"Carta del Papa Juan Pablo II a todos los obispos de la Iglesia Católica pidiendo la Consagración al Inmaculado Corazón"
8 de diciembre, 1983
Queridos hermanos en el ministerio episcopal:
El 25 de marzo de 1983 iniciamos el Jubileo extraordinario de la Redención. Una vez más os doy las gracias por haberos unido a mí al inaugurar, aquel mismo día, el Año de la Redención en vuestras diócesis. La solemnidad de la Anunciación, que recuerda a lo largo del año litúrgico el comienzo de la obra de la Redención en la historia de la humanidad, pareció particularmente adecuada para tal inauguración. Este inicio está relacionado con el Adviento; y el actual Año de la Redención tiene un cierto sentido de adviento, dado que se acerca el año 2000 desde el nacimiento de Cristo. Vivimos a la espera del final del segundo milenio de la era cristiana, compartiendo las experiencias difíciles y dolorosas de los pueblos, y aun de toda la humanidad, en el mundo contemporáneo. De estas experiencias nace la necesidad particular, en cierto sentido, el imperativo interior, de volver con renovada intensidad de fe precisamente a la Redención de Cristo, a su inagotable poder salvífico. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo... y puso en nuestras manos la palabra de reconciliación (2Cor 5,19).
El sínodo de los Obispos, celebrado el pasado mes de octubre, ha llamado nuestra atención en la misma dirección. En este día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, la Iglesia medita el poder salvífico de la Redención de Cristo en la Concepción de la Mujer, destinada a ser la Madre del Redentor. Hay aquí un nuevo estímulo para que, en el contexto del Jubileo, ante las amenazas para la humanidad contemporánea que tiene su raíz en el pecado, se haga un recurso más intenso del poder de la Redención. Si el camino para la superación del pecado pasa a través de la conversión, el comienzo de este camino, como para su continuación, no están sino en la profesión del infinito poder salvífico de la Redención. (Mis queridos hermanos! En el contexto del Año Santo de la Redención, deseo profesar este poder junto con vosotros y con toda la Iglesia. Deseo profesarlo mediante el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios, que en medida del todo particular experimentó este poder salvífico. Las palabras del acto de consagración y de ofrecimiento que os envío, corresponden, con pequeños cambios, a las que pronuncié en Fátima el día 13 de mayo de 1982.
No puedo sustraerme a la convicción de que repetir este Acto en el curso del Año Jubilar de la Redención responde a la expectativa de muchos corazones humanos, deseosos de renovar a la Virgen el testimonio de su devoción y de confiarle sus aflicciones por los múltiples males del presente, sus temores ante las amenazas que incumben sobre el porvenir, sus preocupaciones por la paz y la justicia en cada una de las naciones y en el mundo entero. La fecha más conveniente para este testimonio común parece ser la solemnidad de la Anunciación, dentro de la Cuaresma de 1984. Os quedaré agradecido si ese día (el 24 de marzo, al que se anticipa litúrgicamente esta Solemnidad mariana, o bien el 25 de marzo, III Domingo de Cuaresma), renováis ese acto junto conmigo, eligiendo la manera que cada uno de vosotros considere más adecuada.
In caritate fraterna.
Juan Pablo II Vaticano, 8 de diciembre de 1983