"El amor a Dios está en contradicción con la violencia y la
exclusión"
Discurso en el encuentro con los jefes religiosos
musulmanes, el cuerpo diplomático, y los rectores de las
universidades de Jordania.
S.S. Benedicto XVI
Mayo 9, 2009
www.zenit.org
Alteza real,
excelencias,
ilustres señoras y señores:
Para mí es motivo de gran alegría mantener este encuentro con
vosotros en esta mañana, en medio de este espléndido ambiente.
Deseo dar las gracias al príncipe Ghazi Bin Muhammed Bin Talal
por las gentiles palabras de bienvenida. Las numerosas
iniciativas de Su Alteza Real para promover el diálogo y el
intercambio interreligioso e interculturral son apreciadas por
los ciudadanos del Reino Hachemita y son ampliamente respetadas
por la comunidad internacional. Estoy informado de que estos
esfuerzos reciben el apoyo activo de otros miembros de la
Familia Real, así como del Gobierno de la nación, y encuentran
amplia resonancia en las muchas iniciativas de colaboración
entre los jordanos. Por todo esto deseo manifestar mi sincera
admiración.
Lugares de culto, como esta estupenda mezquita de Al-Hussein Bin
Talal, dedicada al venerado rey difunto, se alzan como joyas
sobre la superficie de la tierra. Desde las antiguas a las
modernas, desde las espléndidas a las humildes, todas hacen
referencia a lo divino, al Único Trascendente, al Omnipotente.
Y, a través de los siglos, estos santuarios han atraído a
hombres y mujeres dentro de su espacio sagrado para hacer una
pausa, para rezar y para tomar acto de la presencia del
Omnipotente, así como para reconocer que todos nosotros somos
sus criaturas.
Por este motivo debemos preocuparnos por el hecho de que hoy,
con insistencia cada vez mayor, algunos consideran que la
religión ha fracasado en su aspiración de ser, por su misma
naturaleza, constructora de unidad y de armonía, una expresión
de comunión entre personas y con Dios. De hecho, algunos afirman
que la religión es necesariamente una causa de división en
nuestro mundo; y por este motivo afirman que lo mejor es prestar
la menor atención posible a la religión en la esfera pública.
Por desgracia, no se pueden negar las tensiones y divisiones
entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas. Sin
embargo, ¿acaso no sucede con frecuencia que la manipulación
ideológica de las religiones, en ocasiones con objetivos
políticos, se convierte en el auténtico catalizador de las
tensiones y divisiones y con frecuencia también de la violencia
en la sociedad? Ante esta situación, en la que los opositores de
la religión no sólo tratan de acallar su voz sino de sustituirla
con la suya, se experimenta de una manera más aguda la necesidad
de que los creyentes sean fieles a sus principios y creencias.
Musulmanes y cristianos, a causa del peso de nuestra historia
común tan frecuentemente marcada por incomprensiones, tienen que
comprometerse hoy por ser conocidos y reconocidos como
adoradores de Dios fieles a la oración, deseosos de comportarse
y vivir según las disposiciones del Omnipotente, misericordiosos
y compasivos, coherentes para dar testimonio de todo lo que es
justo y bueno, recordando siempre el origen común y la dignidad
de cada persona humana, que constituye la cumbre del designio
creador de Dios para el mundo y la historia.
La decisión de los educadores jordanos, así como de los líderes
religiosos y civiles, de hacer que el rostro público de la
religión refleje su auténtica naturaleza es digna de aplauso. El
ejemplo de individuos y comunidades, junto con la disposición de
cursos y programas, manifiestan la contribución constructiva de
la religión en los sectores educativo, cultural, social, y en
otros sectores caritativos de vuestra sociedad civil. Yo también
he tenido la posibilidad de constatar personalmente algo de este
espíritu. Ayer pude tomar contacto con la reconocida obra
educativa y de rehabilitación realizada en el Centro de Nuestra
Señora de la Paz, en el que cristianos y musulmanes están
transformando las vidas de familias enteras, asistiéndolas para
que sus hijos discapacitados puedan tener el puesto que les
corresponde en la sociedad. Esta mañana, he bendecido la primera
piedra de la Universidad de Madaba, donde jóvenes musulmanes y
cristianos, codo a codo, recibirán los beneficios de una
educación superior, que les preparará para contribuir al
desarrollo económico y social de su nación. Tienen también gran
mérito las numerosas iniciativas de diálogo interreligioso
mantenidas por la Familia Real y por la comunidad diplomática,
en ocasiones emprendidas en colaboración con el Consejo
Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Estas comprenden un
continuo trabajo de los Institutos Reales para los Estudios
Interreligiosos y el Pensamiento Islámico, el Mensaje de Ammán,
de 2004, el Mensaje Interreligioso de Ammán, de 2005, y la
reciente carta "Una palabra común", que se hacía eco de un tema
semejante al que yo afronté en mi encíclica: el vínculo
inquebrantable entre el amor de Dios y el amor al prójimo, así
como la contradicción fundamental de recurrir, en el nombre de
Dios, a la violencia o a la exclusión (Cf. Deus caritas est,
16).
Estas iniciativas llevan claramente a un mayor conocimiento
recíproco y promueven un respeto cada vez mayor tanto por lo que
tenemos en común como por lo que comprendemos de manera
diferente. Por tanto, deberían llevar a cristianos y musulmanes
a sondear aún más profundamente la relación esencial entre Dios
y su mundo, de manera que juntos podamos movilizarnos para que
la sociedad esté en armonía con el orden divino. En este
sentido, la colaboración que tiene lugar aquí, en Jordania,
constituye un ejemplo alentador y convincente para la región, es
más, para el mundo, de la contribución positiva y creativa que
la religión puede y debe dar a la sociedad civil.
Distinguidos amigos: hoy deseo mencionar una tarea que he
presentado en varias ocasiones y que creo firmemente que los
cristianos y los musulmanes pueden asumir, en particular, a
través de su contribución a la enseñanza y la investigación
científica, así como al servicio de la sociedad. Esta tarea es
el desafío de cultivar para el bien, en el contexto de la fe y
de la verdad, el gran potencial de la razón humana. Los
cristianos, de hecho, describen a Dios, entre otras maneras,
como Razón creativa, que ordena y guía al mundo. Y Dios nos da
la capacidad de participar en esta Razón y, de este modo, actuar
según el bien. Los musulmanes adoran a Dios, Creador del Cielo
de la Tierra, que ha hablado a la humanidad. Y como creyentes en
el único Dios, sabemos que la razón humana es en sí misma don de
Dios, y se eleva al nivel más elevado cuando es iluminada por la
luz de la verdad de Dios. En realidad, cuando la razón humana
consiente humildemente ser purificada por la fe no se debilita;
al contrario, se refuerza al resistir a la presunción de ir más
allá de los propios límites. De esta manera, la razón humana se
refuerza en el empeño de perseguir su noble objetivo de servir a
la humanidad, manifestando nuestras aspiraciones comunes más
íntimas, ampliando el debate público, en vez de manipularlo o
restringirlo. Por tanto, la adhesión genuina a la religión, en
vez de restringir nuestras mentes, amplía los horizontes de la
comprensión humana. Esto protege a la sociedad civil de los
excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo
finito y a eclipsar lo infinito; de esta manera, asegura que la
libertad se ejerza en consonancia con la verdad y enriquece la
cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es
verdadero, bueno y bello.
Una comprensión así de la razón, que lleva continuamente a la
mente humana más allá de sí misma en la búsqueda de lo Absoluto,
plantea un desafío: implica un sentido tanto de esperanza como
de prudencia. Juntos, cristianos y musulmanes, están llamados a
buscar todo lo que es justo y recto. Estamos comprometidos a
sobrepasar nuestros intereses particulares y a alentar a los
demás, en particular los administradores y líderes sociales, a
hacer lo mismo para experimentar la satisfacción profunda de
servir al bien común, incluso en detrimento de uno mismo. Se nos
recuerda que precisamente porque nuestra dignidad humana
constituye el origen de los derechos humanos universales, éstos
son válidos para todo hombre y mujer, sin distinción de grupos
religiosos, sociales o étnicos. Bajo este aspecto, tenemos que
subrayar que el derecho a la libertad religiosa va más allá de
la cuestión del culto e incluye el derecho --en particular de
las minorías-- del justo acceso al mercado del empleo y a las
demás esferas de la vida civil.
Esta mañana, antes de despedirme de vosotros, quisiera subrayar
de manera particular la presencia entre nosotros de Su Beatitud
Emmanuel III Delly, patriarca de Bagdad, a quien saludo de
corazón. Su presencia recuerda a los ciudadanos del cercano
Irak, muchos de los cuales han encontrado una cordial acogida
aquí, en Jordania. Los esfuerzos de la comunidad internacional
para promover la paz y la reconciliación, junto con los de los
líderes locales, tienen que seguir para que den fruto en la vida
de los iraquíes. Expreso mi aprecio por todos aquellos que
apoyan los esfuerzos orientados a profundizar la confianza y a
reconstruir las instituciones y las infraestructuras esenciales
para el bienestar de la sociedad. Una vez más pido con
insistencia a los diplomáticos y a la comunidad internacional
representada por ellos, así como a los líderes políticos y
religiosos locales, que hagan todo lo posible para asegurar a la
antigua comunidad cristiana de esa noble tierra el derecho
fundamental a la pacífica convivencia con sus propios
compatriotas.
Distinguidos amigos: confío en que los sentimientos que he
expresado nos dejen con una renovada esperanza en el futuro. El
amor y el deber ante el Omnipotente no se manifiestan sólo en el
culto, sino también en el amor y en la preocupación por los
niños y los jóvenes --vuestras familias-- y por todos los
ciudadanos de Jordania. Por ellos trabajáis y por ellos ponéis
en el centro de las instituciones, de las leyes y de la sociedad
el bien de toda persona humana. ¡Que la razón, ennoblecida y
hecha humilde por la grandeza de la verdad de Dios, siga
plasmando las vidas y las instituciones de esta nación, de
manera que las familias puedan florecer y todos puedan vivir en
paz, contribuyendo y al mismo tiempo recurriendo a la cultura
que unifica a este gran Reino! ¡Mil gracias!
[Traducción por Jesús Colina
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
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