" balance del camino ecuménico recorrido en 2006"

Audiencia General del 24 de enero de 2007
Ver también: Benedicto XVI
 

Queridos hermanos y hermanas:

Comienza mañana la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que clausuraré personalmente en la basílica de San Pablo Extramuros, el próximo 25 de enero, con la celebración de las Vísperas, a las que han sido invitados también los representantes de las demás iglesias y comunidades eclesiales de Roma.

Los días del 18 al 25 de enero, y en otras partes del mundo, la semana en torno a Pentecostés, son un tiempo fuerte de compromiso y de oración por parte de todos los cristianos, quienes pueden servirse de los subsidios elaborados conjuntamente por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y por la Comisión «Fe y Constitución» del Consejo Mundial de las Iglesias.

He podido experimentar cómo es profundo el deseo de la unidad en los encuentros que he mantenido con varios representantes de las iglesias y comunidades eclesiales a lo largo de estos años, y de manera conmovedora en la reciente visita al patriarca ecuménico Bartolomé I, en Estambul, Turquía. El próximo miércoles volveré a afrontar estas y otras experiencias que han abierto mi corazón a la esperanza.

Ciertamente el camino de la unidad sigue siendo largo y difícil; sin embargo, es necesario no desalentarse y seguir recorriéndolo, contando en primer lugar con el seguro apoyo de Aquél que, antes de subir al cielo, prometió a los suyos: «he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20). La unidad es don de Dios y fruto de la acción del Espíritu. Por este motivo es importante rezar. Cuanto más nos acercamos a Cristo convirtiéndonos a su amor, más nos acercamos también los unos a los otros.

En algunos países, entre los que se encuentra Italia, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos es precedida por la Jornada de Reflexión Judeocristiana, que se celebra hoy precisamente, 17 de enero. Desde hace casi dos décadas, la Conferencia Episcopal Italiana dedica esta Jornada al judaísmo con el objetivo de promover el conocimiento y la estima y para incrementar la relación de amistad recíproca entre la comunidad cristiana y la judía, relación que se ha desarrollado positivamente tras el Concilio Vaticano II y tras la histórica visita del siervo de Dios Juan Pablo II a la Sinagoga Mayor de Roma. La amistad judeocristiana para crecer y ser fecunda también debe fundamentarse en la oración. Invito por tanto a todos a dirigir hoy una invocación insistente al Señor para que judíos y cristianos se respeten, se estimen y colaboren juntos por la justicia y la paz en el mundo.

Este año el tema bíblico propuesto a la reflexión común y a la oración en esta «Semana» es: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Marcos 7, 37). Son las palabras del Evangelio de Marcos y se refieren a la curación de un sordomudo por parte de Jesús. En esta breve perícopa, el evangelista narra que el Señor, después de haber puesto los dedos en los oídos y después de haber tocado con la saliva la lengua del sordomudo, realizó el milagro diciendo: «Effatá», que significa, «¡Ábrete!». Al recuperar el oído y el don de la palabra, aquel hombre suscitó la admiración de los demás contando lo que le había sucedido. Todo cristiano, espiritualmente sordo y mudo a causa del pecado original, con el Bautismo recibe el don del Señor que pone sus dedos en la cara y, de este modo, a través de la gracia del Bautismo, es capaz de escuchar la palabra de Dios y de proclamarla a los hermanos. Es más, a partir de ese momento tiene la tarea de madurar en el conocimiento y en el amor de Cristo para poder anunciar y testimoniar con eficacia el Evangelio.

Este tema, al ilustrar dos aspectos de la misión de toda comunidad cristiana, el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad, subraya también la importancia de traducir el mensaje de Cristo en iniciativas concretas de solidaridad. Esto favorece el camino de la unidad, pues se puede decir que todo alivio, aunque sea pequeño, que los cristianos ofrecen juntos al sufrimiento del prójimo, contribuye a hacer más visible también su comunión y su fidelidad al mandamiento del Señor.

La oración por la unidad de los cristianos, sin embargo, no puede limitarse a una semana del año. La invocación conjunta al Señor para que realice, cuando y como Él sólo sabe, la plena unidad de todos sus discípulos debe extenderse a cada uno de los días del año.

Además, la armonía de objetivos en la diaconía para aliviar los sufrimientos del hombre, la búsqueda de la verdad del mensaje de Cristo, la conversión y la penitencia, son etapas obligadas a través de las cuales cada cristiano digno de este nombre debe unirse al hermano para implorar el don de la unidad y de la comunión.

Os exhorto, por tanto, a pasar estos días en un clima de orante escucha del Espíritu de Dios para que se den pasos significativos en el camino de la comunión plena y perfecta entre todos los discípulos de Cristo. Que nos lo obtenga la Virgen María, a quien invocamos como Madre de la Iglesia y auxilio de todos los cristianos, apoyo en nuestro camino hacia Cristo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa dirigió un saludo en varios idiomas a los peregrinos. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:

Mañana comienza la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Durante estos años, en los encuentros que he tenido con representantes de Iglesias y Comunidades eclesiales, y particularmente en la reciente visita al patriarca Ecuménico Bartolomé I, en Turquía, he podido observar cuan grande es el deseo de unidad. Un camino largo y no fácil, que todos debemos seguir recorriendo.

La unidad es un don de Dios y fruto de la acción de su Espíritu. Por ello es importante rezar. Cuanto más nos acercamos a Cristo convirtiéndonos a su amor, más nos acercamos también los unos a los otros.

Este año el tema bíblico propuesto para la oración y reflexión es: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos». Palabras del Evangelio de Marcos que, poniendo de relieve dos aspectos de la misión de toda comunidad cristiana: el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad¬ subrayan también lo importante que es traducir el mensaje de Cristo en iniciativas concretas de solidaridad, que favorecen el camino de la unidad. Por ello la oración por la unidad de los cristianos no puede limitarse sólo a una semana, sino que debe extenderse a cada día del año.

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina, especialmente al grupo de la «Scuola Italiana» de Montevideo. Os exhorto a vivir esta Semana en un clima de oración y escucha del Espíritu de Dios, para avanzar día a día en el camino de la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo.Queridos hermanos y hermanas:
Se clausura mañana la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene por tema las palabras del Evangelio de Marcos: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Marcos 7, 37). Podremos también nosotros repetir estas palabras que expresan la admiración de la gente ante la curación de un sordomudo realizada por Cristo al ver el maravilloso florecimiento del compromiso por la recomposición de la unidad de de los cristianos. Al repasar el camino de los últimos cuarenta años, sorprende cómo el Señor nos ha despertado del sopor de la autosuficiencia y de la indiferencia; cómo nos hace cada vez más capaces de «escucharnos» y no sólo de «oírnos»; cómo nos ha soltado la lengua de manera que la oración que le elevamos tenga más fuerza de convicción para el mundo. Sí, es verdad, el Señor nos ha concedido muchas gracias y a la luz de su Espíritu ha iluminado muchos testimonios. Han demostrado que todo se puede alcanzar rezando, cuando sabemos obedecer con confianza y humildad al mandamiento divino del amor y adherir al anhelo de Cristo por la unidad de todos sus discípulos.

«El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera --afirma el Concilio Vaticano II--, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas» («Unitatis redintegratio», 5). El primer deber común es el de la oración. Rezando, y rezando juntos, los cristianos alcanzan una mayor conciencia de su condición de hermanos, aunque todavía estén divididos; y rezando aprendemos mejor a escuchar al Señor, pues sólo escuchando al Seño y siguiendo su voz podemos encontrar el camino de la unidad.

El ecumenismo es ciertamente un proceso lento, a veces quizá incluso desalentador cuando se cede a la tentación de «oír» y no de «escuchar», de decir las verdades a medias, en vez de tener la valentía de proclamarlas. No es fácil salir de la «sordera cómoda», como si el Evangelio inalterado no tuviera la capacidad de reflorecer, reafirmándose como levadura providencial de conversión y de renovación espiritual para cada uno de nosotros.

El ecumenismo, como decía, es un proceso lento, es un camino lento y de subida, como todo camino de arrepentimiento. Ahora bien, es un camino que, tras las iniciales dificultades y precisamente en ellas, presenta también grandes espacios de alegría, pausas refrescantes, y permite de vez en cuando respirar a pleno pulmón el aire purísimo de la plena comunión.

La experiencia de estas décadas, después del Concilio Vaticano II, demuestra que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se realiza a diferentes niveles y en innumerables circunstancias: en las parroquias, en los hospitales, en los contactos entre la gente, en la colaboración entre las comunidades locales en todas las partes del mundo, y especialmente en las regiones donde cumplir un gesto de buena voluntad a favor de un hermano exige un gran esfuerzo y también una purificación de la memoria. En este contexto de esperanza, salpicado de pasos concretos hacia la plena comunión de los cristianos, se enmarcan también los encuentros y los acontecimientos que marcan constantemente el ritmo de mi ministerio, el ministerio del obispo de Roma, pastor de la Iglesia universal. Quisiera ahora recorrer los acontecimientos más significativos que han tenido lugar en 2006, y que han sido motivo de alegría y de gratitud hacia el Señor.

El año comenzó con la visita oficial de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas. La comisión internacional católico-reformada presentó a la consideración de las respectivas autoridades un documento que concluye con un proceso de diálogo emprendido en 1970, que ha durado por tanto 36 años. Este documento lleva por título «La Iglesia como comunidad de testimonio común del Reino de Dios».

El 25 de enero de 2006, por tanto, hace un año, en la solemne conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos participaron, en la Basílica de San Pablo Extramuros, los delegados para el ecumenismo de Europa, convocados conjuntamente por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa y por la Conferencia de las Iglesias Europeas para la primera etapa de acercamiento a la tercera Asamblea Ecuménica Europea, que se celebrará en tierra ortodoxa, en Sibiu, en septiembre de este año 2007.

Con motivo de las audiencias de los miércoles he podido recibir a las delegaciones de la Alianza Bautista Mundial y de la Evangelical Lutheran Church de los Estados Unidos, que se mantiene fiel a sus visitas periódicas a Roma. Tuve la oportunidad, además, de encontrar a los jerarcas de la Iglesia ortodoxa de Georgia, a la que sigo con afecto, continuando ese lazo de amistad que unía a Su Santidad Ilia II con mi venerado predecesor, el siervo de Dios Papa Juan Pablo II.

Continuando con esta cronología de los encuentros ecuménicos del año pasado, se encuentra la Cumbre de jefes religiosos, celebrada en Moscú en julio de 2006. El patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Alejo II, solicitó con un mensaje especial la adhesión de la Santa Sede. Después fue útil la visita del metropolita Kirill del patriarcado de Moscú, que manifestó la intención de llegar a una normalización más explícita de nuestras relaciones bilaterales.

Fue también apreciada la visita de los sacerdotes y de los estudiantes del Colegio de la «Diakonía Apostólica» del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia. Quiero recordar también que en su Asamblea General, en Porto Alegre, el Consejo Mundial de las Iglesias dedicó amplio espacio a la participación católica. En esa ocasión envié un mensaje particular.

Quise hacer llegar también un mensaje a la reunión general de la Conferencia Mundial Metodista en Seúl. Recuerdo, además, con gusto la cordial visita de los secretarios de la Christian World Communions, organización de recíproca información y contacto entre las diferentes confesiones.

Continuando con la cronología del año 2006, llegamos a la visita oficial del arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana del pasado noviembre. En la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico compartí con él y con su séquito un significativo momento de oración.

Por lo que se refiere al inolvidable viaje apostólico a Turquía y al encuentro con Su Santidad Bartolomé I, me complace recordar los numerosos gestos que fueron más elocuentes que las palabras. Aprovecho la oportunidad para saludar una vez más a Su Santidad Bartolomé I y para darle las gracias por la carta que me escribió a mi regreso a Roma; le aseguro mi oración y mi compromiso de actuar para que se saquen las consecuencias de aquel abrazo de paz, que nos dimos durante la Divina Liturgia en la iglesia de San Jorge en el Fanar.

El año concluyó con la visita oficial a Roma del arzobispo de Atenas y de toda la Grecia, Su Beatitud Christodoulos, con quien nos intercambiamos dones exigentes: los iconos de la «Panaghia», la «Toda Santa», y la de los santos Pedro y Pablo abrazados.

¿No son acaso estos momentos de elevado valor espiritual, momentos de alegría, de gran alcance en esta lenta subida hacia la unidad, de la que he hablado? Estos momentos iluminan el compromiso, con frecuencia silencioso, pero intenso, que nos une en la búsqueda de la unidad. Nos alientan a hacer todo esfuerzo posible para continuar por esta subida lenta, pero importante.

Nos encomendamos a la constante intercesión de la Madre de Dios y de nuestros santos protectores para que nos apoyen y nos ayuden a no desfallecer en los buenos propósitos, para que nos alienten a intensificar todo esfuerzo, rezando y trabajando con confianza, convencidos de que el Espíritu Santo hará el resto. Nos dará la unidad completa cómo y cuando a Él le plazca. Y, fortalecidos por esta confianza, continuemos adelante por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. El Señor nos guía.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]


Queridos hermanos y hermanas:
Mañana concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que en este año ha tenido como lema las palabras del Evangelio de san Marcos: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos». Se trata de una preocupación que, como afirma el Concilio Vaticano II, atañe a la Iglesia entera. Rezando juntos, los cristianos se hacen más conscientes de su estado de «hermanos divididos», de las dificultades causadas por sus diferencias y se sienten retados a superarlas.

La experiencia de estos últimos años demuestra que la búsqueda de esta unidad se lleva a cabo en innumerables circunstancias y de diversos modos, en parroquias, hospitales, comunidades locales y especialmente en las regiones donde realizar un gesto de buena voluntad con un hermano requiere un gran esfuerzo y una purificación de la memoria. En este contexto se encuadran también los encuentros que marcan constantemente el ministerio del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia Universal. Entre ellos quiero resaltar el inolvidable viaje apostólico a Turquía y el encuentro con Su Santidad Bartolomé I. Estos momentos de alto valor espiritual ponen de relieve el compromiso que nos une en la búsqueda de la unidad, y nos animan a realizar todos los esfuerzos posibles para proseguir en el camino iniciado.

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina, de modo especial a los militares españoles destacados en Nápoles y a los estudiantes de la Scuola Italiana de Valparaíso, Chile. Confiad a la constante intercesión de la Madre de Dios, vuestras oraciones y trabajos por la unión de todos los discípulos de Cristo.

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