Papa Benedicto XVI
- Discursos |
“Haced de vuestra vida
un lugar de belleza”
Discurso a los representantes del mundo de la cultura
portugués
S.S. Benedicto xvi
Mayo 12, 2010
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Autor:Giuseppe Ruggirello |
Venerados Hermanos en el Episcopado,
Distinguidas Autoridades,
Ilustres Cultivadores del Pensamiento, de la Ciencia y del Arte,
queridos amigos,
Siento una gran alegría al ver aquí reunido al conjunto multiforme
de la cultura portuguesa, a la que tan dignamente representáis: Mujeres
y hombres comprometidos en la investigación y la construcción de los
distintos saberes. A todos dirijo la expresión de mi más alta amistad y
consideración, reconociendo la importancia de lo que hacéis y de lo que
sois. El Gobierno, aquí representado en la Señora Ministra de Cultura, a
la que dirijo mi deferente y agradecido saludo, piensa, con benemérito
apoyo, en las prioridades nacionales del mundo de la cultura. Agradezco
a todos aquellos que han hecho posible nuestro encuentro, en particular
a la Comisión Episcopal de la Cultura, con su presidente, monseñor
Manuel Clemente, a quien estoy agradecido por las expresiones de cordial
acogida y la presentación de la realidad polifónica de la cultura
portuguesa, aquí representada por algunos de sus mejores protagonistas;
de sus sentimientos y de sus esperanzas se ha hecho portavoz el cineasta
Manoel de Oliveira, de edad y carrera venerables, al que va mi saludo
lleno de admiración y afecto, además de un vivo reconocimiento por las
palabras que me ha dirigido, dejando entrever en ellas las ansias y las
disposiciones del ánimo portugués en medio de las turbulencias de la
sociedad de hoy.
De hecho, hoy la cultura refleja una “tensión”, que a veces toma formas
de “conflicto”, entre el presente y la tradición. La dinámica de la
sociedad absolutiza el presente, separándolo del patrimonio cultural del
pasado y sin la intención de delinear un futuro. Sin embargo, semejante
valoración del “presente” como fuente inspiradora del sentido de la
vida, tanto individual como social, choca con la fuerte tradición
cultural del pueblo portugués, profundamente marcado por el milenario
influjo del cristianismo y con un sentido de responsabilidad global;
éste se ha afirmado en la aventura de los descubrimientos y en el celo
misionero, compartiendo el don de la fe con otros pueblos. El ideal
cristiano de la universalidad y de la fraternidad había inspirado esta
aventura común, aunque las influencias de la ilustración y del laicismo
se habían hecho sentir. Dicha tradición ha dado origen a lo que podemos
llamar una “sabiduría”, es decir, un sentido y de la vida y de la
historia del que formaban parte un universo ético y un “ideal” que
realizar por parte de Portugal, el cual siempre ha intentado establecer
relaciones con el resto del mundo.
La Iglesia aparece como la gran paladina de una sana y alta tradición,
cuya rica contribución pone al servicio de la sociedad; esta sigue
respetando y apreciando su servicio al bien común, pero se aleja de esta
“sabiduría” que forma parte de su patrimonio. Este “conflicto” entre la
tradición y el presente se expresa en la crisis de la verdad, pero
únicamente ésta puede orientar y trazar el sendero de una existencia
lograda, tanto como individuo que como pueblo. De hecho, un pueblo que
deja de saber cuál es su propia verdad, acaba perdido en los laberintos
del tiempo y de la historia, privado de valores claramente definidos y
sin grandes objetivos claramente enunciados. Queridos amigos, hay que
hacer todo un esfuerzo de aprendizaje sobre la forma en la que la
Iglesia se sitúa en el mundo, ayudando a la sociedad a comprender que el
anuncio de la verdad es un servicio que ésta ofrece a la sociedad,
abriendo nuevos horizontes de futuro, de grandeza y dignidad. En efecto,
la Iglesia tiene “tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo
y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su
dignidad y de su vocación. [...] La fidelidad al hombre exige la
fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn
8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la
Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se
manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable”
(Enc. Caritas in veritate, 9). Para una sociedad formada en su mayoría
por católicos y cuya cultura ha sido fuertemente marcada por el
cristianismo, se revela dramático el intento de encontrar la verdad
fuera de Jesucristo. Para nosotros, cristianos, la Verdad es divina; es
el Logos eterno, que ha adquirido expresión humana en Jesucristo, el
cual ha podido afirmar con objetividad: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6). La
convivencia de la Iglesia, en su firme adhesión al carácter perenne de
la verdad, con respeto por las otras “verdades”, o con la verdad de los
demás, es un aprendizaje que la propia Iglesia está haciendo. En este
respeto dialogante se pueden abrir nuevas puertas a la transmisión de la
verdad.
“La Iglesia – escribía el Papa Pablo VI – debe venir al diálogo con el
mundo en el que se encuentra viviendo. La Iglesia se hace palabra, la
Iglesia se hace mensaje, la Iglesia se hace diálogo” (Enc. Ecclesiam
suam, 67). De hecho, el diálogo sin ambigüedades y respetuoso de las
partes implicadas en él es hoy una prioridad en el mundo, a la que la
Iglesia no pretende sustraerse. De ello da testimonio precisamente la
presencia de la Santa Sede en diversos organismos internacionales, como
por ejemplo, el Centro Norte-Sur del Consejo de Europa, instituido hace
20 años aquí en Lisboa, que tiene como piedra angular el diálogo
intercultural con el objetivo de promover entre Europa, el sur del
Mediterráneo y África y de construir una ciudadanía mundial fundada en
los derechos humanos y las responsabilidades de los ciudadanos,
independientemente de su origen étnico y su pertenencia política, y
respetuosa con las creencias religiosas. Constatada la diversidad
cultural, es necesario hacer que las personas no sólo acepten la
existencia de la cultura del otro, sino que aspiren también a ser
enriquecidos por ella y a ofrecerle todo lo que posee de bien, de
verdadero y de bello.
Esta es una hora que requiere lo mejor de nuestras fuerzas, audacia
profética, capacidad renovada para “señalar nuevos mundos al mundo”,
como diría vuestro poeta nacional (Luis de Camões, Os Lusíades, II, 45).
Vosotros, agentes de la cultura en cada una de sus formas, creadores de
pensamiento y de opinión, “tenéis, gracias a vuestro talento, la
posibilidad de hablar al corazón de la humanidad, de tocar la
sensibilidad individual y colectiva, de suscitar sueños y esperanzas, de
ampliar los horizontes del conocimiento y del compromiso humano. [...]
¡No tengáis miedo de relacionaros con la fuente primera y última de la
belleza, de dialogar con los creyentes, con quien, como vosotros, se
siente peregrino en el mundo y en la historia hacia la Belleza infinita!
(Discurso a los artistas, 21 de noviembre de 2009).
Precisamente con el objetivo de “poner al mundo moderno en contacto con
las energías vivificantes y perennes del Evangelio” (Juan XXIII, Const.
ap. Humanae salutis, 3), se llevó a cabo el Concilio Vaticano II, en la
cual la Iglesia, partiendo de una renovada conciencia de la tradición
católica, toma en serio y discierne, transfigura y supera las críticas
que están a la base de las fuerzas que han caracterizado la modernidad,
es decir, la Reforma y la Ilustración. Así la Iglesia por sí misma
acogía y recreaba lo mejor de las instancias de la modernidad, por un
lado superándolas y, por el otro, evitando sus errores y callejones sin
salida. El acontecimiento conciliar puso los presupuestos para una
auténtica renovación católica y para una nueva civilización – la
“civilización del amor” - como servicio evangélico al hombre y a la
sociedad.
Queridos amigos, la Iglesia considera como su misión prioritaria, en la
cultura actual, tener despierta la búsqueda de la verdad y, en
consecuencia, de Dios; llevar a las personas a mirar más allá de las
cosas penúltimas y ponerse en búsqueda de las últimas. Os invito a
profundizar en el conocimiento de Dios así como él se reveló en
Jesucristo para nuestra plena realización. Haced cosas bellas, pero
sobre todo haced que vuestras vidas sean lugares de belleza. Que
interceda por vosotros Santa María De Belén, durante siglos venerada por
los navegantes del océano y hoy por los navegantes del Bien, de la
Verdad y de la Belleza.
[Traducción del portugués por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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