Tetrapléjica y llena de vida
Testimonio contra la Eutanasia
Ver
también: Testimonio de un sacerdote tetrapléjico
Olga Bejano Domínguez,
Logroño, España, es tetrapléjica. Conectada desde hace 21 años a un
respirador, cuenta su pasión por la vida.
Su libro: "Voz de papel", Editorial Colección Servidores y testigos. Sal
Terrae. ISBN: 84-293-1240-4. "Voz de papel" porque no puede hablar y se
comunica con unas marcas en papel.
«Soy tetrapléjica, no puedo ver, hablar, ni respirar, pero pido ayuda
para vivir»
Olga Bejano nada a contracorriente desde 1987, cuando su glotis se
paralizó y sufrió una parada cardiaca por asfixia. Entró en coma
profundo, estuvo clínicamente muerta y tuvo la «experiencia del túnel».
Tenía 23 años. Ahora tiene 41 y no ve, no se mueve, ni habla, ni puede
comer. Es tetrapléjica y sigue viva gracias a un respirador artificial.
Pero oye, siente y piensa, su agilidad mental es extraordinaria y se
comunica, gracias a su enfermera, a través de una serie de garabatos
ininteligibles. A través de ellos Olga ha expresado a LA RAZÓN sus ganas
de seguir adelante y pide más medios para vivir.
A través del teléfono, que atiende su enfermera, se puede escuchar la
vida de Olga abriéndose paso a través del respirador. Sin él hace tiempo
que Olga habría regresado a aquella paz y aquella «Luz» que vio durante
su «experiencia del túnel», cuando en 1987 –entonces era decoradora de
interiores y fotógrafa– se cerró su glotis y entró en coma.
«Olga te escucha», me asegura su enfermera. Le formulo las preguntas y
la enfermera va leyendo, interpretando sílaba a sílaba los garabatos que
Olga escribe en el papel.
Le pregunto si está al tanto del debate que ha surgido sobre la
eutanasia a raíz del «rescate» del caso de Ramón Sampedro en la película
«Mar Adentro» de Amenábar. «Sí, claro, lo sabe, lo sabe...», me asegura
la enfermera, que a partir de ahora «lee» en primera persona las sílabas
que nacen de los imperceptibles movimientos de la mano de Olga.
– ¿Conociste a Ramón Sampedro, Olga?
– Sí, le conocí. Nos carteamos dos veces. Le dije que si él tuviera más
medios, seguramente querría vivir. Él me dijo que no podía entender cómo
yo quería seguir viviendo, y que ni con veinte enfermeras, ni con silla
de ruedas eléctrica, ni con ordenador ni con nada. Que él no quería
vivir.
– ¿Qué le respondiste?
– Le envié mi «Carta contra la eutanasia», pero él dijo que ese era sólo
mi punto de vista. Yo le respondí que tenía tantas ganas o más que él de
irme, pero que al contrario que él, yo era creyente y quería que Dios
decidiera cuál era mi día y mi hora. Ramón Sampedro luchó por lo que
quería y lo consiguió, y yo, aunque estoy en contra de la eutanasia,
respeto a los demás y no impongo a nadie mis principios. Porque el
primero que nos hace libres es Dios.
– ¿Qué te empuja a vivir, Olga?
– Dios. Todo lo que soy lo he recibido de Él.
– ¿Qué quiere decirle a tanta gente que sin saber lo que es el
sufrimiento pretende legislar el de los demás?
– Que nadie puede saber lo que es capaz de aguantar hasta que la vida no
te pone el toro delante. Yo soy tetrapléjica, vivo gracias a un
respirador, pero pido otra clase de ley. Una ley que regule y disponga
más ayudas para los tetrapléjicos. A mí me cuidaban mis padres y mi
enfermera, pero al fallecer mi padre, mi madre no puede con todo. Y yo
no puedo ir a vivir a ningún tipo de residencia, sólo puedo vivir en una
UCI, y eso sería una crueldad. El otro día se me estropeó el respirador,
la enfermera había salido un momento, casi no lo cuento. Necesitamos más
ayuda.
– Olga, ¿eres feliz?
– ¡Por supuesto que soy feliz! Tengo mucho sentido del humor, la gente
que me conoce nunca me ve llorar. ¿Sabe lo que decía mi abuela materna?
Que las lágrimas no son fértiles. Y yo, como verá, soy un vegetal muy
activo... ¡Estoy escribiendo mi tercer libro!
Extracto de la «Carta en contra de la eutanasia»
«Creo que, debido a mi situación, puedo hablar viendo el problema desde
el centro de la plaza y con el toro delante, no desde la barrera. [...]
Me llamo Olga. Padezco una enfermedad neuromuscular grave, desconocida,
progresiva y sin ningún tratamiento. [...] Mi vida es, desde hace ocho
largos años, malestar físico, obstáculos, limitaciones, problemas
hospitalarios, familiares, burocráticos... En una palabra: sufrimiento.
Pero este sufrimiento si uno llega, como yo, a entenderlo, es una
lección constante que ayuda a madurar y a superarse.
Soy católica, siempre he creído en Dios, en la existencia del alma y en
que cuando uno muere no termina ahí su vida. Cuando estuve en coma, tuve
la suerte de tener la famosa experiencia del «túnel». Esto transformó mi
vida. Desde entonces, no tengo ningún miedo a la muerte, porque sé que
cuando uno se va, allí se siente mucho placer y bienestar. [...] Está
claro que mi hora no había llegado, y yo no soy quién para alterar el
destino y mucho menos los planes de Dios.
Vivimos en una sociedad en la que priman el placer y lo material, pero
el sufrimiento y la muerte vienen incluidos en la vida, forman parte de
ella. Soy partidaria de luchar, no de «huir» [...] por eso lucharé hasta
el final. Respeto y entiendo a los que se dan por vencidos y no creen en
nada; pero yo, cuando llegue al «otro lado», quiero tener la sensación
de llevar mis deberes cumplidos [...] La mentalidad de que sólo lo
biológicamente bueno vale la pena impide conocer grandes realidades
humanas: Beethoven compuso sus maravillosos cuartetos hasta el último
momento; Tiziano pintaba con casi noventa años, cuando apenas podía
sujetar los pinceles. Los defensores de la eutanasia olvidan que cada
vida es única e irrepetible y tiene todo el valor posible. Si hubiese
una vida sin importancia, ninguna sería importante». (13 marzo 1995)