San Juan Diego: CAMINO A LA CANONIZACIÓN
12 de noviembre de 2001
P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, postulador para la causa de canonización del Beato Juan Diego. Publicado con su permiso.
Ver también: San Juan Diego
Introducción
La historia de la Causa de la Canonización del Beato Juan Diego está estrechamente unida al gran Acontecimiento Guadalupano; es decir, el encuentro de Santa María de Guadalupe y el humilde indio Juan Diego en diciembre de 1531.
Si bien, no es posible encerrar un fenómeno sobrenatural, como es la Aparición de la Virgen María, en la historia temporal, sí lo es el evidenciar las manifestaciones de un suceso semejante; además, de la posibilidad de conocer a las personas que vivieron ese momento, su vida, su quehacer, sus costumbres, su educación, su comportamiento, su relación social, etc.; ya que esto va dejando huella y marcando la historia. Así como, no es posible conocer o medir la fe o el grado de conversión desde el corazón y el alma del ser humano, sí es posible conocer y comprobar en la historia algunas de sus expresiones.
Para acercarnos a la vida de un hombre humilde y del pueblo como lo era Juan Diego, uno de los principales protagonistas del Acontecimiento Guadalupano, ha sido necesario profundizar en las distintas investigaciones que se han dado por siglos; buscar en Bibliotecas y Archivos de varias partes del mundo; analizar comentarios y estudios que han tomado diversos ángulos de este Acontecimiento; investigar desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales históricas de gran importancia como mapas, códices, testamentos, cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos que nos aportan noticias e información muy valiosa de este gran Acontecimiento. Todo esto desarrollarlo por medio del método científico histórico, que propone el análisis y valoración de cada una de las fuentes históricas, el estudio de cada una de ellas desde su naturaleza y la convergencia de las mismas.
La Santidad de un indio humilde
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
Una devoción inmemorial
Pasaron los siglos y la devoción a Juan Diego se mantuvo constante y sin interrupción, D. Cayetano de Cabrera y Quintero, en su libro Escudo de Armas, publicado en 1746, expresaba la continuidad de esta gran devoción a Juan Diego, y el anhelo de que fuera venerado en los altares: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario –decía Cabrera– se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares.”
Mientras en Cuauhtitlán, lugar natal de Juan Diego, así como en Tulpetlac, lugar en donde habitaba en el tiempo de las Apariciones, la gente inició a construir eremitas pegadas a las construcciones que sabía, pertenecían a Juan Diego, y se inició una especial devoción a este indio con fama de santo, ya que las ofrendas, los enseres e incluso las tumbas, que se tenían en estas ermitas estaban dispuestos de tal manera, que se quería estar lo más cerca posible a las paredes de las casas del vidente Juan Diego, posteriormente sobre las ruinas de las casas de Juan Diego así como de estas primeras ermitas se levantaron iglesias, lugares de culto que expresaban la ininterrumpida tradición que el pueblo tenía en gran estima; y a donde hasta nuestros días continúa el culto.
La figura de Juan Diego, así como su personalidad, sus virtudes y santidad han sido representadas de múltiples formas: en dibujos, en diseños, en pinturas, en grabados, en medallas, en esculturas, en relieves, etc.; como peregrino evangelizador, como el ángel a los pies de Santa María de Guadalupe, como franciscano, como santo con aureola, entre las nubes del cielo, o en los momentos claves y significativos que tuvo en su encuentro con Santa María de Guadalupe; en diferentes tipos de documentos como en testamentos, en códices, en narraciones como el Nican mopohua y el Nican motecpana, en las Informaciones Jurídicas de 1666, de las que el especialista en la cultura náhuatl, Dr. Miguel León-Portilla dice: “arrojan ciertamente luz en torno a la persona de Juan Diego. Las muchas noticias particulares que aportan acerca de éste, coincidentes entre sí, son dignas de tomarse en cuenta”; y así tantos documentos más.
Como nos dicen los testimonios de los indígenas de Cuauhtitlán, el pueblo conoció el gran Acontecimiento Guadalupano por boca del mismo Juan Diego, Posteriormente, fue el mismo pueblo quien se encargó de transmitir este gran Acontecimiento de padres a hijos, de abuelos a nietos; entre vecinos y pobladores de lejanas tierras. La devoción desde sus primeros pasos, no fue exclusiva de los indios sino que se fue extendiendo también entre los españoles, quienes se unieron a los indígenas a realizar impresionantes peregrinaciones al Santuario de Guadalupe, como lo declaró Juan de Masseguer, más de cien años antes, en la llamada Información de 1556: “todo el pueblo –decía– a una tiene gran devoción en la dicha imagen de Nuestra Señora de todo género de gente, nobles ciudadanos e indios”. En la misma Información, Juan de Salazar señaló que los españoles también edificaban a los indígenas en su devoción a Santa María de Guadalupe: Esta devoción a Santa María de Guadalupe y a su fiel mensajero el humilde indio Juan Diego nunca se ha interrumpido, y sigue viva, no sólo en nuestro pueblo, sino que ha ido más allá de fronteras inimaginables.
Juan Diego fue el mensajero de una devoción que trasciende fronteras y tiempos
Fueron pocos años los que transcurrieron para que la noticia de este Acontecimiento fuera más allá de las fronteras de México; y fuera valorado por el mismo Santo Padre; quien concedido gracias, privilegios e indulgencias. Uno de los más antiguos ejemplos documentados es el de 1573, cuando el Papa Gregorio III, concedió gracias e indulgencia plenaria a los fieles que visitaran la iglesia de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe y ahí recitaran piadosas preces; y en 1576, las revalidó y prorrogó. El arzobispo de México de aquel entonces, Pedro Moya de Contreras, agradeció de manera explícita estos privilegios que ni la misma catedral Metropolitana poseía, por lo que también aprovechó para pedirle al Santo Padre que concediera otros tantos para la Sede Metropolitana.
Desde 1663, se pidió a la Santa Sede la aprobación de Misa y Oficio de fiesta para celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe los días 12 de Diciembre. La petición fue firmada por el Obispo de Puebla, quien, en ese momento, era el Gobernador de la Arquidiócesis de México, en sede vacante, y Virrey de la Nueva España.
La Santa Sede pidió que se realizara un proceso, según la costumbre y la forma del Derecho de ese entonces, para corroborar la historicidad y la esencia de este Evento; de aquí surge lo que se ha llamado las Informaciones Jurídicas de 1666; este importante Proceso Canónico fue aprobado después por la Santa Sede que le dio el rango de Proceso Apostólico.
Estas Informaciones están constituidas por testimonios de diez sacerdotes y dos laicos de descendencia española; los cuales tenían cargos importantes de grandes responsabilidades; además, hubo un supernumerario, el P. Luis Becerra Tanco, quien era uno de los más grandes conocedores del Evento Guadalupano en su tiempo, el cual ofreció su testimonio por escrito. Asimismo, se tomó testimonio a varios ancianos vecinos de Cuauhtitlán; entre ellos había un mestizo y siete indígenas, cuyas edades oscilaban entre 78 y 115 años. Todos los testigos, apegados al derecho y jurando decir la verdad aportaron sus testimonios, los cuales convergen al narrar la historicidad de Acontecimiento Guadalupano, confirmando la vida ejemplar de Juan Diego, quien había nacido y crecido en Cuauhtitlán. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: “Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones, le decía a este testigo su tía: «Dios os haga como Juan Diego y su tío», porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos”. Otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que Juan Diego era un “Varón Santo”; en estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos indígenas en estas Informaciones Jurídicas, como por ejemplo: Gabriel Xuárez, Juana de la Concepción, Pablo Xuárez, Martín de San Luis, Juan Xuárez, Catarina Mónica.
Además, se realizaron dos importantes Inspecciones, una fue de los Maestros en el arte de la Pintura quienes estaban sorprendidos e intrigados de la manera en que se había estampado la Imagen de la Virgen de Guadalupe; y otra de los llamados Protomédicos que analizaron el ambiente húmedo y salitroso del Tepeyac y confirmaron que era imposible para la ciencia explicar el por qué la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se conservara intacta.
Fueron muchos y exhaustivos estudios, inspecciones e investigaciones científicas que se continuaron realizando para lograr la Misa y el Oficio propios para la Virgen de Guadalupe; mientras, los Papas continuaron dando privilegios y gracias al Santuario del Tepeyac. Fue el Papa Benedicto XIV quien concedió, en 1754, Misa y Oficio propio para festejar a Santa María de Guadalupe los días doce de diciembre, extendiendo este privilegio, el 2 de julio de 1757, a los demás dominios de España.
A finales del siglo XIX, a pesar de las agitaciones y contrastes en México, los Obispos mexicanos obtuvieron en 1894 la concesión de parte de la Sagrada Congregación de Ritos la Coronación Canónica de la Virgen de Guadalupe; además, el Santo Padre León XIII, el 12 de agosto de 1894, les dirigió una declaración y que mantiene una asombrosa vigencia y actualidad: “Con esto venerables hermanos hay que confesarlo, quisimos que constase por especial manera cuánto nos complace la estrecha unión que existe así entre vosotros como entre el clero y el pueblo; de lo que resulta que sean más firmes los vínculos con esta Sede Apostólica. Como quiera vosotros mismos reconocéis que la autora y mejor conservadora de esta unión es la misma bondadosa Madre de Dios, que se venera bajo la advocación de Guadalupe, por eso, con gran amor y por medio de vosotros, exhortamos a la Nación mexicana a que conserve su devoción y su amor como la más pura de sus glorias, y el manantial de los más preciosos bienes. Ante todo la fe católica, sobre la que en verdad nada hay más excelente, pero en estos tiempos nada más combatido, tened por cierto y seguro que vivirá inquebrantable y firme en vosotros mientras dure constantemente esa misma piedad, digna de vuestros antepasados.”
El 12 de octubre de 1895, en una solemne ceremonia la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe fue coronada, este evento fue de una gran importancia “por su carácter plenamente nacional y aún internacional: a ella asistieron, en medio de enorme venida de todos los ámbitos de la República, 11 arzobispos, unos 100 sacerdotes: 18 de los 39 prelados venían del extranjero (15 de los Estados Unidos, 1 de Canadá, 1 de Cuba, 1 de Panamá)”.
Los Obispos Latinoamericanos que participaron en el Concilio Plenario de la América Latina, que tuvo lugar en Roma en 1899, invocaron a Nuestra Señora de Guadalupe y por lo tanto todo el Acontecimiento Guadalupano como un punto de referencia fundamental para comprender el catolicismo en América Latina y lanzar una nueva etapa de evangelización en todo el Continente.
A petición de setenta Obispos Latinoamericanos, el 24 de agosto de 1910, Pío X proclamó a Santa María de Guadalupe “Patrona de América Latina”. El 16 de julio de 1935, el Pío XI la proclama “Patrona de Filipinas”.
Hasta nuestros días los Pontífices han reconocido que el Acontecimiento Guadalupano ha señalado de una manera patente un hecho que se ha dado en la historia manifestando frutos de evangelización; como por ejemplo el Papa Pío XII, quien el 12 de octubre de 1945 ofreció una Alocución por el cincuentenario de la coronación pontificia de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que se transmitió por Radio: “Y así sucedió –decía el Santo Padre–, al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac. Acaban apenas de abrirse al mundo, cuando a las orillas del lago de Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego –como refiere la tradición– pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima, que la labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría.” También el Papa, Juan XXIII, el 12 octubre de 1961, en la celebración del cincuentenario del Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre toda América Latina, declaró: “«la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos humanas no pintan. Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Ella, con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el Obispo Zumárraga, como para simbolizar el beso de dos razas [...] Primero Madre y Patrona de México, luego de América y de Filipinas; el sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los horizontes en un anhelo universal de amor.” El Papa Pablo VI, en otro 12 de octubre pero del año 1970, en el 75º. Aniversario de la coronación pontificia de la Imagen, exclamó “La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe, tan profundamente enraizada en el alma de cada mexicano y tan íntimamente unida a más de cuatro siglos de vuestra historia patria, sigue conservando entre vosotros su vitalidad y su valor, y debe ser para todos una constante y particular exigencia de auténtica renovación cristiana”.
El Papa Juan Pablo II, siempre ha declarado la gran importancia del Acontecimiento Guadalupano, como el hecho histórico que ha dado estos frutos de salvación. Desde su primera visita pastoral a México, en 1979, fue directo y preciso al hablar sobre Santa María de Guadalupe como la que iluminó el camino de la evangelización; dijo el Santo Padre en aquella ocasión: “Nuestra Señora de Guadalupe, venerada en México y en todos los países como Madre de la Iglesia en América Latina, es para mí un motivo de alegría y una fuente de esperanza. «Estrella de la Evangelización», sea ella vuestra guía.” Asimismo, para el Santo Padre, Juan Diego cumplió con una misión importante en la entrada de este Acontecimiento; dijo el Santo Padre: “Desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México.”
Algunos momentos importantes en el Proceso de Beatificación y Canonización de Juan Diego
Desde hace mucho tiempo se ha deseado la canonización de Juan Diego, como lo expresaba Cayetano Cabrera en 1746: “Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares.”
En los últimos años esto se expresó con mayor fuerza. En 1974, tanto los Obispos de México como los de América Latina habían pedido la canonización de Juan Diego, se propuso la canonización de Juan Diego como modelo de laico cristiano. En 1979, durante su primer viaje pastoral en México, el Santo Padre, Juan Pablo II, habló de Juan Diego como ese personaje histórico fundamental en la historia de la Evangelización de México. Los Obispos mexicanos insistieron en que la canonización de Juan Diego es un hecho profundamente querido por la gran parte del pueblo de México; se dieron los primeros pasos y el 15 de junio de 1981 durante la Décima Asamblea, la Conferencia Episcopal Mexicana pide formalmente la canonización de Juan Diego.
El Arzobispo Primado de México, D. Ernesto Corripio Ahumada, escuchó estas súplicas y peticiones y con gran empeño inició los trabajos.
El 8 de junio de 1982, la Congregación para la Causa de los Santos informó al Arzobispo de México, Corripio, los pasos necesarios que se tenían que dar para que todo el Proceso fuera conforme al Derecho Eclesiástico.
El 7 de enero de 1984, en la Insigne Basílica de Guadalupe, presidió la ceremonia donde se daba inicio al Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe. El 19 de enero de 1984 se nominó para Roma como Postulador al P. Antonio Cairoli, OFM, el 11 de febrero se completó jurídicamente el Tribunal con la sesión de apertura y se llevó adelante el Proceso Canónico Ordinario que se piden en estos casos; en total fueron 98 sesiones. También se nombró, en ese entonces, una comisión histórica, presidiéndola el Prof. Joel Romero Salinas, miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía de México, perito en Historia y Archivística para la Causa en cuestión; esta comisión histórica preparó el material necesario en estos casos. Más de dos años de estudio y trabajo fueron necesarios para concluir la primera etapa del Proceso, el 23 de marzo de 1986, en solemne ceremonia se concluyeron estos trabajos. y toda la documentación y la investigación fue enviada a Roma. La Congregación para la Causa de los Santos aprobó el camino realizado el 7 de abril de 1986.
Todavía el Arzobispo de México Ernesto Corripio quiso congregar, el 9 de octubre de 1989, en la Sala de Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México, a 21 especialistas en historia, investigadores y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano, con la presencia también del exabad Mons. Guillermo Schulenburg, para que ahí se pronunciaran los comentarios, reflexiones y opiniones a favor o en contra de la Causa de Juan Diego; era importante conocer todos los puntos de vistas y analizar no sólo la personalidad de Juan Diego, sino también la oportunidad de la continuación de la Causa; con toda libertad se podía exponer cualquier opinión en contra o a favor: “Ninguna opinión se vertió en contra de la existencia física del Siervo de Dios y se ahondó positivamente en su fama, virtudes y culto.”
En ese año de 1989, después de la muerte del Rev. P. Antonio Cairoli, OFM, el Cardenal Ernesto Corripio designó como Postulador para la Causa de Juan Diego al Rev. P. Paolo Molinari, SJ.
El Episcopado Mexicano actuaba en gran unidad y conciencia pastoral. El 3 de diciembre de 1989, Mons. Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM, escribía al Cardenal Felici, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos:
“Saludamos a Vuestra Eminencia con respeto y afecto en el Señor:
“Con fecha 17 de noviembre del presente año, los Obispos de México enviamos a Vuestra Eminencia una carta con la cual implorábamos que el Siervo de Dios Juan Diego sea proclamado Santo en virtud de la continuación del culto a él dirigido.
“Para complementar nuestra mencionada carta, nos permitimos por las presentes letras, asentar las siguientes aclaraciones y declaraciones:
“Cuando fueron emitidos los Decretos de S. S. URBANO VIII (1625-1634), la Jerarquía de México, en debido acatamiento a las disposiciones pontificias, prohibió toda manifestación de culto público y litúrgico de Juan Diego.
“Sin embargo, la fama de santidad del Siervo de Dios y la auténtica devoción religiosa que se le guardaba, eran tales que, pese a la observancia de la Norma referente al culto público y litúrgico, el culto popular privado continuó y ha venido a ser más vivo y creciente en nuestros días.
“Las diversas disposiciones de la Jerarquía Eclesiástica local, referentes tanto a la veneración de la Imagen de la Sma. Virgen de Guadalupe como al respeto a la casa de Juan Diego, testifican la continuidad de la auténtica devoción hacia el Siervo de Dios. Todo esto está ampliamente ilustrado en los diversos Estudios hechos para la elaboración de la "POSITIO", en correlación con los documentos respectivos.
“La existencia de la auténtica fama de santidad del Siervo de Dios Juan Diego está sólidamente confirmada por el hecho de que, desde el año de 1666, las Autoridades Eclesiásticas de México se preocuparon por llevar a cabo un proceso formal, con la finalidad de solicitar la aprobación de un Oficio Propio en honor de la B. Virgen María de Guadalupe, para la celebración del día de la aparición preternatural de la Santísima Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga, y esto como comprobación de la veracidad de Juan Diego.
“En las actas de tales investigaciones figuran las disposiciones acerca de la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto a Siervo de Dios Juan Diego.
“Las actas de estos dos Procesos han sido debidamente insertadas en la mencionada "POSITIO".
“Además, ha de tenerse presente que la Jerarquía Eclesiástica de México instruyó un proceso específicamente sobre la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto del Siervo de Dios en los años 1984-1986.
“Teniendo en cuenta todo esto, se debe afirmar que el período de tiempo en el cual el culto se manifestó y fue vivido en la Iglesia de México, es suficiente por sí mismo para corresponder a la categoría de "A TEMPORE INMEMORABILI".
“Por lo expuesto, nosotros, los Obispos de México, declaramos que la ininterrumpida fama de santidad atribuida al Siervo de Dios JUAN DIEGO y la continua devoción religiosa que se le guarda constituye en seguro fundamento para declarar que ha existido un verdadero culto religioso, pero con la limitación ordenada por la Santa Sede Apostólica.
“Esta declaración es firmada por el suscrito, Presidente de la Conferencia Episcopal de México, en nombre de todos los Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de nuestra Nación.
“Nosotros esperamos que esta declaración constituya un documento válido para la "Positio Super Cultu ab Inmemoriabili Praestito" del Siervo de Dios Juan Diego, elaborada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que Vuestra Eminencia dignamente preside como Cardenal Prefecto.
“Los Obispos de México, junto con nuestro pueblo cristiano, abrigamos la dichosa esperanza de que el Santo Padre Juan Pablo II, en uso de la autoridad que le asiste, se digne declarar Santo al Siervo de Dios Juan Diego, el laico que fue siervo de la Sma. Virgen de Guadalupe, en su próxima visita pastoral a México, en el mes de mayo del próximo año.
“Este asentimiento eclesial será de notoria importancia para la Iglesia en México y constituirá un gran impulso para la pastoral y la vitalidad del laicado católico de México y de América Latina.
“Reiteramos a Vuestra Eminencia nuestros sentimientos de aprecio y estima en el Señor.
“Ciudad de México, D. F., a 3 días del mes de Diciembre del año de 1989.”
Bajo las normas y directrices de la Congregación para la Causa de los Santos, se elaboró la Positio, bajo las directrices del Relator General Mons. Giovanni Papa. La Positio fue presentada a los Peritos en Historia, así como a los Teólogos Consultores y al Congreso de Cardenales y Obispos de la Congregación, y se obtuvo el voto afirmativo sobre el culto inmemorial y la fama de santidad del Servo di Dio Juan Diego. De esta manera se llega a la aprobación de la Positio en 1990; se confirmó, pues, que a Juan Diego se le daba un culto desde tiempos inmemoriales; manifestado por objetos de todas clases como son imágenes y diseños de Juan Diego en donde se le representó con aureola; su figura se esculpió en cálices, en púlpitos, en altares, en exvotos, en ofrendas; son varios los documentos en donde se declara que Juan Diego fue un indio buen cristiano y santo, como vimos en los testimonios de los ancianos indios de Cuauhtitlán que fueron vertidos en las Informaciones Jurídicas de 1666. Una fama que no se interrumpió, como también ya vimos que expresaba, en 1746, D. Cayetano de Cabrera y Quintero: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares.”
El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, reconoció la santidad de vida y culto tributado, de tiempo inmemorial, al Beato Juan Diego. Y el 6 de mayo sucesivo, el mismo Santo Padre, durante su segundo viaje apostólico a México, presidió en la Basílica de Guadalupe la solemne celebración en honor del Beato Juan Diego, inaugurando la modalidad del culto litúrgico que se le debía rendir al humilde y obediente indio, mensajero de la Virgen de Guadalupe.
El Santo Padre afirmó: “Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles: pues nos enseña que todos los seguidores de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el Padre es perfecto, cada quien en su camino. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen Gentium, No 11. Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la gracia, siguió fiel a su vocación y se entregó totalmente a cumplir la Voluntad de Dios, según aquel modo en el que había sido llamado por el Señor, destacando por su amor tierno a la Santísima Virgen María, a la que tuvo constantemente presente y veneró como Madre y dedicándose con ánimo humilde y filial a cuidar su casa. No es extraño, por eso, que estando aún con vida, muchas personas le considerasen santo y le pidieran la ayuda de su oración. Esta fama de santidad ha perdurado después de su muerte, y no son pocos los testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran, suficientemente, que delante del pueblo cristiano se le nombraba con el título de santo, y tenía hacia él aquellas manifestaciones de veneración que suelen reservarse a los Beatos y a los Santos, como queda patente por las obras artísticas llegadas hasta nosotros, en las que la imagen del Siervo de Dios aparece representada con una aureola o con otros signos de santidad. Es cierto que esas manifestaciones de culto se dieron sobre todo en la época más cercana a la muerte de Juan Diego, pero es asimismo innegable que han permanecido hasta nuestros días, de manera que puede afirmarse con seguridad que testifican un culto peculiar e ininterrumpido tributado al Siervo de Dios. A petición de gran número de Obispos y de muchos otros fieles sobre todo de México, la Congregación para las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran la vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Diego y ponen también de manifiesto el culto que se le ha tributado. Después de realizar las oportunas investigaciones y de estudiar el material reunido, se elaboró una amplia relación acerca de la fama de santidad del Siervo de Dios, sus virtudes y el culto que se le a tributado desde tiempo inmemorial.”
La labor de la Congregación para la Causa de los Santos es sumamente profesional, trabajan ahí los más grandes especialistas en la materia; quienes llevan todo proceso de una manera meticulosa y detallada, no dejan ninguna duda por aclarar, ninguna pregunta por responder. Todos sabemos de las dudas y especulaciones que Mons. Schulenburg y un grupo de personas han transmitido, si bien, no por la vía normal como se debe proceder en estos casos; aún así, la Congregación no desatendió ninguna de las objeciones que le presentaron. Por lo que dispuso que junto con la Arquidiócesis de México se formara una Comisión Histórica, que encabezara una investigación apegada al método histórico científico. Esta Comisión fue encabezada por el P. Dr. Fidel González Fernández, Doctor en Historia de la Iglesia, Consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana y de la Pontificia Universidad Urbaniana, especialista en Historia de la Iglesia en América Latina; P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Doctor en Historia de la Iglesia, Prefecto de Estudios del Pontificio Colegio Mexicano, Miembro de la Sociedad Mexicana de Histórica Eclesiástica, Investigador especializado de la Arquidiócesis de México; y Mons. José Luis Guerrero Rosado, canónigo de la Basílica de Guadalupe, licenciado en Derecho Canónico, investigador y catedrático, hombre de una vastísima cultura y gran especialista en el Acontecimiento Guadalupano.
Dicha Comisión retomó todo lo realizado por siglos, investigó nuevamente en Archivos y Bibliotecas de varias partes del mundo, analizó no sólo las dudas u objeciones; sino que estudió y analizó desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido hasta el día de hoy en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos, cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos más. Así como se tomaron en cuenta las dudas y objeciones, también se tomaron en cuenta las nuevas aportaciones y afirmaciones a favor del hecho histórico, provenientes de los más variados investigadores, científicos y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano.
El trabajo revistió un esfuerzo de varios años, analizando, estudiando e investigando bajo el método histórico científico, ubicando cada fuente histórica en su justo valor y naturaleza y en su convergencia; asimismo, se sometió a las normas precisas de la Congregación de la Causa de los Santos. El 28 de octubre de 1998, la Congregación aprobó los resultados de la investigación científica, constatando y confirmando la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión del indio humilde Juan Diego, modelo de santidad, quien a partir de 1531 difundió el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, por medio de su palabra y de su ejemplar testimonio de vida. Se dio un paso más al pedir la Congregación que se publicara lo esencial y más importante de los resultados de la investigación de la Comisión Histórica; gracias a esto, en 1999, se publicó un libro bajo el título: El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego; el cual fue analizado por diversos especialistas. Más adelante, la Congregación encomendó a algunos doctores y catedráticos de Historia de la Iglesia de las más prestigiosas Universidades Pontificias, especialistas en el tema de México y América Latina, para que analizaran este Libro de manera detenida y meticulosamente; y todos, de forma unánime, dieron su confirmación positiva y laudatoria, tanto de la esencia de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente del Beato Juan Diego, como de la metodología científica usada en la investigación.
En ese año de 1999, nuevamente el Papa Juan Pablo II afirmó con gran fuerza la importancia del Mensaje Guadalupano comunicado por el Beato Juan Diego y confirmó la perfecta evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe: “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.” El Papa confirmó la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por medio de la Estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego, en donde Ella depositó toda su confianza; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. [...] María Santísima de Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización».”
El 24 de junio de 1999, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, en ocasión de la institución en México de la Postulación General Mexicana para las Causas de los Santos, nombró como Postulador de la Causa de Juan Diego a Mons. Oscar Sánchez Barba.
Más adelante, el 17 de mayo de 2001, el Cardenal Rivera nombró al actual Postulador para la Causa de Canonización del Beato Juan Diego al P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, quien continúa investigando y trabajando en la Postulación.
Juan Diego sigue intercediendo por su pueblo
Desde el 20 de noviembre de 1990, en la Curia del Arzobispado de México, se abrió el proceso canónico para recoger las pruebas sobre el milagro realizado por el Beato Juan Diego, concluyendo el 31 de marzo de 1994. El caso en cuestión, del 3 de mayo de 1990, fue la sobrevivencia de un joven de 20 años de edad, llamado Juan José Barragán Silva, quien cayó de una altura de 10 metro aproximadamente sobre terreno sólido, con un fuerte impacto valorado en 2,000 kgs., con fractura múltiple del hueso craneal, y fuertes hematomas. Según la valoración de los médicos, la mortalidad superaba el 80%. La Congregación encontró el proceso muy bien llevado, con textos que resultan bien informados y dignos de fe. En el conjunto, el caso disponía de una sólida base probatoria. El decreto de Validez de los actos del proceso es del 11 de noviembre de 1994. En la misma Congregación, el 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas lo aprobaron por unanimidad (cinco sobre cinco), sorprendidos de encontrar la fractura soldada y sin manifestar ningún signo de complicación, con una altísima probabilidad de muerte y con una modalidad de curación rápida, completa y duradera; era una inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica. La madre del joven fue la que, con gran fe, invocó al Beato Juan Diego por la salvación de su hijo. El 11 de mayo de 2001, en Congressus Peculiaris super Miro, los Consultores Teólogos, presididos por el Promotor de la Fe, aprobaron el milagro hecho por intercesión del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo por unanimidad. Sin duda alguna, el humilde Juan Diego es una ejemplo de santidad y un fuerte intercesor de su pueblo.
Un deseo constante y ferviente, el que Juan Diego sea canonizado
Nuestro pueblo humilde y sencillo siempre a guardado en la memoria de la tradición y en el recinto de su corazón un profundo respeto y veneración por este gran hombre, elegido por Nuestra Señora de Guadalupe para ser su mensajero, y nunca ha dudado de su santidad.
Después de tantos siglos de intenso, honesto y profundo trabajo, especialmente en estos últimos años; y, además, de la sincera oración, sacrificios y ofrendas de miles de personas que con la sencillez del corazón han elevado sus peticiones a Dios Nuestro Señor y a María Santísima de Guadalupe, para que nos regalaran el don maravilloso de tener a Juan Diego en los altares, canonizado y reconocido como uno de los personajes claves en la historia de la evangelización de América. Juan Diego que ha sido el portador de un mensaje que trasciende fronteras y tiempos, el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe para que, con la aprobación de la Iglesia, se le construyera un templo, donde Ella reconstruiría la vida del ser humano, aquel que con sincero corazón se acercara y se confiara a Ella, ahí escucharía todas las tristezas, dolores, sufrimientos y penas, y lo conduciría por el camino seguro del amor para llevarlo ante “«el verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra»;” poniéndolo de manifiesto con todo su amor. María Santísima de Guadalupe es la que le aseguró a su humilde mensajero: “«ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré»”.
Todos los sucesores de fray Juan de Zumárraga han promovido ininterrumpidamente el gran Acontecimiento Guadalupano, el cardenal Norberto Rivera, con un gran esfuerzo y una ferviente oración, ha impulsado de manera decisiva la Canonización del Beato Juan Diego. Asimismo, el Rector y todos los Canónigos de la Nacional e Insigne Basílica de Guadalupe, han dirigido peticiones al Santo Padre, por ejemplo el 21 de agosto de 2000, en una de varias cartas, dicen: “estamos plenamente convencidos de la historicidad del Beato Juan Diego [...] Por lo tanto, nuestra voz se dirige ahora a Su Santidad, para pedirle, humildemente, la pronta canonización del Beato Juan Diego”.
El Episcopado Mexicano en pleno ha sido de los más fuertes promotores motivando tanto la investigación científica, así como la evangelización y devoción popular en una pastoral integral. El Episcopado Mexicano declaró el 12 de octubre de 2001: “La verdad de las Apariciones de la Santísima Virgen María a Juan Diego en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la evangelización hasta el presente, una constante tradición y una arraigada convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada en documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el siglo siguiente, con personas que habían convivido con quienes fueron testigos y protagonistas de la construcción de la primera ermita”; y más adelante señala: “Consideramos también deber nuestro manifestar que la historicidad de las apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del privilegiado vidente interlocutor de la Virgen María.” Todos los Obispos Mexicanos se unen en una misma oración: “expresamos nuestra confianza en que no tardará su canonización y por ello elevamos nuestra plegaria”.
«Testimonio de Juan de Salazar», en , p. 51.
Cfr. CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, Mexicana Canonizationis Servi Dei Ionnis Didaci Cuauhtlatoatzin Viri Laici (1474-1548), Positio super famae sanctitatis virtibus, et cultu ab immemorabili praestito ex officio concinata, Romae 1989, Doc. IX. El P. Francisco de Siles entregó la narración del Acontecimiento Guadalupano del P. Miguel Sánchez, realizada en latín y con grabados de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego realizados en 1658, se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana, fondo Chigiano: F IV 96, 16 ff., intitolato Historica narratio. . . imaginis SS Virginis Mariae vulgo de Gudalupe in Indiis nuncupate quae Mexici, mirabili modo. . . anno 1531 apparuit DD fr Jaonni de Zumarraga.