Las lágrimas de
la Virgen y Juan Pablo II
Ver también:
¿Por que la Virgen llora?
El Papa ha hecho
referencia en varias ocasiones a las lágrimas de la Virgen.
El 31
de agosto, 2003, el Papa consagró a
Europa y a todo el mundo -especialmente las regiones-
que más sufren, a las lágrimas de la Virgen María.
El Papa recordó la
"Virgen
de las Lágrimas" de Siracusa,
Sicilia (Italia),
por el “milagro de las lágrimas" ocurrido
hace 50 años (1953) y
reconocido por el Papa Pío XII. El Papa Juan Pablo II la
invocó para pedirle protección para “quienes tienen más necesidad de perdón y
reconciliación” y para que lleve “concordia a las familias y paz entre los
pueblos”. El Papa añadió: “A ti, dulce Virgen de
las Lágrimas, presentamos a la Iglesia y al mundo entero.
Enjuga las lágrimas que el odio y la violencia provocan en muchas regiones de la
Tierra, especialmente en el Medio Oriente y en el Continente africano”.
Las lágrimas de la Virgen testimonian su presencia.
"Virgen de las
Lágrimas"
Catequesis del Santo Padre,
6 de
noviembre de 1994
1. Hay un lugar en Jerusalén, en la ladera del Monte de los Olivos, donde,
según la tradición, Cristo lloró por la ciudad de Jerusalén. En esas
lágrimas del Hijo del hombre hay casi un eco lejano de otro llanto al que se
refiere la primera lectura tomada del libro de Nehemías. Después del regreso
de la esclavitud Babilónica, los Israelitas decidieron reconstruir el templo.
Pero antes escucharon las palabras de la sagrada Escritura y del sacerdote
Esdras, que bendijo después al pueblo con el libro de la Ley. En ese momento
todos rompieron en llanto. En efecto, leemos que el gobernador Nehemías y el
sacerdotes Esdras dijeron a los presentes: "Este día está consagrado al
Señor, vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis". "No estéis
tristes, la alegría del Señor es vuestra fortaleza" (Ne 8, 9. 10).
El llanto de los israelitas era de alegría por haber recuperado el templo y
haber reconquistado la libertad.
2. Por el contrario, el llanto de Cristo en el Monte de los Olivos no fue de
alegría, En efecto, exclamó: "¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los
profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir
a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis
querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa" (Mt 23,
37-38).
En el llanto de Jesús por Jerusalén se manifiesta su amor a la ciudad santa
y, al mismo tiempo, el dolor que experimentaba por su futuro no lejano, que
prevé: la ciudad será conquistada y el templo destruido; los jóvenes serán
sometidos a su mismo suplicio, la muerte en cruz. "Entonces se pondrán a
decir a los montes: ‘¡caed sobre nosotros!’ Y a las colinas: ‘¡cubridnos!’
Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc
23, 30-31).
3. Sabemos que Jesús lloró en otra ocasión, junto a la tumba de Lázaro.
"Los judíos entonces decían: ‘Mirad cómo quería’. Pero algunos de
ellos dijeron: ‘Éste que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho
que éste no muriera?’" (Jn 11, 36-37). Entonces Jesús,
manifestando nuevamente una profunda turbación, fue al sepulcro, ordenó quitar
la piedra y, elevando la mirada al Padre, gritó con voz fuerte:
"¡Lázaro, sal fuera!"(cf. Jn 1, 38-43).
4. El evangelio nos habla también de la conmoción de Jesús, cuando exultó
en el Espíritu Santo y dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has
revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc
10, 21). Jesús se alegra por la paternidad divina; se alegra porque puede
revelarla y, por último porque pude irradiarla de modo especial para los
pequeños. El evangelista Lucas define todo eso como un regocijo en el Espíritu
Santo. Regocijo que impulsa a Jesús a revelarse aún más: "Todo me ha
sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y
quien es el Padre sino el Hijo, y Aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar" (Lc 10, 22).
5. En el Cenáculo, Jesús predice a los Apóstoles su llanto futuro:
"En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo
se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo", Y añade: "La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se
acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo" (Jn
16, 20-21). Así, Cristo habla de la tristeza y de la alegría de la Iglesia, de
su llanto y de su alegría, refiriéndose a la imagen de una mujer que da a luz.
6. Los relatos evangélicos no recuerdan nunca el llanto de la Virgen. No
escuchamos su llanto ni en la noche de Belén, cuando le llegó el tiempo de dar
a luz al Hijo de Dios, ni tampoco en el Gólgota, cuando estaba al pie de la
cruz. Ni siquiera podemos conocer sus lágrimas de alegría, cuando Cristo
resucitó.
Aunque la sagrada Escritura no alude a ese hecho, la intuición de la fe
habla en favor de él. María, que llora de tristeza o de alegría, es la
expresión de la Iglesia, que se alegra en al noche de Navidad, sufre el Viernes
santo al pie de la cruz y se alegra nuevamente en el alba de la Resurrección.
Se trata de la Esposa del Cordero, que nos ha presentado la segunda lectura,
tomada del libro del Apocalipsis (cf. 21, 9).
7. Conocemos algunas lágrimas de María por las apariciones con las que ella
de vez en cuando acompaña a la Iglesia en su peregrinación por los caminos del
mundo. María llora en La Salette, a mediados del siglo pasado, antes de las
apariciones de Lourdes, en un período durante el cual el cristianismo en
Francia afronta una creciente hostilidad.
Llora también aquí, en Siracusa, al término de la segunda guerra mundial.
Se puede comprender dicho llanto precisamente en el marco de esos hechos
trágicos: la inmensa hecatombe causada por el conflicto; el exterminio de los
hijos e hijas de Israel; y la amenaza para Europa que proviene del este,
constituida por el comunismo declaradamente ateo.
También en ese período llora la imagen de la Virgen de
Czestochowa, en Lublín: éste es un hecho poco conocido fuera de Polonia. Por el contrario se
difundió ampliamente la noticia del acontecimiento de Siracusa, y fueron
numerosos los peregrinos que vinieron aquí. También el cardenal Stefan
Wyszynski vino aquí en peregrinación en 1957, después de haber sido
excarcelado. Yo mismo, que por aquel entonces era un obispo joven, vine aquí
durante el Concilio, y pude celebrar la santa misa el día de la conmemoración
de todos los fieles difuntos.
Las lágrimas de la Virgen pertenecen al orden de los signos; testimonian la
presencia de la Madre Iglesia en el mundo. Una madre llora cuando ve a sus hijos
amenazados por algún mal, espiritual o físico. María llora participando en el
llanto de Cristo por Jerusalén, junto al sepulcro de Lázaro y, por último, en
el camino de la cruz.
8. Pero conviene recordar también las lágrimas de Pedro, El evangelio de
hoy narra la confesión de Pedro en las cercanías de Cesarea de Filipo.
Escuchemos las palabras de Cristo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos" (Mt 16, 17). Hay otras palabras muy conocidas
del Redentor a Pedro: "En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo
antes que tú me hayas negado tres veces" (Jn 13, 38). Y así
sucedió. Pero, cuando en la casa del sumo sacerdote, Jesús miró a Pedro en el
momento en que cantó el gallo, éste "recordó las palabras del Señor. Y,
saliendo fuera, rompió a llorar amargamente" (Lc 22, 61-62).
Lágrimas de dolor y de conversión, que confirman la verdad de su confesión.
Gracias a ellas, después de la resurrección, pudo decir a Cristo:
"Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo" (Jn 21, 17).
9. Hoy, aquí en Siracusa, puedo dedicar el santuario de la Virgen de las
Lágrimas. Aquí estoy finalmente, por segunda vez, pero ahora vengo como Obispo
de Roma, como Sucesor de Pedro, y realizo con alegría este servicio a vuestra
comunidad, a la que saludo con afecto.
10. Oigo resonar hoy en mí, en este lugar, las palabras que Cristo dirige a
Pedro: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del
reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,
18-19).
Estas palabras de Cristo expresan la suprema autoridad que él posee como
Redentor: el poder de perdonar los pecados, que adquirió al precio de su sangre
derramada en el Gólgota; el poder de absolver y perdonar.
11. Santuario de la Virgen de las Lágrimas, has nacido para recordar a la
Iglesia el llanto de la Madre.
Recuerda también el llanto de Pedro, a quien Cristo confió las llaves del
reino de los cielos para el bien de todos los fieles. Que esas llaves sirvan
para atar y desatar, para redimir toda miseria humana.
Vengan aquí, entre estas paredes acogedoras, cuantos están oprimidos por la
conciencia del pecado y experimenten aquí la riqueza de la misericordia de Dios
y de su perdón. Los guíen hasta aquí las lágrimas de la Madre. Son lágrimas
de dolor por cuantos rechazan el amor de Dios, por las familias separadas o que
tienen dificultades, por la juventud amenazada por la civilización de consumo y
a menudo desorientada, por la violencia que provoca aún tanto derramamiento de
sangre, y por las incomprensiones y los odios que abren abismos profundos entre
los hombres y los pueblos.
Son lágrimas de oración: oración de la Madre que da fuerza a toda oración
y se eleva suplicante también por cuantos no rezan, porque están distraídos
por un sin fin de otros intereses, o porque están cerrados obstinadamente a la
llamada de Dios.
Son lágrimas de esperanza, que ablandan la dureza de los corazones y los
abren al encuentro con Cristo redentor, fuente de luz y paz para las personas,
las familias y toda la sociedad.
Virgen de las Lágrimas, mira con bondad materna el dolor del mundo. Enjuga
las lágrimas de los que sufren, de los abandonados, de los desesperados y de
las víctimas de toda violencia.
Alcánzanos a todos lágrimas de arrepentimiento y vida nueva, que abran los
corazones al don regenerador del amor de Dios. Alcánzanos a todos lágrimas de
alegría, después de haber visto la profunda ternura de tu corazón.
¡Alabado sea Jesucristo!