SANTOS ESPAÑOLES
Canonización: Mayo, 2003
Pedro Poveda Castroverde
presbítero, mártir.
Fundador de la Institución Teresiana
Nació en Linares (Jaén) el 3 de diciembre de 1874.
Ordenado sacerdote en 1897 en Guadix
(Granada). Allí sirvió a los habitantes de
las cuevas. Nombrado canónigo de la basílica de Santa María de
Covadonga en 1906 donde permaneció
siete años. Comenzó proyecto de preparar
profesores cristianos laicos para evangelizar.
Instituyó
academias para estudiantes y
centros pedagógicos.
Funda la "Institución Teresiana" en 1911
la cual recibe aprobación pontificia en
1924. Fue profesor del seminario
de Jaen y se trasladó en 1921
a Madrid, donde continuó
trabajando con los educadores y
los más necesitados.
Durante la persecución comunista contra la Iglesia en España, optó
por la no violencia. Decía: “la mansedumbre, la afababilidad,
la dulzura son las virtudes que conquistan al mundo”. A
la vez, manifestó su deseo de vivir la fe hasta la entrega de la
propia vida.
El 27
de julio de 1936, cuando acababa de celebrar la Eucaristía, fue
detenido en su casa de la calle de La Alameda de Madrid. No ocultó
su identidad y dijo: “Soy sacerdote de Jesucristo”. Unas horas
después, al ser separado de su hermano, que le había acompañado,
le dijo: “Serenidad, Carlos, se ve que el Señor, que me ha querido
fundador, me quiere también mártir”. A la mañana siguiente una
profesora y una joven doctora de la Institución Teresiana
encontraron su cadáver junto a la capilla del cementerio de La
Almudena. En su pecho aparecía, atravesado por una bala, el
escapulario de la Virgen del Carmen. Murió mártir por la fe el 28
de julio de 1936, a los sesenta y un años de edad. Trasladaron su
cadáver a la sacramental de San Lorenzo, donde recibió sepultura
el día 29.
Fue beatificado el 10 de Octubre de 1993. Su cuerpo se venera en
la Casa de Espiritualidad de la Institución Teresiana de Los
Negrales (Madrid).
MAXIMAS DEL PADRE POVEDA
Cristo
es para nosotros camino, verdad y vida. Camino por donde hemos de
ir al Padre, camino único, fuera del cual no podemos caminar.
Llegar al término, sin pasar por el camino, es imposible. Cristo
es la verdad. Verdad sustancial, increada, eterna. Conociendo a
Cristo se conoce toda la verdad, se está libre de todo error, de
toda ilusión, se saben apreciar las cosas según lo que valen.
Cristo es vida. En Él está la vida, separados de Él no podemos
tenerla, cuando nos falta Cristo estamos muertos. Esta vida no es
como la del mundo, caduca y transitoria; es eterna.
Los
hombres y las mujeres de Dios son inconfundibles. No se distinguen
porque sean brillantes, ni porque deslumbren, ni por su fortaleza
humana, sino por los frutos santos, por aquello que sentían los
apóstoles en el camino de Emaús cuando iban en compañía de Cristo
resucitado a quien no conocían, pero sentían los efectos de su
presencia.
Las
manifestaciones de vida en todos los órdenes, moral, intelectual
y, hasta físico, las apreciamos siempre por la intensidad de la
vida Eucarística. Porque es preciso para mantener la vida del
espíritu que seamos perseverantes en la recepción del pan de vida,
así como para conservar la del cuerpo hay necesidad del alimento
cotidiano. En suma, si la obra que realizamos es de apostolado, si
el fin es sobrenatural, si la vida que llevamos es del mismo
orden, necesitamos de un alimento, de un sustento proporcionado, y
este alimento es el cuerpo y la sangre de Cristo.
Sí, el Maestro dice a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os
doy; pero añade: no os la doy como la da el mundo. Su paz es
orden, armonía, gracia; es compatible con los dolores, amarguras y
persecuciones; existe aun cuando todo se conjure contra sus
discípulos; es la paz del alma, del corazón, de la conciencia, del
cumplimiento del deber, de la razón que estima y aprecia en su
justo valer las cosas, de la fortaleza que se mantiene intrépida
en la lucha, que no es vencida por halagos, ni por amenazas. De
aquí que Cristo añadiera a sus últimas palabras referidas: No se
turbe vuestro corazón ni se acobarde.
Habéis de trabajar, orar, sufrir, como si todo el fruto dependiera
de vuestro esfuerzo, pero persuadidos de que ni el que planta es
algo, ni el que riega; que nada podréis por vosotros mismos; que
Dios es el que da el fruto. A Él habéis de encaminar toda la
gloria, a Él debéis referirlo todo, de Él debéis esperarlo todo.
Lejos de vosotros la vanidad, la presunción y hasta la
satisfacción, si veis el fruto. Mirad que todo es de Dios; temed
arrebatarle la gloria que le pertenece. Tened sólo un anhelo; que
toda la gloria sea para el Señor, cuyo es el fruto, cuya es la
virtud, la potencia, la eficacia.
Así
ha de ser vuestra vida: toda de Dios. Pero siendo de Dios toda, ha
de distinguirse por su carácter eminentemente humano, el cual,
informado por una vida toda de Dios, se perfecciona, pero no se
desnaturaliza.
Vida
henchida de Dios. Sí; del Dios que hizo lo humano para
perfeccionarlo y no para destruirlo.
Yo
quiero, sí, vidas humanas; pero como entiendo que estas vidas no
podrán ser cual las deseamos si no son vidas de Dios, pretendo
comenzar por henchir de Dios a los que han de vivir una verdadera
vida humana..
La
Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y
su vida dan, para quien lo entiende, la norma segura para llegar a
ser santo con la santidad más verdadera, siendo al propio tiempo
humano con el humanismo verdad.
ORACION
Señor Dios nuestro,
que elegiste a san Pedro Poveda,
presbítero, mártir y fundador
de la Institución Teresiana,
para promover la acción evangelizadora
de los cristianos en el mundo
mediante la educación y la cultura,
concédenos, por su intercesión,
imitar su constancia en anunciar
y testimoniar el evangelio
y su fortaleza en confesar la fe.
Te pedimos por su intercesión
nos concedas el favor
que deseamos alcanzar.
Por nuestro Señor Jesucristo.
AMEN
|
José María Rubio
Sacerdote jesuita
Fiesta: 4 de mayo
Nació en Dalías (Almería) el 22
de Julio de 1864. Estudió en los Seminarios de Granada y Madrid.
Ordenado sacerdote en
Madrid en 1887.
Fue asignado a
las parroquias de Chinchón y Estremera.
Posteriormente fue profesor del Seminario de Madrid y
capellán de las Monjas
Bernardas.
Destacó por su dedicación al sacramento de la penitencia
Daba catequesis a niñas pobres, en las “escuelas dominicales”, se
dedicaba a los pobres y a la vez dirigía continuamente tandas de
ejercicios espirituales. Pasaba muchas noches en oración. Quienes le
veían celebrar la Misa decían: “Parece que habla con alguien”.
En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron para
siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y la
tumbas de Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el
Calvario.
Siendo sacerdote diocesano secular, tenía una gran admiración por la
Compañía de Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de afición”. Toda
su vida se centraba en “cumplir la voluntad de Dios”. El 11 de
octubre de 1906 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de
Granada. Hizo sus primeros votos el 12 de octubre de 1908 y
permaneció otro año en Granada para profundizar en sus estudios
teológicos mientras a la vez predicaba misiones populares y daba
tandas de ejercicios espirituales. Seguidamente trabajó en obras
apostólicas diversas y atendía el confesionario de la iglesia y la
predicación. Era exigente pero siempre con dulzura. Hizo suyo
el dicho de S. Francisco de Sales: “Se cazan más moscas con una
gota de miel que con un barril de vinagre”.
Hizo en Manresa (Barcelona) su “tercer año de probación” y después
fue destinado a Madrid donde el 2 de febrero de 1917 emitió sus
votos perpetuos. Desde entonces Madrid fue el campo de su intenso
apostolado. Vivía en la residencia jesuítica de la calle de La Flor
y era buscado y requerido por todo el mundo. Con sotana y roquete,
la cabeza ligeramente inclinada, destellaba tal bondad que atraída
sobrenaturalmente.
No utilizaba la retórica como otros, sin embargo sus sermones
atraían a la gente y convencía porque vivía lo que predicaba.
Repetía como lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios
hace”. Hizo misiones populares en pueblos de Madrid. Vivió una
temporada de escrúpulos pero eso no le impidió dedicarse a promover
obras de apostolado. Adquirió fama de santidad en todo Madrid.
Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e incluso fue sometido a
un registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso.
Cuando los superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de
buena forma diciendo: “No busco más que cumplir la santísima
voluntad de Dios”. También le removieron de su cargo de Director de
las Marías de los Sagrarios y de un Boletín del Sagrado Corazón. Su
respuesta: “Debo ser tonto. No me cuesta obedecer”.
Había que permanecer más de tres horas en la fila para confesarse
con él. Atendía a todos por igual, lo mismo a ricos y a pobres.
Gozaba de dones místicos e incluso de gracias especiales
sobrenaturales, como el don de profecía y de videncia. Comprobaron
estar a la vez y a la misma hora en el confesionario y visitando a
un enfermo. Escuchaba íntimamente llamadas de socorro a distancia y
hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo
incrédulo.
Anécdota: Un día de carnaval, un grupo de comparsa le había
preparado una trampa, llamándolo a una casa de citas para
administrar los últimos sacramentos a un enfermo. Uno de ellos, en
la cama se hacía pasar por moribundo para que se rieran los demás y
dar ocasión de fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión
“ridícula”. Al entrar él en el prostíbulo con intención de atender
al enfermo, descubrió que estaba realmente muerto. Fue tal la
impresión que dos de aquel grupo se hicieron religiosos poco
después.
Ejerció su ministerio pastoral con una dimensión social en los
suburbios más pobres de Madrid, en especial el de La Ventilla, donde
los movimientos revolucionarios encendían a la clase obrera. Fundó
escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue formador de muchos
cristianos que morirían mártires durante la persecución religiosa en
España.
Su testamento, en una charla a las “Marías de los Sagrarios”, fue el
de exhortar a realizar una “liga secreta” de personas que vivieran
la perfección en medio del mundo, promoviendo así una forma de
consagración que más tarde se concretaría en los institutos
seculares.
Presintió su propia muerte y hasta llegó a despedirse de sus amigos.
A finales de abril de 1929, viéndolo debilitado por su intenso
trabajo y por su dolorosa enfermedad, los superiores lo
transfirieron al noviciado de Aranjuez para que reposara. Allí,
después de haber roto por humildad sus apuntes espirituales, decía:
“Señor, si quieres llevarme ahora, estoy preparado”. “Abandono,
abandono”. A los tres días después de su llegada, el 2 de mayo
de 1929, en una butaca dijo: “Ahora me voy” y expiró por una angina
de pecho. En todo Madrid no se hablaba de otra cosa: “¡Ha muerto un
santo!”. Miles de personas asistieron a su funeral y entierro. Sus
restos fueron inhumados en el cementerio del mismo noviciado, pero
en 1953 fueron trasladados a la nueva Casa Profesa de Madrid.
Fue beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II el 6 de octubre de
1985, sus reliquias están en una Casa de la Compañía, en el claustro
junto a la iglesia parroquial del Sagrado Corazón y San Francisco de
Borja, Maldonado, nº 1, y su memoria litúrgica se viene celebrando
el 4 de mayo.
MAXIMAS DEL PADRE RUBIO
Mi deseo es santificarme donde y como el
Señor disponga
Lo
mejor, lo más provechoso, lo más consolador será lo que Dios quiera,
y a la hora de la muerte el mayor consuelo vuestro y mío será el
pensamiento de haber cumplido la voluntad santísima de Dios...
Yo no me
muevo sino por cumplir lo que sea gusto de Dios.
Es
posible en este destierro comunicarse con Dios infinito... Yo sé
que quien esto no creyere no lo verá por experiencia, porque es
muy amigo de que no pongan tasa a sus obras.
La
verdadera unión se puede muy bien alcanzar con el favor de Nuestro
Señor, si nosotros nos esforzamos en procurarla. Con no tener
voluntad, sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios.
Contemplad la humanidad santa de Jesucristo y, mediante ella, subid
a la divinidad. Meditad las virtudes de Jesucristo y desead
practicarlas; y no sólo esto, sino trabajad para conseguirlas.
Habréis vaciado primero el corazón y después os habréis llenado de
Dios, y Dios obrará en vosotros maravillas.
¿Cómo
vamos a poder pensar en otra cosa si, aunque no queramos,
tropezaremos con Él en todo? ¿No ve que lo llena todo y en todo está
trabajando por usted y por mí?
Te
encargo que siempre tengas como base de tu conducta el cumplir
fielmente la ley de Dios y los mandamientos de la Santa Iglesia
nuestra madre. Procura que en tu casa se rece en familia y que tus
hijos vean a sus padres practicar la religión, no a medias, sino en
todas las cosas. Es la mejor herencia que puedes dejarles. De todo
lo mucho que nosotros debemos a nuestros padres, cuya vida conserve
el Señor muchos años, el mayor beneficio ha sido educarnos
cristianamente y Dios les premiará este bien que nos han hecho.
Procurad rezar el Rosario a la Virgen y no olvides que quien a Dios
tiene nada le falta, sin hacer caso de cómo piensan otros, pues bien
sabes que hay muchas cabezas destornilladas.
Al final
de la vida nos queda la santidad. |
Genoveva Torres Morales
Religiosa,
virgen, fundadora de la
Congregación de las Hnas del Sagrado Corazón de Jesús y de los
Santos Ángeles (Angélicas)
Carisma: aliviar la soledad de las personas
que, por diferentes circunstancias, viven solas y necesitadas de
cariño, de consuelo, de amor y de cuidados en su cuerpo y en su
espíritu.
Fiesta: 4 de enero
Nació
en Almenara (Castellón) el día 3 de enero de 1870.
Era una familia de humildes labradores y ella era las mas pequeña
de 2 varones y cuatro niñas. Su
padre, José, murió cuando ella tenía un año.
En el transcurso de seis años, ella, su madre y un hermano, vieron
cómo morían los otros cuatro hermanos. La
madre, Vicenta, murió cuando tenía ocho
años.
Se quedó con su hermano el mayor, de dieciocho años, y ella tuvo
que hacer desde niña de “ama de casa”. Es así que
maduró muy rápido.
No pudo asistir
muchos años a la escuela pero si a la
catequesis parroquial. Fue confirmada en 1877. Para hacer la
primera comunión, sin poder tener su traje y sin darle importancia
alguna a lo exterior, se confesó, se puso en la fila de las
personas que iban a comulgar y recibió al Señor. Ya ahí le nació
su profundo amor a la Eucaristía.
Ella y su hermano pasaron gran estrechez
económica. A sus diez años tomó afición por
la buena lectura, leyó los libros que había
dejado su madre en casa. En uno de ellos leyó que había que hacer
siempre la voluntad de Dios, pues para eso estamos en este mundo.
Y esta máxima se le quedó grabada para toda su vida.
El trabajo, la mala alimentación y los escasos cuidados le
acarrearon un tumor maligno en la pierna izquierda y, al
presentarse la gangrena, tuvo que serle amputada cuando tenía tan
solo trece años. Fue operada en su misma casa, sobre la mesa de la
cocina, con métodos casi rudimentarios, pues hasta se rompió el
aparato para evitar la hemorragia. Tuvieron que atarle la pierna
por el muslo, pero en forma tan deficiente que sería causa de
dolores durante toda su vida. Todos esperaban ya su muerte pero se
repuso y volvió a las tareas domésticas con la ayuda de dos
muletas, ya siempre compañeras inseparables.
Por circunstancias familiares fue internada en el orfanato “Casa
de la Misericordia” de Valencia, donde pasó nueve años. Sentía una
especial devoción a la Eucaristía y al Sagrado Corazón de Jesús, a
la Virgen María y a los Santos Ángeles. Ayudada por el capellán
del centro, don Carlos Ferris, más adelante jesuita, allí progresó
en su experiencia espiritual profunda que le llevó a pedir su
entrada en las Carmelitas de la Caridad, que regentaban la casa.
Las veía y le parecían “ángeles”. Pero no fue admitida por causa
de su minusvalía. Desde ese momento no cejó en buscar cuál era la
voluntad de Dios sobre ella.
Se fijó en un acuciante problema que aquejaba a muchas mujeres en
los comienzos del siglo XX: la soledad. Por distintos motivos
familiares quedaban abandonadas. Ella, que estaba abierta a ver en
los acontecimientos la mano de Dios, captó esta necesidad y empezó
el embrión de lo que sería el futuro instituto religioso. Comenzó
con dos compañeras, difíciles de carácter, a recoger en la casa a
distintas personas necesitadas. Con su paciencia y caridad
Genoveva pudo soportar aquella situación, viviendo de su trabajo
de costura y bordado. Enseguida se les quedó pequeña la casa y
tuvieron que ir buscando hogares más amplios pues la necesidad era
más grande de lo que a primera vista podría parecer. Genoveva
pensó entonces especialmente en promover la vela de la adoración
eucarística nocturna.
Desde su salida de la “Casa de Misericordia” en 1894 hasta 1911,
su vida podría compararse con la peregrinación por el desierto en
busca de la voluntad de Dios. “Me puse en las manos de Dios
para cuanto pudiera querer de mí con voluntad firme de no
resistirme en nada de cuanto de mí exigiera, costara lo que
costara”. El día 2 de febrero de 1911 en Valencia, con la
indicación del canónigo José Barbarrós sobre unas señoras y
señoritas solas y cargadas de sufrimiento, y con la consulta al P.
Martín Sánchez, S.J., que le dio su aprobación personal, fundó la
primera “Casa Hogar”, constituyendo la Sociedad Angélica que daría
origen al instituto de Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de
los Santos Ángeles con el carisma y misión de “aliviar la soledad
de las personas que, por diferentes circunstancias, viven solas y
necesitadas de cariño, de consuelo, de amor y de cuidados en su
cuerpo y en su espíritu”. Genoveva fue nombrada directora. Así,
remediaba un problema social: amparar la soledad. Pero sus
fundaciones no serían sólo “casas” sino también “hogares”, para
que las personas que vinieran amueblaran la habitación a su gusto
con el fin de que su desarraigo fuera menor, ya que podían llevar
consigo las cosas de mayor afecto personal.
La sociedad fue erigida como “Pía Unión” en 1912 y el primer
reglamento data de 1914. En ese mismo año fundó otra casa en
Zaragoza, en la calle del Pilar, aconsejándose del P. Martín
Sánchez, SI; en 1914 en Madrid y, poco a poco, en Bilbao,
Barcelona, Santander y Pamplona. En 1925 la Pía Unión fue
reconocida en Zaragoza como Instituto religioso de derecho
diocesano por el Arzobispo Doménech y emitieron ante él sus votos
la Madre Genoveva, nombrada Superiora General, y otras dieciocho
religiosas. El decreto de aprobación como instituto religioso de
derecho pontificio sería dado por Pío XII en 1953.
En tiempos de la república y de la guerra civil, algunas de las
casas tuvieron que padecer la persecución religiosa, quedando la
mayoría devastadas, mientras que la Madre Genoveva infundía paz y
esperanza en todas sus Hermanas. En las casas de Zaragoza y
Valencia se pudo dar protección a otras personas, miembros de
institutos religiosos y seglares, puesto que la Madre Genoveva
tenía un corazón abierto para todas las personas y actividades de
la Iglesia, con un espíritu de servicio asombroso. Fue reelegida
Superiora General en los capítulos de 1935, 1941 y 1947. Retirada
de su cargo en 1954, supo convertirse en religiosa siempre
obediente a la nueva Madre General.
Todas las casas empezaban por el “Sagrario”, “porque estando Jesús
en casa nada temo” y de esta forma imprimió en sus religiosas una
nota característica de su espiritualidad: la adoración-reparación
a la Eucaristía. Desde ese fundamento las Angélicas desplegarían
su apostolado con las tres notas que la Madre Genoveva dejó
plasmadas en sus constituciones: espíritu de humildad y sencillez
que busca sólo a Dios en todas las cosas, espíritu de obediencia
con la abnegación del propio juicio a la voluntad de Dios en las
disposiciones de los superiores y espíritu de caridad, que
engendra en las Hermanas el ardor apostólico por la gloria de Dios
y la salvación de las almas. La palabra más repetida en sus
escritos es “amor”: “Que sólo el amor me impulse a obrar”. “Que tu
puro amor mueva todas mis acciones”. “Nada es pesado para el que
ama”. “Dios merece ser servido con fidelidad y amor”. “El amor
nunca dice basta”.
A finales de 1955 su salud había decaído considerablemente. El 30
de diciembre tuvo un ataque de apoplejía y recibió los últimos
sacramentos. Todavía pudo comulgar en la madrugada del 4 de enero
de 1956 y en esa mañana entró en coma. A los ochenta y seis años
de edad, el 5 de enero de 1956 falleció en Zaragoza. El pueblo
comenzó a llamarla “Ángel de la soledad” y así sigue
reconociéndola.
El Instituto de Hermanas, llamadas comúnmente “angélicas”, están
extendidas por España, Italia, México y Venezuela. Además trabajan
apostólicamente en catequesis, Casas de ejercicios, Guarderías, y
en la evangelización en parroquias y escuelas.
Fue beatificada en Roma por el Papa Juan Pablo II el día 29 de
enero de 1995, sus reliquias reposan en la Casa Generalicia en
Zaragoza y su memoria litúrgica viene celebrándose el 4 de enero.
MAXIMAS DE SANTA
GENOVEVA TORRES
Hay que amar a Dios en
todas las cosas agradables y desagradables: y si están envueltas
en sufrimientos, tanto mejor. El amor sin sufrimiento es
sospechoso. El amor todo lo hace fácil.
Si miro a Jesucristo
en la cruz, todo sufrimiento me será sabroso. Pediremos la gracia
de llevar con valor y santa alegría las cruces que a Dios le
plazca enviarnos y haremos esta petición en los momentos penosos a
la naturaleza. Vayamos al pie de la cruz; si tenemos valor para
ello, quejémonos.
El centro de la
devoción al Corazón de Jesús, está en la Eucaristía. La práctica
del amor a este Corazón está en la oración, la penitencia, y en
adorarle llevando almas por esos medios para que le conozcan y le
amen.
Siento que Jesús me
llama desde el Sagrario; cuando por mis obligaciones no puedo
acudir, procuro hallarle en las mismas obligaciones.
Debemos sacrificarnos
mucho, practicando la caridad, que será reconocida por Dios
nuestro Señor.
Si de veras amamos a
Dios su recuerdo nos hará volar en el sacrificio y en la
abnegación en aras de la caridad.
Revistámonos de los
hechos de Jesús, que todos fueron de caridad, dulzura, amabilidad
y sin distinción de personas.
Quien ama a María
procura imitar sus virtudes y obsequiarla siempre. Madre de Jesús
y Madre mía, en penas y tribulaciones acudiré a Ti. Me mostrarás a
tu Divino Hijo y le amaré.
Seamos amables y
cariñosas con las que tengamos que tratar y servir. Lo que se hace
por Dios, debe caracterizarlo las virtudes que Jesús practicó:
humildad, paciencia, afabilidad, dulzura... darnos todas para
ganarlas a todas.
Sólo por la caridad y
la mansedumbre llevaremos las almas a Dios.
La base de la caridad
y de la unión es la humildad. Si somos humildes de corazón en
todos nuestros actos, practicando la caridad por Dios, gozaremos
de la paz del alma.
Darse a Dios de veras
es lo único que da paz verdadera. Lo demás todo pasa pronto.
El tiempo corre hacia el sepulcro y vivimos neciamente si no
vivimos para Dios.
Viviendo para Dios, seremos generosos con Él y con
el prójimo.
Ofrezco a Dios todo, venga lo que viniere, todo lo
permite el Señor. |
Ángela de la Cruz
(María de los Ángeles Guerrero González)
Religiosa, virgen,
fundadora de las Hermanas de la Compañía de la Cruz
Mayo 2003,
canonización
Nació
cerca de Sevilla el 30 de enero de 1846. Fue
bautizada el 2 de febrero. Su padre,
Francisco, era cocinero del convento de los Trinitarios y su madre
Josefa costurera del mismo. Tuvieron catorce
hijos de los que solamente seis llegaron a la mayoría de edad.
Por la pobreza pudo ir poco al colegio,
aprendiendo a escribir sin dominar la ortografía, algunas nociones
de aritmética y catecismo. No obstante su pobreza no le impedía,
desde niña y adolescente, a compartir los bienes que tenían en casa
con los más pobres.
En casa aprendió a
rezar el Rosario y a practicar en familia las oraciones del mes de
mayo dedicado a la Virgen María. Con su padre acudía al rosario de
la aurora y su madre se prestaba a ser madrina de los niños del
barrio que lo necesitaban. Hizo la primera comunión en 1854 y fue
confirmada en 1855.
Comenzó trabajos fuera de casa a sus doce años para ayudar
a su familia como aprendiz en la zapatería Maldonado donde también
se rezaba diariamente el Rosario y tuvo sus primeras experiencias
místicas. Ella misma se puso a enseñar el oficio a otras niñas,
como oficiala de primera, en una institución llamada “Las
Arrepentidas”.
El canónigo que
confesaba a Angelita, el Padre Torres, le ayudó a encontrar lo que
Dios le pedía: ser monja. En 1865, acompañada de su hermana
Joaquina, llamó a las puertas del Carmelo que había fundado en
Sevilla Santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran capacidad
para la vida contemplativa, no fue admitida porque no tenía
suficiente salud para la vida tan austera del Carmelo. En 1868
entró como postulante en las Hijas de la Caridad del Hospital
central de Sevilla, pero por su salud quebrantada fue trasladada a
Cuenca por si le sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que dejar
definitivamente a las Hijas de la Caridad a pesar de su entrega y
fidelidad generosa.
Resignada a vivir como
“monja sin convento” volvió a su trabajo y se sometió en
obediencia a su director espiritual escribiendo todos los
pensamientos y deseos de su alma, hasta que en 1875 ve en la
oración el monte Calvario con una cruz frente a la de Cristo
crucificado:“Al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las
veras de mi corazón imitarle, conocía con bastante claridad que en
aquella otra cruz que estaba frente a la de mi Señor debía
crucificarme, con toda la igualdad que es posible a una
criatura...”. En una ocasión, después de escuchar las quejas de
los pobres que sufren, escribe al Padre: “Si para aconsejar a
los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es
preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un
Instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza!”,
recibiendo así la inspiración de fundar una “Compañía”.
En sus Papeles
íntimos, páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas
ortográficas pero con una identidad cristiana y eclesial
admirable, redactó su proyecto de Compañía, con una dimensión
caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme
en la Iglesia y en la sociedad de Sevilla por su identificación
con los menesterosos: “Hacerse pobre con los pobres”. No
quería hacer la caridad “desde arriba” sino ayudar a los pobres
“desde dentro”. Escribía y lo vivía: “La primera pobre, yo...”.
El día 2 de agosto de
1875 el Padre Torres celebraba la Eucaristía en la iglesia del
Convento Jerónimo de Santa Paula a la que asistían, con Ángela,
que era terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa y
otra Juana, dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la
oración y en el servicio a los pobres. Acabada la Misa se
trasladaron a vivir a un cuarto alquilado en la calle de San Luis,
nº 13, en el que había una mesa, unas sillas y unas esteras de
junco que servían de colchón y de almohada, un Crucifijo y un
cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las Hermanas
de la Cruz.
La fundadora imprimió
a su Compañía un ambiente de limpieza, de saludable alegría y de
contenida belleza de tal forma que sus conventos tendrían
esplendor a base de cal, estropajo, dos esterillas y cinco
macetas. Su estilo sería el de mujeres sencillas, verdaderamente
populares, apartadas de la grandiosidad, impregnando el aire de
dulzura de tal forma que la gente agradecía aquel nuevo modo de
querer a Dios y a los pobres.
Luego pasaron a la
calle Hombre de Piedra, junto a la parroquia de San Lorenzo, donde
ejercía el ministerio Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el
Arzobispo, llamado “mendigo”, recientemente beatificado. Empezaron
a recoger niñas huérfanas de los enfermos a quienes atendían, por
eso pasaron a otra casa más grande en la calle Lerena, donde ya
pudieron contar con la presencia de la Eucaristía. Atendían a las
personas que estaban solas y enfermas en sus casas. Con una mano
pedían limosna y con la otra la repartían.
En 1879 el Arzobispo
Fr. Joaquín Lluch aprobó las primeras constituciones de la
Compañía de las Hermanas de la Cruz, en una síntesis de oración y
austeridad, contemplación y alegría en el servicio a los pobres.
Las Hermanas de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y
Extremadura, La Mancha, Castilla, Galicia, Valladolid, Valencia y
Madrid, las Islas Canarias, Italia y América. En Sevilla se
trasladarían a lo que después sería la Casa Madre en la calle de
Los Alcázares.
En 1894 Sor Ángela,
“madre Angelita” o simplemente “Madre” como se le llamaba ya en
Sevilla, viajó a Roma para asistir a la beatificación del maestro
Juan de Ávila y Fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con el
Papa León XIII, quien más tarde concedió el decreto inicial para
la aprobación de la Compañía que firmaría en 1904 San Pío X.
En 1907 Sor Ángela
asumió el gobierno y la responsabilidad de su Instituto religioso
como primera Madre General, reelegida por cuatro veces. Aunque
tenía fama de “milagrera”, destacaba por su naturalidad y
sencillez.
En 1928 a pesar de la
exposición iberoamericana, en Sevilla continuaba habiendo pobres y
necesidades, por eso las Hermanas de la Cruz rondaban por los
barrios más pobres, santificándose especialmente con la virtud de
la mortificación, al servicio de Dios en los pobres, haciéndose
pobres como ellos.
Sor Ángela aceptó la
decisión del Arzobispo de no continuar
siendo Madre General y se puso a
disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y a cuantas
personas acudían a perdirle ayuda, atraídas por sus virtudes.
Las Hermanas de la
Cruz, de entonces y de ahora, siguen a
estrictamente las normas de mortificación establecidas por
Sor Ángela: comen de “vigilia”, duermen sobre una tarima de madera
las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues quieren
estar “instaladas en la cruz”, “enfrente y muy cerca de la cruz de
Jesús”, renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin
tardanza donde los pobres las necesiten.
El 7 de julio de 1931
Madre Ángela tuvo una trombosis cerebral que, nueve meses después,
la llevaría a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo pero
continuó resplandeciendo en su virtud de la humildad, tratando de
agradar y nunca molestar.
Después de una larga
agonía y de haber recibido los últimos Sacramentos murió en
Sevilla –en su tarima de dormir- el 2 de marzo de 1932. Sevilla
entera pasó durante tres días enteros por la capilla ardiente
hasta que, por privilegio especial, fue sepultada en la cripta de
la Casa Madre. El Ayuntamiento republicano de Sevilla celebró una
sesión extraordinaria para dar carácter oficial a los elogios de
Sor Ángela y propuso que a la calle de Los Alcázares se le llamara
de “Sor Ángela de la Cruz”, siendo aprobado el cambio de nombre
por unanimidad.
Fue beatificada en
Sevilla por el Papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982, su
cuerpo incorrupto reposa en su capilla de la Casa Madre y su
memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de noviembre.
TEXTOS DE LA MADRE ÁNGELA DE LA CRUZ
Yo conozco que no he empezado todavía
este camino de sacrificio y que la víctima debe ser lo más
hermoso del rebaño y yo soy una ovejita negra, la más negra del
rebaño de su pastor.
Los medios para que
esta ovejita alcance la hermosura de una víctima ya aceptada por
Dios son cuatro: Obedecer, callar, sufrir y morir.
¿Qué les pasaría a
los santos en su interior para que sus acciones fueran tan
agradables a los ojos de Dios? Querría entrarme en el interior
de uno para aprender.
Sí; eso es lo que yo
ambiciono, amor y más amor, santidad y más santidad, perfección
y más perfección.
Las
virtudes que deben brillar más en mi son: la pobreza, el
desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad...; a mí
me quiere nuestro Dios desconocida de todo el mundo, de tal
manera que no vez en mí otra cosa que una gran pecadora cubierta
de deshonra y de ignominia. Quiere Nuestro Señor que yo baje
tanto, tanto, que no haya otro estado tan bajo, tan
despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y esto que
siga hasta después de mi muerte.
Padecer lo que Dios
nos mande muy conforme, sin desear otra clase de padecimientos,
aunque no sean tan penosos. Padecer en silencio y sin quejarse.
Padecer sin cansarme, deseando se aumente el penar. Padecer con
alegría y paciencia inalterable, sin buscar alivio ni descanso
ni consuelo, sino en la obediencia.
La primera pobre,
yo... Me consideraré interina en el cargo, desearé sentir los
efectos de la pobreza y me alegraré cuando los sienta; estaré
pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono
total en Dios y en su Providencia.
Son mendigas que
todo han de recibirlo de limosna; sólo quedan con sus verdaderos
hermanos los pobres, que son ya sus amigos, sus hermanos e
hijos; y las pobres niñas que educan, las cuales no pueden
darles puestos ni honores en la sociedad.
Hice también la
resolución de servir a mis hermanos en la condición de criada,
mirando en ellos sólo lo que tienen de Dios y también para
predicarles con mi ejemplo; que no vieran en mí nada que pudiera
hacer la virtud reprensible.
Mi corazón se
multiplica para ser entero para cada uno de los pobres que se
ven necesitados, y me ocupo de sus penas como mías.
María, nuestra
amorosa Madre, será desde hoy nuestra Maestra, y nuestra
Superiora y nuestra Hermana Mayor.
Jesús, María y José,
ayudadme a obedecer.
Dios me hizo
comprender lo que vale la humillación.
Hijas mías, nuestro
país es la Cruz, que en la Cruz voluntariamente nos hemos
establecido y fuera de la Cruz somos forasteras.
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Maravillas de Jesús
(María
de las Maravillas Pidal y Chico de Guzmán)
Religiosa, virgen, de la Orden de las
Carmelitas Descalzas.
Nació
en Madrid el 4 de noviembre de 1891, la menor de cuatro hermanos;
fue bautizada a los ocho días y confirmada en 1896. Hizo su
primera comunión en 1902. Sus padres, don Luis y doña Cristina,
eran los marqueses de Pidal. Don Luis había sido Ministro de
Fomento y en aquellas fechas era Embajador de España ante la Santa
Sede. Fue educada en sus primeros años especialmente por su abuela
materna, Patricia Muñoz, y ya desde niña experimentó una llamada a
consagrarse al Señor en virginidad. Mientras estudiaba en casa,
durante su adolescencia y juventud se dedicó a obras de caridad,
ayudando a muchas familias necesitadas.
Leía frecuentemente
las obras de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz y,
cautivada por sus vidas y experiencias espirituales, decidió
entrar en las Carmelitas Descalzas de El Escorial (Madrid) donde
ingresó el 12 de octubre de 1919 recibiendo el nombre de
Maravillas de Jesús. Con este motivo D. Pedro Poveda -que será
canonizado juntamente con ella- le escribió una carta de
felicitación, a la que contestó agradecida. Tomó el hábito en 1920
e hizo su primera profesión en 1921. Allí mismo, detrás de la
celosía que da al sagrario de la Iglesia conventual, recibió en
1923 la inspiración de fundar un Carmelo en el centro geográfico
de España, El Cerro de los Ángeles, donde se había levantado el
monumento al Sagrado Corazón de Jesús.
El obispo de
Madrid-Alcalá, Mons. Eijo y Garay acogió la idea y en 1924 la
Hermana Maravillas y otras tres monjas carmelitas de El Escorial
se instalaron provisionalmente en una casa de Getafe para atender
desde allí la edificación del Convento. En esa casa hizo su
profesión solemne el 30 de mayo de ese mismo año. En 1926 fue
nombrada, por el obispo Eijo, priora de la comunidad y el 31 de
Octubre se inauguraba el nuevo Carmelo de El Cerro de los Ángeles.
Como ya entonces
acudieron muchas vocaciones, la Madre Maravillas vio en ello una
señal de Dios para fundar nuevas “casas de la Virgen”. En 1933, a
petición del obispo, misionero carmelita, Mons. Arana, fundó otro
Carmelo en Kottayam (India) enviando a ocho monjas. A ella no le
permitieron ir sus superiores.
Durante la persecución
religiosa en España a partir de 1931 pasaba todas las noches
muchas horas orando desde su Carmelo, contemplando el monumento al
Sagrado Corazón, y solicitó y obtuvo permiso del papa Pío XI para
salir con su comunidad, exponiendo sus vidas, si llegara el
momento de defender la sagrada imagen, en caso de ser profanada.
En julio de 1936 las Carmelitas fueron expulsadas de su Convento y
llevadas detenidas a las Ursulinas de Getafe. Después se
refugiaron en un piso de la calle Claudio Coello, 33, de Madrid,
donde pasaron catorce meses de sacrificios, privaciones, registros
y amenazas, deseando recibir la gracia del martirio. En 1937 la
Madre pudo salir con su comunidad de Madrid y, pasando por Lourdes
entró en España para instalarse en el abandonado “desierto” de Las
Batuecas (Salamanca), que había podido adquirir antes de la
guerra. Allí y a petición del obispo de Coria-Cáceres fundó un
nuevo Carmelo. En 1938 hizo voto de hacer siempre lo más perfecto.
En marzo de 1939 pudo volver a recuperar, totalmente destruido en
la guerra, el de El Cerro de los Ángeles, donde fue elegida
nuevamente priora. En este tiempo dio testimonio de fe, heroísmo y
fortaleza, prudencia y serenidad y de una extraordinaria confianza
en Dios.
Desde entonces y en
muy pocos años realizó las fundaciones de otros muchos Carmelos:
en 1944 el de Mancera de Abajo (Salamanca); en 1947 el de Duruelo
(Ávila), cuna de la reforma carmelitana de San Juan de la Cruz; en
1950 traslada la comunidad de Las Batuecas, -cediendo este
“desierto” a los padres carmelitas descalzos-, a Cabrera
(Salamanca); en 1954 el de Arenas de San Pedro (Ávila); en 1956 el
de San Calixto, en la sierra de Córdoba; en 1958 el de Aravaca
(Madrid); en 1961 el de La Aldehuela (Madrid), en el que es
elegida priora y en él vivió hasta su muerte; en 1964 el de
Montemar-Torremolinos (Málaga).
Además, con hermanas
de algunos de los Carmelos fundados por ella, ayudó en 1954 al de
Cuenca (Ecuador), en 1964 al de El Escorial y en 1966 al de La
Encarnación de Ávila, donde había entrado y vivido Santa Teresa de
Jesús durante treinta años. En 1960, en Talavera de la Reina
(Toledo), edifica un convento, también con iglesia de nueva
planta, para los padres carmelitas descalzos. En su vida, además
del P. Alfonso Torres, S.J. fueron sus directores espirituales el
P. Florencio del Niño Jesús, O.C.D., y el P. Valentín de San José,
O.C.D.
Desde el Carmelo de La
Aldehuela, la Madre Maravillas, donde pasó sus últimos catorce
años, continuó atendiendo las necesidades de todos esos Carmelos
e, incluso desde la clausura, realizó una labor social como la
construcción de viviendas prefabricadas y la ayuda en la
construcción de una barriada de doscientas viviendas. A sus
expensas hizo edificar también una Iglesia y un colegio. Sostuvo
económicamente a distintos seminaristas para que pudieran llegar a
ser sacerdotes, realizó una fundación benéfica para sostener a
religiosas enfermas, compró una casa en Madrid para alojar a las
carmelitas que tuvieran necesidad de permanecer algún tiempo en
tratamientos médicos y costeó al Instituto Claune la edificación
de una clínica para religiosas de clausura. En la iniciativa y
desarrollo de estos servicios caritativos, que solía empezar sin
medios económicos, confiaba siempre en la Providencia de Dios, que
nunca le faltó.
Se sentía feliz de ser
carmelita descalza, “hija de nuestra santa madre Teresa” y
consideraba un tesoro la vida y los textos de Santa Teresa de
Jesús y San Juan de la Cruz. Siguiendo las directrices del
Concilio Vaticano II, que aconseja la unión o asociación de
monasterios de vida contemplativa, en 1972 obtuvo la aprobación de
la Santa Sede de la “Asociación de Santa Teresa”, integrada por
los Carmelos fundados por ella -y por otros que entonces se
adhirieron- y, en 1973, fue elegida Presidenta. En los conventos
en que vivió había sido elegida Priora de la Comunidad, -en total
cuarenta y ocho años-, mostrando a la vez a sus hermanas caridad y
firmeza, ánimo y consuelo, pidiendo siempre el parecer de las
demás. Irradiaba paz y dulzura en sus palabras y gestos, de tal
forma que quienes la trataron salieron siempre agraciados con su
testimonio de amor Dios y de disponibilidad a la Iglesia como fiel
hija suya.
La Madre Maravillas de
Jesús es una de las grandes místicas de nuestro tiempo. Vivió una
maravillosa experiencia de su unión con Dios, con una rica vida
interior como se refleja en las cartas íntimas a sus directores
espirituales, que sólo se han conocido después de su muerte. Pasó
por la vivencia de “las noches” y por el gozo del amor profundo de
Dios y de su respuesta de amor a Él. La capacidad de contagiar el
amor de Dios le provenía de su unión con Él y de su gran capacidad
y disposición para la oración. Expresaba: “Me abraso en deseos de
que las almas vayan a Dios”. Durante toda su vida se entregó
amorosamente al cumplimiento de la voluntad de Dios, y en la
última etapa, ofreciendo su enfermedad y dando testimonio: “Lo que
Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera” solía repetir a
sus hijas. Amó y vivió la pobreza y humildad heroicamente,
infundiendo este espíritu en sus hermanas. Destacó también por su
fidelidad al ideal teresiano.
Ya en 1962 había
tenido un trastorno circulatorio del que se repuso. En 1972 sufrió
un paro cardíaco del que se recuperó, pero su salud quedó ya muy
quebrantada. En la solemnidad de la Inmaculada de 1974, recibió la
Unción de los enfermos y el santo Viático. Murió, a los 83 años,
en el Carmelo de La Aldehuela, el 11 de diciembre de 1974, rodeada
de sus hijas y repitiendo: “¡Qué felicidad morir carmelita!”.
Fue beatificada en
Roma por el Papa Juan Pablo II el día 10 de mayo de 1998, sus
reliquias permanecen en la Iglesia del Carmelo de La Aldehuela
(Madrid) y su memoria litúrgica se viene celebrando el 11 de
diciembre.
TEXTOS DE LA MADRE
MARAVILLAS DE JESÚS
Yo no quiero la vida más que para
imitar lo más posible la de Cristo.
He tomado a la
Virgen Santísima por Madre de un modo especialísimo y ella es la
encargada también de prepararme y ampararme.
Me pareció entender
que no era lo que le agradaba a Dios lo que fuera mayor
sacrificio, sino el cumplimiento exacto y amoroso de su voluntad
divina en sus menores detalles, y como quería fuese muy delicada
en este cumplimiento, que me llevaría muy lejos en el sacrificio
y en el amor.
Hace tiempo que no
me cuestan las cosas que quiero hacer por el Señor como antes me
costaban, ni nada de lo que Él me envía, por doloroso que sea,
porque viendo que es su voluntad, ya es de veras la mía sin
esfuerzo alguno.
Me da el Señor tal
deseo de amarle, que no sólo durante el día no puedo pensar en
otra cosa, quedándose todas las cosas de la vida como por fuera.
Quisiera yo poder, a
costa de cuanto fuera necesario, transformar las ofensas que en
el mundo se cometen, en gloria, amor y consuelo para el Corazón
de mi dulcísimo Jesús. ¡Quisiera tanto amarle de veras y
glorificarle! A pesar de mi pobreza me da el Señor un vivo deseo
de esto, de borrar, si pudiera, todas las ofensas que se le
hacen y de sufrir, pareciéndome esto lo más deseable de este
mundo.
Si no me concede la
gracia tan inmerecida de poder dar la vida por Él, que es mi
mayor deseo, quisiera emplearla toda en sufrir cuanto pudiera
por su amor.
Yo quiero a todo
trance santificarme, entregar, pero de veras, toda mi nada al
Señor.
Estoy contentísima
con la idea de hacer así el conventico como los pobres, es
decir, como lo que somos. A mi Cristo le gusta que lo hagamos
con pobreza, y a mí también....
Da una devoción este
trabajar como los pobres. Es que trabajar para ganarse la vida
es dulcísimo para el alma y durillo para el tonto cuerpo.
Me figuro que
estarán entusiasmadas con el Concilio, ¡qué hermosura y qué
felicidad ser hijas de la Iglesia!
¡Lo que Él quiera!
Si él no lo quiere, ¿para que vamos a quererlo nosotras?
Hermanas,
quisiéramos abarcar el mundo entero, pero como esto no es
posible, que no quede sin atender nada de lo que pase a nuestro
lado.
La corona no es de
los que comienzan, sino de los que perseveran hasta el fin. Esta
vida se pasa volando, y lo único que vale es lo que hagamos para
la otra.
¿Miedo a la muerte?
Si la muerte no es más que echarse en las manos de Dios.
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Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de
Jesús y María
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