"La familia, escuela de
obediencia y libertad"
Homilía durante la Eucaristía celebrada a los miembros de
la Comisión Central Organizadora del VI Encuentro Mundial de las
Familias.
S.S. Benedicto XVI
Capilla Redemptoris Mater
Abril 23, 2009
www.zenit.org
Queridos amigos:
Hace poco, hemos dicho en el Salmo responsorial: «Bendigo al
Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca»
(Salmo 33). Lo alabamos hoy por el VI Encuentro Mundial de las
Familias, celebrado felizmente en la Ciudad de México el pasado
mes de enero, y a cuya organización y desarrollo ustedes han
participado de diversos modos. Se lo agradezco de corazón.
Saludo también cordialmente a los señores cardenales Ennio
Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, y
al Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera Carrera, que
preside esta peregrinación a Roma.
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado de
labios de San Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres» (Hch 5,29). Esto concuerda plenamente con lo que nos
dice el Evangelio de Juan: «El que cree en el Hijo posee la vida
eterna; el que no crea al Hijo, no verá la vida» (Jn 3,36). Así,
pues, la Palabra de Dios nos habla de una obediencia que no es
simple sujeción, ni un simple cumplimiento de mandatos, sino que
nace de una íntima comunión con Dios y consiste en una mirada
interior que sabe discernir aquello que «viene de lo alto» y
«está por encima de todo». Es fruto del Espíritu Santo que Dios
concede «sin medida».
Queridos amigos, nuestros contemporáneos necesitan descubrir
esta obediencia, que no es teórica sino vital; que es un optar
por unas conductas concretas, basadas en la obediencia al querer
de Dios, que nos hacen ser plenamente libres. Las familias
cristianas con su vida doméstica, sencilla y alegre,
compartiendo día a día las alegrías, esperanzas y
preocupaciones, vividas a la luz de la fe, son escuelas de
obediencia y ámbito de verdadera libertad. Lo saben bien los que
han vivido su matrimonio según los planes de Dios durante largos
años, como alguno de los presentes, comprobando la bondad del
Señor que nos ayuda y alienta.
En la Eucaristía Cristo está realmente presente; es el pan que
baja de lo alto para reparar nuestras fuerzas y afrontar el
esfuerzo y la fatiga del camino. Él está a nuestro lado. Que Él
sea el mejor amigo también de quien hoy recibe la primera
comunión, trasformando su interior para que sea testigo
entusiasta de Él ante los demás.
Prosigamos ahora nuestra celebración eucarística invocando la
amorosa intercesión de nuestra Madre del cielo, Nuestra Señora
de Guadalupe, para que recibamos a Jesús y tengamos vida y,
fortalecidos con el pan Eucarístico, seamos servidores de la
verdadera alegría para el mundo. Amén.
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