"san gregorio
nacianceno"
Parte I
Audiencia General del 8 de agosto de 2007
Ver también:
Benedicto XVI
¡Queridos hermanos y
hermanas!:
El miércoles pasado hablé de un gran maestro de la fe, el Padre de
la Iglesia San Basilio. Hoy quisiera hablar de su amigo Gregorio de
Nacianzo originario también, como Basilio, de Capadocia. Ilustre
teólogo, orador y defensor de la fe cristiana en el siglo IV, fue
famoso por su elocuencia y también tuvo, como poeta, un alma
refinada y sensible.
Gregorio nació de una noble familia. Su madre lo consagró a Dios
desde su nacimiento, que ocurrió sobre el 330. Después de la primera
educación familiar, frecuentó las más célebres escuelas de la época:
primero fue a Cesarea de Capadocia, donde trabó amistad con Basilio,
futuro obispo de aquella ciudad, y vivió después en otras metrópolis
del mundo antiguo, como Alejandría de Egipto y, sobre todo, Atenas,
donde de nuevo encontró a Basilio (cfr. «Oratio 43»,14-24; SC 384,
146-180). Evocando esta amistad, Gregorio escribirá más tarde: “En
aquel entonces, no sólo yo sentía una auténtica veneración hacia mi
gran Basilio por la seriedad de sus costumbres y por la naturaleza y
sabiduría de sus discursos, sino que animaba también a otros, que
aún no le conocían, a hacer potro tanto… Nos guiaba la misma ansia
de saber. Y esta era nuestra competición: no quién sería el primero,
sino quién ayudaría al otro a serlo. Parecía que tuviésemos una sola
alma en dos cuerpos” (Oratio 43,16-20; SC 384 154-156.164). Son
palabras, que de alguna manera, describen el autorretrato de esta
noble alma. Pero también puede imaginarse que este hombre, que
estaba proyectado fuertemente más allá de los valores terrenos,
sufriera mucho por las cosas de este mundo.
Cuando volvió a casa, Gregorio recibió el bautismo y se orientó
hacia la vida monástica: la soledad, la meditación filosófica y
espiritual, le fascinaban. Él mismo escribirá: “Nada me parece más
grande que esto: hacer callar los propios sentidos, salir de la
carne del mundo, recogerse en uno mismo, dejar de ocuparse de las
cosas humanas, excepto de las estrictamente necesarias, hablar
consigo mismo y con Dios, llevar una vida que trasciende las cosas
visibles; llevar en el alma imágenes divinas siempre puras, sin
mezcla de firmas terrenas y erróneas, ser verdaderamente un espejo
inmaculado de Dios y de las cosas divinas, y serlo cada vez más,
tomando luz de la luz…; gozar, en la esperanza presente, el bien
futuro, y conversar con los ángeles; haber abandonado ya la tierra,
aun estando en la tierra, transportados a lo alto con el espíritu”
(«Oratio 2»,7: SC 247,96).
Como confía en su autobiografía (cfr «Carmina [histórica] 2»,1,11
«de vita sua» 340-349: PG 37,1053) recibió la ordenación presbiteral
con cierta duda, porque sabía que después debería ejercer como
pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas y, por ello, no podría
estar ya recogido en la meditación pura. Sin embargo, después aceptó
esta vocación y asumió el ministerio pastoral en plena obediencia,
aceptando, como le sucedió a menudo durante su vida, el ser llevado
por la Providencia allí a donde no quisiera ir (cfr Jn 21,18). En el
371 su amigo Basilio, Obispo de Cesarea, contra el deseo del mismo
Gregorio, quiso consagrarlo como Obispo de Samina, una región
estratégicamente importante de Capadocia. Sin embargo, y debido a
distintas dificultades, no tomo nunca posesión, y permaneció en la
ciudad de Nacianzo.
Hacia el 379, Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital,
para guiar a la pequeña comunidad católica fiel al Concilio de Nicea
y a la fe trinitaria. La mayoría, por el contrario, se había
adherido al arrianismo, que era “políticamente correcto” y que los
emperadores consideraban políticamente útil. De esta manera, se
encontró en minoría, rodeado de hostilidad. En la pequeña iglesia de
la «Anástasis» pronunció cinco «Discursos Teológicos» («Oraciones»
27-31; SC 250, 70-343), precisamente para defender y hacer
inteligible la fe trinitaria. Son discursos que se han hecho famosos
por la seguridad de la doctrina, la habilidad del razonamiento, que
hace realmente comprender que ésta es la lógica divina. Y también el
esplendor de la forma lo hace hoy fascinante. Gregorio recibió, como
consecuencia de estos discursos, el apelativo de “teólogo”: Así se
le llama en la Iglesia ortodoxa: el “teólogo”, Y esto porque la
teología no es para él una reflexión meramente humana, o menos
todavía el fruto de complicadas especulaciones, sino que deriva de
una vida de oración y de santidad, de un diálogo constante con Dios.
Y precisamente así hace que aparezca ante nuestra razón la realidad
de Dios, el misterio trinitario. En el silencio contemplativo,
transido de estupor ante las maravillas del misterio revelado, el
alma acoge la belleza y la gloria divina.
Mientras participaba en el Segundo Concilio Ecuménico de 381,
Gregorio fue elegido Obispo de Constantinopla, y asumió la
presidencia del Concilio. Pero de pronto se desencadenó una fuerte
oposición contra él, hasta que la situación se hizo insostenible.
Para un alma tan sensible, estas enemistades eran insoportables. Se
repetía lo que Gregorio ya había lamentado con palabras llenas de
dolor: “¡Hemos dividido a Cristo, nosotros, que tanto amábamos a
Dios y a Cristo! ¡Nos hemos mentido los unos a los otros con motivo
de la Verdad, hemos alimentado sentimientos de odio a causa del
Amor, nos hemos separado el uno del otro!” («Oratio 6»,3: SC
405,128). Se llegó así, en un clima de tensión, a su dimisión. En la
concurridísima catedral Gregorio pronunció un discurso de adiós de
gran efecto y dignidad (cfr «Oratio 42»: SC 384,48-114). Concluía su
dolorida intervención con estas palabras: “Adiós, gran ciudad a la
que Cristo ama… Hijos míos, os lo suplico, custodiad el depósito [de
la fe] que os ha sido confiado (cfr 1 Tm 6,20), acordaos de mis
sufrimientos (cfr. Col 4,18). Que la gracia de nuestro Señor
Jesucristo esté con todos vosotros” (Cfr. «Oratio 42»,27: SC 384,
112-114).
Volvió a Nacianzo y se dedicó al cuidado pastoral de aquella
comunidad cristiana durante unos dos años. Después se retiró
definitivamente a la soledad en la cercana Arianzo, su tierra natal,
dedicándose al estudio ya la vida ascética. En este periodo compuso
la mayor parte de su obra poética, especialmente autobiográfica: El
«De vita Sua», una relectura en verso de su camino humano y
espiritual, un camino ejemplar de un cristiano sufriente, de un
hombre de una gran interioridad en un mundo lleno de conflictos. Es
un hombre que nos hace sentir la primacía de Dios y por eso nos
habla también a nosotros, a nuestro mundo: sin Dios, el hombre
pierde su grandeza, sin Dios no hay humanismo auténtico. Por eso,
escuchemos esta voz e intentemos conocer también nosotros el rostro
de Dios. En una de sus poesías, había escrito dirigiéndose a Dios:
“Sé benigno, Tú, más Allá de todo” («Carmina [dogmática]» 1,1,29: PG
37,508). Y en el año 390 Dios acogía entre sus brazos a este siervo
fiel, que le había defendido en sus escritos con una aguda
inteligencia y que le había cantado con tanto amor en sus poesías.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
San Gregorio Nazianceno, Padre de la Iglesia del siglo IV, fue un
ilustre teólogo, orador y defensor de la fe cristiana. De noble
familia frecuentó las más celebres escuelas de su época. Poco
después de su bautismo, Gregorio se orientó hacia la vida monástica:
le fascinaban la soledad, la meditación filosófica y espiritual. En
el año 381, mientras participaba en el segundo Concilio Ecuménico,
fue nombrado Obispo de Constantinopla, asumiendo la presidencia del
Concilio. Pero inmediatamente, al levantarse una fuerte oposición
contra él, tuvo que dimitir. Volvió a Nacianzo y durante dos años
dirigió aquella comunidad cristiana. Después se retiró
definitivamente en soledad hasta su muerte, dedicándose al estudio y
a la vida ascética. San Gregorio, llamado también el “teólogo”,
afirma que la teología no es una reflexión puramente humana, sino
que nace de una vida de oración y de santidad, de un diálogo asiduo
con Dios. En el silencio contemplativo, entretejido de estupor ante
las maravillas del misterio revelado, el alma descubre la belleza y
la gloria divina.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En
particular, saludo a las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de
Nazaret, que celebran su Capítulo General, a los seminaristas de la
Diócesis de Granada, así como a los distintos grupos venidos de
España, México y de otros países latinoamericanos. Que vuestra
peregrinación a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo fortalezca
vuestra fe y acreciente vuestro amor a la Iglesia. ¡Gracias por
vuestra visita!
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