"san gregorio de
nisa"
Parte II
Audiencia General del
5 de septiembre de 2007
Ver también:
Benedicto XVI
Queridos hermanos
y hermanas:
Os propongo algunos aspectos de la doctrina de san Gregorio de
Nisa, de quien ya hablamos el miércoles pasado. Ante todo,
Gregorio manifiesta una concepción muy elevada de la dignidad
del hombre. El fin del hombre, dice el santo obispos, es el de
hacerse semejante a Dios, y este fin lo alcanza sobre todo a
través del amor, del conocimiento y de la práctica de las
virtudes, «rayos luminosos que descienden de la naturaleza
divina» («De beatitudinibus» 6: PG 44,1272C), con un movimiento
perpetuo de adhesión al bien, como el corredor que tiende hacia
delante.
Gregorio utiliza en este sentido una imagen eficaz, que ya
estaba presente en la carta de Pablo a los Filipenses: «épekteinómenos»
(3,13), es decir, «tendiéndome» hacia lo que es más grande,
hacia la verdad y el amor. Esta expresión plástica indica una
realidad profunda: la perfección que queremos encontrar no es
algo que se conquista para siempre; perfección es seguir en
camino, es una continua disponibilidad para seguir adelante,
pues nunca se alcanza la plena semejanza con Dios; siempre
estamos en camino (Cf. «Homilia in Canticum 12»: PG 44,1025d).
La historia de cada alma es la de un amor que es colmado en cada
ocasión, y que al mismo tiempo está abierto a nuevos horizontes,
pues Dios dilata continuamente las posibilidades del alma para
hacerla capaz de bienes siempre mayores. Dios mismo ha sembrado
en nosotros semillas de bien y de Él surge toda iniciativa de
santidad, «modela el bloque... Limando y puliendo nuestro
espíritu forma en nosotros a Cristo» («In Psalmos 2»,11: PG
44,544B).
Gregorio aclara: «No es obra nuestra, y no es tampoco el éxito
de una potencia humana el llegar a ser semejantes a la
Divinidad, sino el resultado de la generosidad de Dios, que
desde su origen ofreció a nuestra naturaleza la gracia de la
semejanza con Él» («De virginitate 12»,2: SC 119,408-410). Para
el alma, por tanto, «no se trata de conocer algo de Dios, sino
de tener a Dios en sí» («De beatitudinibus 6»: PG 44,1269c). De
hecho, constata agudamente Gregorio, «la divinidad es pureza, es
liberación de las pasiones y remoción de todo mal: si todo esto
está en ti, Dios realmente está en ti» («De beatitudinibus 6»:
PG 44,1272C).
Cuando tenemos a Dios en nosotros, cuando el hombre ama a Dios,
por esa reciprocidad que es propia de la ley del amor, quiere lo
que Dios mismo quiere (Cf. «Homilia in Canticum 9»: PG
44,956ac), y, por tanto, coopera con Dios para modelar en sí la
imagen divina, de manera que «nuestro nacimiento espiritual es
el resultado de una opción libre, y nosotros somos en cierto
sentido los padres de nosotros mismos, creándonos como nosotros
mismos queremos ser, y formándonos por nuestra voluntad según el
modelo que escogemos» («Vita Moysis 2»,3: SC 1bis,108).
Para ascender hacia Dios, el hombre debe purificarse: «La vida
que reconduce la naturaleza humana al cielo no es más que
alejarse de los males de este mundo… Hacerse semejante a Dios
significa llegar a ser justo, santo y bueno… Si, por tanto,
según el Eclesiastés (5,1), “Dios está en el cielo” y si, según
el profeta (Salmo 72, 28), vosotros “estáis con Dios”, esto
quiere decir necesariamente que tenéis que estar allí donde está
Dios, pues estáis unidos a Él. Dado que él os ha ordenado que,
cuando recéis, llaméis a Dios Padre, os está diciendo que seáis
semejantes a vuestro Padre celestial, con una vida digna de
Dios, como el Señor nos ordena con más claridad en otro momento,
cuando dice: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre
celestial” (Mateo 5,48) » («De oratione dominica 2»: PG
44,1145ac).
En este camino de ascenso espiritual, Cristo es el modelo y el
maestro, que nos permite ver la bella imagen de Dios (Cf. «De
perfectione christiana»: PG 46,272a). Cada uno de nosotros,
contemplándole a Él, se convierte en «el pintor de la propia
vida», haciendo que la voluntad sea como la realizadora del
trabajo y las virtudes como las pinturas de las que puede
servirse (Ibídem: PG 46,272b). Por tanto, si el hombre es
considerado digno del nombre de Cristo, ¿cómo hay que
comportarse? Gregorio responde así: tiene que «examinar siempre
en su intimidad los pensamientos, las palabras, y las acciones,
para ver si están dirigidos a Cristo o si se alejan de él» (Ibídem:
PG 46,284c). Y este punto es importante para el valor que da a
la palabra cristiano. Cristiano es quien lleva el nombre de
Cristo y por tanto debe asemejarse a Él también en la vida.
Nosotros, los cristianos con el Bautismo, nos asumimos una gran
responsabilidad.
Ahora bien Cristo, recuerda Gregorio, está presente también en
los pobres, de manera que no tienen que ser nunca ultrajados:
«No desprecies a quienes están postrados, como si por este
motivo no valieran nada. Considera quiénes son y descubrirás
cuál es su dignidad: representan a la Persona del Salvador. Y
así es, pues el Señor, en su bondad, les prestó su misma Persona
para que, a través de ella, tengan compasión por quienes son
duros de corazón y enemigos de los pobres» («De pauperibus
amandis»: PG 46,460bc). Gregorio, como decíamos, habla de una
ascensión: ascensión a Dios en la oración a través de la pureza
de corazón; pero ascensión a Dios también mediante el amor al
prójimo. El amor es la escalera que lleva a Dios. Por tanto, el
de Nisa exhorta vivamente a quienes le escuchaban: «Sé generoso
con estos hermanos, víctimas de la desventura. Da al hambriento
lo que le quitas a tu estómago» (Ibídem: PG 46,457c).
Con mucha claridad, Gregorio recuerda que todos dependemos de
Dios, y por ello exclama: «¡No penséis que todo es vuestro!
Tiene que haber también una parte para los pobres, los amigos de
Dios. La verdad, de hecho, es que todo procede de Dios, Padre
universal, y que somos hermanos, y pertenecemos a una misma
estirpe» (Ibídem.: PG 46,465b). Entonces, el cristiano debe
examinarse, sigue insistiendo Gregorio: «Pero, de qué te sirve
ayunar y hacer abstinencia, si después con tu maldad no haces
más que daño a tu hermano? ¿Qué ganas, ante Dios, por el hecho
de no comer de lo tuyo, si después, actuando injustamente
arrancas de las manos del pobre lo que es suyo?» (Ibídem: PG
46,456a).
Concluyamos nuestras catequesis sobre los tres grandes padres de
Capadocia recordando una vez más ese aspecto importante de la
doctrina espiritual de Gregorio de Nisa, que es la oración. Para
avanzar en el camino hacia la perfección y acoger en sí a Dios,
llevando en sí al Espíritu de Dios, el amor de Dios, el hombre
tiene que dirigirse con confianza a Él en la oración: «A través
de la oración logramos estar con Dios. Pero, quien está con
Dios, está lejos del enemigo. La oración es apoyo y defensa de
la castidad, freno de la ira, sosiego y dominio de la soberbia.
La oración es custodia de la virginidad, protección de la
fidelidad en el matrimonio, esperanza para quienes velan,
abundancia de frutos para los agricultores, seguridad para los
navegantes» («De oratione dominica 1»: PG 44,1124A-B).
El cristiano reza inspirándose siempre en la oración del Señor:
«Si, por tanto, queremos pedir que descienda sobre nosotros el
Reino de Dios, lo pedimos con la potencia de la Palabra: que yo
sea alejado de la corrupción, que sea liberado de la muerte y de
las cadenas del error; que nunca reine sobre mí la muerte, que
no tenga nunca poder sobre nosotros la tiranía del mal, que no
me domine el adversario ni me haga su prisionero con el pecado,
sino que venga a mí tu Reino para que se alejen de mí, o mejor
todavía, se anulen las pasiones que ahora me dominan» (Ibídem 3:
PG 44,1156d-1157a).
Terminada su vida terrena, el cristiano podrá dirigirse con
serenidad a Dios. Hablando de esto san Gregorio piensa en la
muerte de su hermana Macrina y escribe que ella, en el momento
de la muerte, rezaba a Dios con estas palabras: «Tú, que tienes
en la tierra el poder de perdonar los pecados, perdóname para
que pueda tener descanso (Cf. Salmo 38,14), y para que me
presente en tu presencia sin mancha, en el momento en el que
quedo despojada de mi cuerpo (Cf. Colosense 2, 11), de manera
que mi espíritu, santo e inmaculado (Cf. Efesios 5, 27) sea
acogido en tus manos, "como incienso ante ti" (Salmo 140,2)» («Vita
Macrinae 24»: SC 178,224). Esta enseñanza de san Gregorio sigue
siendo válida siempre: no hay que hablar sólo de Dios, sino
llevar a Dios en sí mismo. Lo hacemos con el compromiso de la
oración y viviendo en el espíritu de amor por todos nuestros
hermanos.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final
de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios
idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
La doctrina de san Gregorio de Nisa se caracteriza por su
elevada concepción de la dignidad del ser humano, cuyo fin es
hacerse semejante a Dios, especialmente a través del amor, el
conocimiento y la práctica de la virtud. Pero esto, dice
Gregorio, no es obra nuestra, sino fruto de la acción divina,
que modela a Cristo en nuestro espíritu, aunque contando siempre
con la cooperación del hombre que ama a Dios y quiere lo mismo
que Él. Para acercarse hasta Dios, el hombre debe purificarse,
teniendo a Cristo como modelo y maestro de este camino
espiritual, Por eso, debemos examinar nuestras acciones para ver
si nos acercan al Señor o nos alejan de Él. A Cristo lo
encontramos también presente en los pobres, a los cuales se debe
de destinar una parte de nuestros bienes. Para progresar en el
camino de la perfección, imitemos, pues, a san Gregorio en el
amor a los pobres y necesitados, que representan al mismo
Salvador.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En
particular, a los distintos grupos y parroquias venidos de
España, Chile, México, y de otros países latinoamericanos.
Saludo de modo especial a los directivos y miembros de CajaSur,
de Córdoba: que esta entidad, fundada por la Iglesia, siga
inspirándose en los valores cristianos y en la doctrina social
católica, y esté siempre al servicio de la sociedad, sobre todo
de los más necesitados. Muchas gracias.
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