“El Año sacerdotal
permitirá redescubrir la pastoral vocacional”
Discurso a los participantes en el congreso europeo
de pastoral vocacional
S.S. Benedicto XVI
Julio 21, 2009
www.zenit.org
Queridos hermanos y hermanas:
Con verdadera alegría me encuentro con vosotros, pensando en el
valioso servicio pastoral que realizáis en el ámbito de la
promoción, animación y discernimiento de las vocaciones. Habéis
venido a Roma para participar en un congreso de reflexión,
confrontación e intercambio entre las Iglesias de Europa, que
tiene por tema "Sembradores del Evangelio de la vocación: una
Palabra que llama y envía" y cuya finalidad es dar nuevo impulso
a vuestro compromiso en favor de las vocaciones.
Para cada diócesis, la atención a las vocaciones constituye una
de las prioridades pastorales, que asume más valor aún en el
contexto del Año sacerdotal recién iniciado. Por eso, saludo de
corazón a los obispos delegados para la pastoral vocacional de
las distintas Conferencias episcopales, así como a los
directores de los centros vocacionales nacionales, a sus
colaboradores y a todos los presentes.
En el centro de vuestros trabajos habéis puesto la parábola
evangélica del sembrador. El Señor arroja con abundancia y
gratuidad la semilla de la Palabra de Dios, aun sabiendo que
podrá encontrar una tierra inadecuada, que no le permitirá
madurar a causa de la aridez, y que apagará su fuerza vital
ahogándola entre zarzas. Con todo, el sembrador no se desalienta
porque sabe que parte de esta semilla está destinada a caer en
"tierra buena", es decir, en corazones ardientes y capaces de
acoger la Palabra con disponibilidad, para hacerla madurar en la
perseverancia, de modo que dé fruto con generosidad para bien de
muchos.
La imagen de la tierra puede evocar la realidad más o menos
buena de la familia; el ambiente con frecuencia árido y duro del
trabajo; los días de sufrimiento y de lágrimas. La tierra es,
sobre todo, el corazón de cada hombre, en particular de los
jóvenes, a los que os dirigís en vuestro servicio de escucha y
acompañamiento: un corazón a menudo confundido y desorientado,
pero capaz de contener en sí energías inimaginables de entrega;
dispuesto a abrirse en las yemas de una vida entregada por amor
a Jesús, capaz de seguirlo con la totalidad y la certeza que
brota de haber encontrado el mayor tesoro de la existencia.
Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el
Señor. Únicamente después de la siembra abundante y generosa de
la Palabra de Dios podemos adentrarnos en los senderos de
acompañar y educar, de formar y discernir. Todo ello va unido a
esa pequeña semilla, don misterioso de la Providencia celestial,
que irradia una fuerza extraordinaria, pues la Palabra de Dios
es la que realiza eficazmente por sí misma lo que dice y desea.
Hay otra palabra de Jesús que utiliza la imagen de la semilla, y
que se puede relacionar con la parábola del sembrador: "Si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si
muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Aquí el Señor insiste en la
correlación entre la muerte de la semilla y el "mucho fruto" que
dará. El grano de trigo es él, Jesús. El fruto es la "vida en
abundancia" (Jn 10, 10), que nos ha adquirido mediante su cruz.
Esta es también la lógica y la verdadera fecundidad de toda
pastoral vocacional en la Iglesia: como Cristo, el sacerdote y
el animador deben ser un "grano de trigo", que renuncia a sí
mismo para hacer la voluntad del Padre; que sabe vivir oculto,
alejado del clamor y del ruido; que renuncia a buscar la
visibilidad y la grandeza de imagen que hoy a menudo se
convierten en criterios e incluso en finalidades de la vida en
buena parte de nuestra cultura y fascinan a muchos jóvenes.
Queridos amigos, sed sembradores de confianza y de esperanza,
pues la juventud de hoy vive inmersa en un profundo sentido de
extravío. Con frecuencia las palabras humanas carecen de futuro
y de perspectiva; carecen incluso de sentido y de sabiduría. Se
difunde una actitud de impaciencia frenética y una incapacidad
de vivir el tiempo de la espera. Sin embargo, esta puede ser la
hora de Dios: su llamada, mediante la fuerza y la eficacia de la
Palabra, genera un camino de esperanza hacia la plenitud de la
vida. La Palabra de Dios puede ser de verdad luz y fuerza,
manantial de esperanza; puede trazar una senda que pasa por
Jesús, "camino" y "puerta", a través de su cruz, que es plenitud
de amor.
Este es el mensaje que nos deja el Año paulino recién concluido.
San Pablo, conquistado por Cristo, fue un promotor y formador de
vocaciones, como bien se desprende de los saludos de sus cartas,
donde aparecen decenas de nombres propios, es decir, rostros de
hombres y mujeres que colaboraron con él al servicio del
Evangelio. Este es también el mensaje del Año sacerdotal recién
iniciado: el santo cura de Ars, Juan María Vianney -que
constituye el "faro" de este nuevo itinerario espiritual- fue un
sacerdote que dedicó su vida a la guía espiritual de las
personas, con humildad y sencillez, "gustando y viendo" la
bondad de Dios en las situaciones ordinarias. Así, fue un
verdadero maestro en el ministerio de la consolación y del
acompañamiento vocacional.
Por tanto, el Año sacerdotal brinda una magnífica oportunidad
para volver a encontrar el sentido profundo de la pastoral
vocacional, así como sus opciones fundamentales de método: el
testimonio, sencillo y creíble; la comunión, con itinerarios
concertados y compartidos en la Iglesia particular; la
cotidianidad, que educa a seguir al Señor en la vida de todos
los días; la escucha, guiada por el Espíritu Santo, para
orientar a los jóvenes en la búsqueda de Dios y de la verdadera
felicidad; y, por último, la verdad, que es lo único que puede
generar libertad interior.
Que la Palabra de Dios, queridos hermanos y hermanas, sea en
cada uno de vosotros fuente de bendición, de consuelo y de
confianza renovada, para que podáis ayudar a muchos a "ver" y
"tocar" al Jesús que ya han acogido como Maestro. Que la Palabra
del Señor habite siempre en vosotros, renueve en vuestro corazón
la luz, el amor y la paz que sólo Dios puede dar, y os capacite
para testimoniar y anunciar el Evangelio, fuente de comunión y
de amor. Con este deseo, que encomiendo a la intercesión de
María santísima, os imparto de corazón a todos la bendición
apostólica.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
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