"El seÑor
sostiene a los que van a caer" Salmo
144
Audiencia General del 8 de febrero de 2006
Fuente:
Zenit
Ver también:
Benedicto XVI
El Señor sostiene a los
que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.
1. Siguiendo a la
Liturgia, que lo divide en dos partes, volvemos a reflexionar sobre el
Salmo 144, un canto admirable en honor del Señor, rey cariñoso y atento
a sus criaturas. Queremos meditar ahora en la segunda parte, en los
versículos 14 a 21, que retoman el tema fundamental del primer
movimiento del himno.
En él se exaltaban la
piedad, la ternura, la fidelidad y la bondad divina que se extienden a
toda la humanidad, involucrando a toda criatura. Ahora el salmista
concentra su atención en el amor que el Señor reserva de manera
particular al pobre y al débil. Por tanto, la realeza divina no es ni
indiferente ni altanera, como a veces puede suceder con el ejercicio del
poder humano. Dios expresa su realeza inclinándose ante las criaturas
más frágiles e indefensas.
2. De hecho, antes que
nada, es un padre que «sostiene a los que van a caer» y endereza a los
que han caído en el polvo de la humillación (Cf. versículo 14). Los
seres vivientes, por tanto, están orientados hacia el Señor como si
fueran mendigos hambrientos y él les ofrece, como padre atento, la
comida que necesitan para vivir (Cf. versículo 15).
De los labios del orante
surge entonces la profesión de fe en las dos cualidades divinas por
excelencia: la justicia y la santidad. «El Señor es justo en todos sus
caminos, es santo en todas sus acciones» (versículo 17). En hebreo, nos
encontramos con dos adjetivos típicos para ilustrar la alianza que
existe entre Dios y su pueblo: «saddiq» y «hasid». Expresan la justicia
que quiere salvar y liberar del mal y la fidelidad que es signo de la
grandeza amorosa del Señor.
3. El salmista se pone de
parte de los beneficiados a los que define con diferentes expresiones;
son términos que constituyen, en la práctica, una representación del
auténtico creyente. Éste «invoca» al Señor en la oración confiada, lo
busca en la vida «sinceramente» (Cf. versículo 18), teme a su Dios,
respetando su voluntad y obedeciendo a su palabra (Cf. versículo 19),
pero sobre todo le «ama», confiado en que será acogido bajo el manto de
su protección y de su intimidad (Cf. versículo 20).
La última palabra del
salmista es, entonces la misma con la que había comenzado el himno: es
una invitación a alabar y a bendecir al Señor y su «nombre», es decir,
la persona viviente y santa que actúa y salva en el mundo y en la
historia Es más, es un llamamiento a que toda criatura que ha recibido
el don de la vida se asocie a la alabanza de la oración: «todo viviente
bendiga su santo nombre por siempre jamás» (versículo 21). Es una
especie de canto perenne que debe elevarse de la tierra al cielo, es la
celebración comunitaria del amor universal de Dios, manantial de paz,
alegría y salvación.
4. Concluyendo nuestra
reflexión, volvamos a meditar en ese dulce versículo que dice: «cerca
está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente»
(versículo 18). Era una frase que le gustaba particularmente a
Barsanufio de Gaza, un asceta fallecido en torno a la mitad del siglo VI,
quien era consultado por monjes, eclesiásticos y laicos por la sabiduría
de su discernimiento.
Por ejemplo, a un
discípulo que expresaba el deseo de «buscar las causas de las diferentes
tentaciones que le habían asaltado», Barsanufio respondía: «Hermano
Juan, no tengas miedo de las tentaciones que han surgido contra ti para
ponerte a la prueba, no te afanes tratando de comprender de qué se
trata, sino más bien grita el nombre de Jesús: \"Jesús, ayúdame\". Y él
te escuchará porque \"cerca está el Señor de los que lo invocan\". No te
desalientes, corre con ardor y alcanzarás la meta, en Cristo, Jesús,
Señor nuestro» (Barsanufio y Juan de Gaza, «Epistolario», 39: «Collana
di Testi Patristici», XCIII, Roma 1991, p. 109).
Y estas palabras del
antiguo padre son válidas también para nosotros. En nuestras
dificultades, problemas, tentaciones, no tenemos que hacer simplemente
una reflexión teórica --¿de dónde vienen?-- sino que tenemos que
reaccionar positivamente, invocando al Señor, manteniendo el contacto
vivo con el Señor. Es más, tenemos que gritar el nombre de Jesús:
\"Jesús, ¡ayúdame!\". Y podemos estar seguros de que él nos escucha,
pues está cerca de quien le busca. No nos desalentemos, sino más bien
corramos con ardor --como dice este padre-- y también nosotros
alcanzaremos la vida, Jesús, el Señor.
[Traducción del original
italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a
los peregrinos en varios idiomas.]