"El APÓSTOL, San Mateo"
Audiencia General del 31 de agosto de 2006
Fuente:
Zenit
Ver también:
Benedicto XVI
Queridos hermanos y
hermanas:
Continuando con la serie de retratos de los doce apóstoles, que
comenzamos hace algunas semanas, hoy nos detenemos en Mateo. A decir
verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues sus
noticias son pocas e incompletas. Lo que podemos hacer es bosquejar no
tanto la biografía, sino más bien el perfil que nos ofrece el Evangelio.
Está siempre presente en las listas de los doce elegidos por Jesús (Cf.
Mateo 10, 3; Marcos 3, 18; Lucas 6, 15; Hechos 1, 13). En hebreo, su
nombre significa «don de Dios». El primer Evangelio canónico, que lleva
su nombre, nos lo presenta en la lista de los doce con una calificación
muy precisa: «el publicano» (Mateo 10, 3). Por este motivo, es
identificado con el hombre sentado en el despacho de los impuestos, a
quien Jesús llama a su seguimiento: «Cuando se iba de allí, al pasar vio
Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y
le dice: "Sígueme". Él se levantó y le siguió» (Mateo 9, 9). También
Marcos (Cf. 2,13-17) y Lucas (Cf. 5, 27-30) narran la llamada del hombre
sentado en el despacho de los impuestos, pero le llaman «Leví». Para
imaginar la escena descrita en Mateo 9,9 basta recordar el magnífico
lienzo de Caravaggio, conservada aquí, en Roma, en la Iglesia de San
Luis de los Franceses.
De los Evangelios emerge un nuevo detalle biográfico: en el pasaje que
precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por
Jesús en Cafarnaúm (Cf. Mateo 9,1-8; Marcos 2, 1-12), mencionando la
cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (Cf. Marcos
2,13-14). Se puede deducir que Mateo ejercía la función de recaudador en
Cafarnaúm, situada precisamente «junto al mar» (Mateo 4, 13), donde
Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que surgen del Evangelio,
podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el
grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de aquel
tiempo en Israel, era considerado como un pecador público. Mateo, de
hecho, no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente
ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad
extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser determinados
arbitrariamente. Por estos motivos, en más de una ocasión, los
Evangelios mencionan conjuntamente a los «publicanos y pecadores» (Mateo
9, 10; Lucas 15, 1), a los «publicanos y prostitutas» (Mateo 21, 31).
Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (Cf. Mateo 5, 46:
sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como
«jefe de publicanos, y rico» (Lucas 19, 2), mientras la opinión popular
les asociaba a «hombres rapaces, injustos, adúlteros» (Lucas 18, 11).
Ante estas referencias, hay un dato que salta a la vista: Jesús no
excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se
encuentra sentado en la mesa de la casa de Mateo-Leví, respondiendo a
quien estaba escandalizado por el hecho de frecuentar compañías poco
recomendables, pronuncia la importante declaración: «No necesitan médico
los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores» (Marcos 2, 17).
El buen anuncio del Evangelio consiste precisamente en esto: ¡en el
ofrecimiento de la gracia de Dios al pecador! En otro pasaje, con la
famosa parábola del fariseo y del publicano que subieron al templo para
rezar, Jesús llega a indicar a un publicano anónimo como ejemplo de
humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía
alarde de perfección moral, «el publicano […] no se atrevía ni a alzar
los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!
¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"». Y Jesús comenta: «Os digo que
éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se
ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lucas 18,
13-14). Con la figura de Mateo, por tanto, los Evangelios nos presentan
una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la
santidad, puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la
misericordia de Dios y dejar vislumbrar sus maravillosos efectos en su
existencia.
En este sentido, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo:
observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el
trabajo que estaban realizando los interesados. Pedro, Andrés, Santiago
y Juan son llamados mientras estaban pescando; Mateo mientras recauda
impuestos. Se trata de oficios de poca importancia, comenta el
Crisóstomo, «pues no hay nada que sea más detestable que el recaudador y
nada más común que la pesca» («In Matth. Hom.»: PL 57, 363). La llamada
de Jesús llega, por tanto, también a personas de bajo nivel social,
mientras desempeñan su trabajo ordinario.
Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde
inmediatamente a la llamada de Jesús: «Él se levantó y le siguió». La
concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la
respuesta a la llamada. Esto significaba para él abandonarlo todo, sobre
todo una fuente de ingresos segura, aunque con frecuencia injusta y
deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús
no le permitía continuar con actividades desaprobadas por Dios. Se puede
intuir fácilmente que se puede aplicar también al presente: hoy tampoco
se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de
Jesús, como son las riquezas deshonestas. Una vez dijo sin tapujos: «Si
quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mateo 19, 21).
Esto es precisamente lo que hizo Mateo: ¡se levantó y le siguió! En este
«levantarse» se puede ver el desapego a una situación de pecado y, al
mismo tiempo, la adhesión consciente a una nueva existencia, recta, en
la comunión con Jesús.
Recordamos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda
en atribuir la paternidad del primer Evangelio a Mateo. Esto sucedió ya
a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año
130. Él escribe: «Mateo recogió las palabras [del Señor] en hebreo, y
cada quien las interpretó como podía» (en Eusebio de Cesarea, «Hist.
eccl». III,39,16). El historiador Eusebio añade este dato: «Mateo, que
antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros
pueblos, escribió en su idioma materno el Evangelio que él anunciaba; de
este modo trató de sustituir con el escrito lo que perdían con su
partida aquéllos de los que se separaba» (ibídem, III, 24,6). Ya no
tenemos el Evangelio escrito por Mateo en hebreo o arameo, pero en el
Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en
cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al
convertirse en apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de
Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo
para que nosotros también aprendamos a levantarnos y a seguir a Jesús
con decisión.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En
español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
El apóstol Mateo, autor del primer Evangelio y uno de los Doce elegidos
por Jesús, es conocido como "el publicano" porque era cobrador de los
impuestos. La primera reflexión que suscita este hecho es que el Señor
acoge en su grupo a aquellos que, según la opinión de entonces, eran
considerados como pecadores públicos. Cristo, en cambio, no excluye a
ninguno de su amistad. El anuncio de la Buena Nueva consiste
precisamente en esto: ofrecer la gracia de Dios al pecador. En la figura
de Mateo se hace visible la paradoja de que, el que aparentemente está
más lejano de la santidad, puede convertirse en un modelo de acogida de
la misericordia de Dios. La respuesta inmediata de Mateo a la llamada de
Jesús significaba para él abandonar todo, incluso lo que le suponía una
ganancia de dinero seguro, aunque con frecuencia injusto. El Apóstol
entendió así que el seguimiento de Jesús es incompatible con una
actividad que desagrada a Dios, como es el caso de las riquezas
injustas.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, en especial a los
peregrinos de la diócesis de Orense con su Obispo, Monseñor Luis
Quinteiro Fiuza, a los visitantes de Venezuela y de otros Países
latinoamericanos. Os animo a imitar a san Mateo en su generosa e
inmediata respuesta a la llamada de Cristo. ¡Muchas gracias por vuestra
visita!
[© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]