Señor, tú me
sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
Si digo: «que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.
1. En dos distintos momentos,
la Liturgia de las Vísperas --cuyos salmos y cánticos estamos
meditando-- nos propone la lectura de un himno sapiencial de
límpida belleza y de intenso impacto emotivo, el Salmo 138. Ante
nosotros tenemos hoy la primera parte de la composición (Cf.
versículos 1-12), es decir, las dos primeras estrofas que
exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (Cf. versículos
1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (Cf.
versículos 7-12).
El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como
objetivo la celebración del Creador: «¡Si las obras creadas son
tan grandes --afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del
siglo V-- qué grande tiene que ser su Creador!» («Discursos
sobre la Providencia» --«Discorsi sulla Provvidenza»--, 4: «Collana
di Testi Patristici», LXXV, Roma 1988, p. 115). La meditación
del salmista busca sobre todo penetrar en el misterio del Dios
trascendente, que al mismo tiempo está cerca de nosotros.
2. La esencia del mensaje que nos presenta es clara: Dios sabe
todo y está presente junto a su criatura, que no se puede
sustraer de Él. Su presencia no es amenazadora ni quiere
controlar; aunque ciertamente su mirada también es severa con el
mal, ante el cual no es indiferente.
Sin embargo, su elemento fundamental es el de una presencia
salvífica, capaz de abarcar a todo el ser y a toda la historia.
En pocas palabras, es el escenario espiritual al que alude san
Pablo al hablar en el Aerópago de Atenas, cuando cita a un poeta
griego: «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17,
28).
3. El primera pasaje (Cf. Salmo 138, 1-6), como decía, es la
celebración de la omnisciencia divina: se repiten, de hecho, los
verbos del conocimiento como «sondear», «conocer», «penetrar»,
«distinguir», «saber». Como es sabido, el conocimiento bíblico
va más allá del mero aprender y comprender intelectivo; es una
especie de comunión entre el que conoce y el conocido: el Señor
está, por tanto, en intimidad con nosotros, durante nuestro
pensar y actuar.
A la omnipresencia divina se dedica el segundo pasaje de nuestro
Salmo (Cf. versículos 7-12). En él, se describe de manera
palpitante la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa
presencia. Todo el espacio queda abarcado: ante todo, el eje
vertical «cielo-abismo» (Cf. versículo 8), y después la
dimensión horizontal, la que va desde la aurora, es decir, de
oriente, hasta llegar al «confín del mar» Mediterráneo, es
decir, occidente (Cf. versículo 9). Cada uno de los ámbitos del
espacio, incluso el más secreto, contiene una presencia activa
de Dios.
El salmista introduce también la otra realidad en la que estamos
sumergidos, el tiempo, simbólicamente representado por la noche
y la luz, la tiniebla y el día (Cf. versículos 11-12). Incluso
la oscuridad, en la que es difícil avanzar y ver, está penetrada
por la mirada y por la manifestación del Señor del ser y del
tiempo. Siempre está dispuesto a tomarnos de la mano para
guiarnos en nuestro camino terreno (Cf. versículo 10). Por
tanto, no es una cercanía de juicio que causa terror, sino de
apoyo y liberación.
De este modo, podemos comprender cuál es el contenido último,
esencial, de este salmo: es un canto de confianza: Dios está
siempre con nosotros. Incluso en las noches oscuras de nuestra
vida, no nos abandona. Incluso en los momentos difíciles, está
presente. E incluso en la última noche, en la última soledad en
la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte, el
Señor no nos abandona. Nos acompaña también en esta última
soledad de la noche de la muerte. Y por este motivo, los
cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La
bondad de Dios siempre está con nosotros.
4. Hemos comenzado con una cita del escritor cristiano Teodoreto
de Ciro. Concluimos ahora encomendándonos a él y a su «Cuarto
Discurso sobre la Providencia» divina, pues en definitiva éste
es el tema del Salmo. Reflexiona en el versículo 6, en el que el
orante exclama: «Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo
abarco». Teodoreto comenta este pasaje profundizando en la
interioridad de la conciencia y de la experiencia personal y
afirma: «Recogido en mí mismo y entrando en mi propia intimidad,
alejándome de los rumores externos, quise sumergirme en la
contemplación de mi naturaleza … Reflexionando en esto y
pensando en la armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal,
quedé sobrecogido por tanto prodigio y, al no lograr contemplar
este misterio, reconozco mi fracaso; es más, mientras proclamo
la victoria de la sabiduría del Creador y le canto himnos de
alabanza, grito: «Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo
abarco» («Collana di Testi Patristici», LXXV, Roma 1988, pp.
116.117).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final
de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en
varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]
Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo proclamado hoy es una meditación profunda sobre la
trascendencia de Dios, y también de su cercanía y preocupación
por todos nosotros. Él lo sabe todo, nada se le oculta: cada
instante, hasta en lo más íntimo de la vida humana y de la
historia, le resulta diáfano. Pero su forma de conocer no es
lejana o indiferente, sino que comporta una especie de comunión
e interés por cada ser humano. Por eso nada puede esconderse a
sus ojos ni oponerse a su presencia salvífica, por más que a
veces el hombre trate de ocultarse o se crea ignorado de Dios.
Por el contrario, su mano está siempre dispuesta a tomar la
nuestra para guiarnos en nuestro itinerario terreno.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que han
participado en esta audiencia. En este tiempo de Adviento, os
invito a todos a prepararos con recogimiento interior para la
celebración gozosa de la Navidad.