«La
relación del médico con la moral»
Carta a los médicos católicos de todo
el mundo
Doctor José
María Simón, presidente de la Federación Internacional de
Asociaciones Médicas Católicas (F.I.A.M.C.)
Barcelona, 9 diciembre 2006 (ZENIT.org).
Distinguidos colegas:
La relación del médico con el moralista no ha sido siempre
fácil. Numerosos compañeros de distintos países piden
algunas reflexiones para ayudarles a ejercer la profesión
médica con seguridad moral. Uno de los requisitos de esta
seguridad moral es la consulta frecuente con expertos para
iluminar la conciencia profesional. Ésta, para ser
eficazmente humana, debe estar bien formada y correctamente
informada y debe ser frecuentemente afinada en su búsqueda
permanente de la verdad. En los últimos tiempos, dada la
naturaleza de las respuestas de los expertos, es bueno hacer
algunas precisiones sobre la calidad y el alcance de las
mismas.
LA LEY NATURAL EXISTE
La ley natural es la capacidad de la recta razón humana para
conocer y adherirse a la verdad. Hay que decir que ningún
profesional como el médico palpa tanto la existencia de esta
ley.
Aunque la ley natural no coincide con la ley biológica,
sabemos perfectamente que si minusvaloramos la fisiología
humana, por ejemplo, nuestros pacientes irán mal. Nadie
puede, por ejemplo, comer piedras sin transgredir las leyes
de nuestro cuerpo y, por tanto, enfermar. Esto nos puede
ayudar a comprender que hay también una ley que nos ayuda a
valorar la dignidad humana. Todos «sabemos» que matar a un
ser humano inocente está mal. O que robar está mal. Sabemos
que si no consideramos al ser humano como un ser también
psicológico, espiritual, familiar y social, nuestra función
de transformar el sufrimiento en bienestar (los médicos
somos como nazarenos, como cirineos, que ayudan a soportar
el peso de la enfermedad y el dolor) no alcanzará jamás
plenamente sus objetivos.
Aunque la mayoría absoluta de los habitantes del planeta
Tierra creen en un Ser Supremo, resulta que, en las
sociedades occidentales, muchos pensadores y creadores de
opinión no creen. También a ellos podemos darles razones
naturales de lo que es bueno o malo para el ser humano. Es
más, a veces será con estas razones con las que percibirán
lo sublime de nuestro pensar.
Vista la existencia de la «ley natural», dada su complejidad
(aunque algunas normas sean bien simples) y siendo obvio que
los seres humanos padecemos desde Adán serias limitaciones,
nos podemos preguntar si hay alguna instancia última que
interprete correctamente esta ley. Numerosos grados
jurisdiccionales intermedios ayudan o perturban en la
percepción de la ley. Nuestra instancia última personal es
nuestra conciencia profesional personal, que será quien
desencadenará las decisiones sobre los actos médicos. De
hecho, cada uno con su sola razón puede llegar muy lejos en
la búsqueda de la verdad. Pero existe una instancia segura,
auténtica y objetiva, y por tanto útil y buena, de
interpretación general de la ley, algo que nos impide
cometer errores de bulto para con el ser humano y que además
busca la felicidad trascendente de las personas.
Dios es el Creador del universo y del hombre. Y, como dice
alguna constitución política, Dios ha hecho al hombre libre.
Libre de escoger la verdad y el bien. Pero también libre de
optar por el mal. La experiencia indica que bien y mal se
entremezclan en un sinfín de tonalidades en el interior de
nuestras estructuras sanitarias. Si el mal existe, también
existe la confusión, el error. Tanto el error culpable como
el no-culpable (¡contra ambos debemos combatir!). Es más, es
posible que algunas personas estén especialmente empeñadas
en extender la confusión. Además, el mal puede establecer
verdaderas «estructuras de pecado», lugares,
establecimientos o leyes que no sirvan al ser humano.
LA IGLESIA INTERPRETA LA LEY NATURAL
Nuestro Creador ha dispuesto que sea la Iglesia quien
interprete de manera auténtica la «ley natural». Además,
custodia todo aquello que Él mismo ha Revelado y no se halla
en la naturaleza. Los seres humanos estamos en este mundo de
paso y de prueba, alejados hasta cierto punto de Dios pero
en absoluto dejados de su mano. En el Padrenuestro decimos
«Padre nuestro que estás en el Cielo», lo cual ya indica que
nosotros estamos en otro nivel, en un no-Cielo. «Venga a
nosotros tu Reino» y «líbranos del mal» nos indican
claramente que hay un estado mejor que puede venir y aún no
ha venido plenamente y que el Creador lo puede todo. En este
no dejarnos solos, disponemos del servicio que nos brinda el
Magisterio de la Iglesia. La Iglesia habla con lenguaje
humano (y en distintos idiomas) sobre todo lo que acontece
al hombre.
Otra verdad que percibe nuestra experiencia propia e
histórica es la realidad del progreso de la Medicina. Y ello
independientemente de que haya habido también avances,
retrocesos y asimetrías según los países y las culturas. Los
seres humanos tenemos un montón de sorpresas para descubrir
en la misma naturaleza y somos capaces de inventar y
construir infinidad de cosas, lo que hace del vivir una
experiencia apasionante y nunca acabada.
El progreso debería avanzar con las dos piernas: ciencia y
ética. En los últimos años ha hecho fortuna el nombre y el
contenido de una supuesta nueva disciplina, la Bioética.
Personalmente creo que los médicos ya disponíamos, muchos
años antes, de disciplinas equivalentes. Recientemente he
leído libros de Moral médica y de Deontología profesional de
principios del siglo pasado y no dejan de ser tratados de
Bioética…
EL MAGISTERIO ACOMPAÑA EL PROGRESO DE LA MEDICINA
El progreso de la Medicina va también acompañado de un
despliegue del Magisterio de la Iglesia. Las nuevas
técnicas, los nuevos descubrimientos, interpelan a los
médicos, los cuales encuentran apoyo en el Magisterio. Apoyo
es seguridad. La seguridad moral es necesaria en el
ejercicio de nuestra profesión. El Magisterio ilumina la
conciencia profesional para que pueda ejercer en el bien,
adaptándose a los tiempos y momentos de los avances. El
Magisterio interviene después de considerar los datos
obtenidos por las ciencias experimentales. No nos ahorra el
esfuerzo de estudiar el mundo por nosotros mismos. Al
contrario, nos impele a ello de hecho y de derecho.
El sentido común eclesial nos dice que, si bien todos los
bautizados somos Iglesia y le aportamos nuestro granito de
arena, quien ejerce el Magisterio de la Iglesia son el Papa
y los obispos en comunión con él. No puede ser de otra
manera. El Todopoderoso se hizo uno de nosotros y dejó unos
representantes, actúa cuando quiere y como quiere, pero se
adapta a la lógica inscrita por Él mismo. No razonable que
cualquiera y de cualquier manera produzca Magisterio o
pretenda interpretar auténticamente la «ley natural».
Así pues, cuando aparece un documento papal o episcopal
sobre un tema de interés propio de la profesión, el médico
católico debería mirar críticamente a la legión de teólogos
moralistas que lo interpretan y reinterpretan en diversos
medios de comunicación. ¡Como si el Papa no escribiera con
claridad! ¡Como si los médicos católicos no pudiéramos
entender por nosotros mismos! No se puede ofender la
inteligencia de los profesionales ni de la población
general. Ya sé que algunos teólogos tienen el respaldo de
numerosas publicaciones, son profesores de universidades de
prestigio desde hace años o mantienen lazos de amistad con
nosotros. La emotividad puede tumbar cabezas muy bien
amuebladas y, por el contrario, también hacer entender por
otra vía al que no entiende por la vía de la razón.
El común de los mortales comprende el dicho que dice «donde
hay patrón, no manda marinero». Esto debería bastar para
acallar a quien suplanta descaradamente funciones que no le
son propias.
Es capital tener en cuenta que, al igual que sucede en el
caso de las apariciones o revelaciones personales, lo
público en la Iglesia prima sobre las enseñanzas privadas.
Así, las enseñanzas públicas de la Iglesia sobre los temas
que nos afectan tienen siempre prioridad y veracidad. Las
enseñanzas privadas de teólogos se tienen que poner en
cuarentena siempre si contradicen el Magisterio. E incluso
si parecen contradecirlo. Uno de los principios de la
comunicación en la Iglesia es el de la claridad o
no-contradicción. En la Iglesia no hay secretos. Las grandes
verdades son públicas y claras (las tenemos en el Catecismo
de la Iglesia Católica). Cuando se proclama un misterio,
queda clara y es precisada su cualidad de tal.
La vida de las personas en esta tierra mira a su destino
eterno. No se puede medir al hombre sólo en dos dimensiones.
La tercera dimensión, la que apunta hacia arriba, es la que
da el volumen a nuestras vidas.
Un caso ejemplar
Se trata de una declaración de expertos sobre la posible
licitud de la transferencia de núcleo alterado a un óvulo
para obtener células madre. Se alteraría de tal manera el
material genético de una célula que el producto resultante
de la puesta de este material en un óvulo y su activación,
no daría lugar a un ser humano. Sería algo similar a la mola
hidatiforme, que también proviene de óvulo y espermatozoide
alterados, en este caso de forma natural.
La ejemplaridad del caso viene dada por la inteligencia de
plantearse la posibilidad, por la manera de expresar
prudentemente opiniones, por la sinceridad en admitir los
firmantes que cada uno es experto sólo en una parcela y que
no hablan en nombre de su Iglesia o entidad de trabajo; y
por el hecho de que propongan empezar las investigaciones
con animales.
EN LA TOMA DE DECISIONES HAY QUE ENCUADRAR EL PROBLEMA
Son muchas las ocasiones en que los médicos católicos nos
encontramos frente a dilemas morales y tenemos que tomar
decisiones. Por ello es importante saber distinguir entre el
bien y el mal, algo que es imposible hacer al margen de la
Iglesia (las cosas son como son).
En la toma de decisiones, será bueno tener en cuenta el
viejo principio de «primum non nocere» (primero, no hacer
daño) y el evangélico principio de «no más cargas de las
necesarias». También, el de trabajar con sobreabundancia de
bien. Ello nos permite ir mucho más allá al afrontar los
problemas con humanidad.
Si bien no somos habitualmente responsables del mal que
hacen terceras personas ni de encontrarnos trabajando dentro
de estructuras de pecado, jamás debemos perder la fuerza de
los ideales de la juventud, el frescor de querer cambiar las
cosas por arraigadas que parezcan o el convencimiento de que
nunca estamos solos.
Antes de la toma de decisiones, el médico se hace una
composición de lugar ante el problema concreto. Es bueno
encuadrar las cosas en sentido amplio (el «frame») y desde
una sana antropología. Recuerdo aquella vez que fui invitado
a un medio de comunicación de masas para un debate sobre la
inseminación artificial en las parejas lésbicas. Se suponía
que las distintas opiniones estarían equilibradas. Los
invitados, empero, eran un activista gay, una lesbiana, un
bisexual, un libertino y un heterosexual. Además, el
presentador y los reportajes de apoyo estaban a años luz del
pensamiento del minoritario heterosexual. Preguntada la
dirección del programa por tan burda manipulación, tuve que
oír que todo había sido pensado desde la más estricta
paridad de opiniones…
En este caso, el encuadre del tema no es si aquel tipo de
parejas tienen o no derecho a inseminarse o si hay parejas
heterosexuales que maltratan a sus hijos. La perspectiva
amplia puede ayudar al profesional de la fertilidad a
ejercer la objeción de conciencia. Y es que lo ideal, y con
lo que millones de esposos y niños son y han sido felices,
es que los niños nazcan naturalmente en la familia, hombre y
mujer. Es ahí a dónde hay que llevar el debate porque es ahí
donde reside la realidad.
¿SE PUEDE HACER UN MAL PARA CONSEGUIR UN BIEN?
Aunque generalmente los problemas en las decisiones médicas
no se suelen presentar como males que producen bienes, lo
cierto es que ésta es la clave de la cuestión en numerosas
ocasiones. Y el principio de jamás hacer un mal para
conseguir el bien (el fin no justifica los medios) es
básico.
Las decisiones médicas son actos morales. Muchas veces la
rutina de la vida hace que no las veamos como tales. Quizá
un día nos planteamos la moralidad de un procedimiento o
protocolo, decidimos que era justo, y lo venimos aplicando
si más en los distintos pacientes. Los automatismos forman
parte de la naturaleza y nos ayudan a vivir sin gastar
ingentes cantidades de energía mental. Sin embargo, en
algunas ocasiones – no sólo en los casos extraordinarios-
hay que estudiar atentamente el acto moral.
Es útil la tradicional disección del acto moral en objeto,
fines y circunstancias. Un acto bueno requiere la bondad
simultánea de estos tres elementos constitutivos de la
moralidad de los actos humanos. Algunas veces uno tiene que
aguzar el ingenio para poner cada cosa en su sitio y
detectar claramente qué objeto estamos evaluando. En
definitiva, de qué estamos realmente hablando.
Por ejemplo, ¿puede uno emborracharse (acto malo) para
extraerse unos dientes careados (fines laudables) en unas
circunstancias de ausencia de medicinas (entorno favorable
al acto)? ¿no es aceptar que el fin justifica los medios o
que se puede hacer un mal (emborracharse) para conseguir un
bien (la salud)? La respuesta a este aparente dilema, que
puede aplicarse a otros muchos casos pero no a todos, es que
al acto lo hemos catalogado como «emborracharse» pero en el
fondo es un acto «anestésico». El alcohol es un anestésico,
aunque sea de segunda categoría. Nuestra razón práctica, con
un poco de formación y de entrenamiento nos ayudará a
catalogar cabalmente el acto moral.
Hay comportamientos cuya elección, por su naturaleza,
siempre es errada. Por ejemplo, el caso del aborto, no se
puede afirmar que sacrificar al hijo para supuestamente
favorecer a la madre es un acto bueno. Se mire como se mire.
EL DOBLE EFECTO
La teoría del doble efecto está mal vista en Europa debido
al desprestigio de los llamados «daños colaterales» en las
guerras recientes. Uno bombardea a un enemigo y, sin
pretenderlo, su acción daña a civiles inocentes. Terrible.
Sin embargo, la Medicina se sostiene en pie porque aceptamos
la teoría. La quimioterapia pretende eliminar las células
cancerosas a costa también de dañar células sanas.
Extirpamos un útero enfermo a pesar de que la mujer quedará
infértil para siempre. Vacunamos miles de niños a pesar de
que alguno morirá por los efectos secundarios.
Está claro que debemos hacer todo lo posible para minimizar
los efectos secundarios, igual que hay que hacer todo lo
posible para evitar una guerra. En el doble efecto, no se
trata de hacer un mal para conseguir el bien. El mal no se
desea. Aparece como un convidado de piedra pegajoso y
persistente.
En el caso del llamado aborto terapéutico o en el
eugenésico, para que quedase claro que aquí no hay doble
efecto y que a quien se combate primero es al embrión, el
mismo Juan Pablo II afirmó que jamás se puede legitimar la
muerte de un inocente.
En el caso del aborto indirecto, si bien es lícito tratar a
una madre aunque esperemos el efecto secundario de la muerte
del embrión o feto, algunas personas nos han dado la
solución a problemas morales por rebosamiento de bien. Tal
es el caso de la doctora Gianna Beretta, que se negó a un
tratamiento para no perjudicar su embarazo. Ella murió y su
hijo vive.
EL MAL MENOR
Se ha puesto de moda hablar del mal menor como si fuera algo
deseable. Pero no. Resulta que jamás se puede hacer un mal,
por menor que sea o se considere. El mal siempre es malo. La
teoría del mal menor no se refiere a hacer sino a tolerar.
El mal menor lo decide un tercero o terceros sin que
nosotros intervengamos. Tenemos que tolerar ciertos males
porque no somos Quijotes que deban arremeter contra todo y
además el ser humano es libre incluso para utilizar mal esta
libertad. Nuestra obligación es la de nunca hacer el mal.
Siempre hacer el mayor bien posible. A lo que no debemos
acostumbrarnos es a tolerar los males infligidos a
inocentes. ¡Nunca son estos males menores!
LA COLABORACIÓN CON EL MAL
Tal como está el mundo, nos tenemos que plantear a menudo si
evitamos colaborar con aquellas personas y estructuras que
atentan contra la dignidad del ser humano. Aunque puedan
encontrar a otros que colaboren con el mal, que nos nos
encuentren a nosotros. Que no nos sea imputable a nosotros
y, si es posible, que intentemos conducir las situaciones
por sendas rectas.
En algunas ocasiones tendremos dudas, especialmente si la
colaboración es remota. La colaboración remota, aunque sea
efectiva, no nos es imputable si no la deseamos. Es bueno
evitar el escándalo y no contaminarnos. Pero no nos podemos
aislar en una burbuja de cristal y dejar de ser buen
fermento en el mundo que nos rodea.
LIBERTAD Y SEGURIDAD MORAL
El médico católico dispone de una amplia libertad para
ejercer su profesión. Estamos dotados de inteligencia y
debemos hacerla a rendir al máximo. Por otra parte, la
seguridad de que estamos actuando correctamente (seguridad
moral) puede alcanzarse con una mínima formación ética,
asintiendo al Magisterio y consultando algunos casos con
colegas seniores o con algún sacerdote de buena doctrina.
Miles de médicos en todo el globo ejercen diariamente con la
tranquilidad de actuar bien.
Los médicos católicos tenemos grandes modelos en los que
fijarnos. Ellos no han hecho más que identificarse de forma
perfecta con quien es el principio de la ética: Christus
medicus. San Lucas, san Cosme, san Damián, san Peppino
Moscati, santa Gianna Beretta, san Ricardo Pampuri, el beato
Pere Tarrés, el beato László Batthyány-Strattmann, y muchos
más, nos han precedido y se han convertido en los gigantes
de la Medicina. Curiosamente, muchas veces los pacientes les
veneran más que nosotros mismos los médicos…
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE TEMAS CONCRETOS
Los preservativos
El «affaire» de los preservativos para evitar el contagio
del sida o los embarazos no deseados es otra de las cosas
que trae de cabeza a los médicos católicos activistas. Pero
no debemos dejarnos llevar a territorios que no son los
nuestros. La sexualidad es uno de los dones del matrimonio y
dentro de éste se expresa al máximo. Los católicos, en el
matrimonio, vivimos a tope la sexualidad. La sexualidad
fuera del mismo, entre varones o poligámica no forma parte
de nuestra antropología. No se puede acusar a la Iglesia de
difundir el sida (casi siempre se olvidan de las otras 29
enfermedades de transmisión sexual) cuando predica
abstinencia, fidelidad y espera. Esto es útil para evitar
enfermedades o embarazos adolescentes. Pero la finalidad
primordial de la castidad no es antiepidémica sino
promocionar la virtud y proporcionar felicidad.
Es evidente que los médicos católicos, que sirven en un
mundo en el que hay de todo y en el que muchas veces las
mismas estructuras sanitarias están pervertidas, se
encontrarán con personas que querrán seguir practicando la
poligamia secuencial o la homosexualidad. No será cándido,
en un entorno de buena relación médico-paciente,
presentarles nuestras propuestas. Si la persona insiste
implícita o explícitamente en continuar con sus prácticas,
el médico le hablará de la «barrera»más o menos imperfecta
que es el preservativo, sin presentarlo, y menos
recomendarlo, como un bien. Y, por último, si la persona
resulta infectada, lo tratará con cariño y profesionalidad.
Es importante tener en cuenta que no es misión de la Iglesia
el promover parches para que el ser humano siga ejercitando
conductas incorrectas. Ni en lo posible debemos permitir que
los medios de comunicación nos utilicen para promover
conductas indignas.
Hay conocimientos científicos que no se obtienen leyendo las
secciones de ciencia de los medios. Así, saber que los
hermafroditas existen, que el síndrome del post-aborto es
frecuente y doloroso o que los homosexuales pueden muchas
veces cambiar, se aprende en publicaciones especializadas o
de la boca de maestros experimentados.
Es bueno siempre tener en mente la sana antropología a la
vez que pensar que los mass media comprenden mejor lo
simple, se ven obligados a poner titulares impactantes y
raramente pueden hacer bien un debate moral.
La eutanasia: no es lo mismo morirse que que te maten
A un enfermo terminal no se le puede dejar desasistido, no
podemos encarnizarnos con él y no podemos matarlo. Lo único
digno que podemos hacer es proporcionarle unos cuidados
paliativos de calidad. Estos deben tener en cuenta las
dimensiones biopsicosocial, espiritual y familiar de la
persona. Es por esta senda por la que hay que avanzar.
La eutanasia mata la libertad: se trata de una supuesta
decisión libre que hará que la persona ya nunca más tome
decisiones libres. Ni siquiera la tan humana decisión de
rectificar. La eutanasia, su popularización o
despenalización, se sitúan en el lado oscuro de la
profesión, la promocione quien la promocione.
Son frecuentísimos los casos de consultas sobre la
proporcionalidad o no de los tratamientos en los terminales.
La Medicina no puede negar nunca la hidratación, la
nutrición, la higiene, la oxigenación, los medicamentos
básicos. Recientemente, un anciano presentó una
insuficiencia cardiaca y el comité de ética de su hospital
recomendó sólo un tratamiento con mórficos, en espera de su
muerte. Pero el médico que le atendía resolvió el caso con
un diurético, oxígeno y digoxina. El verdadero sabio fue el
médico de a pie.
Los anticonceptivos orales
Los seres humanos hemos sido creados expresamente
incompletos por Dios. El varón necesita de la mujer para
realizarse y la mujer necesita del varón también para ser
feliz. Es más, varón y mujer necesitan también a los hijos
para completar su plenitud en la familia. Los esposos tienen
todos los hijos que pueden mantener y educar. El número de
hijos depende de muchos factores y debería aderezarse con la
generosidad. Las familias numerosas son una alegría para la
sociedad y para la Iglesia. En mi opinión personal,
prescindir del otro sexo sería antinatural en el ser humano
maduro, salvo que se transforme en un bien sobrenatural,
como sucede con el celibato por el Reino. Desde luego,
existen causas de fuerza mayor o imponderables que hacen que
una persona no pueda completarse con una pareja.
El acto sexual sostiene una pulsión tal que a nadie deja
indiferente y siempre tiene consecuencias. Une a hombre y
mujer de una manera incomparable. Su realización debe darse
en un contexto de madurez, compromiso y exclusividad: el
matrimonio. El varón y la mujer se lo dan todo al otro,
incluida la capacidad de generar nuevas vidas humanas. Esto
es bueno.
Existen momentos en que, objetivamente, por motivos médicos,
sociales, familiares, la responsabilidad de los padres les
lleva a evitar un nuevo nacimiento. La posibilidad de ello
ya está prevista en la «ley natural». La mujer sólo es
fértil unos pocos días al mes. Los métodos naturales de
regulación de la fertilidad (Billings, sintotérmicos, etc.)
permiten utilizar estos periodos infecundos para que los
esposos sigan manteniéndose en comunión con las relaciones
sexuales y con ellas superen la malsana atracción de otras
carnes.
El Papa Pablo VI, en la encíclica Humanae vitae, advierte
que los médicos y el personal sanitario debemos considerar
como propio deber profesional el procurarnos toda la ciencia
necesaria en este campo para poder dar a los esposos que nos
consultan sabios consejos y directrices sanas que de
nosotros esperan con todo derecho.
Los anticonceptivos violentan varios derechos humanos: el
derecho a la vida (en los casos de píldora abortiva o del
día siguiente), el derecho a la salud (tienen efectos
secundarios, a diferencia de los métodos naturales), el
derecho a la educación (la gente tiene derecho a conocer su
propia fertilidad) y el derecho a la igualdad entre los
sexos (la carga anticonceptiva suele recaer siempre sobre la
mujer).
En julio de 2005, la Agencia internacional para la
investigación sobre el cáncer (Lyon, Francia), de la
Organización Mundial de la Salud, informó de la
carcinogenicidad de los anticonceptivos orales de estrógenos
y progestágenos combinados, basada en las conclusiones de un
grupo de trabajo internacional «ad hoc». Fueron clasificados
como carcinógenos del Grupo 1.
Lamentablemente, queridos colegas, hoy por hoy no somos
capaces de proporcionar métodos naturales a todos aquellos
que los necesitan. Las bajas tasas de fecundidad en países
de mayoría católica (España, Italia), junto con el bajo
conocimiento de estos métodos, nos indican que muchos
esposos utilizan los métodos artificiales. Si tenemos en
cuenta que se trata de países relativamente ricos, no se
puede decir tampoco que sean especialmente generosos con el
número de hijos. Aquí tenemos un reto inmenso. No debemos
jamás apagar la antorcha encendida en favor de los
naturales.
Por desgracia, la contracepción no es el único reto de la
Medicina y de la sociedad. Tampoco somos capaces (ni
nosotros ni el conjunto de las naciones en general) de
proporcionar medios contra la desnutrición, la malaria o la
transmisión vertical del sida. Tenemos los conocimientos y
algunos medios pero no podemos ponerlos al alcance de los
necesitados. No falta trabajo, pues.
Sin juzgar a los esposos que utilizan anticonceptivos
artificiales – nuestro oficio no es el de juzgar- no debemos
jamás olvidar este deber profesional de ofrecer los medios
naturales y de disuadir de los artificiales. Es signo de
progreso comprender bien a la naturaleza y ayudarla en lo
posible. El mundo está inacabado. Tenemos un trabajo que
hacer. Y, cuando lo hacemos, el progreso se nota.
El aborto provocado
¿Hay algo peor que arrancar a un hijo del vientre de su
madre? ¿Se puede explicar a un niño de cinco años el aborto
procurado? La mujer que pierde a un hijo en un aborto
espontáneo, ¿no llora como si hubiera perdido a un hijo?
¿Hacemos los médicos todo lo posible para transformar el
sufrimiento de unos padres con problemas en el embarazo en
alegría y gozo? El médico católico ejerce la opción
preferencial por las madres. Ni exclusiva, ni excluyente,
pero preferencial.
El evolucionismo
Sabemos muy poco del comienzo físico de la especie humana.
Sin caer en el cientifismo, habrá que esperar décadas hasta
que la ciencia nos ilumine más sobre ello. No se sabe ni
cómo ni cuando una especie pasa a otra, si es que ello
sucede. Gran parte de lo escrito sobre esta materia es
provisional e incompleto.
La amniocentesis
Como sabéis, salvo casos escepcionalísimos, la amniocentesis
se realiza para provocar el aborto en caso de que se
sospeche una malformación fetal. Así, como está práctica no
se hace en bien del feto y de la madre, no se puede
considerar un acto médico correcto.
La reproducción artificial
El médico puede y debe ayudar a los esposos infértiles, pero
no puede sustituirlos. Este principio es muy útil para
comprender que, a pesar de la popularidad de las técnicas
llamadas de «reproducción asistida», no podemos ceder a las
tentaciones fáciles y lucrativas. Todos los esfuerzos deben
concentrarse en mejorar los estudios de fertilidad de las
parejas y en tratar lo tratable, que es mucho. Dada la
fijación que muchas clínicas tienen para con la fecundación
in vitro, será bueno explicar a los esposos que no es
función médica sustituirlos, que las amniocentesis se hacen
casi siempre para abortar a los hijos defectuosos, que se
eliminan embriones sobrantes a menudo, que se congelan
hijos.
Los ginecólogos católicos son los héroes de la Medicina de
hoy. Su cuidado y promoción son prioridad alfa para las
asociaciones de médicos católicos y para la F.I.A.M.C. Los
generalistas y otros especialistas también pueden aportar
sabios consejos en cuestiones de fertilidad.
El respeto por el embrión. Las células madre
Sinceramente creo que la postura más coherente con los
conocimientos que tenemos sobre el embrión es su escrupuloso
respeto desde la concepción. Y la postura que más problemas
evita. Nuestra coherencia reluce cuando defensores de
ballenas y focas, detractores de la pena de muerte,
activistas por los derechos humanos, filántropos de
distintas especies, aceptan la destrucción del embrión sin
pestañear (siempre con fines terapéuticos, claro).
La concepción dura un tiempo, pero el proceso ya está
desencadenado y el respeto por la integridad del embrión
comienza mucho antes: comienza con el respeto por la unión
de hombre y mujer, evitando concepciones in vitro. Los seres
humanos no debemos introducir caos en el bios.
Parangonando el principio del evangelio de san Juan, podemos
decir que al principio existe el mensaje genético, y el
mensaje genético está en vida y el mensaje genético es la
vida. Cuando existe un mensaje genético humano completo,
expresable y que se expresa de manera continua, coordinada y
gradual, imparable si no es por factores externos adversos,
allí existe un ser humano único e irrepetible que se debe
respetar. Viene a nosotros y los suyos (nosotros) debemos
reconocerlo y recibirlo.
Ya se comprende que, aunque cualquier célula, por ejemplo de
nuestra piel, contenga el mensaje genético humano completo,
no se trata ella misma de un ser humano. La expresión de ese
mensaje, que es parcial, hace que no se trate de un ser
humano. ¡Es el óvulo fecundado el que ya está actuando como
humano! Al principio, somos mensaje único e irrepetible
rodeado de algunas membranas, ARN, reservas de energía y
otros servicios. Hasta ahora, ningún investigador ha
«creado» vida. Los seres humanos sólo somos capaces de
transmitirla, correcta o incorrectamente..
Las células madre embrionarias están para dar lugar al
embrión. Y las células madre adultas están para regenerar
tejidos. Así de sencillo.
En sentido estricto, el ser humano no tiene derecho a la
vida. La vida es un regalo que recibimos. Antes de existir
no éramos nada y por tanto no éramos sujeto de derechos. ¡A
lo que tenemos derecho es a que otro ser humano no nos quite
la vida!
Queridos colegas:
Nuestra profesión es quizá la más admirada del mundo y
aquella de la que más esperan las gentes. Yo os
recomiendaría que no dejarais jamás de estudiar, que
tuvierais presente la promesa y la oración del médico (www.fiamc.org
), que no cayerais en la tentación de venerar al dios Mammón
(el dinero) y que considerarais la posibilidad de aportar
colegas a las asociaciones de médicos católicos ya
existentes.
Cordialmente,
José María Simón
1 de diciembre de 2006
PS/ Agradezco a Mons. Maurizio Calipari, asistente
eclesiástico de la F.I.A.M.C., los consejos que me ha dado
para dar a esta carta su versión definitiva. Aunque se
hallan bajo la supervisión de la Jerarquía, el Código de
Derecho Canónico da una amplia autonomía a las
Organizaciones Internacionales Católicas como la que
presido. La F.I.A.M.C. es de Derecho público en la Iglesia
universal, y por tanto «habla y actúa en nombre de la
Iglesia». Se trata de una clara señal de confianza eclesial
en los laicos.
Zenit ZS06120901