
AVE
MARIA
"Un Corazón lleno de la Voluntad de Dios"
Rev. Luciano Alimandi
Agencia Fides -Ciudad del Vaticano
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Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “No
se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42) En la hora de la gran
prueba, en el huerto de los Olivos, Jesús repite al Padre estas palabras
que habían sido alimento de su vida durante todos los años que vivió en
la tierra, esto es, hacer no su voluntad sino la voluntad divina. En el
combate contra el espíritu infernal, en el desierto, después de cuarenta
días de absoluto ayuno, Cristo vence a Santanás precisamente haciéndose
escudo de la voluntad de Dios. El tentador le presentó, en efecto, una
voluntad que no era la del Padre y Jesús lo desenmascaró.
En nuestra vida de cristianos también nosotros somos tentados y probados
sobre el mismo punto: hacer o no la voluntad de Dios. Cada vez que
seguimos nuestros gustos, caemos inexorablemente en los lazos del
enemigo, mientras que cuando nos orientamos hacia la divina voluntad
esos lazos se rompen y nosotros estamos libres de ejercer nuestra
libertad uniéndola a la única gran libertad, que es la de Dios.
Dios nos ha creado libres precisamente para hacer su voluntad; si
hubiéramos sido creados sin libertad no podríamos hacer libremente la
voluntad de Dios. La libertad es - como se ha escrito - al mismo tiempo
nuestra fuerza y nuestra debilidad. Depende del empleo que hagamos de
ella: se convierte en fuerza cuando la orientamos hacia Jesús, para
imitarlo, para cumplir su deseo; se convierte en debilidad cuando la
orientamos hacia nosotros, hacia nuestros deseos, instintos, ambiciones…
Quizá nos ilusionamos pensando hacer la voluntad de Dios porque estamos
haciendo grandes cosas por los otros, o soñamos con hacerlas; pero las
grandes cosas podrían estar oscureciendo las pequeñas cosas que Dios nos
está pidiendo y que no queremos hacer porque nos humillan. Sólo la
voluntad de Dios nos santifica, no las obras que hagamos, por muy
meritorias que están sean. Nuestra santificación depende únicamente de
la unión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios, día tras día,
momento tras momento, como nos enseñan los santos.
El Santo Padre Benedicto XVI, en el reciente encuentro que ha tenido en
el Seminario Romano Mayor, respondiendo a una pregunta de un seminarista
sobre la tentación de hacer carrera,, citó un bello ejemplo: “me viene a
la mente en este momento la pequeña historia de Santa Bakhita, esta
Santa africana, esclava en Sudán, y luego en Italia encontró la fe, fue
religiosa y cuando ya era anciana el Obispo realizaba una visita en su
monasterio, en su casa religiosa y no la conocía; vio a esta pequeña, ya
encorvada, religiosa africana y dijo a Bakhita: 'Pero qué hace Usted,
hermana? '; Bakhita contestó: 'Yo lo hago lo mismo que Usted,
Excelencia'. El Obispo asombrado preguntó: '¿Qué cosa? y Bakhita
respondió: 'Excelencia, nosotros dos queremos hacer la misma cosa, hacer
la voluntad de Dios.' Me parece una respuesta bellísima, el Obispo y la
pequeña religiosa, que ya no podía casi trabajar, hacían, en lugares
distintos, la misma cosa, tratar de hacer la voluntad de Dios y así
estaban en el lugar justo." (Benedicto XVI) al Seminario Romano con
ocasión de la Fiesta de la Virgen de la Confianza, el 17 de febrero
2007.
Por desgracia el diablo consigue no poco veces distraernos precisamente
de la única cosa que cuenta: "¡Maria ha elegido la parte mejor, que no
le será quitada" (Lc 10, 42). ¡Esta parte mejor es precisamente la
divina voluntad, que no puede ser vencida y mucho menos anulada por
ningún otra voluntad! Lo que Dios quiere se realiza en nosotros si
también nosotros lo queremos. Deseo lo que Él quiere, he aquí el secreto
de la Virgen; Ella, más que cualquier otro santo, ha impreso en su
Corazón este Verbo: la Voluntad de Dios.
Maria junto al Hijo repite continuamente: "He aquí, que vengo, oh Dios,
para hacer tu voluntad" (Heb 10, 7) y nos enseña a repetirlo también
nosotros, sobre todo en los momentos de prueba y tentación. La Sierva
del Dios sabe bien que la voluntad humana no santifica a nadie, que sólo
la voluntad de Dios le eleva por encima de si mismo e introduce en el
Cielo, en el Paraíso del divino deseo. Cuando rezamos a nuestro Padre y
pedimos "que se haga tu voluntad así en el Cielo como en la tierra", no
estamos pidiendo algo utópico, irrealizable, sino que estamos
pronunciando la palabra decisiva de nuestra vida, la más bonita, la más
verdadera y la más fuerte. ¡De qué serviría ganar la estima de todos y
no conseguir estimar la voluntad de Dios! El discernimiento, la
dirección espiritual, la oración, el apostolado… todo tiene un sentido,
únicamente si está dirigido hacia el deseo de Dios, de otro modo se
pierde en los laberintos de los deseos humanos, tan frágiles y vanos. A
la Virgen Maria, en la anunciación, sólo le importaba conocer la
voluntad de Dios. Cuando el ángel se la manifestó, entonces Ella se fió
y confió totalmente al querer de Aquel que todo lo puede. En este
período cuaresmal, invocando a la Virgen y a los santos Ángeles,
intensifiquemos el deseo de la voluntad de Dios, porque "sólo en su
voluntad está nuestra paz" (Dante). (Agencia Fides 28/2/2007 - Líneas:
58 Palabras: 880)