Audiencia General
"Dios no actúa contra
nuestra voluntad"
S.S. Benedicto XVI
Agosto 12, 2009
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Queridos hermanos y hermanas:
Es inminente la celebración de la solemnidad de la Asunción de
la santísima Virgen, el sábado próximo, y estamos en el contexto
del Año sacerdotal; por eso deseo hablar del nexo entre la
Virgen y el sacerdocio. Es un nexo profundamente enraizado en el
misterio de la Encarnación. Cuando Dios decidió hacerse hombre
en su Hijo, necesitaba el "sí" libre de una criatura suya. Dios
no actúa contra nuestra libertad. Y sucede algo realmente
extraordinario: Dios se hace dependiente de la libertad, del
"sí" de una criatura suya; espera este "sí". San Bernardo de
Claraval, en una de sus homilías, explicó de modo dramático este
momento decisivo de la historia universal, donde el cielo, la
tierra y Dios mismo esperan lo que dirá esta criatura.
El "sí" de María es, por consiguiente, la puerta por la que Dios
pudo entrar en el mundo, hacerse hombre. Así María está real y
profundamente involucrada en el misterio de la Encarnación, de
nuestra salvación. Y la Encarnación, el hacerse hombre del Hijo,
desde el inicio estaba orientada al don de sí mismo, a
entregarse con mucho amor en la cruz a fin de convertirse en pan
para la vida del mundo. De este modo sacrificio, sacerdocio y
Encarnación van unidos, y María se encuentra en el centro de
este misterio.
Pasemos ahora a la cruz. Jesús, antes de morir, ve a su Madre al
pie de la cruz y ve al hijo amado; y este hijo amado ciertamente
es una persona, un individuo muy importante; pero es más: es un
ejemplo, una prefiguración de todos los discípulos amados, de
todas las personas llamadas por el Señor a ser "discípulo amado"
y, en consecuencia, de modo particular también de los
sacerdotes.
Jesús dice a María: "Madre, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26).
Es una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado
del hijo, del discípulo. Pero también dice al discípulo: "Ahí
tienes a tu madre" (Jn 19, 27). El Evangelio nos dice que desde
ese momento san Juan, el hijo predilecto, acogió a la madre
María "en su casa". Así dice la traducción italiana, pero el
texto griego es mucho más profundo, mucho más rico. Podríamos
traducir: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser,
"eis tà ìdia", en la profundidad de su ser.
Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la
propia existencia -no es algo exterior- y en todo lo que
constituye el horizonte del propio apostolado. Me parece que se
comprende, por lo tanto, que la peculiar relación de maternidad
que existe entre María y los presbíteros es la fuente primaria,
el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada
uno de ellos. De hecho, son dos las razones de la predilección
que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor
supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están
comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a
Cristo al mundo. Por su identificación y conformación
sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo
sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto
de esta altísima y humildísima Madre.
El Concilio Vaticano II invita a los sacerdotes a contemplar a
María como el modelo perfecto de su propia existencia,
invocándola como "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de
los Apóstoles, Auxilio de los presbíteros en su ministerio". Y
los presbíteros -prosigue el Concilio- "han de venerarla y
amarla con devoción y culto filial" (cf. Presbyterorum ordinis,
18).
El santo cura de Ars, en quien pensamos de modo particular este
año, solía repetir: "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos
podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que
tenía, es decir, de su santa Madre" (B. Nodet, Il pensiero e
l'anima del Curato d'Ars, Turín 1967, p. 305). Esto vale para
todo cristiano, para todos nosotros, pero de modo especial para
los sacerdotes.
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que María haga a todos
los sacerdotes, en todos los problemas del mundo de hoy,
conformes a la imagen de su Hijo Jesús, dispensadores del tesoro
inestimable de su amor de Pastor bueno.
¡María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros!
[Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los
peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos peregrinos de lengua española. Agradezco vuestra visita
y os saludo muy cordialmente, en particular a los jóvenes de la
Comunidad Misionera de Villaregia, venidos de Perú y México.
Pido al Señor que la estancia en la sede de Pedro sea una
ocasión para alentar el compromiso de ser verdaderos testigos
del Evangelio en el mundo de hoy, como lo fueron los primeros
Apóstoles que nos transmitieron con su palabra y su ejemplo de
vida el mensaje salvador de Jesucristo.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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