Santos y  Teología del Corazón - Enseñanzas de la Iglesia

UN GRAN MISTERIO DE AMOR
S.S. Juan Pablo II, 19 de marzo de 1998:

1. 0 felicem virum, beatum Ioseph, cui datum est Deum... non solum videre et audire sed portare, deosculari, vestire et custodire!

Esta plegaria, que los sacerdotes solían rezar cuando se preparaban para celebrar la santa misa, nos ayuda a profundizar el contenido de la liturgia de esta solemnidad. Hoy contemplamos a José, esposo de la Virgen, protector del Verbo encarnado, hombre de trabajo diario, depositario del gran misterio de la salvación.

Precisamente este último aspecto ponen de relieve las lecturas bíblicas que acabamos de escuchar y que nos permiten comprender cómo fue introducido san José por Dios en el designio salvífico de la Encarnación. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Este es el don inconmensurable de la salvación; esta es la obra de la redención.

Como María, también José creyó en la palabra del Señor y fue partícipe de ella. Como María, creyó que este proyecto divino se realizaría gracias a su disponibilidad. Y así sucedió: el Hijo eterno de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen Madre.

Sobre Jesús recién nacido, luego niño, adolescente, joven y hombre maduro, el Padre eterno pronuncia las palabras del anuncio profético que hemos escuchado en la primera lectura: «Yo seré para él padre y él será
para mí hijo» (2 S 7, 14). A los ojos de los habitantes de Belén, Nazaret y Jerusalén, el padre de Jesús es José. Y el carpintero de Nazaret sabe que, de algún modo, es exactamente así. Lo sabe, porque cree en la paternidad de Dios y es consciente de haber sido llamado a compartirla en cierta medida (cf. Ef 3, 14-15). Y hoy la Iglesia, al venerar a san José, elogia su fe y su total docilidad a la voluntad divina.

2. Este año he elegido la solemnidad de san José para la ordenación episcopal de tres presbíteros a los que me siento particularmente unido por el singular servicio que prestan a la Santa Sede y a mi persona. Se
trata de monseñor James Harvey, monseñor Stanislaw Dziwisz y monseñor Piero Marini. Ahora, en el clima recogido y solemne de esta basílica, esperan la imposición de las manos, después del canto del Veni Creator, con el que todos juntos hemos invocado sobre ellos la abundancia de los dones del Paráclito. Esperan viviendo esta solemnidad de san José con sentimientos y motivos de reflexión, que les ayuden a profundizar lo que la Iglesia está a punto de transmitirles mediante los signos sacramentales.

Resuenan en mi corazón estas palabras: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Amadísimos hermanos, que estáis a punto de ser elevados a la gracia del episcopado, este misterio de amor se presenta hoy a vuestros ojos con extraordinaria elocuencia. Estáis llamados a participar en él de una forma más exigente aún. Dios os
invita a ser sus más estrechos colaboradores en el designio universal de la salvación. Os encomienda a su propio Hijo, que vive en la Iglesia como en otro tiempo vivió en la casa de Nazaret; os encomienda al Salvador del mundo y su obra salvífica.

En vuestra juventud, el Señor os confirió, con la gracia del sacerdocio, un ministerio específico dentro de la Iglesia. Hoy, en vuestra madurez humana, gracias al Espíritu Santo, os hace participes de la plenitud del
sacramento del orden en virtud del cual os comprometéis con nueva motivación y mayor responsabilidad al servicio del Redentor del hombre, sumo y único Mediador y Pastor de las almas. La Iglesia ora con vosotros
y por vosotros, para que esta misión se convierta en fuente de innumrables beneficios para todos aquellos a quienes seréis enviados.

Esto es lo que pedimos por la intercesión de san José a él le encomendamos vuestro ministerio, recordando que en la plenitud de los tiempos el Padre celestial puso bajo su protección a su propio Hijo y a la Virgen Madre. Que san José os obtenga una abundante efusión del Espíritu Santo.

3. Es el Espíritu del Señor quien os consagra con la fuerza de su amor.
Te consagra a ti, querido monseñor James Harvey, de la archidiócesis de Milwaukee, en Estados Unidos, que durante muchos años has sido mi fiel colaborador en la Secretaria de Estado. Ahora, como prefecto de la Casa pontificia, serás el responsable de organizar las audiencias y los encuentros. Este servicio es muy significativo y valioso, especialmente en estos años de preparación para el gran jubileo del año 2000.

El Espíritu del Señor te consagra a ti, querido monseñor Stanistaw Dziwisz de mi misma archidiócesis de Cracovia. Hace treinta y cinco años, yo mismo te ordené sacerdote en la catedral de Wawel, y tres años
después te nombré mi capellán. Desde el comienzo de mi ministerio petrino, has estado a mi lado como fiel secretario, compartiendo conmigo fatigas y alegrías, esperanzas e inquietudes. Como prefecto adjunto, pondrás al servicio de la Casa pontificia tu gran experiencia en beneficio de cuantos, por su ministerio o como peregrinos, se acercan al Sucesor de Pedro.

El Espíritu del Señor te consagra a ti, querido monseñor Piero Marini de la diócesis de Piacenza-Bobbio, que desde hace años eres mi maestro de las celebraciones litúrgicas. Cumpliendo esta misión estás junto a mí en los momentos más sagrados, y siempre has realizado con apreciada dedicación la tarea litúrgica que te he encomendado, acompañándome fielmente dondequiera que el ministerio petrino me ha llevado. El carácter episcopal no podrá menos de perfeccionar tu sensibilidad y tu celo, para la gloria de Dios y la edificación espiritual de los fieles.

4. Amadísimos hermanos James, Stanislaw y Piero, en el día de vuestra consagración descienda sobre vosotros, de manera sobreabundante la gracia divina. Hoy, por la intercesión de san José, sois acogidos
espiritualmente, por decirlo así, bajo el techo de la casa de Nazaret, para participar en la vida de la Sagrada Familia. Ojalá que como san José, sirváis fielmente a cuantos el Señor encomiende a cada uno de
vosotros en la Iglesia y, de modo particular, en el ámbito de la Sede apostólica.

«O felicem virum, beatum Joseph, cui datum est Deum, quem multi reges oluerunt videre et non viderunt, audire et non audierunt, non solum videre et audire, sed portare, deosculari vestire et custodire!», a ti, san José, servidor silencioso y fiel del Señor, te encomendamos a estos hermanos y su incipiente ministerio episcopal. Asístelos, protégelos y consuélalos junto con María, tu Esposa y Virgen Madre del Redentor. Amén.

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