I.
Estructura y método en la nueva evangelización
1. La estructura
Gran parte de la humanidad de hoy
en día, no encuentra en la evangelización permanente de la
Iglesia una respuesta que convenza a la pregunta: ¿Cómo vivir?
Por esto buscamos, más allá de la evangelización permanente, una
nueva evangelización, capaz de hacerse escuchar por aquel mundo
que no encuentra acceso a la evangelización "clásica". El
Evangelio está hecho para todos y no sólo para un sector
determinado de personas, por esto estamos obligados a buscar
nuevas vías para llevar el Evangelio a todos.
Sin embargo, aquí se esconde la tentación de la impaciencia, de
buscar inmediatamente el gran éxito, de buscar los grandes
números. Y este no es el método de Dios. Para el reino de Dios
y, de esta manera, para la evangelización, instrumento y
vehículo del reino de Dios, siempre es válida la parábola del
grano de mostaza (cf. Mc 4, 31 - 32). Nueva evangelización no
podría significar atraer inmediatamente con nuevos y más
refinados métodos a las grandes masas alejadas de la Iglesia. No
es esta la promesa de la nueva evangelización. Nueva
evangelización quiere decir: no contentarse del hecho que del
grano de mostaza ha crecido el gran árbol de la Iglesia
universal, no pensar que basta el hecho de que en sus ramas
puedan encontrar un lugar muy diferentes especies de pájaros -
sino osar de nuevo con la humildad del pequeño grano dejándo a
Dios el cuándo y el cómo crecerá (cf. Mc 4, 26 - 29). Las
grandes cosas empiezan siempre del pequeño grano y los
movimientos de masa siempre son efímeros.
En otras palabras: las realidades
grandes empiezan con humildad. "No te elegí porque eres grande,
por el contrario - eres el más pequeño de los pueblos; te he
elegido porque te amo…" dice Dios al pueblo de Israel en el
Antiguo Testamento y expresa, de esta manera, la paradoja
fundamental de la historia de la salvación.
Dios no cuenta con los grandes
números; el poder exterior no es el signo de su presencia. Gran
parte de las parábolas de Jesús indican esta estructura del
actuar divino y responden así a las preocupaciones de los
discípulos, los cuales se esperaban más bien, otros éxitos y
signos del Mesías - éxitos similares a los ofrecidos por Satanás
al Señor: Todo esto - todos los reinos del mundo - te lo doy… (Mt
4, 9). En efecto, Pablo al final de su vida tuvo la impresión de
haber llevado el Evangelio a los confines de la tierra, pero los
cristianos eran pequeñas comunidades dispersas en el mundo,
insignificantes según los criterios seculares. En realidad
fueron la semilla que penetra desde el interior de la masa,
portando en sí el futuro del mundo (Mt 13, 33). Un viejo
proverbio dice "el éxito no es un nombre de Dios". La nueva
evangelización debe someterse al misterio del grano de mostaza y
no pretender producir rápidamente el gran árbol.
2. El método
De esta estructura de la nueva
evangelización también deriva el método justo. Es cierto que
debemos utilizar razonablemente los métodos modernos para
hacernos escuchar - o mejor dicho: hacer accesible y
comprensible la voz del Señor... No es que busquemos ser
escuchados nosotros - no queremos aumentar el poder y la
extensión de nuestras instituciones, sino queremos servir
al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquél
que es la Vida. Esta expropiación del propio yo que se ofrece a
Cristo para la salvación de los hombres, es la condición
fundamental para un verdadero empeño por el Evangelio. "Porque
he venido en nombre de mi Padre, y vosotros no me recibís. Si
algún otro vienera en su propio nombre, a éste si lo acogeríais"
dice el Señor (Jn, 5, 43).
El distintivo del Anticristo es
su hablar en nombre propio. El signo del Hijo es su comunión con
el Padre. El Hijo nos introduce en la comunión trinitaria, en el
círculo del eterno amor, cuyas personas son "relaciones puras",
el acto puro del donarse y del acogerse. El diseño trinitario -
visible en el Hijo, que no habla a nombre suyo - muestra la
forma de vida del verdadero evangelizador – aún más,
evangelización no es simplemente una forma de hablar sino una
forma de vivir: vivir en la escucha y hacerse voz del Padre. "Él
no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que
escuchó" dice el Señor sobre el Espíritu Santo (Jn, 16, 13).
Esta forma cristológica y pneumatológica de la evangelización,
al mismo tiempo es una forma eclesiológica: El Señor y el
Espíritu Santo construyen la Iglesia, se comunican en la
Iglesia. El anuncio de Cristo, el anuncio del Reino de Dios,
supone escuchar su voz en la voz de la Iglesia. "No hablar en el
propio nombre" quiere decir, hablar en la misión de la
Iglesia...
A esta ley de la expropiación le siguen consecuencias muy
prácticas. Todos los métodos razonables y moralmente aceptables
deben ser estudiados - es un deber utilizar estas posibilidades
de la comunicación. Pero las palabras y todo el arte de la
comunicación no pueden ganar a la persona humana en esa
profundidad, a la que debe llegar el Evangelio. Hace algunos
años leí la biografía de un óptimo sacerdote de nuestro siglo.
En sus palabras se encuentran palabras de oro, fruto de una vida
de oración y de meditación. Sobre nuestro tema, Don Didimo dice,
por ejemplo: "Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba"
Con esta breve reflexión quería decir: Jesús debía adquirir de
Dios a los discípulos. Esto mismo es siempre válido. No
podemos ganar nosotros los hombres. Debemos obtenerlos de
Dios para Dios. Todos los métodos están vacíos si no tienen en
su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe recubrir
una vida de oración.
Debemos agregar todavía otro paso. Jesús predicaba durante el
día y de noche rezaba - pero esto no es todo. Su vida entera fue
- como lo muestra con gran belleza el Evangelio de San Lucas -
un camino hacia la cruz, una ascensión hacia Jerusalén. Jesús no
ha redimido el mundo con bellas palabras, sino con su
sufrimiento y con su muerte. Es ésta, su pasión, la fuente
inagotable de vida por el mundo; la pasión da fuerza a su
palabra.
El Señor mismo - extendiendo y ampliando la parábola del grano
de mostaza - ha formulado esta ley de la fecundidad en el pasaje
de la semilla del grano que muere, caído en la tierra (Jn 12,
24). Esta ley es fundamental para la nueva evangelización.
Quisiera recordar ahora solamente
el comienzo de la evangelización en la vida de San Pablo. El
éxito de su misión no fue el fruto de una gran arte retórica o
de prudencia pastoral; la fecundidad fue vinculada al
sufrimiento, a la comunión en la pasión con Cristo (cf. 1 Cor 2,
1 - 5; 2 Cor 5, 7; 11, 10s; 11, 30; Gál 4, 12 - 14). "Ninguna
señal será dada sino aquella de Jonás el profeta" ha dicho el
Señor. La señal de Jonás es el Cristo crucificado - son los
testimonios que completan "lo que falta a los sufrimientos de
Cristo" (Col 1, 24). En todos los períodos de la historia
siempre se ha verificado la palabra de Tertuliano: Es una
semilla la sangre de los mártires.
San Agustín dice lo mismo con palabras muy bellas, comentando el
texto (Jn 21, 16) "Apacienta mis corderos", es decir, sufre por
mis corderos (Sermo Guelf. 32 PLS 2, 640). Una madre no puede
dar vida a un niño sin sufrimiento. Todo parto exige
sufrimiento, es sufrimiento, y el devenir cristiano es un parto.
Digámoslo todavía una vez con las palabras del Señor: El reino
de Dios exige violencia (Mt 11, 12; Lc 16, 16), pero la
violencia de Dios es el sufrimiento, es la cruz. No podemos dar
vida a otros, sin dar nuestras vida. El proceso de expropiación,
antes mencionado, es la forma concreta (expresada de diferente
manera) de dar la propia vida. Y pensamos a las palabras del
Salvador: "... el que sacrifique su vida por mí y por el
Evangelio, la salvará" (Mc 8, 35).
II. Los contenidos esenciales de la nueva evangelización
1. Conversión
En relación a los contenidos de la nueva evangelización, antes
que nada se debe tener presente que no se puede escindir el
Antiguo del Nuevo Testamento. El contenido fundamental del
Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de Juan Bautista:
μετανοειτε - ¡Convertios! No hay acceso a Jesús sin el Bautista;
no hay posibilidad de alcanzar a Jesús sin dar respuesta al
llamado del precursor, mas bien: Jesús ha asumido el mensaje de
Juan el Bautista en la síntesis de su propio predicar:
"convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).
La palabra griega usada para
"convertirse" significa: volver a pensar - poner en discusión el
propio y el común modo de vivir; dejar entrar a Dios en los
criterios de la propia vida; no juzgar más simplemente según las
opiniones corrientes. Convertirse significa, por lo tanto, no
vivir como viven todos, no hacer como hacen todos, no sentirse
justificados en acciones dudosas, ambiguas, malvadas por el
hecho que otros hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida
con los ojos de Dios; buscar, por lo tanto, el bien, aún cuando
es incómodo; no hacerlo pensando en el juicio de la mayoría, de
los hombres, sino en el juicio de Dios - con otras palabras:
buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva. Todo esto no
implica un moralismo, la reducción del cristianismo a la
moralidad pierde de vista la esencia del mensaje de Cristo: el
don de una nueva amistad, el don de la comunión con Jesús y, por
lo tanto, con Dios. Quien se convierte a Cristo no entiende
crearse una autarquía moral suya, no pretende reconstruir con
sus propias fuerzas su propia bondad. "Conversión" (Metanoia)
significa justamente lo contrario: salir de la propia
suficiencia, descubrir y aceptar la propia indigencia -
indigencia de los otros y del Otro, de su perdón, de su amistad.
La vida no convertida es autojustificación (yo no soy peor de
los demás); la conversión es la humildad de confiarse al amor
del Otro, amor que se vuelve medida y criterio de mi propia
vida.
Aquí debemos tener presente el aspecto social de la conversión.
En efecto, la conversión es, ante todo, un acto muy personal y
es personalización. Yo me separo de la fórmula "vivir como
todos" (no me siento más justificado por el hecho que todos
hacen cuanto hago yo) y encuentro delante de Dios mi propio yo,
mi responsabilidad personal. Pero la verdadera personalización
es siempre también una nueva y más profunda socialización. El yo
se abre de nuevo al tú, en toda su profundidad, de esta manera
nace un nuevo Nosotros. Si el estilo de vida extendido en el
mundo implica el peligro de la des-personalización, del vivir no
mi propia vida, sino la vida de todos los demás, en la
conversión debe realizarse un nuevo Nosotros del camino común
con Dios. Anunciando la conversión también debemos ofrecer una
comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No
se puede evangelizar sólo con las palabras; el Evangelio crea
vida, crea comunidad de camino; una conversión puramente
individual no tiene consistencia...
2. El Reino de Dios
En la llamada a la conversión está implícito - como una
condición fundamentalmente propia - el anuncio del Dios
viviente. El teocentrismo es fundamental en el mensaje de Jesús
y también debe ser el corazón de la nueva evangelización. La
palabra clave del anuncio de Jesús es: Reino de Dios. Sin
embargo, Reino de Dios no es una cosa, una estructura social o
política, una utopía. El Reino de Dios es Dios. Reino de Dios
quiere decir: Dios existe. Dios vive. Dios está presente y actúa
en el mundo, en nuestra vida - en mi vida. Dios no es una lejana
"causa última", Dios no es el "gran arquitecto" del deísmo que
ha construido la máquina del mundo y ahora estaría fuera - por
el contrario Dios es la realidad más presente y decisiva en cada
acto de mi vida, en cada momento de la historia.
El teólogo J. B. Metz ha
pronunciado cosas que no se esperaban., nos dice hoy: El
verdadero problema de nuestro tiempo es la "Crisis de Dios", la
ausencia de Dios, camuflada por una religiosidad vacía. La
teología debe volver a ser realmente teo-logía, un hablar de
Dios y con Dios. Metz tiene razón : El "unum necessarium" para
el hombre es Dios. Todo cambia, si hay Dios o no hay Dios.
Desgraciadamente - también nosotros los cristianos vivimos a
veces como si Dios no existiese ("si Deus non daretur"). Vivimos
según el cliché: No hay Dios y si lo hay, no interesa. Por este
motivo, la evangelización, antes que nada, tiene que hablar de
Dios, anunciar el único Dios verdadero.
También aquí debe tenerse presente el aspecto práctico. Dios no
puede hacerse conocido sólo con las palabras. No se conoce una
persona si se sabe de esta persona sólo a través de otra.
Anunciar a Dios es introducir en la relación con Dios: enseñar a
rezar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia de la
vida con Dios aparece también la evidencia de su existencia. Por
esto son importantes las escuelas de oración, de comunidad de
oración. Hay complementariedad entre la oración personal ("en el
propio dormitorio", sólo delante de los ojos de Dios), oración
común "paralitúrgica" ("religiosidad popular") y oración
litúrgica. Sí, la liturgia es, antes que nada, oración; su
especificidad consiste en el hecho que su sujeto primario no
somos nosotros (como en la oración privada y en la religiosidad
popular), sino Dios mismo - la liturgia es actio divina, Dios
actúa y nosotros respondemos a la acción divina.
Hablar de Dios y hablar con Dios siempre deben marchar
conjuntamente. El anuncio de Dios es guía para la comunión con
Dios en la comunión fraterna, fundada y vivificada por Cristo.
Por esto la liturgia (los sacramentos) no es un tema junto a la
predicación del Dios viviente, sino la puesta en práctica de
nuestra relación con Dios. En este contexto quisiera hacer una
observación general sobre la cuestión litúrgica. Muchas veces
nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista.
La liturgia se vuelve enseñanza, cuyo criterio es: hacerse
entender - la consecuencia es con frecuencia hacer banal el
misterio, la preponderancia de nuestras palabras, la repetición
de la fraseología que parece más accesible y más agradable a la
gente. Pero esto es un error no solamente teológico, sino
también psicológico y pastoral. La moda del esoterismo, la
difusión de técnicas asiáticas de distensión y de
auto-vaciamiento demuestran que en nuestras liturgias falta
algo. Justamente en nuestro mundo actual tenemos necesidad del
silencio, del misterio por encima del individuo, de la belleza.
La liturgia no es la invención del sacerdote que celebra o de un
grupo de especialistas; la liturgia ("el rito") ha crecido en un
proceso orgánico durante los siglos, porta consigo el fruto de
la experiencia de la fe de todas las generaciones. Aunque si los
participantes no entienden quizá cada una de las palabras,
perciben el significado profundo, la presencia del misterio, que
trasciende todas las palabras. No es el celebrante el centro de
la acción litúrgica; el celebrante no está delante del pueblo en
su nombre - no habla de sí y para sí, sino "in persona Cristi".
No cuentan la capacidad personal del celebrante, sino sólo su
fe, en la que se hace transparente Cristo. "Es necesario que Él
crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).
3. Jesucristo
Con esta reflexión el tema de
Dios se ha ya extendido y concretizado en el tema Jesucristo:
Sólo en Cristo y a través de Cristo el tema de Dios se vuelve
realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros
- la concretización del "Yo soy", la respuesta al Deísmo.
Actualmente es grande la tentación de reducir Jesucristo, el
Hijo de Dios, sólo a un Jesús histórico, a un hombre puro. No se
niega necesariamente la divinidad de Jesús, sino que con ciertos
métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra medida, un
Jesús posible y comprensible en el marco de nuestra
historiografía. Pero este "Jesús histórico" no es sino un
artefacto, la imagen de sus autores y no la imagen del Dios
viviente (cf. 2 Cor 4, 4s; Col 1, 15). El Cristo de la fe no es
un mito: el así llamado "Jesús histórico" es una figura
mitológica, auto inventada por los diferentes intérpretes.
Quisiera brevemente aludir
a dos aspectos importantes. El primero es el seguimiento de
Cristo - Cristo se ofrece como camino de mi vida. Secuela de
Cristo no significa imitar al hombre Jesús. Una tentativa
similar necesariamente fracasa - sería un anacronismo. La
secuela de Cristo tiene una meta mucho más alta: asimilarse a
Cristo y, en este modo, llegar a la unión con Dios. Una palabra
como ésta quizás suena extraña a los oídos del hombre moderno.
Pero, en realidad, todos tenemos sed del infinito: de una
libertad infinita, de una felicidad sin límites. Toda la
historia de las revoluciones de los últimos doscientos años se
explica sólo así. La droga se explica así. El hombre no se
contenta con soluciones bajo el nivel de la divinización. Pero
todos los caminos ofrecidos por la "serpiente" (Gén 3, 5), es
decir, por la sabiduría mundana, fracasan. El único camino es la
comunión con Cristo, realizable en la vida sacramental. Secuela
de Cristo no es un argumento moral, sino un tema "mistérico" -
un conjunto de acción divina y de respuesta nuestra.
De esta manera, encontramos presente en el tema de la secuela el
otro centro de la cristología, del cual quisiera decir algo: el
misterio pascual - la cruz y la resurrección. En las
reconstrucciones del "Jesús histórico" normalmente el tema de la
cruz no tiene significado. En una interpretación "burguesa" se
vuelve un incidente, por sí mismo evitable, sin valor teológico;
en una interpretación revolucionaria se vuelve la muerte heroica
de un rebelde. La verdad es diferente. La cruz pertenece al
misterio divino - es expresión de su amor hasta el fin (Jn 13,
1). La secuela de Cristo es participación a su cruz, unirse a su
amor, a la transformación de nuestra vida, que se vuelve el
nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (cf. Ef 4, 24).
Quien omite la cruz, omite la esencia del cristianismo (cf. 1
Cor 2, 2).
4. La vida eterna
Un último elemento central de
toda evangelización verdadera es la vida eterna. Actualmente
debemos con nueva fuerza anunciar en la vida diaria nuestra fe.
Quisiera mencionar aquí solamente un aspecto muchas veces
descuidado de la predicación de Jesús: El anuncio del Reino de
Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce y nos
escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia.
Esta predicación es, por lo tanto, anuncio del juicio, anuncio
de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o no hacer
lo que quiere. Él será juzgado. Él debe dar cuentan de sus
actos. Esta certeza tiene valor para los potentes así como para
los simples. Donde ésta sea respetada, están trazados los
límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia y sólo
Él puede hacerlo al final de cuentas. Esto podremos lograrlo
mejor, cuanto más estemos en capacidad de vivir bajo los ojos de
Dios y de comunicar al mundo la verdad del juicio. De esta
manera, el artículo de fe del juicio, su fuerza de formación de
las conciencias, es un contenido central del Evangelio y es
verdaderamente una buena nueva. Lo es para todos aquellos que
sufren por la injusticia del mundo y buscan la justicia. De este
modo se comprende también la conexión entre el "Reino de Dios" y
los "pobres", los que sufren y todos aquellos de los cuales
hablan las bienaventuranzas del discurso de la montaña. Estos
están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza de
que hay justicia. Este es el verdadero contenido del artículo
sobre el juicio, sobre Dios Juez: hay justicia.
Las injusticias del mundo no son
la última palabra de la historia. Hay justicia. Sólo quien no
quiere que haya justicia puede oponerse a esta verdad. Si
tomamos en serio el juicio y la seriedad de la responsabilidad
que nos implica, comprenderemos bien el otro aspecto de este
anuncio, es decir, la redención, el hecho que Jesús en la cruz
asume nuestros pecados; que Dios mismo en la pasión del Hijo se
hace abogado de nosotros, pecadores, haciendo así posible la
penitencia, dando esperanza al pecador arrepentido, esperanza
expresada de manera maravillosa en las palabras de San Juan:
delante de Dios, tranquilizaremos nuestro corazón, cualquier
cosa éste nos reproche. "Dios es más grande que nuestra
conciencia, y todo lo conoce" (1 Jn 3, 19s). La bondad de Dios
es infinita, pero no debemos reducir esta bondad a una cosa
melindrosa sin verdad. Sólo creyendo al justo juicio de Dios,
sólo teniendo hambre y sed de justicia (cf. Mt 5, 6) abrimos
nuestro corazón y nuestra vida a la misericordia divina. Se ve:
no es verdad que la fe en la vida eterna hace insignificante la
vida terrestre. Por el contrario. Sólo si la medida de nuestra
vida es la eternidad, también esta vida sobre la tierra es
grande y su valor inmenso. Dios no es el otro concursante de
nuestra vida, sino quien garantiza nuestra grandeza. De esta
manera volvemos a nuestro punto de partida: Dios. Si
consideramos bien el mensaje cristiano, no hablamos de muchas
cosas. El mensaje cristiano es en realidad muy simple. Hablemos
de Dios y del hombre, y así decimos todo.
Cardenal Joseph Ratzinger
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