"Reconocimiento de la
riqueza de las Iglesias orientales"
Celebración de las vísperas junto a los sacerdotes, los
religiosos, y las religiosas, los seminaristas y los miembros de
movimientos eclesiales.
S.S. Benedicto XVI
Catedral greco-melquita de San Jorge en Ammán
Mayo 9, 2009
www.zenit.org
Queridos hermanos y hermanas:
Es una gran alegría para mí celebrar las vísperas con vosotros
en esta tarde en la catedral greco-melquita de San Jorge. Saludo
cordialmente a Su Beatitud Gregorios III Laham, patriarca
greco-melquita, que se nos ha unido desde Damasco; al arzobispo
emérito Georges El-Murr; y a su excelencia Yaser Ayyach,
arzobispo de Petra y Filadelfia; a quienes agradezco por sus
gentiles palabras de bienvenida a las que con gusto correspondo
con sentimientos de respeto. Saludo también a los jefes de las
demás Iglesias católicas presentes en Oriente --maronita, sira,
armenia, caldea y latina-- al igual que al arzobispo Benediktos
Tsikoras de la Iglesia greco-ortodoxa. A todos vosotros, así
como a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos, a
los seminaristas y a los fieles laicos aquí reunidos esta tarde,
expreso mi sincero agradecimiento por haberme ofrecido esta
oportunidad de rezar con vosotros y de experimentar algo de la
riqueza de vuestras tradiciones litúrgicas.
La Iglesia misma es un pueblo peregrino; como tal, a través de
los siglos, ha estado marcado por acontecimientos históricos
determinantes y por penetrantes vicisitudes culturales. Por
desgracia, entre algunas de éstas se han dado períodos de
disputas teológicas o de represión. Sin embargo, ha habido
momentos de reconciliación, que han fortificado maravillosamente
la comunión en la Iglesia, y tiempos de fecundo renacimiento
cultural al que han contribuido decisivamente los cristianos
orientales. Las Iglesias particulares dentro de la Iglesia
universal testimonian el dinamismo de su camino terreno y
manifiestan a todos los fieles el tesoro de tradiciones
espirituales, litúrgicas y eclesiásticas que indican la bondad
universal de Dios y su voluntad, manifestada en toda la
historia, de atraer a todos hacia su vida divina.
El antiguo tesoro viviente de las tradiciones de las iglesias
orientales enriquece a la Iglesia universal y no debe ser
entendido nunca como un simple objeto que hay que custodiar
pasivamente. Todos los cristianos están llamados a responder
activamente al mandato de Dios -- como lo hizo dramáticamente
san Jorge, según la narración popular-- para llevar a los demás
a conocerle y amarle. En realidad, las vicisitudes de la
historia han fortalecido a los miembros de las Iglesias
particulares para afrontar esta tarea con energía y para
comprometerse decididamente con las realidades pastorales
actuales. Entre vosotros, la mayor parte tiene lazos con el
Patriarcado de Antioquía, y de este modo vuestras comunidades
están bien arraigadas aquí, en Oriente Próximo. Y así, como hace
dos mil años en Antioquía los discípulos fueron llamados por
primera vez cristianos, del mismo modo también hoy, como
pequeñas minorías en comunidad diseminadas por estas tierras,
también vosotros sois reconocidos como seguidores del Señor. La
pública manifestación de vuestra fe cristiana no queda
ciertamente reducida a la solicitud espiritual que tenéis los
unos por los otros y por vuestra gente, por más esencial que
sea. Por el contrario, vuestras numerosas iniciativas de caridad
universal se extienden a todos los jordanos, musulmanes y de
otras religiones, y también al gran número de refugiados que
este reino acoge tan generosamente.
Queridos hermanos y hermanas: el primer Salmo (103) que hemos
rezado esta tarde nos presenta gloriosas imágenes de Dios,
Creador generoso, activamente presente en su creación, que
sostiene la vida con gran bondad y orden sabio, siempre
dispuesto a renovar la faz de la tierra. El pasaje de la
epístola, que acabamos de escuchar, presenta sin embargo un
panorama diferente. Nos advierte de manera amenazadora pero
realista ante la exigencia de vigilar y ser conscientes de las
fuerzas del mal que actúan para crear oscuridad en nuestro mundo
(Cf. Efesios 6, 10-20). Algunos quizá sentirán la tentación de
pensar que se da una contradicción; pero reflexionando sobre
nuestra experiencia ordinaria humana reconocemos la lucha
espiritual, advertimos la necesidad diaria de entrar en la luz
de Cristo, de escoger la vida, de buscar la verdad. De hecho,
este ritmo --sustraernos al mal y rodearnos con la fuerza de
Dios-- es lo que celebramos en cada Bautismo: la entrada en la
vida cristiana, el primer paso a través de la senda de los
discípulos del Señor. Al recordar el bautismo que Cristo recibió
de Juan en las aguas del Jordán, la comunidad reza para que
quien va a recibir el Bautismo sea liberad del reino de la
oscuridad y llevado al esplendor del reino de la luz de Dios, y
de este modo reciba el don de la nueva vida.
Este movimiento dinámico de la muerte a la novedad de la vida,
de las tinieblas a la luz, de la desesperación a la esperanza,
que experimentamos de manera tan dramática durante el Triduo que
se celebra con gran alegría en el período pascual, nos asegura
que la misma Iglesia sigue siendo joven. Vive porque Cristo está
vivo, verdaderamente ha resucitado. Vivificada por la presencia
del Espíritu, avanza cada día llevando a los hombres y las
mujeres al Dios viviente.
Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosos, queridos
fieles laicos, nuestros respectivos papeles de servicio y misión
dentro de la Iglesia son la respuesta incansable de un pueblo
peregrino. Vuestras liturgias, las disciplina eclesiástica y el
patrimonio espiritual son un testimonio vivo de vuestra
tradición. Amplificáis el eco de la primera proclamación del
Evangelio, reaviváis los antiguos recuerdos de las obras de
Dios, hacéis presentes sus gracias de salvación y difundís de
nuevo el primer rayo de la luz pascual y el crepitar de las
llamas de Pentecostés.
De este modo, imitando a Cristo y a los patriarcas y los
profetas del Antiguo Testamento, partimos para conducir al
pueblo del desierto hacia el lugar de la vida, hacia el Dios que
nos da la vida en abundancia. Esto caracteriza a todas vuestras
labores apostólicas, cuya variedad y calidad son muy apreciadas.
Desde los asilos de niños hasta los centros de educación
superior, desde los orfanatos hasta las casas de ancianos, desde
el trabajo con los refugiados hasta la academia de música, las
clínicas médicas y los hospitales, el diálogo interreligioso y
las iniciativas culturales, vuestra presencia en esta sociedad
es un signo maravilloso de la esperanza que nos califica como
cristianos.
Esta esperanza llega mucho más allá de las fronteras de nuestras
comunidades cristianas. De este modo descubrís con frecuencia
que las familias de otras religiones, para las que trabajáis y
ofrecéis vuestro servicio de caridad universal, tienen
preocupaciones y dificultades que superan los confines
culturales y religiosos. Esto se experimenta particularmente en
lo que se refiere a las esperanzas y las aspiraciones de los
padres para sus niños. ¿Qué padre o persona de buena voluntad no
se sentiría turbado ante los influjos negativos tan penetrantes
de nuestro mundo globalizado, incluidos los elementos
destructivos de la industria de la diversión que con tanta
insensibilidad se sirven de la inocencia y la fragilidad de la
persona vulnerable y del joven? Sin embargo, con vuestros ojos
fijos en Cristo, la luz que dispersa todo mal, restablece la
inocencia perdida, y humilla el orgullo terreno, ofreceréis una
magnífica visión de esperanza a todos los que encontráis y
servís.
Deseo concluir con una palabra especial de aliento a los
presentes, que se están formando para el sacerdocio y la vida
religiosa. Guiados por la luz del Señor resucitado, encendidos
por su esperanza y revestidos de su verdad y amor, vuestro
testimonio traerá abundantes bendiciones a quienes encontraréis
en vuestro camino. Esto mismo se aplica a todos los jóvenes
cristianos jordanos: no tengáis miedo de dar vuestra
contribución sabia, acompasada y respetuosa a la vida pública
del reino. ¡La voz auténtica de la fe siempre traerá integridad,
justicia, compasión y paz!
Queridos amigos: con sentimientos de gran respeto por todos
vosotros aquí reunidos conmigo en esta tarde de oración, os doy
de nuevo las gracias por vuestras oraciones y por mi ministerio
como sucesor de Pedro y aseguro a cuantos están encomendados a
vuestra atención pastoral un recuerdo en mi oración diaria.
[Traducción por Jesús Colina
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
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es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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