1. "Bienaventurada tú, que has creído!" (Lc 1, 45). La
primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está
reservada a la Virgen María. Es proclamada bienaventurada por su
actitud de total entrega a Dios y de plena adhesión a su voluntad, que
se manifiesta con el "si" pronunciado en el momento de la
Anunciación.
Al proclamarse la "esclava del Señor" (Aleluya, cf. Lc
1,38), María expresa la fe de Israel. En ella termina el largo camino
de la espera de la salvación que, partiendo del jardín del Edén, pasa
a través de los patriarcas y la historia de Israel, para llegar a la
"ciudad de Galilea, llamada Nazaret" (Lc 1, 26). Gracias a la
fe de Abraham, comienza a manifestarse la gran obra de la salvación,
gracias a la fe de María, se inauguran los tiempos nuevos de la
Redención.
En el pasaje evangélico de hoy hemos escuchado la narración de la
visita de la Madre de Dios a su anciana prima Isabel. A través del
saludo de las respectivas madres, se realiza el primer encuentro entre
Juan Bautista y Jesús. San Lucas recuerda que María "fue
aprisa" (cf. Lc 1, 39) a casa de Isabel. Esta prisa por ir a casa
de su prima indica su voluntad de ayudarle durante el embarazo, pero
sobre todo, su deseo de compartir con ella la alegría por la llegada de
los tiempos de la salvación. En presencia de María y del Verbo
encarnado, Juan salta de alegría e Isabel se llena del Espíritu Santo
(cf. Lc. 1,41).
2. En la Visitación de María encontramos reflejadas las esperanzas
y las expectativas de la gente humilde y temerosa de Dios, que esperaba
la realización de las promesas proféticas. La primera lectura, tomada
del libro del profeta Miqueas, anuncia la venida de un nuevo rey según
el corazón de Dios. Se trata de un rey que no buscara manifestaciones
de grandeza y de poder, sino que surgirá de orígenes humildes, como
David, y como el, será sabio y fiel al Señor. "Y tu, Belén, (…)
pequeña, (…) de ti saldrá el jefe" (Mi 5, 1). Este rey
prometido protegerá a su pueblo con la fuerza misma de Dios y llevara
la paz y seguridad hasta los confines de la tierra (cf. Mi 5, 3). En el
Niño de Belén se cumplirán todas esas promesas antiguas.
3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Bartolomé
Apóstol, me alegra celebrar junto con vosotros la eucaristía en este
IV domingo de Adviento, mientras nos encontramos ya cerca de la santa
Navidad. Os saludo a todos con afecto. Saludo al cardenal vicario de
Roma, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, don Alfonso
Carlos Urrechua Líbano, y a sus mas directos colaboradores. Dirijo un
saludo particular a los miembros del instituto de los Misioneros y las
Misioneras Identes, al que pertenece el párroco.
Como acabo de recordar, el evangelio de hoy nos presenta el episodio
"misionero" de la visita de María a Isabel. Acogiendo la
voluntad divina, María ofreció su colaboración activa para que Dios
pudiera hacerse hombre en su seno materno. Llevo en su interior al Verbo
divino, yendo a casa de su anciana prima que, a su vez, esperaba el
nacimiento del Bautista. En este gesto de solidaridad humana, María
testimonio la autentica caridad que crece en nosotros cuando Cristo esta
presente.
4. Amadísimos parroquianos de San Bartolomé Apóstol, ¡que toda la
acción de vuestra comunidad se inspire siempre en este mensaje
evangélico! Conozco bien con cuanto empeño procuráis difundir el
Evangelio en vuestro barrio, y conozco los desafíos y las dificultades
que encontráis. Son desafíos espirituales, pero no faltan los sociales
y económicos. Pienso, en particular, en el flagelo de la droga que, por
desgracia, acecha a muchos jóvenes de este barrio, así como a los de
otras zonas de la ciudad. Pienso en la falta de centros capaces de
ofrecer una sana diversión y ocasiones de crecimiento cultural a los
adolescentes y a los adultos. Pienso en la situación de aislamiento, a
veces incluso físico, que muchos viven aquí.
Frente a esas situaciones, no permanecéis inactivos. Por el
contrario, vuestra comunidad, animada por el celo apostólico y
misionero, no deja de testimoniar la esperanza que el Evangelio da a
quien lo acoge y lo convierte en norma de su existencia. Os aliento,
queridos hermanos y hermanas, a proseguir por este camino. El que
participa activamente en la vida parroquial no puede menos de sentir la
llamada bautismal a hacerse prójimo de quien esta necesitado y sufre.
Llevad a cada uno el anuncio típico de la Navidad: ¡No tengáis miedo,
Cristo ha nacido por vosotros! Difundid este anuncio por doquier en este
tiempo, en el que estáis comprometidos en la misión ciudadana. Id a
donde la gente vive y estad dispuestos a ayudarle, en la medida de
vuestras posibilidades, a salir de toda forma de aislamiento. A todos y
a cada uno anunciad y testimoniad a Cristo y la alegría del Evangelio.
Esta misión es para vosotras, queridas familias: la Iglesia os llama
a movilizaros para transmitir la fe y, sobre todo, a vivirla
intensamente vosotras mismas. Os corresponde a vosotras, en primer
lugar, construir una nueva solidaridad, que facilite la prevención y la
recuperación de cuantos, lamentablemente, caen en las redes de la
drogadicción. A las familias afectadas por este triste fenómeno deseo
asegurarles que la Iglesia esta cerca de ellas y las invita a no sufrir
pasivamente, sino a reaccionar con valentía y decisión, contando con
la ayuda divina y el apoyo activo de sus hermanos, contra esta plaga de
nuestro tiempo, que no cesa de arruinar el cuerpo y el alma de numerosos
muchachos y muchachas. Sin embargo, la Iglesia, convencida de que no
bastan las intervenciones de tipo social o medico, invita a un
testimonio cada vez mas convincente de los valores humanos y cristianos
en la sociedad y a una autentica solidaridad con las personas,
especialmente si son débiles y están solas.
¡Ojala que la celebración de hoy, en la perspectiva de la Navidad,
suscite en cada persona el entusiasmo por amar la vida, defenderla y
promoverla con todos los medios legítimos! Este es el mejor modo de
celebrar la Navidad, compartiendo con todas las personas de buena
voluntad la alegría de la salvación, que el Verbo encarnado trajo al
mundo.
Deseo, además, que el tiempo navideño y el comienzo del nuevo año
renueven en cada uno un fuerte impulso misionero. Que renazca en esta
comunidad, como en todas la diócesis, el fervor original de la antigua
comunidad cristiana de Roma descrito en los Hechos de los Apóstoles
(cf. Hch 28, 15. 30).
5. "Aquí estoy, OH Dios, para hacer tu voluntad" (Hb 10,
7). Al presentar el misterio de la Encarnación, la carta a los hebreos
describe las disposiciones con las que el Verbo divino entra en el
mundo: "Tu no quieres sacrificios ni ofrendas; pero me has
preparado un cuerpo" (Hb 10, 5). El verdadero y perfecto
sacrificio, ofrecido por Jesús al Padre, es el de su plena adhesión al
plan salvífico. Su obediencia total al Padre, que ya desde el primer
instante caracteriza la historia terrena de Jesús, encontrara su
cumplimiento definitivo en el misterio de la Pascua. Por eso, ya en la
Navidad se halla presente la perspectiva pascual. Este es el comienzo de
la redención de Jesús, que se cumplirá totalmente con su muerte y
resurrección.
María, modelo de la fe para todos los creyentes, nos ayude a
prepararnos a acoger dignamente al Señor que viene. Con Isabel
reconozcamos las maravillas que el Señor hizo en ella. "!Bendita
tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" (Lc 1, 42).
Jesús, fruto bendito del seno de la Virgen María, bendiga a vuestras
familias, a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos y a las
personas solas. El, que se hizo niño para salvar a la humanidad, traiga
a todos luz, esperanza y alegría. Amen.