"La primera piedra de
una iglesia es símbolo de Cristo"
Discurso en Betania junto al río Jordán
S.S. Benedicto XVI
Mayo 10, 2009
www.zenit.org
Sus Altezas,queridos hermanos obispos,queridos amigos:
Con gran alegría espiritual vengo a bendecir las primeras
piedras de las dos iglesias católicas que se construirá más allá
del río Jordán, un lugar marcado por muchos acontecimientos
memorables en la historia bíblica. El profeta Elías, el Tisbita,
procedía de esta área que no está lejos del norte de Galaad.
Aquí cerca, frente a Jericó, las aguas del Jordán se abrieron
ante Elías, a quien el Señor se lo llevó en un carro de fuego
(Cf. 2 Reyes 2, 9-12). Aquí el Espíritu del Señor llamó a Juan,
hijo de Zacarías, a predicar la conversión de los corazones.
Juan Evangelista enmarcó también en esta área el encuentro entre
el Bautista y Jesús, que con motivo del bautismo fue "ungido"
por el Espíritu de Dios, descendido como una palma, y fue
proclamado Hijo amado del Padre (Cf. Juan 1, 28; Marcos 1,
9-11).
He tenido el honor de ser recibido en este importante lugar por
Sus Majestades los reyes Abdalá II y la reina Rania. Una vez más
quiero expresar mi sincera gratitud por la calurosa hospitalidad
que me han ofrecido durante mi visita al Reino Hachemita de
Jordania.
Saludo con alegría a Su Beatitud Gregorio III Laham, patriarca
de Antioquía para la Iglesia greco-melquita. Saludo con afecto
también a Su Beatitud el arzobispo Fouad Twal, patriarca latino
de Jerusalén. Extiendo de corazón mis mejores deseos a Su
Beatitud Michel Sabbah, a los obispos auxiliares presentes, en
particular al arzobispo Joseph Jules Zerey y al reverendo Salim
Sayegh, a quienes doy las gracias por sus gentiles palabras de
bienvenida. Me alegra el poder saludar a todos los obispos,
sacerdotes, religiosos y fieles laicos que nos acompañan hoy.
Alegrémonos al reconocer que estos dos edificios, uno latino y
otro greco-melquita, servirán para edificar, cada uno según la
tradición de la propia comunidad, la única familia de Dios.
La primera piedra de una iglesia es símbolo de Cristo. La
Iglesia se apoya en Cristo, está sostenida por Él y no se puede
separar de Él. Él es el único cimiento de toda comunidad
cristiana, la piedra viva, rechazada por los constructores pero
preciosa a los ojos de Dios y elegida por Él como piedra angular
(Cf. 1 Pedro 2, 4-5.7). Con Él, también nosotros somos piedras
vivas construidas como edificio espiritual, lugar de morada para
Dios (Cf Efesios 2, 20-22; 1 Pedro 2, 5). A san Agustín le
gustaba hacer referencia al misterio de la Iglesia como al
Christus totus, el Cristo entero, el Cuerpo de Cristo pleno y
completo, Cabeza y miembros. Esta es la realidad de la Iglesia:
es Cristo y nosotros, Cristo con nosotros. Él es con nosotros
como la vida con sus sarmientos (Cf. Juan 15, 1-8). La Iglesia
es en Cristo una comunidad de vida nueva, un realidad dinámica
de gracia que procede Él. A través de la Iglesia, Cristo
purifica nuestros corazones, ilumina nuestras mentes, nos une
con el Padre y, en el único Espíritu, nos conduce a un ejercicio
diario de amor cristiano. Confesamos esta gozosa realidad como
Iglesia una, santa, católica, y apostólica.
Entramos en la Iglesia a través del Bautismo. La memoria del
bautismo mismo de Cristo está vivamente presente ante nosotros
en este lugar. Jesús se puso en la fila con los pecadores y
aceptó el bautismo de penitencia de Juan como un signo profético
de su misma pasión, muerte y resurrección para el perdón de los
pecados. A través de los siglos, muchos peregrinos han venido al
Jordán para buscar la purificación, renovar su fe y estar más
cerca del Señor. Así lo hizo la peregrina Egeria, que dejó un
escrito sobre la visita al final del cuarto siglo. El sacramento
del Bautismo, que saca su poder de la muerte y resurrección de
Cristo, será considerado particularmente por las comunidades
cristianas que se reunirán en las nuevas iglesias. Que el Jordán
os recuerde siempre que habéis sido lavados en las aguas del
Bautismo y que os habéis convertido en miembros de la familia de
Jesús. Vuestras vidas, en obediencia a su palabra, son
transformadas en su imagen y semejanza. Al esforzaros por ser
fieles a vuestro compromiso bautismal de conversión, testimonio
y misión, sabéis que sois fortificados por el don del Espíritu
Santo.
Queridos hermanos y hermanas: que la contemplación de estos
misterios os llene de alegría espiritual y valentía moral. Con
el apóstol Pablo, os exhorto a crecer en toda esa gama de nobles
actitudes que son conocidas con el nombre bendito de ágape, amor
cristiano (Cf. 1 Corintios 13, 1-13). Promoved el diálogo y la
comprensión en la sociedad civil, especialmente cuando
reivindicáis vuestros legítimos derechos. En Oriente Medio,
marcado por el trágico sufrimiento, por años de violencia y
cuestiones sin resolver, los cristianos están llamados a ofrecer
su contribución inspirada por el ejemplo de Jesús, de
reconciliación y de paz con el perdón y la generosidad. Seguid
dando gracias a quienes os guían y sirven fielmente como
ministros de Cristo. Hacéis bien al aceptar su guía en la fe,
sabiendo que al recibir la enseñanza apostólica que transmiten,
acogéis a Cristo y acogéis al Único que le ha enviado (Cf. Mateo
10, 40).
Queridos hermanos y hermanas: nos disponemos ahora a bendecir
estas dos piedras, el inicio de los dos nuevos edificios
sagrados. Que el Señor sostenga, refuerce e incremente las
comunidades que en ellos elevarán su culto. Y que os bendiga a
todos vosotros con su don de paz. ¡Amén!
[Transcripción de los añadidos hechos por Benedicto XVI y
traducción por Jesús Colina
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
Copyright © 2009 SCTJM