Obispo Comboni |
Beato Daniel
Comboni
Obispo, Pionero de un nuevo plan para la misión en Africa,
Fundador de obra Misionera, gran devoto de los Corazones de Jesús y
María y de la Cruz.
Síntesis de la obra de la Hna. María del Cielo, publicada con
permiso.
Nació
en Limone sul Guarda, Brescia (Italia), el 15 de marzo de 1831y fue
bautizado el día siguiente. Sus padres, Luigi y Domenica, eran pobres.
El jardinero y ella empleada doméstica. Daniel fue el único que
sobrevivió de ocho hijos.
Un mes antes de cumplir sus doce años entra en el
Colegio San Carlo, fundado por el sacerdote Nicola Mazza, cuya
inspiración lleva a muchos jóvenes a entrar al seminario. En 1846 había
partido para África central el primero de estos jóvenes, junto con un
grupo de misioneros enviados por Propaganda Fide. En 1853 partían otros
tres.
El Padre Don Angelo Vinco, misionero al Africa, era una gran influencia.
Había regresado a Europa para pedir ayuda para aquella misión y se quedó
con ellos tres meses. Comboni afirma que después que este sacerdote
hablase “con todo el entusiasmo de su alma” a 500 alumnos sobre la
deplorable situación de la raza camita, “encendió en ellos el fuego de
la caridad divina que no puede detenerse en la carrera hacia la
dedicación total y el sacrificio por la salvación de los infieles”.
A los 15 años leyó la Historia de los mártires del Japón, narrada por
San Alfonso María de Ligorio la cual le llenó de entusiasmo misionero.
A la edad de 17 años, siendo estudiante de filosofía, hace voto ante su
superior de consagrar su vida al apostolado en África central. Se
concentra en el estudio de los idiomas. Aprende hebreo, árabe, español,
francés, inglés. Más tarde también el alemán, portugués y llegará
a aprender 13 dialectos árabes y algunas lenguas africanas.
Sacerdote Misionero
El 17 de diciembre de 1854 es ordenado diácono y
presbítero el 31del mismo mes. Dos años más tarde don Mazza lo incluye
en la expedición misionera al África. Solo le preocupaba dejar a sus
padres en muy mala situación económica. Pero los ejercicios espirituales
y la dirección espiritual del P. Marani le dan paz y se confía en Dios y
en María .
Al Padre Pietro Grana le escribe: “Oh, cuanto me aflige el sacrificio
que estos pobres (sus padres) hacen para separarse de mí! Pero se me ha
asegurado que Dios me llama, y voy seguro”. Parte el 10 de septiembre de
1857.
Apenas llegado a Egipto, desde Asiut les escribe a sus padres sobre sus
primeras impresiones del viaje y concluye diciendo: “Les agradezco
vivamente el haberme dado el generoso consentimiento para recorrer la
carrera de la Misión;…Adiós querido padre, querida mamá; ustedes están y
viven siempre en mi corazón. Los amo…, porque supieron hacer una obra
heroica, que los grandes del siglo, y los héroes del mundo no saben
hacer. Ustedes han obtenido una victoria que les asegurará la felicidad
eterna”.
El 14 de febrero de 1858, junto a cuatro sacerdotes del grupo del P.
Mazza y un laico, llegan a la misión de Santa Cruz, Sudán. Tiene solo 27
años.
La Cruz
El mismo año que llegó al
Africa muere su madre. A su padre le escribe: “Dios quiso llamarla a sí,
para darle un premio bien ganado por los sufrimientos y sacrificios que
ella sostuvo durante su vida”. Al mismo tiempo lo anima a ofrecer
esta cruz a Nuestro Señor, concientes de que “la palma del cielo no se
puede conquistar sin penas, aflicciones y sacrificios; y aquellos que
son visitados con esta clase de favores celestes, pueden con derecho
llamarse bienaventurados sobre esta tierra, mientras gozan de la
bienaventuranza de los santos, para los cuales fue suma delicia el
padecer grandes cosas por la gloria de Cristo… Coraje, amadísimo padre
mío, ahora estamos en el campo de batalla…y combatiendo como héroes,
abrazamos con generoso ánimo la adversidad, los padecimientos, el
abandono…junto a Jesús crucificado que padece por nosotros… Manteniendo
intacta aquella paz preciosa, que solo al pie de la cruz y en el llanto
puede hallar el verdadero siervo de Dios”
[ carta, 20 nov. de 1858].
Los misioneros se exponen a muchos peligros, entre ellos las
enfermedades. En poco tiempo mueren tres de los que llegaron con él y
algunos que trabajaban en África desde hace tiempo, entre ellos el
Pro-vicario apostólico P. Ignazio Knoblecher. El mismo Comboni estuvo
varias veces a punto de morir a causa de la fiebre. Por esta razón
recibe la orden de regresar a Verona.
Dejar “su tan ansiada misión”, fue para él una dura prueba en la que se
entregó totalmente a Dios. Al P. Grana le escribe: “¿Qué debemos hacer
entonces…? Nada más que disponernos alegremente a la voluntad del Señor,
bendecir eternamente Sus adorables designios, regresar por ahora a la
patria, y esperar nuevos movimientos del Espíritu de Dios, siempre
dispuesto a sacrificar cada cosa y superar todo, para seguir y cumplir
la voluntad del Señor”
[Carta a don Pietro Grana, 30 julio de 1859].
De regreso en Verona,
apenas recuperado, el Padre Mazza le encargó la educación de algunos
jóvenes negros que había acogido el Instituto. Continuó preocupándose
por el pueblo africano.
Un nuevo plan de
evangelización por inspiración de Santa Margarita
El 15 de septiembre del 1864, tiene la oportunidad de
asistir al triduo para la beatificación de
Margarita María de Alacoque
en la Basílica de San Pedro, Roma. El primer día del triduo le viene a
la mente “como un rayo”, dice él, “el pensamiento de proponer un nuevo
plan para la cristianización de los pobres pueblos negros, cuyos puntos
me vinieron de lo alto como una inspiración”. La idea fundamental de
este plan consistía esencialmente en evangelizar África con los mismos
africanos, y esta evangelización debía ir unida a la promoción humana y
cultural. Al mismo tiempo esta obra no se confiaba a una nación en
particular sino que debía “ser católica, no ya española o francesa o
alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres
Negros, porque una nación sola no alcanza a socorrer la raza negra”
[Carta a
don Goffredo Noecker, 9 Nov. de 1864.]
La Santa Sede se mostró muy interesada en este plan. El 18 de septiembre
lo presenta al Cardenal Alessandro Barnabo (Prefecto de Propaganda Fide)
y al día siguiente el Papa Pío IX, recibió a D. Comboni en una audiencia
y lo alentó a presentar el plan en París, a la Pía Opera de la
Propagación de la Fe, prometiéndole de su parte la aprobación . Las
últimas palabras del Santo Padre fueron para él una bendición y un
aliento: “Labora sicut bonus miles Christi” (Trabaja
como buen soldado de Cristo)
Inmediatamente sigue los consejos del Papa, y viaja a Turín, Lyon,
París, Colonia y Londres para dar a conocer este proyecto.
El Cáliz del Rechazo
Sufre muchas incomprensiones, tanto en Francia como en Verona, aun
dentro de su mismo Instituto. Estando en París se entera que ya no lo
consideran miembro del Instituto Mazza.
En medio de esta incertidumbre afirma “la tranquilidad de mi conciencia,
y Dios que cumple sobre el hombre los diseños de su misericordia, me dan
la fuerza para bendecir la Providencia de todo corazón por este
acontecimiento;...agradezco con toda el alma los Sagrados Corazones de
Jesús y María que me han elevado al honor y fortuna de ser admitido a
beber un cáliz amargo”
[A don Francesco Bricolo,
Paris, 5 de abril 1865].
Aun así, no se declara fuera del
Instituto hasta que no ve con claridad que esa es la Voluntad de Dios.
Poco tiempo después muere don Mazza y los sucesores pensaron que la
Institución no podía aceptar la misión en África. Así el 13 de abril de
1866, el Instituto se retiraba oficialmente de la empresa. Comboni debía
elegir entre pertenecer al Instituto o su vocación misionera. Discierne
que debe ser misionero, quedándose así, prácticamente solo en la Obra
que Dios le había confiado.
Nueva Fundación: Los
Misioneros Combonianos
El 1 de Junio de 1867 funda en Verona su Instituto de los Misioneros
para el África (Misioneros Combonianos) como parte de la Sociedad del
Buen Pastor, una Asociación misionera internacional.
En noviembre funda en El Cairo dos Institutos (uno masculino y otro
femenino), según la línea trazada en el plan. Dos años después abre una
tercera casa en El Cairo destinada a ser escuela con maestras africanas.
Mientras, siguen los viajes en Francia, Alemania, Austria e Italia dando
testimonio de las dificultades de la misión y de los horrores de la
esclavitud en Sudán:
¿Cómo es posible que cada año sean vendidos tantos
millares de negros públicamente o clandestinamente en los mercados de
Khartum, Cordofan, Dongola, Suakim, Gedda, Berber, Cairo y en otras
ciudades de la costa africana? Esto se debe al robo violento y al
secuestro secreto de parte de los musulmanes, que alimentan y practican
todavía el tremendo comercio de los esclavos; esto se debe al Islam que
favorece la esclavitud.
Los pobres negros (especialmente niños y niñas) van de mercado en
mercado, de dueños a dueños, y después de haber superado las más grandes
fatigas de los peligrosos viajes, a menudo caminando descalzos sobre la
arena caliente del desierto, en la cual una gran parte muere cruelmente,
llegan a la costa de África para ser vendidos a patrones terribles que
los tratan como perros y les preparan… una vida que pronto los lleva a
la muerte.
Solamente Aquel, que con su sacrificio glorioso sobre el Gólgota quiso
que fuese extirpada para siempre de la tierra la esclavitud, El que
anunció a los hombres la verdadera libertad, llamando a todas las
naciones y cada ser humano a la filiación Divina, a quien el hombre
regenerado con la verdadera fe puede llamarlo Abba Padre, solamente El
podrá liberar el África de la mancha de la esclavitud”
[Informe
a la sociedad de Colonia, 1868].
En 1870 prepara un documento
para presentar a los padres del Concilio Vaticano I: “Postulatum pro
Nigris Africae Centralis”. Lo acompaña con una carta circular, firmada
por muchos obispos y aprobada por el mismo Pío IX. A fines de 1871 el
Obispo de Verona erige canónicamente el Instituto. Y en enero de 1872
funda el Instituto de las Pías Madres de la Nigrizia (Misioneras
Combonianas).
El 26 de Mayo de 1872, Pío IX lo nombra Provicario apostólico del África
central y el 11 de junio se confía esta misión al Instituto fundado por
el en Verona.
El Vicariato era muy extenso (5 millones de km cuadrados), reuniendo
bajo su jurisdicción los países de: Nigeria, el Chad, R. Centroafricana,
Sudan, Uganda, Kenya, Tanzania y parte de Zaire. Ciertamente fue un
motivo de preocupación para Comboni el saber que la Iglesia le encargaba
tan grande responsabilidad, pero una vez más se abandona en Dios
plenamente y consagra el vicariato al Sagrado Corazón de Jesús.
Pronto comienza la reorganización del terreno. Después de varios meses
de estudio y preparación, en enero de 1873 parte la expedición para el
centro de Africa (Khartum y Cordofan). Es la primera vez que parten
religiosas europeas. En El Cairo, les dirige palabras llenas de
entusiasmo, animando como padre y apóstol, a quienes continuarían su
obra: “He aquí el momento tan suspirado por mí y por ustedes, hermanos y
hermanas en Cristo. Les agradezco la paciencia con la cual me han
esperado durante mi larga ausencia, por la abnegación con la cual
toleraron toda clase de privaciones, incomodidades y pobreza…Los
sacrificios pasados no son más que un ensayo de los que quedan todavía
por sufrir para llegar a implantar en el corazón del África el
Estandarte de la Redención, pero no temamos porque el Dios que nos ha
sostenido en los trabajos pasados, no nos abandonará en los
futuros…Sigamos cada vez mas este impulso irresistible de nuestro
corazón que nos empuja a la salvación de un pueblo desamparado:
armémonos del escudo de la fe, del casco de la esperanza, de la coraza
de la caridad, de la espada de dos filos de la Palabra Divina, y
marchemos valientes a la conquista de esta última nación del universo
para el Evangelio” [A
sus misioneros, Cairo, 26 de enero de 1873].
El Episcopado
El 8 de julio de 1877 el Papa Pío IX lo nombra Vicario
del África central y el 12 de agosto es consagrado obispo.
Siempre la Cruz
En sus escritos,
especialmente hacia el final de su vida, Comboni, hace una referencia
continua a la Cruz, no solamente respecto a las dificultades materiales
de la misión (clima, pobreza, enfermedades) sino más aun a las
incomprensiones, malentendidos y calumnias de que fue objeto,
provenientes de sus más cercanos colaboradores. A esto se sumaba
el dolor por la muerte de algunos laicos y sacerdotes misioneros, entre
ellos quien había designado como su vicario general. En una de sus
últimas cartas escribe: “¡Mi Dios! ¡Siempre Cruz! Pero Jesús, dándonos
la Cruz, nos ama; todas estas cruces pesan terriblemente sobre mi
corazón; pero nos aumentan la fuerza y el coraje en el combate de las
batallas del Señor, porque las Obras de Dios nacieron y crecieron
siempre así; así prosperaron; así se consolidaron, y prosiguieron en
medio de las muertes, del sacrificio, y a la sombra del salutífero árbol
de la Cruz” [Khartum,
3 de octubre de 1881].
De este modo Dios iba
completando “Su obra” asociando a Su Hijo Crucificado, un hombre que en
la soledad y dureza de la misión le entregaba sus últimas fuerzas.
Después de haber “gastado” su vida por anunciar a Cristo y salvar así su
tan querida África, muere extenuado de cansancio en Khartum el 10 de
octubre 1881 a los 50 años de edad.
Casi 90 años después de su muerte, el Concilio Vaticano II, en el
decreto Ad Gentes [Decreto
sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, cap IV, pto. 24.]
daba las características que debe tener el misionero: “El que anuncia el
Evangelio entre los gentiles dé a conocer con libertad el misterio de
Cristo, cuyo legado es, de suerte que se atreva a hablar de El como
conviene, no avergonzándose del escándalo de la cruz. Siguiendo las
huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su
yugo es suave y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con su vida
enteramente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con
suavidad, con caridad sincera y si es necesario, hasta con la propia
sangre. Dios le concederá valor y fuerza para que vea la abundancia de
gozo que se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la
absoluta pobreza. Esté convencido de que la obediencia es la virtud
característica del ministro de Cristo, quien redimió al mundo con Su
obediencia”.
Monseñor Comboni fue beatificado por S.S. Juan
Pablo II el 17 de marzo de 1996 en la Basílica San Pedro en Roma.
Roguemos al Beato Comboni que nos alcance la gracia de vivir a pleno
nuestra consagración “tesoro escondido cuya adquisición no admite
lamentos por haber renunciado a todo”[JPII,
10 de Nov. de 1978],
para que como él, también nosotros nos animemos a las más grandes
empresas confiados solo en Cristo, “y Cristo siempre, y Cristo en todo,
y Cristo en todos, y Cristo Todo” (Constituciones N.7).
Este trabajo es una síntesis
de la obra de la Hna. María del Cielo que a su vez
se basa en las cartas del Beato Comboni publicadas en
el libro “Un passo al giorno sulla via della Misione”, Luciano
Franceschini, EMI. 1997.