales, asustados
por la presencia del propietario u otra razón, derribaron a Félix quien trató
de contenerlos; aunque el arado le pasó por encima el santo se levantó
ileso. Para agradecer a Dios aquel milagro, Félix pidió ser admitido como
hermano lego en el convento capuchino de Citta Ducale. El padre guardián,
después de hablarle de la austeridad de la vida conventual, le dejó frente a
un crucifijo: "Considera, le dijo, que el Señor sufrió por
nosotros." Félix rompió a llorar y el superior comprendió que, si sentía
tan intensamente la pasión de Cristo, debía ser un alma elegida.
Félix
hizo el noviciado en Antícoli. Desde los primeros meses, pasó imbuido en el
espíritu de su orden, pues amaba la pobreza, la humildad y la cruz. Con
frecuencia rogaba a su maestro de novicios que le redoblaran las penitencias y
mortificaciones y le tratase con mayor severidad que a los demás, pues sus
compañeros eran, según él, más dóciles y más inclinados a la virtud.
Aunque estaba persuadido de que todos eran mejores que él, sus hermanos de
religión le llamaban "el Santo", como lo habían hecho antaño sus
compañeros de juegos.
En 1545, hacia los treinta años de
edad, hizo los votos solemnes. Cuatro años más tarde, fue enviado a
Roma, donde durante cuarenta años, es decir, casi hasta su muerte, salió
diariamente a pedir limosna para el mantenimiento de la comunidad. El
oficio era muy pesado, pero San Félix se regocijaba por la humillaciones,
fatigas e incomodidades que traía consigo y nada le podía distraer su
pensamiento de Dios. Con la aprobación de los superiores, que tenían
absoluta confianza en su discreción, ayudaba generosamente a los pobres con
las limosnas que juntaba. Además, visitaba los enfermos, a los que servía
personalmente y consolaba a los moribundos. San Felipe Neri le prodigó
gran estima y le gustaba conversar con él; a manera de saludo, los dos santos
de Dios se deseaban mutuamente una participación más intensa en la Pasión
de Cristo. San Carlos Borromeo envió a
San Felipe Neri las reglas que
había redactado para los oblatos, pidiéndole que las revisara; San Felipe se
excusó de no poder hacerlo
y recomendó para ello a San Félix. En vano protestó éste de que jamás había
hecho estudios; los superiores ordenaron que se le leyesen las reglas y que
diera su opinión sobre ellas. El santo recomendó que se suprimiesen
unas disposiciones demasiado severas. San Carlos Borromeo siguió el
consejo y manifestó su admiración por la prudencia de manifestó.
San Félix se trataba a sí mismo con gran severidad. Andaba descalzo y
usaba cilicio; ayunaba a pan y agua, ya que podía hacerlo sin llamar la
atención y se contentaba con los mendrugos de pan que encontraba en el fondo
de su alforja.
Ocultaba celosamente los dones sobrenaturales
que Dios le concedía; sin embargo, algunas veces, cuando ayudaba en la Misa,
era arrebatado en éxtasis a la vista de todos. Por todo lo que veía y acontecía, daba gracias a Dios; tan
frecuentemente pronunciaba las palabras "Deo gratias", que los
abuelos de la calle le llamaban el hermano Deogracias. Cuando Félix era ya
muy anciano y achacoso, el cardenal protector de la orden, que quería mucho
al santo, aconsejó a sus superiores que le relevasen de su oficio; pero Félix
les rogó que le dejasen seguir pidiendo limosna, diciendo que el alma se
marchita cuando el cuerpo no trabaja. Dios le llamó a Sí a los setenta
y dos años de edad, después de consolarle en el lecho de muerte con una
visión de la Santísima Virgen.
El santo obró muchos
milagros después de su muerte y fue canonizado en 1709
Regreso a la página principal
www.corazones.org