"balance de su viaje
a austria"
Audiencia General del
12 de septiembre de 2007
Ver también:
Benedicto XVI
Queridos hermanos:
Quiero detenerme a reflexionar sobre la visita pastoral que he
tenido la alegría de realizar en días pasados a Austria, país
que me es particularmente familiar, tanto porque es vecino de mi
tierra natal como por los numerosos contactos que siempre he
tenido con él. El motivo específico de esta visita eran los 850
años del santuario de Mariazell, el más importante de Austria,
predilecto también de los fieles húngaros y muy visitado por
peregrinos de otras naciones vecinas.
Por tanto, ante todo ha sido una peregrinación que ha tenido
como lema «Mirar a Cristo»: encontrar a María que nos muestra a
Jesús. Doy las gracias de corazón al cardenal
Schönborn, arzobispo de Viena, y a todo el episcopado del país
por el gran empeño con que han preparado mi visita. Doy las
gracias al gobierno austriaco y a todas las autoridades civiles
y militares que han prestado su colaboración; en particular, doy
las gracias al señor presidente federal por la cordialidad con
la que me ha acogido y acompañado en los diferentes momentos de
la visita.
La primera etapa fue la «Mariensäule», histórica columna en la
que está colocada la Virgen Inmaculada: allí tuve un encuentro
con miles de jóvenes y comencé mi peregrinación. Después me
dirigí a la Judenplatz para rendir homenaje al monumento que
recuerda a la Shoah.
Teniendo en cuenta la historia de Austria y de sus cercanas
relaciones con la Santa Sede, así como la importancia de Viena
en la política internacional, el programa de este viaje pastoral
comprendió los encuentros con el presidente de la República y
con el Cuerpo Diplomático. Se trata de oportunidades preciosas
en las que el sucesor de Pedro tiene la posibilidad de exhortar
a los responsables de las naciones para que favorezcan siempre
la causa de la paz y del auténtico desarrollo económico y
social.
Pensando especialmente en Europa, renové mi aliento a continuar
con el actual proceso de unificación basándose en los valores
inspirados en el patrimonio común cristiano. Mariazell, de
hecho, es uno de los símbolos del encuentro de los pueblos
europeos en torno a la fe cristiana. ¿Cómo olvidar que Europa es
portadora de una tradición de pensamiento que une fe, razón y
sentimiento? Ilustres filósofos, independientemente de su fe,
han reconocido el papel central del cristianismo para preservar
la conciencia moderna de desviaciones nihilistas o
fundamentalistas. El encuentro con la autoridades políticas y
diplomáticas de Viena fue, por tanto, sumamente propicio para
introducir mi viaje apostólico en el contexto actual del
continente europeo.
La peregrinación propiamente hablando la realicé en la jornada
del sábado 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María, a
la que está dedicado el Santuario de Mariazell. Tuvo su origen
en el año 1157, cuando un monje benedictino de la cercana abadía
de San Lambrecht, enviado a predicar a ese lugar, experimentó la
prodigiosa ayuda de María, de quien llevaba una pequeña estatua
de madera. La celda («Zell») en la que el monje colocó la
estatuilla se convirtió después en meta de peregrinaciones y,
con el pasar de los siglos, se le dedicó un importante
santuario, donde todavía hoy se venera a la Virgen de las
Gracias, llamada «Magna Mater Austriae».
Para mí ha sido una gran alegría regresar como sucesor de Pedro
a ese lugar santo y tan querido para los pueblos de Europa
centro-oriental. Allí pude admirar la ejemplar valentía de miles
y miles de peregrinos que, a pesar de la lluvia y el frío,
quisieron estar presentes en esta celebración, con gran alegría
y fe, y donde ilustré el tema central de mi visita: «Mirar a
Cristo», tema que los obispos de Austria habían profundizado
sabiamente en el camino de preparación que duró nueve meses.
Pero sólo al llegar al Santuario comprendimos plenamente este
lema: mirar a Cristo. Ante nosotros se encontraban la estatua de
la Virgen, que con una mano indica a Jesús Niño y, en lo alto,
encima del altar de la basílica, el crucifijo. Allí alcanzó su
meta nuestra peregrinación: contemplamos el rostro de Dios en
ese Niño en brazos de la Madre y en ese Hombre con los brazos
abiertos. Mirar a Jesús con los ojos de María significa
encontrar a Dios Amor, que por nosotros se hizo hombre y murió
en la cruz.
Al final de la misa en Mariazell conferí el «mandato» a los
componentes de los Consejos pastorales parroquiales, que acaban
de ser renovados en toda Austria. Un elocuente gesto eclesial
con el que puse bajo la protección de María a la gran «red» de
las parroquias al servicio de la comunión y de la misión. En el
Santuario viví después momentos de gozosa fraternidad con los
obispos del país y la comunidad benedictina. Encontré a los
sacerdotes, los religiosos, los diáconos y seminaristas y con
ellos celebré las vísperas. Espiritualmente unidos a María,
ensalzamos al Señor por la humilde entrega de tantos hombres y
mujeres que se encomiendan a su protección y se consagran al
servicio de Dios. Estas personas, a pesar de sus límites
humanos, es más, precisamente en la sencillez y en la humildad
de su humanidad, se esfuerzan por ofrecer a todos un reflejo de
la bondad y de la belleza de Dios, siguiendo a Jesús por el
camino de la pobreza, la castidad y la obediencia, los tres
votos que deben ser comprendido en su auténtico significado
cristológico, no individualista, sino relacional y eclesial.
En la mañana del domingo celebré la solemne eucaristía en la
catedral de San Esteban, en Viena. En la homilía, quise
profundizar de manera particular en el significado y el valor
del domingo, en apoyo del movimiento «Alianza en defensa del
domingo libre». Adhieren a este movimiento personas y grupos que
no son cristianos. Como creyentes, obviamente, tenemos
motivaciones profundas para vivir el día del Señor, tal y como
la Iglesia nos ha enseñado. «Sine dominico non possumus!»: sin
el Señor y su día no podemos vivir, declararon los mártires de
Abitinia (actual Túnez) en el año 304. Tampoco nosotros,
cristianos del año 2000, podemos vivir sin el domingo: un día
que da sentido al trabajo y al descanso, que actualiza el
significado de la creación y de la redención, que expresa el
valor de la libertad y del servicio al prójimo… Todo esto es el
domingo: ¡mucho más que un precepto! Si las poblaciones
herederas de una antigua civilización cristina abandonan este
significado y dejan que el domingo quede reducido al fin de
semana o a un tiempo para dedicarse a intereses mundanos y
comerciales, quiere decir que han decidido renunciar a la propia
cultura.
No lejos de Viena se encuentra la abadía de Heiligenkreuz, de la
Santa Cruz, y ha sido para mí una alegría visitar esa
floreciente comunidad de monjes cistercienses, ¡que existe sin
interrupción desde hace 874 años! Unida a la abadía se encuentra
una Facultad de Filosofía y Teología, que desde hace poco tiempo
ha alcanzado el título de «pontificia». Al dirigirme en
particular a los monjes, recordé la gran enseñanza de san
Bernardo sobre el Oficio Divino, subrayando el valor de la
oración como servicio de alabanza y de adoración debido a Dios
por su infinita belleza y bondad. No debe anteponerse nada a
este servicio sagrado, dice la Regla benedictina (43,3), de
manera que toda la vida, con sus tiempos de trabajo y de
descanso, sea recapitulada en la liturgia y orientada a Dios.
Tampoco puede quedar separado de la vida espiritual y de la
oración el estudio teológico, como afirmó con fuerza el propio
san Bernardo de Claraval, padre de la Orden del Císter. La
presencia de la Academia de Teología junto a la abadía
testimonia esta unión entre fe y razón, entre corazón y mente.
El último encuentro de mi viaje fue con el mundo del
voluntariado. Quise así manifestar mi aprecio a las muchas
personas, de diferentes edades, que se comprometen gratuitamente
al servicio del prójimo, tanto en la comunidad eclesial como en
la civil. El voluntariado no es sólo «hacer»: es ante todo una
manera de ser, que comienza con el corazón, con una actitud de
agradecimiento por la vida, y lleva a «restituir» y compartir
con el prójimo los bienes recibidos. En esta perspectiva, quise
alentar nuevamente la cultura del voluntariado. La acción del
voluntariado no debe ser vista como una intervención para «tapar
agujeros» del Estado o de las instituciones públicas, sino más
bien como una presencia complementaria y siempre necesaria para
mantener viva la atención por los últimos y promover un estilo
personalizado de asistencia. Por tanto, no hay nadie que no
pueda ser voluntario: incluso la persona mas pobre y
desaventajada tiene seguramente mucho que compartir con los
demás, ofreciendo su propia contribución para construir la
civilización del amor.
Concluyendo, renuevo mi acción de gracias al Señor por esta
visita-peregrinación a Austria. Meta central ha sido una vez más
un santuario mariano, en torno al cual e ha podido vivir una
intensa experiencia eclesial, como una semana antes había
sucedido en Loreto, con los jóvenes italianos. Además, en Viena
y en Mariazell se ha podido ver, en particular, a la realidad
viva, fiel y variada, de la Iglesia católica presente tan
numerosa en las citas previstas. Ha sido una presencia gozosa y
contagiante de una Iglesia que, como María, está llamada a
«mirar a Cristo» siempre para poderle mostrar y ofrecer a todos;
una Iglesia maestra y testigo de un «sí» generoso a la vida en
todas sus dimensiones; una Iglesia que actualiza su tradición de
dos mil años al servicio de un futuro de paz y de auténtico
progreso social para toda la familia humana.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en
varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Mi reciente visita pastoral a Austria ha sido para conmemorar el
850 (ochocientos cincuenta) aniversario del Santuario de
Mariazell, símbolo del encuentro entre los pueblos europeos y la
fe cristiana. Allí hice un nuevo llamamiento a continuar el
proceso de unificación europea sobre la base del patrimonio
común de los valores cristianos. Siguiendo el tema central de la
visita, exhorté a los fieles a mirar a Cristo con los ojos de
María, para descubrir en Él a Dios Amor, que por nosotros se
hizo hombre y murió en la cruz. Durante la Misa en la Catedral
hablé sobre la importancia del domingo como el día que da
sentido al trabajo y al descanso. En la Abadía Benedictina de la
Santa Cruz subrayé el valor de la oración como alabanza y
adoración a Dios. Por último, manifesté mi aprecio hacia las
personas del voluntariado, que se entregan al servicio del
prójimo, contribuyendo así a la construcción de la civilización
del amor. En Viena y en Mariazell se hizo presente la realidad
viva de la Iglesia en la Europa actual: una Iglesia que defiende
la vida en todas sus dimensiones y etapas, y que continúa
trabajando por la paz y por el verdadero progreso de la
humanidad.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En
particular, a las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará,
a los peregrinos de la diócesis de Cádiz y de Querétaro, así
como a los distintos grupos venidos de España, Argentina,
Ecuador y de otros países latinoamericanos. Que vuestra visita a
las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo renueve vuestra fe en
Dios y acreciente vuestro amor hacia la Iglesia fundada por
Cristo. Muchas gracias.
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