Pollos y
conejos
El matrimonio "tradicional" y las imitaciones
Por JUAN MANUEL DE PRADA. Revista
ABC, 8 de Julio, 2006
Siempre se me ha antojado entre redundante y rocambolesco que a
la familia se la moteje de «tradicional». No me causaría mayor
asombro si mañana entrara en un restaurante y, tras solicitar al
camarero un guiso de conejo, éste me respondiese: «Perdone el
señor, ¿se refiere a un conejo tradicional? Porque también
podemos ofrecerle un conejo bípedo». «¿Y
cómo han logrado obtener conejos bípedos? -preguntaría yo,
sobresaltado ante la mención de tan portentosa quimera-.
¿Mediante manipulación genética?». «Oh,
no señor -me respondería el camarero, con una sonrisita
condescendiente-, son conejos criados del modo más natural:
además de caminar sobre dos patas, tienen plumas en lugar de
pelo y corona su cabeza una graciosa cresta». «Pero usted me
está describiendo un pollo -le objetaría un tanto mosqueado al
obsequioso camarero-. Y yo lo que deseo comer es conejo». «Creo
que el señor no me ha entendido: existe un conejo tradicional,
que hociquea y pega brinquitos; y existe un conejo bípedo, que
se reproduce mediante huevos y come por el pico». «Que no,
hombre, que no, que eso que usted llama conejo bípedo es un
pollo de libro, un pollo de los de toda la vida, vamos»,
insistiría yo, entre divertido y exasperado. Ante lo cual, el
camarero, herido en la víscera del orgullo y con ademán
autoritario, me expulsaría del restaurante, murmurando: «Habráse
visto, qué tío carca. ¡Pretender que
los conejos tradicionales son los únicos que existen!».
Una impresión de desconcierto similar me golpea cuando oigo
hablar de «familia tradicional», como una más de las posibles
formas de familia...
... Supongo que tanta terquedad obedece en el fondo a la
supervivencia de un complejito; pero los complejitos, que
merecen nuestra caridad, no pueden provocar el torcimiento del
lenguaje. De una señora gorda podremos decir, por cortesía o
sentido del humor, que está lozana, jamona o maciza; ponderar su
esbeltez, en cambio, constituye un ejercicio de cinismo.
Y, salvo que juguemos al cinismo, hemos de reconocer que familia
no existe más que una. Cuando decimos «familia tradicional»
estamos formulando en realidad un pleonasmo, tan grotesco e
hilarante como si dijéramos que después de comer nos gusta dar
un «paseo pedestre». Pues «tradicional» viene del latín «traditio»,
que significa entrega, transmisión. No existe familia sin
transmisión de vida, sin entrega de una generación a otra; y esa
«traditio» se realiza mediante la
unión permanente y fecunda de un hombre y una mujer que
proyectan su fe en el futuro sobre una vida que los prolonga.
Podemos jugar a torcer el lenguaje cuanto deseemos, podemos
marear las palabras y someterlas a centrifugados y travestismos
pintorescos; pero, por mucho que nos empeñemos, un pollo seguirá
siendo un pollo, aunque lo envolvamos con una piel de conejo.