"La oración es
esperanza en acción"
Discurso a jóvenes discapacitados del Centro Nuestra
Señora Reina de la Paz en Ammán
S.S. Benedicto XVI
Mayo 8, 2009
www.zenit.org
Beatitudes,excelencias,queridos amigos:
Estoy muy contento de estar aquí, con vosotros, y de saludaros a
cada uno de vosotros, así como a los miembros de vuestras
familias, allí donde estén. Doy las gracias a Su Beatitud el
Patriarca Fouad Twal por las gentiles palabras de saludo y de
manera especial deseo destacar la presencia entre nosotros del
obispo Selim Sayegh, cuyos proyectos y trabajo para este centro,
junto a los de Su Beatitud el patriarca emérito Michel Sabbah,
hoy son honrados con la bendición de las ampliaciones que acaban
de concluir. Deseo también saludar con gran afecto a los
miembros del Comité Central, a las Hermanas Combonianas, y al
personal laico comprometido, incluidos aquellos que trabajan en
las diferentes áreas y unidades comunitarias del Centro. La
estima por vuestra notable competencia profesional, la atención
compasiva y la promoción decidida del debido puesto en la
sociedad de quienes tienen necesidades especiales son bien
conocidas aquí y en todo el reino. Doy las gracias a los jóvenes
presentes por su bienvenida conmovedora. Es una gran alegría
para mí estar aquí con vosotros.
Como sabéis, mi visita al Centro Nuestra Señora de la Paz, aquí,
en Ammán, es la primera etapa de mi peregrinación. Como miles de
innumerables miles de peregrinos antes que yo, ahora me toca
satisfacer ese profundo deseo de tocar, de encontrar apoyo en
los lugares en los que vivió Jesús y que fueron santificados por
su presencia, y de venerarlos. Desde los tiempos apostólicos,
Jerusalén ha sido el principal lugar de peregrinación para los
cristianos, pero antes todavía, en el antiguo Oriente Próximo,
los pueblos semitas edificaron lugares sagrados para indicar y
conmemorar una presencia o una acción divina. Y la gente común
solía acudir a estos centros llevando una parte de los frutos de
su tierra y de su ganado para ofrecerlos como acto de homenaje y
gratitud.
Queridos amigos: cada uno de nosotros es un peregrino. Todos
estamos orientados a avanzar decididamente por el camino de
Dios. Naturalmente, después tendemos a volver a atrás la mirada,
hacia el recorrido de la vida --en ocasiones con
arrepentimientos y recriminaciones, con frecuencia con gratitud
y aprecio--, pero de todos modos seguimos adelante, a veces con
trepidación y ansia, siempre con expectativa y esperanza,
sabiendo que hay otros que nos alientan en el camino. Sé que los
viajes que habéis recorrido muchos de vosotros hacia el Centro
Reina de la Paz han estado marcados por el sufrimiento y las
pruebas. Algunos de vosotros luchan valientemente con formas de
invalidez, otros han soportado el rechazo, y algunos de vosotros
han sido atraídos por este lugar de paz simplemente para buscar
aliento y apoyo. Sé lo importante que es para este centro
sensibilizar sobre el puesto que corresponde a los inválidos en
la sociedad y asegurar que se ofrezcan los medios adecuados para
facilitar su válida integración. ¡Por esta amplitud de miras y
determinación, todos vosotros merecéis elogio y aliento!
A veces es difícil encontrar una razón para aquello que se nos
presenta sólo como un obstáculo que superar o como una prueba
-física o emotiva- que soportar. Pero la fe y la razón nos
ayudan a ver un horizonte más allá de nosotros para imaginar la
vida como Dios la quiere. El amor incondicional de Dios, que da
la vida a cada individuo, tiene un significado y un objetivo
para cada vida humana. Su amor salva (Cf. Juan 12,32). Como lo
profesan los cristianos, a través de la Cruz, Jesús nos
introduce en la vida eterna y de este modo nos indica el camino
hacia el futuro, el camino de la esperanza que guía cada paso
que damos a través del camino, de manera que también nosotros
nos convertimos en difusores de esta esperanza y caridad para
los demás.
Amigos, a diferencia de los peregrinos de otra época yo no
traigo regalos u ofertas. Vengo sencillamente con una intención
y una esperanza: rezar por el precioso regalo de la unidad y de
la paz, más concretamente por Oriente Medio. La paz para los
individuos, para los padres y los hijos, para las comunidades,
paz para Jerusalén, para Tierra Santa, para la región, para toda
la familia humana; la paz duradera engendrada por la justicia,
la integridad y la compasión, que brota de la humildad, del
perdón y del deseo profundo de vivir en armonía como una
realidad única
La oración es esperanza en acción. Y, de hecho, la verdadera
razón queda contenida en la oración: entramos en contacto
amoroso con el único Dios, el creador universal, y de este modo
nos damos cuenta de la futilidad de las divisiones y los
prejuicios humanos y advertimos las posibilidades maravillosas
que se abren ante nosotros cuando nuestros corazones se
convierten a la verdad de Dios, a su proyecto para cada uno de
nosotros y para nuestro mundo.
Queridos jóvenes amigos: deseo deciros a vosotros, en
particular, que al estar entre vosotros siento al fuerza que
procede de Dios. Vuestra experiencia del dolor, vuestro
testimonio en favor de la compasión, vuestra determinación para
superar los obstáculos que encontráis me empujan a creer que los
sufrimientos pueden determinar un cambio a mejor. En nuestras
pruebas personales y estando al lado de los demás en sus
sufrimientos nos hacemos, de alguna forma, más humanos. Y
empezamos a aprender que, en otro nivel, también los corazones
endurecidos por el cinismo o la injusticia o por la reluctancia
a perdonar no están nunca fuera del alcance del radio de acción
de Dios y pueden abrirse siempre a un nuevo modo de ser, a una
visión de paz.
Os exhorto a todos a rezar cada día por nuestro mundo. Y hoy
quiero pediros que asumáis una tarea especifica: rezad, por
favor, por mí, cada día de mi peregrinación; por mi renovación
espiritual en el Señor y por la conversión de los corazones a la
manera de perdonar y de manifestar la solidaridad que es propia
de Dios, de manera que mi experiencia, nuestra experiencia, por
la unidad y la paz en el mundo traiga abundantes frutos.
Que Dios os bendiga a cada uno de vosotros y a vuestras
familias, a los maestros, los enfermeros, los administradores y
los bienhechores de este Centro. Que Nuestra Señora Reina de la
Paz os proteja y guíe a través de la peregrinación del su Hijo,
el Buen Pastor.
[Traducción por Jesús Colina
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
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