El
Papa habla sobre su visita a Fátima
17 de mayo del 2000
Amadísimos
hermanos y hermanas:
1. Deseo reflexionar hoy con vosotros sobre la peregrinación a Fátima,
que el Señor me permitió realizar el viernes y el sábado de la semana
pasada. Siguen vivas en mí las emociones que experimenté. Tengo ante
mis ojos la inmensa muchedumbre que se reunió en la explanada frente al
santuario, el viernes por la tarde, a mi llegada, y especialmente el sábado
por la mañana para la beatificación de los pastorcitos Francisco y
Jacinta. Una multitud llena de alegría y, al mismo tiempo, capaz de
crear momentos de absoluto silencio y de intenso recogimiento.
Mi corazón rebosa de gratitud: por tercera vez, en la fiesta del 13 de
mayo, fecha de la primera aparición de la Virgen en Cova de Iría, la
Providencia me ha concedido ir en peregrinación a los pies de la
Virgen, donde ella se manifestó a los tres pastorcitos, Lucía,
Francisco y Jacinta, de mayo a octubre de 1917. Lucía vive aún, y una
vez más he tenido la alegría de encontrarme con ella.
Expreso mi sincera gratitud al obispo de Fátima y a todo el Episcopado
de Portugal por la preparación de esta visita y por la cordial acogida.
Asimismo, renuevo mi saludo y mi agradecimiento al señor presidente, al
primer ministro y a las demás autoridades portuguesas por las
atenciones que me dispensaron, así como por el empeño que pusieron
para el éxito de esta peregrinación apostólica.
2. Como sucedió en Lourdes, también en Fátima la Virgen eligió a
unos niños, Francisco, Jacinta y Lucía, como destinatarios de su
mensaje. Ellos lo acogieron tan fielmente que no sólo merecieron ser
reconocidos como testigos creíbles de las apariciones, sino también se
convirtieron ellos mismos en ejemplo de vida evangélica.
Lucía, la prima, algo mayor, y que vive aún, ha dado retratos
significativos de los dos nuevos beatos. Francisco era un niño bueno,
reflexivo, de espíritu contemplativo. Jacinta era viva, bastante
susceptible, pero muy dulce y amable. Sus padres los habían educado en
la oración, y el Señor mismo los atrajo más íntimamente hacia sí
mediante la aparición de un ángel que, con un cáliz y una Hostia en
las manos, les enseñó a unirse al sacrificio eucarístico para
reparación de los pecados.
Esta experiencia los preparó para los sucesivos encuentros con la
Virgen, la cual los invitó a orar asiduamente y a ofrecer sacrificios
por la conversión de los pecadores. Con los dos pastorcitos de Fátima
la Iglesia ha proclamado beatos a dos niños, porque, a pesar de que
no fueron mártires, dieron muestras de vivir las virtudes cristianas en
grado heroico, no obstante su tierna edad. Heroísmo de niños, pero
verdadero heroísmo.
Su santidad no depende de las apariciones, sino de la fidelidad y del
esmero con que correspondieron al don singular que recibieron del Señor
y de María santísima. Después del encuentro con el ángel y con la
hermosa Señora, rezaban el rosario varias veces al día, ofrecían
frecuentes penitencias por el fin de la guerra y por las almas más
necesitadas de la misericordia divina, y sentían el intenso deseo de
"consolar" al Corazón de Jesús y al de María. Además, los
pastorcitos tuvieron que sufrir las fuertes presiones de los que los
impulsaban, con la fuerza y con terribles amenazas, a negarlo todo y a
revelar los secretos recibidos. Pero ellos se animaban mutuamente,
confiando en el Señor y en la ayuda de "aquella Señora", de
la que Francisco decía: "Es nuestra amiga". Por su fidelidad
a Dios, constituyen un luminoso ejemplo, para niños y adultos, de cómo
conformarse de modo sencillo y generoso a la acción transformadora de
la gracia divina.
3. Por consiguiente, mi peregrinación a Fátima fue una
acción de gracias a María por lo que quiso comunicar a la Iglesia
a través de estos niños y por la protección que me ha concedido
durante mi pontificado: una acción de gracias que he querido renovarle
simbólicamente con el don del precioso anillo episcopal que me regaló
el cardenal Wyszynski pocos días después de mi elección a la Sede de
Pedro.
Al parecerme que los tiempos estaban maduros, he considerado oportuno
hacer público el contenido de la así llamada tercera parte del
secreto.
Me alegra haber podido orar en la capilla de las Apariciones, construida
en el lugar donde la "Señora resplandeciente de luz" se
manifestó en varias ocasiones a los tres niños y habló con ellos. Di gracias por lo que la divina misericordia ha realizado en el siglo
XX, gracias a la intercesión materna de María. A la luz de las
apariciones de Fátima, los acontecimientos de este período histórico
tan convulso asumen una elocuencia singular. Por eso, no es difícil
comprender mejor cuánta misericordia ha derramado Dios sobre la Iglesia
y sobre la humanidad por medio de María.
No podemos por menos de dar gracias a Dios por el testimonio valiente de
tantos heraldos de Cristo que han permanecido fieles a él hasta el
sacrificio de su vida. Además, me complace recordar aquí a niños y
adultos, hombres y mujeres, que, según las indicaciones que dio la
Virgen de Fátima, han ofrecido diariamente oraciones y sacrificios,
sobre todo con el rezo del santo rosario y con la penitencia. A todos
los quisiera recordar una vez más, dando gracias a Dios.
4. Desde Fátima se difunde por todo el mundo
un mensaje de conversión y esperanza, un mensaje que, de acuerdo
con la revelación cristiana, está profundamente
insertado en la historia. Partiendo precisamente de las experiencias
vividas, invita a los creyentes a orar con asiduidad por la paz en el
mundo y a hacer penitencia para abrir los corazones a la conversión.
Este es el Evangelio genuino de Cristo que vuelve a proponer
a nuestra generación, particularmente probada por los
acontecimientos pasados. La llamada que Dios nos ha comunicado mediante
la Virgen santísima sigue siendo plenamente actual.
Acojamos, amadísimos hermanos y hermanas, la luz que viene de Fátima:
dejémonos guiar por María. Que su Corazón inmaculado sea nuestro
refugio y el camino que nos lleve a Cristo. Que los beatos pastorcitos
intercedan por la Iglesia, para que prosiga con valentía su peregrinación
terrena y anuncie con fidelidad constante el Evangelio de la salvación
a todos los hombres.
(Zenit.org)