El Dolor Visto con los Ojos de Dios
Comentario al Salmo 125, "Dios, alegría y esperanza nuestra"
Benedicto XVI, Audiencia general, 17 Agosto, 2005
Fuente: Zenit
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes de Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
1. Al escuchar las palabras del Salmo 125 da la impresión de ver cómo se
desarrolla ante los ojos el acontecimiento que se canta en la segunda
parte del Libro de Isaías: el «nuevo éxodo». Es el regreso de Israel
desde el exilio de Babilonia a la tierra de los padres, tras el edicto
del rey persa Ciro, en el año 538 a.C. Entonces se repite la experiencia
gozosa del primer éxodo, cuando el pueblo judío fue liberado de la
esclavitud de Egipto.
Este salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los
días en los que Israel se sentía amenazado y experimentaba el miedo,
pues estaba sometido de nuevo a la prueba. El salmo incluye, de hecho,
una oración por el regreso de los prisioneros de ese momento (Cf.
versículo 4). De este modo, se convertía en una oración del pueblo de
Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero
siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador, apoyo de
los débiles y de los oprimidos.
2. El salmo introduce en una atmósfera de júbilo: hay sonrisas, fiesta,
por la libertad lograda, de los labios salen cantos de alegría (Cf.
versículos 1-2).
La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las
naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha
estado grande con ellos» (versículo 2). La salvación del pueblo elegido
se convierte en una prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de
Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios
profesa su fe en el Señor que salva: «El Señor ha estado grande con
nosotros» (versículo 3).
3. El pensamiento se dirige después al pasado, revivido con un
escalofrío de miedo y amargura. Queremos prestar atención a la imagen
agrícola que utiliza el salmista: « Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares» (versículo 5). Bajo el peso del trabajo, a
veces el rostro se riega de lágrimas: se siembra con una fatiga que
podría acabar quizá en la inutilidad y el fracaso. Pero cuando llega la
cosecha abundante y gozosa, se descubre que ese dolor ha sido fecundo.
En este versículo del salmo se condensa la gran lección sobre el
misterio de fecundidad y de vida que puede albergar el sufrimiento.
Precisamente, como había dicho Jesús en los umbrales de su pasión y
muerte: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto» (Juan 12, 24).
4. El horizonte del salmo se abre de este modo a la festiva cosecha,
símbolo de la alegría producida por la libertad, por la paz y la
prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Esta oración es,
entonces, un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está
sumergido en el momento de la prueba, del miedo, de la amenaza exterior
y de la opresión interior.
Pero puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los
propios días y a cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad.
La esperanza en el bien, aunque sea incomprendida y suscite oposición,
al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad, de paz.
Es lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: «El que siembre en el
espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar
el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos» (Gálatas
6, 8-9).
5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672/3-735)
sobre el salmo 125 en la que comenta las palabras con las que Jesús
anunciaba a sus discípulos la tristeza que le esperaba y al mismo tiempo
la alegría que surgiría de su aflicción (Cf. Juan 16, 20).
Beda recuerda que «lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo
cuando le vieron apresado por los enemigos, atado, llevado a juicio,
condenado, flagelado, ridiculizado, por último crucificado, atravesado
por la lanza y sepultado. Gozaban sin embargo quienes amaban al mundo…,
cuando condenaban a una muerte vergonzosa a quien les resultaba molesto
sólo con verle. Se entristecieron los discípulos por la muerte del
Señor, pero, al recibir noticia de su resurrección, su tristeza se
convirtió en alegría; al ver después el prodigio de la ascensión, con
una alegría aún mayor alababan y bendecían al Señor, como testimonia el
evangelista Lucas (Cf. Lucas 24,53). Pero estas palabras del Señor se
adaptan a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las
aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas y que,
con razón, ahora lloran y están tristes, pues no pueden ver todavía al
que aman y, porque mientras están en el cuerpo, saben que están lejos de
la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar a través de los
cansancios y las luchas al premio. Su tristeza se convertirá en alegría
cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la
vida eterna, según dice el salmo. “Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares” » («Homilías sobre el Evangelio» - «Omelie sul
Vangelo», 2,13: Colección de Testos Patrísticos, XC, Roma 1990, pp.
379-380).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final, de la
audiencia al saludar a los peregrinos en varios idiomas, el Santo Padre
dijo en castellano:]
Saludo con afecto a los peregrinos de España y Latinoamérica,
particularmente a los fieles de la parroquia de Nuestra Señora del
Socorro, de Aspe, y a los miembros de la Delegación del Sevilla Fútbol
Club. Que el Señor sea siempre vuestra alegría y esperanza. ¡Gracias por
vuestra presencia!
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