PALABRAS DEL SANTO PADRE AL FINALIZAR
EL VIA CRUCIS
(Viernes Santo, 10 de abril de 1998)
1. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
"Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo único"
(cf. Jn 3, 16). El Hijo eterno de Dios, que asumió nuestra
naturaleza humana por obra del Espíritu Santo en el seno de la
Virgen María, se hizo "obediente al Padre hasta la muerte y
muerte de cruz" (cf. Flp 2,8) para la salvación del mundo.
La Iglesia medita cada día el gran misterio de la Encarnación
salvífica y de la muerte redentora del Hijo de Dios, inmolado
por nosotros en la cruz.
Hoy, Viernes Santo, nos detenemos a contemplarlo con mayor
intensidad. En la oscuridad del atardecer ya casi acabado, hemos
venido aquí, al Coliseo, para recorrer, mediante el piadoso
ejercicio del Via Crucis, las etapas del camino doloroso de
Cristo hasta el dramático epílogo de su muerte.
Subir espiritualmente al Gólgota, donde Jesús fue crucificado y
entregó su espíritu, tiene un valor muy significativo entre
estas ruinas de la Roma imperial, especialmente en este lugar
vinculado al sacrificio de tantos mártires cristianos.
2. Nuestra mente, en este momento, recorre con la memoria todo lo
que está narrado en la antigua Historia Sagrada, para encontrar
en ella las profecías y los anuncios de la muerte del Señor.
¿Cómo no recordar, por ejemplo, el camino de Abrahán hacia el
monte Moira? Es justo recordar a este gran patriarca, que san
Pablo presenta como "padre de todos los creyentes" (cf.
Rm 4,11-12). Él es el depositario de las promesas divinas de la
Antigua Alianza, y sus visicitudes humanas prefiguran también
momentos de la pasión de Jesús.
Al monte Moira (cf. Gén 22,2), referencia simbólica llamada del
monte en el que el Hijo del Hombre moriría en cruz, Abrahán
subió con su hijo Isaac, el hijo de la promesa, para ofrecerlo
como holocausto. Dios le había pedido el sacrificio del hijo
único que él había esperado tanto tiempo y con la esperanza
siempre viva. Abrahán, en el momento de inmolarlo, es él mismo,
en cierto modo, "obediente hasta la muerte": muerte del
hijo y muerte espiritual del padre.
Este gesto, aunque sea sólo una prueba de obediencia y
fidelidad, ya que el ángel del Señor detuvo la mano del
patriarca y no permitió que Isaac fuera inmolado (cf. Gén 22,
12-13), es un anuncio elocuente del sacrificio definitivo de
Jesús.
3. Dice el evangelista Juan: el Padre eterno tanto amó al mundo
que le dio a su hijo único (cf. Jn 3,16). Lo comenta el apóstol
Pablo: el Hijo se hizo "obediente por nosotros hasta la
muerte y muerte de cruz" (cf. Flp 2,8). La mano de los
verdugos no fue detenida por el ángel al sacrificar al Hijo de
Dios.
Y sin embargo en Getsemaní el Hijo había orado para que, si era
posible, pasase el cáliz de la pasión, aunque expresando
enseguida su plena disponibilidad a que se cumpliera la voluntad
del Padre (cf. Mt 26,39). Obediente por nuestro amor, el Hijo se
ofreció en sacrificio, llevando a término la obra de la
redención. Hoy todos somos testigos de este misterio
desconcertante.
4. Permanezcamos en silencio sobre el Gólgota. A los pies de la
Cruz está María, Mater dolorosa: esta mujer con el corazón
destrozado por los dolores, pero dispuesta a aceptar la muerte
del Hijo. La Madre dolorosa reconoce y acoge en el holocausto de
Jesús la voluntad del Padre para la redención del mundo. De
Ella nos dice el Concilio Vaticano II: "Avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo
hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cf. Jn
19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su
sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su
consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima.
Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre
al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu
hijo» (cf. Jn 19,26-27)" (Lumen gentium, 58).
María nos fue dada como Madre a todos nosotros, llamados a
seguir fielmente los pasos de su Hijo, que por nosotros se hizo
obediente hasta la muerte y muerte de cruz: "Christus factus
est pro nobis obediens usque ad mortem, mortem auten crucis"
(Ant. de la Semana Santa; cf. Flp 2,8).
5. Ya es de noche. Contemplando a Cristo muerto en la cruz,
pienso en tantas injusticias y sufrimientos que prolongan su
pasión en todos los rincones de la tierra. Pienso en los lugares
donde el ser humano es ofendido y humillado, maltratado y
explotado. En cada persona herida por el odio y la violencia, o
marginada por el egoísmo y la indiferencia, Cristo sufre aún y
muere. En los rostros de los "derrotados por la vida"
se dibujan las facciones del rostro de Cristo que muere en la
cruz. Ave, Crux, spes unica! De la Cruz brota también hoy la
esperanza para todos.
Hombres y mujeres de nuestro tiempo, ¡dirigid la mirada hacia
Aquel que fue crucificado! Por amor Él dio su vida por nosotros.
Fiel y dócil a la voluntad del Padre, es ejemplo y aliento para
nosotros. Precisamente por esta obediencia filial, el Padre
"le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo
nombre" (Flp 2, 9).
Que toda lengua proclame que "Cristo Jesús es Señor, para
gloria de Dios Padre" (Ibíd. 2, 11).
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