Junto a los
ríos de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión».
¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.
1. En este primer miércoles de
Adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración en
preparación de la Navidad, meditamos en el Salmo 136, que se ha
hecho famoso en la versión latina de su inicio, «Super flumina
Babylonis». El texto evoca la tragedia vivida por el pueblo
judío durante la destrucción de Jerusalén, que tuvo lugar en el
año 586 a. C., y el sucesivo exilio en Babilonia. Nos
encontramos ante un canto nacional de dolor, caracterizado por
una seca nostalgia de lo que se perdió.
Esta sentida invocación al
Señor para que libere a sus fieles de la esclavitud de Babilonia
expresa también sentimientos de esperanza y de espera en la
salvación con los que hemos comenzado el camino del Adviento.
La primera parte del Salmo
(Cf. versículos 1-4) tiene como telón de fondo la tierra del
exilio, con sus ríos y canales, que regaban la llanura de
Babilonia, sede de los judíos deportados. Es como una
anticipación simbólica de los campos de exterminio en los que el
pueblo judío --en el siglo que acabamos de concluir-- fue
conducido hacia una operación infame de muerte, que ha quedado
como una vergüenza indeleble en la historia de la humanidad.
La segunda parte del Salmo
(Cf. versículos 5-6) está llena del recuerdo amoroso de Sión, la
ciudad perdida, pero que sigue estando viva en el corazón de los
deportados.
2. En las palabras del
salmista quedan involucradas la mano, la lengua, el paladar, la
voz, las lágrimas. La mano es indispensable para quien toca la
cítara: pero ha quedado paralizada (Cf. versículo 5) por el
dolor, porque además las cítaras han sido colgadas en los
sauces.
El cantor necesita la lengua,
pero ahora se encuentra pegada al paladar (Cf. versículo 6). Los
cantares de Sión son cánticos del Señor (versículos 3-4), no son
canciones folklóricas y de espectáculo. Sólo en la liturgia y en
la libertad de un pueblo pueden subir al cielo.
3. Dios, que es el último
árbitro de la historia, sabrá comprender y acoger, según su
justicia, el grito de las víctimas, más allá de los tonos
ásperos que a veces adquiere.
Queremos encomendar a san
Agustín una ulterior meditación sobre nuestro salmo. En ella, el
padre de la Iglesia introduce un elemento sorprendente y de gran
actualidad: sabe que también entre los habitantes de Babilonia
hay personas que se comprometen con la paz y con el bien de la
comunidad, a pesar de que no comparten la fe bíblica, a pesar de
que no conocen la esperanza de la Ciudad eterna a la que
nosotros aspiramos. Ellos tienen una chispa de deseo de lo
desconocido, de lo más grande, del trascendente, de una
auténtica redención. Y dice que entre los perseguidores, entre
los no creyentes, hay personas con esta chispa, con una especie
de fe, de esperanza, en la medida en que les es posible en las
circunstancias en las que viven. Con esta fe en una realidad
desconocida, están realmente en camino hacia la auténtica
Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta apertura de esperanza,
válida incluso para los babilonios --como les llama Agustín--,
para quienes no conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y que
sin embargo desean lo desconocido, lo eterno, nos exhorta a no
fijarnos sólo en las cosas materiales del momento presente, sino
a perseverar en el camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza
más grande podemos, de manera justa, transformar este mundo. San
Agustín lo dice con estas palabras: Si somos ciudadanos de
Jerusalén…y tenemos que vivir en esta tierra, en la confusión
del mundo presente, en la Babilonia presente, donde no vivimos
como ciudadanos sino que somos prisioneros, es necesario que lo
que dice el Salmo no sólo lo cantemos, sino que lo vivamos: esto
se hace con una aspiración profunda del corazón, deseoso plena y
religiosamente de la ciudad eterna».
Y haciendo referencia a la
«ciudad terrestre llamada Babilonia» añade: en ella «hay
personas que, movidas por el amor a ella, se las ingenian para
garantizar la paz --paz temporal--, sin nutrir otra esperanza en
el corazón que la alegría de trabajar por la paz. Y nosotros les
vemos hacer todo esfuerzo para ser útiles a la sociedad terrena.
Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura en estas
tareas, Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, al
haberles predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén: a
condición, sin embargo, de que viviendo en Babilonia, no busquen
la soberbia, los fastos caducos y la arrogancia... Él ve su
servicio y les mostrará la otra ciudad, hacia la que tienen que
suspirar verdaderamente y orientar todo esfuerzo» («Comentarios
a los salmos» - «Esposizioni sui Salmi», 136,1-2: «Nuova
Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp. 397.399).
Y pidamos al Señor que en
todos nosotros despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y
que también los que no conocen a Cristo puedan quedar tocados
por su amor, de manera que todos juntos peregrinemos hacia la
Ciudad definitiva y la luz de esta Ciudad pueda brillar también
en nuestro tiempo y en nuestro mundo.
[Traducción del original
italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo
Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron
sus palabras en inglés:]
Queridos hermanos y hermanas:
El salmo que hoy se ha proclamado, evoca la tragedia vivida por
el pueblo hebreo durante la destrucción de Jerusalén y la
deportación a Babilonia. Contiene una dolorosa invocación al
Señor, llena de nostalgia por el recuerdo amoroso de Sión, la
ciudad perdida, en la que se expresan bien los sentimientos de
esperanza y expectación de la salvación que señalan el tiempo de
adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración,
como preparación al nacimiento de Cristo.
Así pues, puesto que somos
ciudadanos de la Jerusalén celestial, vivimos, según afirma San
Agustín, como prisioneros en el mundo presente, en esta tierra
de confusión; por eso es necesario que «no sólo cantemos lo que
se dice en el Salmo sino que lo vivamos: lo cual se realiza en
la aspiración profunda de un corazón plena y religiosamente
deseoso de la ciudad eterna».
Saludo cordialmente a los
visitantes y peregrinos de lengua española, en particular a las
Religiosas de María Inmaculada, reunidas en Capítulo general, a
los cofrades de la Hermandad de Santa Marta de España, así como
a los peregrinos de México y de otros Países latinoamericanos.
Al comienzo del Adviento os animo a prepararos con alegría para
que el Señor encuentre en vuestros corazones una digna morada
llena de amor y esperanza. Muchas gracias.