Nació en 1845 en la localidad de Saint Grégorie (Canadá). Fue religioso de la Congregación de la Santa Cruz y un extraordinario promotor de la devoción a San José. Puso los cimientos de una basílica que constituye, actualmente, el lugar de peregrinaciones a San José más grande del mundo. Fue un hombre de oración, amigo de los pobres, hombre realmente extraordinario.
Toda su larguísima vida fue la de un “siervo pobre y humilde”, como se lee en su tumba. Desde niño, fue muy enfermizo y débil y los médicos opinaban que no viviría por mucho tiempo. Hasta los 25 años, fue obrero en granjas, talleres y fábricas. Ya en la Congregación de los Hermanos de la Santa Cruz, durante casi 40 años, le encomendaron la tarea de portero en su colegio de Montreal. Además de esta labor, se dedicó a cuidar y visitar a los enfermos. Las curaciones que realizó fueron innumerables, logrando así una gran reputación como hombre milagroso. Su devoción a San José lo llevó a construir, cerca del Colegio, un pequeño oratorio, donde el Señor pudiese ser honrado. Años más tarde, pondrá los cimientos de lo que será la magnífica basílica que ahora admiramos. ¿Pero de dónde le vino esa extraordinaria capacidad? Dios se complació en dotarlo de un poder maravilloso porque era hombre sencillo, desprovisto de todo pero con una gran confianza en Dios.
No faltaron las burlas e incomprensiones a causa del éxito de su apostolado, las que soportó con extraordinaria paciencia y buen humor. A pesar de todo, permaneció siempre alegre, sencillo y dispuesto a todos, orando larga y fervorosamente por los enfermos, viviendo él mismo lo que le enseñaba a los demás.
Murió santamente el 6 de enero del año 1937 en la ciudad de Montreal, Canadá a los 90 años de edad y fue enterrado en el oratorio.
Fue beatificado en 1982 por el Papa Juan Pablo II.
Canonizado por S.S. Benedicto XVI el 17 de octubre de 2010