Oficio de Lectura, 9 de Octubre, San Dionisio, Obispo, y compañeros mártires
También hoy: San Juan Leonardi, Presbítero
Sé un testigo fiel y valeroso
Del comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el salmo ciento dieciocho
Como hay muchas clases de persecución, así también hay muchas clases de martirio. Cada día eres testigo de Cristo.
Te tienta el espíritu de fornicación, pero, movido por el temor del futuro juicio de Cristo, conservas incontaminada la castidad de la mente y del cuerpo: eres mártir de Cristo. Te tienta el espíritu de avaricia y te impele a apoderarte de los bienes del más débil o a violar los derechos de una viuda indefensa, mas, por la contemplación de los preceptos celestiales, juzgas preferible dar ayuda que inferir injuria: eres testigo de Cristo. Tales son los testigos que quiere Cristo, según está escrito Defended al huérfano, proteged a la viuda; entonces, venid, y litigaremos –dice el Señor–. Te tienta el espíritu de soberbia, pero, viendo al pobre y al desvalido, te compadeces de ellos, prefiriendo la humildad a la arrogancia: eres testigo de Cristo. Has dado el testimonio no sólo de tus palabras, sino de tus obras, que es lo que más cuenta.
¿Cuál es el testigo más fidedigno sino el que confiesa Jesucristo venido en carne, y guarda los preceptos evangélicos? Porque el que escucha pero no pone por obra niega a Cristo; aunque lo confiese de palabra, lo niega con sus obras. Muchos serán los que dirán: Señor, Señor ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros? Y a éstos les responderá el Señor en aquel día: Alejaos de mi, malvados. El verdadero testigo es el que con sus obras sale fiador de los preceptos del Señor Jesús.
¡Cuántos son los que practican cada día este martirio oculto y confiesan al Señor Jesús! También el Apóstol sabe de este martirio y de este testimonio fiel de Cristo, pues dice: Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia ¡Cuántos hay que niegan por dentro lo que confiesan por fuera! No os fiéis –dice la Escritura– de cualquier espíritu, sino que por sus frutos conoceréis de cuáles debéis fiaros. Por tanto, en las persecuciones interiores, sé fiel y valeroso, para que seas aprobado en aquellas persecuciones exteriores. También en las persecuciones interiores hay reyes y gobernantes, jueces terribles por su poder. Tienes un ejemplo de ello en la tentación que sufrió el Señor.
Y en otro lugar leemos: Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal. Ya ves, oh hombre, cuáles son los reyes y gobernantes de pecado ante los cuales has de comparecer. Si dejas que la culpa reine en ti. Cuantos sean los pecados y vicios, tantos son los reyes ante los cuales somos llevados y comparecemos. También estos reyes tienen establecido su tribunal en la mente de muchos. Pero el que confiesa a Cristo hace, al momento, que aquel rey se convierta en cautivo y lo arroja del trono de su mente. En efecto, ¿cómo podrá permanecer el tribunal del demonio en aquel en quien se levanta el tribunal de Cristo?
Oración
Oh Dios, que enviaste a san Dionisio y a sus compañeros a proclamar tu gloria ante las gentes, y les dotaste de admirable fortaleza en el martirio, concédenos imitarlos en su desprecio a la soberbia del mundo, para que no temamos nunca sus ataques. Por nuestro Señor Jesucristo.
Oficio de Lectura, 9 de Octubre, San Juan Leonardi, Presbítero
Te han explicado, hombre, lo que Dios desea de ti
De las cartas de san Juan Leonardi al papa Pablo quinto
Los que quieren dedicarse a la reforma de costumbres deben, en primer lugar, buscando la gloria de Dios por encima de todo, esperar y pedir la ayuda, para un asunto tan arduo y saludable, de aquel de quien procede todo bien. Luego, han de presentarse ante los ojos de aquellos a quienes se desea reformar como un espejo de todas las virtudes y como lámparas puestas sobre el candelero, de tal modo que, por la integridad de su conducta y con el resplandor de sus costumbres, alumbren a todos los que están en la casa de Dios; y así, más que obligar, inciten con suavidad a la reforma, no sea que se busque en el cuerpo, según dice el Concilio de Trento, lo que no se halla en la cabeza, pues así vacilaría la estabilidad y el orden de toda la familia del Señor. Además, procurarán con diligencia, a la manera de un médico precavido, conocer todas las enfermedades que afligen a la Iglesia y que piden remedio, para poder aplicar a cada una de ellas el remedio adecuado.
Por lo que mira a estos remedios, ya que han de ser comunes a toda la Iglesia –pues la reforma de la misma ha de afectar igualmente a los grandes y a los pequeños, es decir, a los gobernantes y a los gobernados–, habría que fijar la atención primeramente en todos aquellos que están puestos al frente de los demás, para que así la reforma comenzara por el punto desde donde debe extenderse a las otras partes del cuerpo.
Habría que poner un gran empeño en que los cardenales, los patriarcas, los arzobispos, los obispos y los párrocos, a quienes se ha encomendado directamente la cura de almas, fuesen tales que se les pudiera confiar con toda seguridad el gobierno de la grey del Señor. Pero bajemos también de los grandes a los pequeños, es decir, de los gobernantes a los gobernados: porque no hay que descuidar a aquellos de quienes ha de surgir el inicio de la renovación de las costumbres en la Iglesia. No debemos perdonar esfuerzo alguno para que los niños, desde su más tierna infancia, sean educados en la verdad de la fe cristiana y en una conducta conforme a la misma. Nada ayuda tanto a este objetivo como la asociación para enseñar la doctrina cristiana, y el confiar la instrucción catequística de los niños sólo a hombres buenos y temerosos de Dios.
Esto es, santísimo Padre, lo que de momento se ha dignado sugerirme el Señor sobre asunto tan importante; a primera vista, parecerá muy difícil, pero, si se compara la trascendencia de la cuestión, parecerá muy fácil, ya que grandes males exigen grandes remedios.
Oración
Señor, Dios nuestro, fuente de todo bien, que anunciaste el Evangelio a numerosos pueblos por medio de tu presbítero san Juan Leonardi, haz que, por su intercesión se difunda siempre en todo el mundo la verdadera fe. Por nuestro Señor Jesucristo.